josé gil olmos

Debate sin pena ni gloria

Nada hubo que sorprendiera al ciudadano, que se esforzó por ver el encuentro, para que cambiara su apoyo; los ataques eran los previstos, las propuestas sin ser diferentes a las que ya se conocen y si algo hubiese sido diferente se quedó, una vez más, como un pendiente ante el electorado.
lunes, 29 de abril de 2024 · 12:25

En 30 años los debates presidenciales han tenido mínimo impacto en el electorado. No sólo por la falta de un formato que permita un verdadero debate entre los aspirantes, sino porque estos no ofrecen a los ciudadanos alternativas reales de solución a los múltiples problemas del país y, quizá, lo que más queda en le memoria pública son anécdotas de errores, dislates, ausencias o de edecanes que robaron miradas furtivas.

A partir de la elección de 1994 comenzaron a realizarse debates entre quienes aspiran a la Presidencia; en esa ocasión, por ser la primera vez y en un contexto del levantamiento armado de los zapatistas en Chiapas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, llamó la atención la manera en que se comportaron Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos, siendo éste el que confrontó a los dos primeros que únicamente reaccionaron a los ataques.

Ahí hubo visos de un debate que luego se perdieron en la anodina manera en que se han realizado desde entonces a la fecha.

El segundo debate entre Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez Máynez poco cambiará las tendencias que hasta ahora han mostrado las distintas encuestas. 

Nada hubo que sorprendiera al ciudadano, que se esforzó por ver el encuentro, para que cambiara su apoyo; los ataques eran los previstos, las propuestas sin ser diferentes a las que ya se conocen y si algo hubiese sido diferente se quedó, una vez más, como un pendiente ante el electorado.

Zedillo, Cárdenas y Fernández de Ceballos. El debate presidencial de 1994. Foto: Especial

El equipo de Xóchitl Gálvez no hizo su tarea. Si hubiera querido cambiar las tendencias, que hasta ahora marcan una diferencia de dos dígitos con respecto de Claudia Sheinbaum, hubiese tenido que investigar alguna irregularidad, complicidad, corrupción, ilegalidad, algo que hiciera cimbrar a la opinión pública no sólo de ella, sino de su principal mentor, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Pero los ataques consabidos a los hijos del presidente, el dinero ilegal que recibió Carlos Imaz –primer esposo de Sheinbaum– para la primera campaña de López Obrador y la presencia de la familia de Claudia en los paraísos fiscales ya eran notas viejas en los medios.

Claudia Sheinbaum tampoco sorprendió a la audiencia con sus propuestas, que son una continuidad de las emprendidas por López Obrador. Con una ventaja tan amplia sólo administró su participación con la estrategia del teflón para resbalar cualquier ataque que venía de Xóchitl o rara vez de Álvarez Máynez.

Este último tampoco sorprendió. Ensimismado en sus propias iniciativas legislativas que sacaba a relucir en cada intervención, se perdió en un yoísmo que nos hizo recordar aquel viejo dicho de que “el halago en voz propia es vituperio”. Y sólo cumplió su papel de atacar a Xóchitl quizá haciendo el trabajo de zapa para que su partido Movimiento Ciudadano pueda mantenerse con acuerdos y alianzas con el partido que ostente el poder en el Congreso de la Unión. 

Este encuentro no pasará a la historia de los debates como algo distinto. Desde que se han desarrollado a partir de las elecciones de 1994 poco o nulo efecto han tenido en el electorado.

A lo largo de 30 años algunos de ellos han pasado a la historia no precisamente por planteamientos claros o argumentos irrefutables, sino, como decía al principio, por algunas anécdotas como por ejemplo: en el año 2000 Francisco Labastida, del PRI, acusó a Vicente Fox, del PAN, de llamarlo “La vestida”. O la ausencia de Andrés Manuel López Obrador en el primer debate de 2006. También cuando en 2012 la atención y el análisis posterior al debate quedó en segundo lugar ante la mirada furtiva de los candidatos cuando se presentó la atractiva edecán que se encargó de repartir las papeletas para el sorteo del orden en que hablarían los candidatos.

Por cierto...

Ahora sí Claudia defendió al presidente, y en Palacio Nacional Andrés Manuel López Obrador manifestará su complacencia con su candidata y sucesora.

AMLO. Complacido. Foto: Miguel Dimayuga

 

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