Covid19
Persistencia y metamorfosis de lo sagrado
s iglesias, capillas y mezquitas se volvieron testigos mudos y lugares prohibidos que contradecían un tipo de religiosidad congregacional. Paradójico: los lugares sagrados se convirtieron en territorios de peligro, en zonas maldecidas.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–La imagen fue impresionante el 27 de marzo de 2020. Debido a las restricciones por covid-19, el Papa solitario recorre la plaza de San Pedro, lluviosa y deshabitada. Bajo una atmósfera gris sólo se escuchan los pasos de Francisco. Esa imagen icónica apesadumbró el fervor de millones de creyentes. Su bendición Urbi et orbi del domingo de Pascua la dio bajo una atmósfera devastadora. La pandemia arrasaba todo, el mundo parecía venirse abajo. La economía, el comercio, toda la vida cotidiana fueron trastocados bajo el imperio del confinamiento de una larga cuarentena.
Las Iglesias y las grandes religiones no escaparon al estremecimiento civilizatorio que representó la pandemia. Los grandes templos y las catedrales se convirtieron en monumentos de soledad, focos de contagio. Las iglesias, capillas y mezquitas se volvieron testigos mudos y lugares prohibidos que contradecían un tipo de religiosidad congregacional. Paradójico: los lugares sagrados se convirtieron en territorios de peligro, en zonas maldecidas.
En México murieron por covid-19 más de 300 sacerdotes, incluidos seis obispos. Ante la falta de servicios religiosos muchas iglesias y diócesis entraron en severas crisis económicas. Hay una nueva paradoja, pues ante la incertidumbre de la afección, creció la demanda espiritual. Al no ser satisfecha por los métodos tradicionales surgieron las redes como método paliativo. La religiosidad popular sufrió severos ajustes. Los eventos masivos se modificaron, como la Semana Santa en Iztapalapa y los tradicionales festejos guadalupanos. El uso del Internet fue una alternativa. ¿YouTube podría haberse convertido en un nuevo espacio sagrado?
Recordemos cómo las corrientes cristianas extremistas dieron rienda suelta a su oscurantismo. Exaltaron visiones escatológicas y apocalípticas. Glorificaron los sentimientos de culpa sobre la amenaza de extinción de la humanidad. Era el fin del tiempo y del mundo, el eschaton, previsto en las religiones abrahámicas, que supone una transformación hacia la redención final.
¿Qué ha pasado con la religión? Una vez superado el pico sanitario de la crisis, ¿cómo han quedado las religiones y sus Iglesias? Para iniciar, al parecer la pandemia no afectó la adhesión ni el tipo de pertenencia de fe de las personas. En diversas encuestas, los adultos informaron que su afiliación religiosa hoy no es diferente de la que tenían antes de la pandemia. De hecho, diversos estudios en Estados Unidos, Francia e Italia mostraron que la experiencia de la pandemia puede incluso haber fortalecido su fe religiosa. Por ejemplo, en abril de 2020 el centro de investigación Pew de Estados Unidos informó que una cuarta parte de los adultos norteamericanos dijo que su fe se robusteció tras el brote de covid-19.
Algunos creyentes demandaron endurecer las medidas de prevención sanitaria, para justificar su postura recurrieron a la argumentación teológica. En la religión, en tiempos de pandemia, se buscaba un orden social más rígido. Michele Gelfand, de la Universidad de Stanford en California, ha argumentado durante mucho tiempo que las normas de la sociedad se aprietan en respuesta a amenazas ambientales como enfermedades, hambrunas y peligros naturales que requieren un comportamiento compartido y cooperación a gran escala.
Diversas posturas de cristianos, como en la Edad Media, apelan a la religión en tiempos de plaga y amenazas. Jeanet Bentzen, de la Universidad de Copenhague, Dinamarca, investigó en Google textos de oración en 107 países. El resultado fue un considerable aumento en la intensidad de las oraciones en los primeros meses de la pandemia de covid-19.
Uno de las polémicas recurrentes en el pensamiento secular, es lo sagrado. Los fetiches religiosos, las religiosidades populares, los santos y vírgenes se rejuvenecen. Lejos de morir lo sagrado se transforma y se renueva, muchas veces con más fuerza. En México tenemos los casos de la devoción popular guadalupana. Se opera un resurgimiento de lo mágico y de las religiones populares.
En abril de 2020 se le preguntó al presidente López Obrador cómo se protegía del covid-19. En el contexto de “la mañanera”, respondió: “Éstos son mis guardaespaldas”, tras sacar de su cartera dos “Detente del Sagrado Corazón de Jesús” y al día siguiente mostró talismanes como un trébol de cuatro hojas. El cielo se le vino encima de críticas y reproches de juiciosos y reconocidos intelectuales en la prensa nacional. Le reprocharon ser un mandatario milagrero, providencialista con una actitud arcaica y pensamiento mágico; postura poco digna de un jefe de Estado. Sin embargo, los interlocutores no eran ellos, ni mucho menos la intelectualidad, sino el pueblo. Los sectores marginales excluido de los servicios del Estado. El pueblo carente de toda atención médica, 50% de la población mexicana se encuentra así. Y recurre a la protección divina para su salvación. AMLO ha sido muy hábil para expresarse con símbolos como contraseña comunicativa, visual y axiomática para una comunidad que comparte significados. Es decir, el pueblo mexicano tradicional y religioso. Los símbolos como recurso cognoscitivo pueden convertirse en mecanismos no sólo de persuasión social, sino de afianzamiento de la empatía y solvencia.
El resurgimiento, o al menos la nueva visibilidad del fenómeno religioso, ha venido a demoler, en los últimos años, la imagen de una secularización suave, lineal e irreversible. Escenarios de laicismo e ideologías laicistas parecían firmemente ancladas en una modernidad conquistadora que, irradiando desde Occidente, acabaría imponiéndose a escala mundial por abatir los sentimientos religiosos o empacarlos en el clóset de lo privado. Sin embargo, los acontecimientos recientes, en los que resalta el espectacular despertar del islam, proporcionan, si no una negación, al menos las razones para cuestionar esta visión demasiado simplista. El término “des- secularización” ha aparecido entre sociólogos, antropólogos e historiadores.
Es costumbre definir la secularización como el proceso por el cual la religión pierde gradualmente su influencia en la sociedad; al mismo tiempo la religión se encuentra cada vez más relegada al ámbito de la vida privada, mientras que nuevos tipos de instituciones se desarrollan fuera de ella. Hemos notado, sin embargo, que la noción de “religión” y tal vez incluso la de “vida privada” no se pueden transponer fácilmente de una sociedad a otra. Sin mencionar que, en varias regiones del planeta, son las creencias seculares las que se encuentran recluidas en el ámbito privado mientras que la religión se exhibe y se impone en el espacio público. La pandemia abre un nuevo capítulo de observación.