Antonio Salgado Borge

¿Y de qué morirá la corrupción?

Empecemos notando que la corrupción es esencial para la Cuarta Transformación como la conocemos. Y lo es en dos sentidos principales: uno estructural, el otro discursivo.
martes, 17 de septiembre de 2024 · 05:00

“¡Muera la corrupción!”, gritó el presidente al celebrar la Independencia de México. Lo que no dijo el presidente fue cuál será la causa de su muerte.

La semana pasada argumenté en este mismo espacio que no hay razón alguna para suponer que la reforma aprobada ayudará a combatir la corrupción en nuestro país. La reforma moldea al sistema judicial a imagen y semejanza del sistema de partidos, y todos los partidos, incluido Morena, están plagados de personajes corruptos. Es evidente que las urnas no han sido obstáculo para ello.

¿De qué morirá la corrupción entonces en México? Desde un enfoque optimista, bien se podría alegar que será aniquilada por la materialización de la Cuarta Transformación, un evento todavía en proceso. En este artículo argumentaré que, por desgracia, no hay motivos para suponer que esto es cierto.

Para ver por qué, empecemos notando que la corrupción es esencial para la Cuarta Transformación como la conocemos. Y lo es en dos sentidos principales: uno estructural, el otro discursivo.

El sentido discursivo es sobradamente conocido. El presidente tiene razón cuando afirma, una y otra vez, que la arena política mexicana está repleta de personajes evidentemente corruptos; individuos que durante años han cometido ilícitos, que van desde el tráfico de influencias hasta el desvío de recursos o participación en el crimen organizado.

Partidarios de Morena. Foto: Miguel Dimayuga.

AMLO dice despreciar a estos personajes por corruptos, y probablemente es por corruptos que los desprecia. Lo cierto es que el presidente ha sabido dar voz al genuino y justificado resentimiento de buena parte de la población contra sus élites corruptas. Y es en buena medida gracias a este discurso que ha logrado presentar a la Cuarta Transformación como una alternativa para canalizar su descontento.

Morena nació como el vehículo del presidente para llevar este discurso a los hechos. En consecuencia, la corrupción es necesaria para explicar la existencia de la Cuarta Transformación como la conocemos.

Desde luego, de lo anterior no se sigue que no pueda existir Cuarta Transformación sin corrupción. Es claro que, a través de su historia, los partidos y movimientos modifican sus prioridades y sus ejes discursivos para adaptarse a los tiempos. También es cierto que no necesariamente apelan al mismo sector del electorado en cada proceso.

Pasemos ahora al otro sentido, uno estructural, en que la corrupción es esencial para la Cuarta Transformación como la conocemos.

Comencemos aceptando que AMLO cuenta con información concreta de quiénes son los personajes corruptos y de buena parte de lo que han hecho. De lo contrario todos sus señalamientos serían mentira, y no hace falta ser un incondicional seguidor del presidente para notar que existen bien documentados reportes en la prensa o denuncias formales que en muchas ocasiones los sustentan.

Ahora bien, también es necesario reconocer que, a pesar de contar con esta información y de tener el control del Poder Ejecutivo y del Legislativo, AMLO no ha buscado incidir en la construcción de un marco institucional o un sistema capaz de emplear la información disponible para llevar a estos individuos a reparar o purgar sus ilícitos.

Los clérigos de la 4T suelen alegar, con razón, que esta tarea es a todas luces titánica. Lo que no suelen aceptar es que el hecho de que el presidente no haya podido lograr lo anterior está estrechamente vinculado con el hecho de que, en seis años de gobierno, no lo ha siquiera intentado.

Y es que el presidente no ha buscado utilizar la información disponible para filtrar a estas personas fuera de la arena política; ni siquiera lo ha hecho para evitar que formen parte de Morena o de los gobiernos o congresos que este partido controla. En su lugar, la corrupción ha sido utilizada como una herramienta en dos formas principales.

La primera es para atornillar a los corruptos a Morena con el fin de empujar triunfos electorales. Éste no es un asunto menor, pues son estos triunfos los que han hecho a la Cuarta Transformación –como quiera que ésta sea entendida– una realidad en México. Pensar lo contrario haría injustificable la incorporación de estas personas a la 4T desde cualquier óptica.

Sería ingenuo pensar que la relación entre estos personajes corruptos y Morena es meramente transaccional. Basta ver el perfil de estos individuos para notar que no estamos ante luchadores sociales o personas con luces de izquierda. En consecuencia, es despropósito suponer que no hay corrupción involucrada en ella.

Los personajes que se suman a la 4T lo hacen muy probablemente porque esperan beneficiarse económicamente de ella. La 4T lo sabe, pero está dispuesta a sobornarles con tal de obtener más poder y control sobre el sistema político mexicano.

La segunda forma en que el presidente y Morena han utilizado la corrupción es para amenazar o chantajear. Cuando alguien no puede aportar a Morena o cuando se empeña en no hacerlo, la información y el poder disponibles son empleados para buscar obligarlas a actuar o a dejar de hacerlo.

Si bien el caso de Miguel Ángel Yunes Márquez es el ejemplo más evidente de que ambas formas son complementarias y que han tenido una efectividad tremenda, es claro que estamos ante una estrategia consistente y no ante una mera técnica.

Yunes Márquez. Estigma. Foto: Montserrat López.

La Cuarta Transformación depende entonces de la corrupción de personajes impresentables. Y el hecho de sumarlos a ese proyecto, por la buena o por la mala es, en sí mismo, un acto de corrupción. Tan corrupto es el político que acepta un soborno como quien se presta a sobornarlo.

Alguien podría objetar que lo mismo es cierto de cada uno de los partidos de oposición en México. Si bien a este postulado no le movería una sola coma, me parece seguro afirmar que éste sirve de poco como objeción a mi argumento. Lo que está en discusión aquí no es si la oposición buscará terminar con la corrupción –por ahora claramente éste no es el caso–, sino si lo hará Morena.

También se podría replicar postulando que este estado de cosas es temporal; que eventualmente Morena se saneará y que entonces purgará a todos los corruptos que han hecho posibles los triunfos electorales que materializaron su dominio.

Pero a ello se debe responder que, al menos por ahora, no hay motivo racional para suponer que la corrupción será eliminada o contenida por el movimiento encabezado por el presidente. Y, por las razones explicadas arriba, incluso si se intentara, es difícil ver cómo podría materializarse este proyecto. La corrupción no es una cereza en el pastel de la 4T como lo conocemos, sino uno de sus aglutinantes principales.

El sentido discursivo en que la corrupción es esencial para la Cuarta Transformación permite entender que el presidente haya gritado que “¡muera la corrupción!” a todo pulmón en la celebración de nuestra independencia. Pero dado que la corrupción también es indispensable en un sentido estructural para ese proyecto, es difícil entender cuál terminará siendo su causa de muerte.

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*Profesor de Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, en Reino Unido.

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