Afganistán
"América está de regreso", lecciones desde Afganistán
Las declaraciones de los representantes y senadores republicanos no dejan lugar a dudas sobre cómo se utilizarán los acontecimientos en Afganistán para desprestigiar a Biden.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El objetivo central del presidente Joe Biden en política exterior ha sido remediar muchos de los errores cometidos por su antecesor, Donald Trump. El distanciamiento de los aliados tradicionales, el desconocimiento de los foros multilaterales, el abandono de los acuerdos de París en materia de cambio climático, la simpatía por gobiernos dictatoriales, el discurso agresivo hacia los migrantes provenientes de la frontera sur de Estados Unidos fueron, entre otros, los errores más visibles que urge corregir.
La nueva era de la política exterior estadunidense vino acompañada de un orgulloso anuncio: “América está de regreso”. Esa determinación, acompañada por la designación de profesionales de la política exterior en el Departamento de Estado, produjo un suspiro de alivio en la mayoría de miembros de la comunidad internacional.
Sin embargo, a medida que la acción de Biden avanza reaparecen nubarrones en el horizonte. Las necesidades de política interna, en la que se califican negativamente sus acciones para el control de la frontera sur, ha llevado a distorsionar su fijación de prioridades en la relación con México; la región de América Latina se siente desatendida; la contribución de Estados Unidos a la vacunación universal no ha tenido la dimensión que se esperaba.
Con tales antecedentes, la crisis de Afganistán hace sonar más fuerte las alarmas respecto del papel que desempeña Estados Unidos en el mundo. ¿Hasta dónde hay la voluntad de asumir las responsabilidades que corresponden a un líder mundial? ¿Qué lecciones deja la experiencia de 20 años en un país de alto valor estratégico, como Afganistán?
El discurso pronunciado por Biden el lunes 16 sorprendió por la manera distante con que se refirió a la crisis provocada por el rápido avance de los talibanes que, en 10 días, lograron derrotar a los 300 mil miembros de las fuerzas armadas del gobierno instalado con el apoyo de Estados Unidos en 2001.
La toma de la capital, Kabul, evidenció, por una parte, la futilidad del esfuerzo que se llevó a cabo para formar un ejército afgano capaz de mantener a raya a los grupos talibanes. Por otra parte, permite tomar conciencia de la ausencia, por parte del gobierno de Biden, de una estrategia de salida para proteger la vida del personal estadunidense –diplomáticos, organizaciones no gubernamentales, periodistas– trabajando en Afganistán, así como a los miles de ciudadanos afganos que colaboraron directamente con la embajada y con el gobierno de Ashraf Ghani, cuyas vidas están seriamente en peligro.
Según la narrativa de Biden, la presencia en Afganistán tenía un único propósito: evitar ataques terroristas en el territorio de Estados Unidos. Cabe señalar que eso se logró, en gran medida, con la detención y muerte de Osama Bin Laden en Pakistán, bajo el gobierno de Obama. A partir de entonces, el temor al terrorismo proveniente de Asia ocupa un lugar secundario en las preocupaciones de Washington. El objetivo es, entonces, completar la salida de las tropas americanas que quedaban en Afganistán; poner fin a una guerra que tiene muy poca popularidad entre la población estadunidense, demócrata y republicana.
En la lectura anterior no están presentes las consecuencias que tiene para los habitantes de Afganistán, principalmente las mujeres, la llegada de un grupo gobernante conocido por su ferocidad, la violación flagrante de los derechos humanos, su participación en el tráfico de drogas, etcétera. Tampoco se ha considerado el costo que su llegada tendrá en las corrientes migratorias que sin duda se intensificarán hacia los países cercanos y hacia Europa.
Al ignorar esos aspectos de la crisis, la visión sobre el papel de Estados Unidos en el mundo que proyecta Biden provoca desilusión e inquietud. En primer lugar no se otorga atención a una reflexión necesaria sobre las fallas y omisiones que acompañaron 20 años de ocupación en ese país. Desde el punto de vista militar, el gasto de billones de dólares para organizar un ejército que cedió las plazas sin combatir, no merece, únicamente, condenar la poca responsabilidad de los afganos. ¿Cuáles eran los informes que se entregaban al Congreso estadunidense para justificar el presupuesto que se asignaba anualmente? ¿Por qué, poco tiempo antes de la toma de Kabul, los servicios de inteligencia militar estadunidense le aseguraban a Biden que tomaría meses la ocupación completa del territorio por parte de los talibanes? Al parecer estaban mucho mejor informados estos últimos que el gobierno de Estados Unidos.
En segundo lugar, después de 20 años de presencia militar y relaciones cordiales con el gobierno de Ghani, Estados Unidos dejó una huella en la cultura y los valores de la sociedad afgana. Lo importante es preguntarse hasta dónde penetró esa influencia. Es posible que se circunscribiera a las zonas urbanas más desarrolladas, descuidando los centros más tradicionales en los que la corrupción del gobierno (que nunca se pudo corregir) y las creencias religiosas tradicionales mantuvieron vivo el apoyo a los talibanes.
Conocer la sociedad en que se está operando es fundamental para alguien que, al declarar “América está de regreso”, se percibe a sí mismo como un líder mundial. Vista así, la experiencia en Afganistán no abona a la credibilidad del liderazgo que pretende encabezar Biden.
Los costos de lo que ocurre en ese país se resentirán en la política interna estadunidense. Las declaraciones de los representantes y senadores republicanos no dejan lugar a dudas sobre cómo se utilizarán los acontecimientos en Afganistán para desprestigiar a Biden. Se le señala como el responsable principal del avance talibán, como el responsable de haber abandonado a los aliados afganos, como el responsable de no haber protegido la vida de los ciudadanos estadunidenses. Difícil predecir hasta dónde este asunto de política exterior afectará las elecciones intermedias de 2022. Mucho dependerá de cómo se desarrollen los acontecimientos en los próximos días y el grado en que las críticas a la acción estadunidense se intensifiquen.
La repercusión en el ámbito internacional es evidente. Desde las Naciones Unidas se ha convocado al Consejo de Seguridad desde donde se enfatiza el peligro de una crisis humanitaria en Afganistán, cuya principal manifestación serían los derechos humanos de mujeres y niñas.
¿Cómo se interpreta, después de la crisis en Afganistán, el triunfalismo de la declaración: América está de regreso?