Opinión
Desigualdades y mujeres: datos y rutas
En México, mujeres y niñas enfrentamos mayores niveles de discriminación estructural, pues desde diversos espacios y contextos se reproducen los desafíos de exclusión y marginación.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Esta semana las mujeres del mundo y de México conmemoramos un 8 de marzo más. En los medios de comunicación, las redes sociales, las llamadas de las amigas para asegurarse que llegamos bien a la casa después de la marcha, se da testimonio del avance que, a pesar de las enormes desigualdades que enfrentamos las mujeres en este país, seguimos apostando por diferentes rutas, todas ellas políticas, para lograr lo que históricamente se nos ha negado: la igualdad.
Como en todas las generalizaciones, vale la pena precisar que no todas tenemos las mismas circunstancias y tampoco las mismas oportunidades de saltar a una tabla salvavidas; es decir, no todas las vidas de las mujeres importan de igual manera para nuestras sociedades y, sin duda, eso genera una profunda asimetría de poder, incluso entre nosotras mismas.
Uno de los desafíos globales que retóricamente los Estados y las agencias internacionales de desarrollo han asumido ha sido lograr la igualdad y erradicar la discriminación de las mujeres. En México, mujeres y niñas enfrentamos mayores niveles de discriminación estructural, pues desde diversos espacios y contextos se reproducen los desafíos de exclusión y marginación.
Ser mujer y ser indígena o mujer racializada implica una doble discriminación: por género y por origen étnico o racial. Además, la mayoría de las mujeres en el país vive en condiciones de precariedad y pobreza, lo que nos impone una tercera discriminación: la económica.
Esta realidad se ha documentado incansablemente desde instituciones tanto nacionales como internacionales, lo cual hace inaceptable la narrativa que sostiene que nos “quejamos”, que “exageramos” y que “somos histéricas”. Más bien somos hoy, más que nunca, históricamente conscientes de que se nos ha violentado en todos los espacios y en todos los sentidos posibles, destinándonos a una desigualdad de hecho y de derechos.
Los datos sobre las desigualdades en las mujeres son abrumadores. Advierto aquí algunos, sólo para dar cuenta de esta realidad contundente: según datos del Fondo de Población de la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo había en 2021 un estimado de 7 mil 875 millones de personas.
Asimismo, según datos del Banco Mundial, hasta el año 2020 la población de mujeres fue de 3 mil 847 millones, frente a 3 mil 912 millones de hombres. Lo que equivale a 49.5% y 50.4%, respectivamente (1). De ese 49.5% de mujeres sólo 25.6% tiene protección social amplia (2). Las proyecciones para 2021 indican que 47 millones de mujeres y niñas en todo el mundo vivirán en pobreza extrema. Y, entre lo más alarmante y doloroso, 30% de las mujeres jóvenes no trabaja, no estudia ni recibe algún tipo de capacitación.
En México, mientras siete de cada 10 hombres participan en la economía, sólo cuatro de cada 10 mujeres lo hacen (3). La tasa de participación económica de las mujeres ha oscilado entre 40% y 45% en los últimos 17 años. De acuerdo con el Censo de Población del INEGI de 2020, en México hay 64 millones 540 mil 634 mujeres, que componen 51.2% de la población total.
La brecha de género en la carga total de trabajo (remunerado y no remunerado) es de 13.4 horas semanales en promedio. La mayor carga de trabajo para las mujeres se refleja en menor disposición de tiempo libre: en promedio, 4.2 horas a la semana.
Este dato significa que, en general, sólo tenemos 4.2 horas libres a la semana; 4.2 horas para nosotras, para no cuidar, para no trabajar, para leer, para estudiar, para ir a la médica, para hacer lo que queramos.
Esto se reduce aún más si pensamos en la situación de las mujeres indígenas o racializadas. Sobre este sector hay datos muy reveladores: 46.7% de las mujeres indígenas está en rezago educativo, sólo 0.1% tiene acceso a la salud, 79.7% carece de acceso a la seguridad social, 32.2% carece de calidad y espacios de vivienda, 66.5% carece de servicios básicos, 33.5% carece de acceso a la alimentación y 31% fue víctimas de algún tipo de violencia.
Si leemos en voz alta todos estos “datos duros”, si quien esto lee lo hace desde el costo que la desigualdad tiene en la vida diaria de las mujeres, quizá pueda entender mejor la indignación que se expresa todos los días, en todos lados, y pueda entender también que es urgente que dejen de minimizarnos, de invisibilizar la gravedad de la desigualdad.
Frente a esta dura y adversa realidad, las mujeres estamos construyendo alternativas: estrategias de defensa y exigencia, en redes nacionales e internacionales, de defensa de derechos humanos y laborales, por el acceso a la tierra, a la vivienda, a un salario digno, a una vida libre de violencia y a una vida digna.
Una ruta que también estamos construyendo es desde los derechos humanos, específicamente los derechos económicos, sociales y culturales de las mujeres, que nos ofrecen una plataforma política al exigirlos, tanto al Estado como al poder empresarial. Las mujeres nos estamos organizando colectivamente. Eso sin duda causa un agravio mayor al poder, que se ha sostenido a partir del sometimiento y la subordinacion y que pretende seguir normalizando esta barbarie.
Nuestra apuesta ahora es por construir comunidad entre nosotras y enfrentar las desigualdades, por estructurales e invencibles que parezcan. Nuestra apuesta es por fortalecer en nosotras mismas la esperanza colectiva que significa el amor por nuestras vidas.
* Directora Ejecutiva y fundadora de ProDESC (Pro Derechos Económicos, Sociales y Culturales).
1. Ver https://datos.bancomundial.org/indica tor/SP.POP.TOTL.MA.ZS
2. Naciones Unidas, Junta Ejecutiva de la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres, “Plan Estratégico para 2022-2025”, julio 2021.
3. Chávez Ingrid, García Fernanda y Ruiz Teresa, “Mujeres en la economía. #8M2020. Datos con lupa de género”. Instituto Mexicano para la Competitividad, AC. (IMCO), 8 de marzo 2022.