Opinión
Chiapas, frontera sur y crimen organizado: El tercer pasajero
El crimen organizado es el tercer pasajero que ha tomado el control del tren y ahora avanza sobre todo el sistema ferroviario. El narcotráfico y el tráfico de personas son su prioridad y base gigantesca de sus ganancias, pero no únicamente.Desde hace años Chiapas y la frontera sur mexicana tienen un rol estratégico para la nación y su desarrollo debido a sus sociedades, culturas y economías, como también a causa de procesos internacionales que inciden sobre su espacio, como es la movilidad humana irregular y la influencia de los Estados Unidos sobre la región. Para propósitos de análisis, separemos los determinantes del desarrollo regional en dos tendencias: los internos, los propios de la región y, de otra parte, los externos, los que llegan por factores ajenos.
Desde la mirada interna, el desarrollo de la región chiapaneca –especialmente la ubicada en la frontera con Guatemala– ha evolucionado por años ligada al vecino del sur, basada inicialmente en ancestrales culturas y pueblos indígenas y, después, articulada por una economía agropecuaria del lado mexicano que demandó numerosa fuerza laboral guatemalteca, creando una potente movilidad circular parecida a la que tenemos los mexicanos en la frontera con Estados Unidos.
El trabajo de personas de Guatemala en México ha sido una práctica de décadas, escasamente regulada a pesar de sus importantes dimensiones; hasta la fecha es base de la economía del sur de Chiapas y de su exitosa producción de café y frutales, particularmente. Junto con el comercio transfronterizo, el mercado laboral es decisivo para el conjunto de la economía regional y para las diversas vías que tejen cotidianamente las relaciones locales entre ambos países.
En términos generales, dicho con los matices necesarios, el desarrollo de la región fronteriza chiapaneca ha dependido de las interacciones con Guatemala, que se extienden más allá del mercado laboral y del comercio local. Desde hace tiempo es una necesidad nacional y regional construir una visión estratégica y políticas públicas que potencien su desarrollo, corrijan desigualdades y beneficien las condiciones de vida a ambos lados de la frontera. En la década de los sesenta del siglo pasado, el Estado mexicano implementó un conjunto de iniciativas comerciales, fiscales e importantes inversiones públicas como parte del Programa Nacional Fronterizo, impactando en el corto y largo plazo el destino de las mayores ciudades del norte. Hoy es fundamental volver a esa experiencia y capacidades teniendo en la mirada a la frontera sur y a Chiapas en particular.
Pero ¿es posible hacerlo? Lamentablemente, la respuesta es que cada vez resulta menos viable.
Primero, porque en la comprensión de Chiapas y de la frontera sur por parte del gobierno federal domina la contención migratoria como objetivo central y eso define sus prioridades. No es la región por sí misma, con base en sus sociedades y potencialidades. Tampoco es mejorar las interacciones con Guatemala y construir un desarrollo regional de beneficios compartidos; el tema central es otro.
Segundo, porque para Estados Unidos la contención fronteriza en el sur de México y, en algún momento, el combate al narcotráfico y asuntos relacionados con su seguridad nacional, fueron factores para presionar al gobierno mexicano a que se alineara con esas prioridades. La consecuencia ha sido, nuevamente, no comprender a la región por sí misma sino en función de actores y escenarios externos.
El tercer factor que progresivamente diluye la posibilidad de una estrategia y políticas de desarrollo para la región fronteriza de Chiapas (y de la frontera sur, en conjunto) es la presencia y predominio de las organizaciones del narcotráfico y tráfico de personas. No se trata de algún actor marginal, ni de influencia circunstancial, ni de una presencia discreta. Todo lo contrario. En los últimos años se ha convertido en una referencia central, si no es que predominante en la vida social del estado, particularmente en la región sur. Cuando estas poderosas organizaciones son las que deciden en los mercados públicos qué, quién y cómo se comercia, el panorama cambia radicalmente. Cuando son esas organizaciones las que deciden quién y cuándo es posible ingresar o salir de alguna comunidad, significa que las normas sociales tienen un dueño. Cuando el “cobro de piso” es práctica generalizada (por cierto, debiera ser deducible de impuestos), los ejes del poder institucional en realidad tienen otros poseedores.
El crimen organizado es el tercer pasajero que ha tomado el control del tren y ahora avanza sobre todo el sistema ferroviario. El narcotráfico y el tráfico de personas son su prioridad y base gigantesca de sus ganancias, pero no únicamente. El predominio territorial y las actividades económicas e incluso sociales son también materia para absorber, como pulpo insaciable que se sabe completamente impune. Cada vez más es el verdadero poder, desplazando en los hechos a las entidades locales, estatales e incluso federales que nominalmente regulan la vida pública en Chiapas.
Hacia las organizaciones criminales, todo parece indicar que la política del gobierno sigue la máxima neoliberal de laissez faire, laissez passer: “dejar hacer, dejar pasar”, con abrazos de complemento. Además de tener como resultado a sociedades temerosas, sometidas, explotadas, de manera paralela la consecuencia es un Estado en retirada, con capacidades diluidas en la misma escala como crece el poder del pulpo maligno.
En estas condiciones, particularmente graves en el estado de Chiapas (como en otros), la pregunta es si es viable un eventual Programa Nacional Fronterizo que cambie el rumbo de la frontera sur. En principio, para el Estado resulta difícil siquiera pensarlo en sus efectivas dimensiones y complejidad. Más difícil implementarlo ante la dilución de las capacidades institucionales y el predominio del tercer pasajero.
La extraordinaria belleza de Chiapas –proyectada en sus culturas, geografía, ambiente e historia– enfrenta hoy una dinámica de severo deterioro que lamentablemente es invisible o inexistente para la élite política. Habrá elecciones el próximo año para elegir nuevos titulares en el gobierno estatal, congreso y ayuntamientos. Se renovarán también los poderes federales. Sin duda, el tercer pasajero será un actor influyente, como actualmente lo hace sobre la vida de cientos de miles de personas, economía y control fronterizo para sus tráficos. ¿Es así la nueva normalidad? ¿Simplemente hay que asumirlo y punto? Son preguntas para la conciencia pública y para lo que perviva de ética y responsabilidad en la clase política nacional y en las instituciones del Estado.
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*Profesor del PUED/UNAM. Excomisionado del INM.