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Niñez migrante: rostro de nuestras crisis

En todos los aspectos, el tránsito de niños y niñas de suyo es una problemática humana delicadísima que amerita el mayor de los esfuerzos gubernamentales y de la sociedad civil dirigidos a su protección.
martes, 7 de junio de 2022 · 08:30

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– La niñez migrante no acompañada es la población en movimiento desde México y en tránsito por nuestro país bajo las situaciones más vulnerables y dramáticas. De entrada, encontrarse fuera de un hogar, sin el contacto inmediato con padre, madre o familiar cercano; transitar por lugares desconocidos y en condiciones de alto riesgo, utilizando transportes que amontonan personas en forma inhu­mana; carecer de sitios donde comer, dormir o asearse sin la angustia y amenazas del contexto, entre otros rudos aspectos del tránsito, son condiciones que explican que las niñas y niños migrantes se encuentren en un escenario de extraordinaria amenaza, cursando una experiencia que marcará su vida para siempre.

Más aguda es su vulnerabilidad si se trata de niñez extranjera; más aún si se trata de niñas o de indígenas. En todos los aspectos, el tránsito de niños y niñas de suyo es una problemática humana delicadísima que amerita el mayor de los esfuerzos gubernamentales y de la sociedad civil dirigidos a su protección. Pero la realidad es que hacemos muy poco por atender seriamente tan grave desafío humano.

Es un hecho que grandes números de niñas y niños no acompañados transitan a lo largo del país, en su mayoría procedentes de Guatemala, Honduras y El Salvador. Otros más, también con números importantes, proceden de regiones mexicanas con conocidas problemáticas sociales, como en especial sucede en los estados de Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Puebla y Zacatecas.

Desde la perspectiva del marco jurídico vigente, la niñez migrante en su conjunto es tajantemente expropiada de los derechos más elementales, particularmente la no acompañada. El derecho a la familia y a un espacio sano y propicio para una vida adecuada y libre de violencia; el derecho a la alimentación, vestido, vivienda, servicios básicos, educación, salud y recreación, entre otros, son derechos de facto conculcados para la niñez migrante. Imposible ejercerlos, ni siquiera parcialmente durante el tránsito migratorio y quién sabe si puedan lograrlo en el destino. La incertidumbre, los riesgos, la migración y la vida, en su sentido más elemental, se mezclan como una sola realidad durante el tránsito migrante.

Son diversos los factores que determinan la migración no acompañada de la niñez. Pero en cualquier caso algo verdaderamente grave debe estar sucediendo en los espacios de origen para que esa migración pueda suceder, especialmente considerando las evidentes amenazas durante el tránsito que son de todo tipo y nada menores. Por este motivo y dicho en términos generales, entre más graves sean las condiciones sociales en los lugares de origen, cuanto más probable es la emigración no acompañada de su niñez. Se trata así de un claro y duro indicador sobre panoramas sociales extremos, que hacemos muy mal en ignorar.

Conforme a la estadística de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, el número de niñas y niños arribando solos a este país se ha multiplicado más de cinco veces entre octubre de 2017 y abril de 2022. De una cifra algo superior a 2 mil “encuentros” mensuales, los últimos datos registran más de 12 mil casos. Durante el periodo aludido, además, hubo meses con cerca de 19 mil “encuentros”, en marzo, julio y agosto de 2021. De ese tamaño es la gravísima situación, que no encuentra solución a la vista y que fluye entre las severas barreras que enfrenta la migración infantil y adolescente. A la anterior estadística debe sumarse la cifra de detenciones y “canalizaciones” que en México realiza el INM de niñas y niños no acompañados, que regularmente terminan repatriados a sus países de origen, en los casos de extranjeros.

En nuestra región, son dos países los que tienen el mayor número de niños y adolescentes migrantes no acompañados: Guatemala y México. Ambos padeciendo agudas problemáticas sociales, determinantes del flujo infantil en esas inaceptables condiciones. El promedio mensual de arribos a la frontera sur de Estados Unidos, entre enero y abril de 2022, es de más de 4 mil 500 niñas y niños en el caso de Guatemala. En cuanto a México, el promedio mensual es de más de 2 mil 600 en el mismo periodo. Ambos países componen 61% del total de la niñez migrante que llega a Estados Unidos. La niñez hondureña agrega otro 22%.

El complejo y duro escenario de la niñez migrante no acompañada –que debe comprenderse persona por persona, rostro por rostro, mirada por mirada– requiere añadir la experiencia de un tránsito en donde intervienen traficantes de personas. La condición “no acompañada” de la niñez migrante no sucede estrictamente conforme al término: un amplio número de casos, probablemente la mayoría, son objeto de explotación por organizaciones criminales y por las redes de complicidad que instrumentan al flujo migrante. Por este motivo, con gran facilidad lo crudo puede convertirse en cruel para la niñez en tránsito.

¿No es tiempo de reconocer que la migración de la niñez es un asunto vital, fundamental, de urgente y prioritaria atención? ¿O simplemente se suma a lo que no se observa y que por lo mismo no se atiende, ni se asumen responsabilidades? Es relativamente sencillo identificar los lugares precisos de origen de esos flujos migrantes y, sobre esa base, implementar las acciones de protección y prevención necesarias. Sólo se requiere voluntad política y compromiso genuino con las niñas y niños que seguramente no tuvieron en su horizonte migrar, menos en condiciones literalmente traumáticas. En primera instancia, los gobiernos de México y Guatemala tienen la responsabilidad más importante en la construcción de soluciones efectivas que protejan a la niñez… con independencia de sus preocupaciones de coyuntura, como si asisten o no a la Cumbre de las Américas, por ejemplo; lo mismo vale para Honduras.

Para el caso de México, el Inegi recientemente informó que “por motivos asociados al covid-19 o por falta de dinero o recursos ‘no se inscribieron 5.2 millones de personas’ (9.6% del total de tres a 29 años) al ciclo escolar 2020-2021”. Por aquí seguramente está ubicada la niñez migrante no acompañada. Como puede inferirse del alarmante dato, nuestras crisis sociales se expresan simultáneas en diferentes ámbitos públicos y abarcan, sin duda, a los rostros de las niñas y niños tallados por las heridas de la migración y su viacrucis. 

*Profesor PUED/UNAM, excomisionado del INM

Este análisis forma parte del número 2379 de la edición impresa de Proceso, publicado el 5 de junio de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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