Antonio Salgado Borge
Imane Khelif y la “última cena”
Es momento de hacer un corte de caja. Hemos visto que los casos de Imane Khelif y de la supuesta “última cena” exhibieron los prejuicios de un sector del ultraconservadurismo mexicano.Dos eventos olímpicos generaron una reacción virulenta entre algunos grupos ultraconservadores. El primero es la puesta en escena, durante la ceremonia inaugural en París, de lo que consideraron una versión drag de la pintura de La Última Cena. El segundo es la supuesta participación de una persona transexual en la competición de boxeo femenino.
En este artículo argumentaré que la recepción de ambos eventos sigue un patrón semejante. Y que este patrón muestra los prejuicios que, consciente o inconscientemente, se albergan en parte del ultraconservadurismo mexicano.
Empecemos con el caso más reciente, el de la boxeadora argelina Imane Khelif. Las fotografías de esta competidora dieron la vuelta al mundo tras su triunfo contundente ante una rival italiana.
Este fenómeno incluyó una serie de publicaciones presentando a Khelif como un “hombre compitiendo en la categoría de mujeres”. Quitando el lenguaje rupestre, la idea es que estábamos ante una mujer transexual o transgénero; es decir, una persona que transitó del sexo masculino al femenino (transexual) o del género hombre al género mujer (transgénero).
Una aclaración es importante. No me enfocaré en este artículo en la manera en que las mujeres trans deben competir en los juegos olímpicos. Este es un asunto complejo que merece una discusión independiente. Y esta discusión compete exclusivamente a las mujeres.
Para efectos de este análisis, lo importante es que muy pronto se supo que Imane Khelif nació con el sexo femenino y que se ha identificado toda su vida como mujer; es decir, que no califica como trans en sentido alguno. Sus características físicas pueden ser explicadas aludiendo a un caso de hiperandrogismo (secreción excesiva de andrógenos).
Khelif creció en una región pobre de Argelia, en una casa humilde con bloques de hormigón visibles. En adición a la pobreza, marginación y falta de oportunidades, esta chica vivió con una condición que ha hecho de su físico objeto de burlas. El boxeo le ofreció un camino para prosperar y estar orgullosa de su físico.
Algunos dieron patadas de ahogado aludiendo a la exclusión de esta boxeadora de torneos del IBA. Pero esto no se sostiene. A diferencia del procedimiento olímpico reglamentario, esta exclusión ocurrió sin explicación alguna, sin un procedimiento preestablecido y sin una serie de pruebas específicas. Otros más intentaron alegar que su complexión le otorga ventajas. Esto claramente tampoco tiene gran sentido, pues la complexión es relativa y, si tomamos ese criterio en serio y no discrecionalmente, no podría haber juegos olímpicos.
La información clara y disponible no fue suficiente para apaciguar los grotescos ataques transfóbicos de algunos ultraconservadores contra de Imane. Prueba de ello es que estas no fueron retiradas ofreciendo una disculpa (lo mínimo que uno podría esperar), sino que las publicaciones indignadas de que haya “hombres en competencias de mujeres” y los innumerables comentarios haciendo referencia a sus supuestos genitales masculinos se han multiplicado.
Pasemos ahora a “La Última Cena”. Algunas personas encontraron ofensiva la idea de que, en la ceremonia inaugural de los olímpicos, la obra de Leonardo da Vinci, una representación en sí misma, fue representada con drag queens. La Iglesia católica y algunos cristianos ultraconservadores no dudaron en calificar la escena como una blasfemia; es decir, como una afrenta o injuria hacia lo sagrado.
La respuesta inicial al grito de “blasfemia” consistió en señalar que lo representado durante la inauguración no es La Última Cena, sino al dios griego Dionisio en medio de un festival pagano con otros dioses del Olimpo. Dado que las drag queens estaban encarnando personajes de la mitología griega, y no a personajes de la mitología Cristiana, su inclusión en la ceremonia inaugural no puede constituir una blasfemia para los segundos.
Pero esto no fue suficiente para apaciguar a muchas de las personas que vieron ofensivo el uso de personas trans para representar a La Última Cena. Y es que un puñado de individuos, tan reducido como ruidoso, siguió compartiendo llamados a boicotear las olimpiadas y memes anti-LGBTI, incluyendo la imagen de un trozo de mierda coloreada con los tonos de la bandera de la diversidad.
Es decir, poco importó que la representación no constituyera un sacrilegio para ellos. Cierto, los olímpicos no deben burlarse de nadie. Pero eso no fue lo que pasó: incluso si lo representado hubiera sido la pintura de Da Vinci, en ningún momento hubo mofa directa de la creencia religiosa de alguna persona.
Que algunos ultraconservadores estén aferrados en verlo así exhibe el hecho de que la comunidad LGBTI es repudiable para ellos y, en consecuencia, consideran que acercarlas a sus símbolos puede resultar ofensivo para lo divino. Para este sector, los integrantes de esta comunidad tienen un estatus tan repudiable que ponerles en representaciones religiosas equivale a una blasfemia.
Es momento de hacer un corte de caja. Hemos visto que los casos de Imane Khelif y de la supuesta “última cena” exhibieron los prejuicios de un sector del ultraconservadurismo mexicano. También mostraron que estos prejuicios son tan profundos que, una vez canalizados sobre el sujeto odiado, no hay explicación o hecho que los retracte. Poco importa el daño que directa o indirectamente se pueda generar a otros seres humanos.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad Nottingham, en Reino Unido.