Antonio Salgado Borge
La autoridad moral del presidente
A diferencia de la autoridad formal, la autoridad moral de una persona se deriva de su ejemplaridad convincente, no de imposiciones o, mucho menos, de la fuerza. Y esto aplica para la autoridad moral de cualquier presidente.¿Puede el presidente justificar sus violaciones a la ley apelando a su autoridad moral? AMLO claramente considera que sí: "Por encima de esa ley, está la autoridad moral y la autoridad política”, alegó al defender su decisión de revelar los datos personales de una periodista de The New York Times que ligó a algunos de sus colaboradores y familiares con el narcotráfico.
En este artículo argumentaré que la idea de que el presidente puede justificar acciones contrarias a la ley apelando a su autoridad moral es insostenible.
Una aclaración preliminar es importante. No me interesa enfocarme aquí en la naturaleza del reportaje del NY Times; coincido con quienes se han mostrado profundamente decepcionados por su rigor y su timing. Tampoco me centraré en la exhibición y posterior crucifixión a su autora en los medios públicos y afines al presidente; estoy de acuerdo con quienes han señalado que la respuesta oficial constituye un acto vengativo repudiable.
Mi único objetivo aquí es mostrar que no tiene sentido justificar violaciones a alguna ley apelando a la autoridad moral del actual –o de cualquier otro– presidente.
Empecemos notando que la autoridad moral de una persona se basa en un comportamiento consistentemente apegado a ciertos valores éticos. Es precisamente este comportamiento lo que hace a una persona ser considerada digna de ser emulada o un referente.
A diferencia de la autoridad formal, la autoridad moral de una persona se deriva de su ejemplaridad convincente, no de imposiciones o, mucho menos, de la fuerza. Y esto aplica para la autoridad moral de cualquier presidente.
Pero hablar de la autoridad moral de un presidente es más complicado de lo que parece. Por principio de cuentas, la autoridad moral es relativa.
Por ejemplo, es relativa en lo que respecta a sus dominios; alguien puede tener una bien ganada autoridad moral como académica, pero un pésimo comportamiento con respecto a su pareja. También lo es con respecto al tiempo; alguien puede ser autoridad moral en un dominio “x” durante años o décadas para luego dejar de serlo. Este es el caso de muchos periodistas antes defensores de la crítica sin concesiones al poder, pero que ahora lo solapan sin reservas.
El hecho de que la autoridad moral es relativa es claramente un serio obstáculo para la posibilidad de que ésta justifique las acciones contrarias a la ley del presidente. Del hecho de que AMLO tuviera autoridad moral como luchador social no se seguiría que tenga autoridad moral como presidente, y de una posible autoridad moral en 1994 no se seguiría su autoridad moral en 2024. La autoridad moral de un presidente se gana todos los días en su desempeño como presidente y aplica única y exclusivamente a su rol de presidente.
Desde luego, para un buen número de personas lo anterior no es problemático porque piensan que AMLO tiene autoridad moral, aquí y ahora, como presidente.
El problema con este planteamiento es que, incluso si se acepta que Andrés Manuel López Obrador tiene más autoridad moral como presidente que sus antecesores (por desgracia, la vara es muy baja), esto no significa que sea moralmente perfecto.
Y es que Incluso quienes apoyan a AMLO pueden reconocer aspectos cuestionables o indignos de ser emulados en su papel como presidente. Ejemplos de anterior son su falta de transparencia, la lapidación a periodistas de izquierda independientes, la utilización del ejército para desempeñar tareas civiles, que el SPR se haya convertido en un brazo propagandístico, el uso discrecional de la justicia o la impunidad sin restricciones para cualquiera que se sume a su proyecto.
En sí mismas, las conductas anteriores son moralmente reprobables y distan mucho de ser ejemplares en un presidente. Lo que suele alegarse como respuesta a esta objeción es que el fin justifica los medios, y que los fines buenos de AMLO justifican entonces sus más cuestionables métodos.
Desde esta óptica, ejecutadas por personajes con fines nefastos –como Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón– acciones como las mencionadas arriba son inmorales, pero cuando son realizadas por alguien con fines loables –como AMLO– entonces son moralmente correctas.
Hay, sin embargo, un serio problema con este tipo de razonamiento. Dado que la mente humana es inescrutable, la única forma de estimar cuáles son los fines de un presidente es a través de los hechos. Esto significa que, si los hechos de un presidente “x” y de un presidente “y” son los mismos, no tenemos elementos para suponer que sus fines son distintos. Como es bien sabido, el discurso político aguanta todo y a las palabras de un gobernante sin acciones que las respalden se las suele llevar el viento.
Pero supongamos que somos capaces de leer mentes y que en la de nuestro presidente hemos leído que sus fines siempre son buenos; es decir, que AMLO es un hombre moralmente irreprochable como presidente. ¿Justificaría esto su violación a ciertas leyes?
Para responder a esta pregunta vale la pena recurrir a una adaptación del dilema de Eutifrón, desarrollado originalmente por Platón en uno de sus diálogos. Quienes piensan que AMLO es moralmente irreprochable como presidente tienen dos opciones sobre la mesa:
Son las acciones de nuestro presidente morales porque las ejecuta AMLO
o
Como presidente AMLO ejecuta sus acciones porque éstas son morales.
Si toman el cuerno (a) y aceptan que las acciones del presidente son morales porque las ejecuta AMLO, entonces tendríamos que aceptar una conclusión indeseable: acciones como hacer acuerdos con personas corruptas o arruinar carreras deben ser consideradas moralmente correctas.
Pero si se van por el cuerno (b) y asumen que AMLO ejecuta sus acciones como presidente porque éstas son morales, entonces tendríamos que aceptar que hay algo más allá de sus buenas intenciones que hace morales o inmorales sus acciones como presidente. La pregunta es: ¿qué es ese “algo”?
Claramente no puede ser un texto sagrado, pues estos no contienen lineamientos específicos relevantes para este caso y –por fortuna– vivimos en un Estado laico. Tampoco pueden ser la tradición, pues el único referente sería lo que se les ha aceptado a otros presidentes (incluyendo actos francamente despreciables). En realidad, la moralidad de las acciones de un presidente está fundada en una serie de lineamientos plasmados por el pueblo, a través de sus representantes, en las leyes vigentes.
La moralidad de los actos de un presidente como presidente sólo puede derivarse de la consistencia de estos actos con lo establecido en las leyes que a su posición son aplicables. Es por ello que, incluso si se le apoya radicalmente, no tiene sentido justificar violaciones a alguna ley apelando a la autoridad moral del presidente.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido
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