La amenaza de Trump, el Super Bowl y la despolitización de la sociedad mexicana
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El domingo 5 de febrero, a las 16:00 horas, tiempo de la costa este de Estados Unidos, la cadena de televisión Fox transmitió una entrevista con el presidente Donald Trump como parte de su show previo al juego anual del Super Bowl de futbol americano.
El contenido de esa entrevista, que debió alarmar a todos los que tuvieron oportunidad de observarla mientras esperaban el juego, tuvo una mínima repercusión en los medios mexicanos a pesar de que sí fue motivo de asombro en Estados Unidos. La diferencia entre nuestra percepción y las reacciones estadunidenses debe pensarse con cuidado por sus peligrosas implicaciones geopolíticas para nuestro presente y futuro inmediato.
Trump decidió seguir con una tradición iniciada por el presidente Barack Obama, quien desde 2009 concedió entrevistas antes de cada Super Bowl con una enorme teleaudiencia. Pero a diferencia del frecuente tono mesurado y conciliador de Obama, las declaraciones de Trump debieron causar en México una conmoción política nacional. En cambio, pasaron inadvertidas por un público mexicano dócil y despolitizado que prefirió aplaudir emocionado por un partido disputado entre dos equipos que simbolizan puntualmente el estado político actual del vecino país del norte: los Patriotas de Nueva Inglaterra y los Halcones de Atlanta.
La elocuencia involuntaria de ese partido no podría haber sido más pertinente. Como se sabe, se llama “halcones” a los funcionarios de gobierno estadunidense propensos a políticas de guerra, mientras que para el ala conservadora que ahora controla la Presidencia y el Congreso de ese país, ser “patriota” se corresponde plenamente con el sentimiento anti-inmigrante, nacionalista y supremacista de la mayoría blanca en el poder.
En tal contexto, la declaración más grave ocurrió a los tres minutos de haber comenzado la entrevista. El presentador de noticias Bill O’Reilly preguntó a Trump si había realmente amenazado al presidente de México Enrique Peña Nieto con enviar tropas estadunidenses para contener al narcotráfico. De acuerdo con información obtenida por separado por la periodista mexicana Dolia Estévez y la agencia de noticias AP, esa amenaza ocurrió durante una llamada telefónica que Trump y Peña sostuvieron el viernes 27 de enero. Según Estévez, el tono de Trump fue humillante y ofensivo.
“¿Dijo usted eso?”, preguntó O’Reilly. Trump respondió:
“Tenemos que hacer algo sobre los cárteles. Sí hablé con él (Peña Nieto) de ello. Quiero ayudarlo con eso. Creo que es un muy buen hombre. Tenemos una muy buena relación, como probablemente sabes. Él se mostró muy dispuesto a recibir ayuda de nosotros porque él tiene un problema y es un problema real para nosotros. No olvides que esos cárteles están operando en nuestro país y están envenenando a la juventud de nuestro país”.
Hay dos puntos extraordinarios en este intercambio que a mi juicio pasaron inadvertidos en la opinión pública de México. En primer lugar, Trump en ningún momento negó haber mencionado la posibilidad de enviar soldados estadunidenses para combatir al narcotráfico en México. Pero mientras que la Presidencia de México y la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) aseguraron que Trump y Peña Nieto nunca hablaron de eso, y menos en un tono ofensivo, la Casa Blanca optó por no hacer declaración oficial alguna hasta la entrevista de Trump. La respuesta de Trump tampoco disputó la veracidad de los dos reportes periodísticos que revelaron la amenaza.
En segundo lugar, y acaso todavía más grave, está la declaración de Trump sobre la supuesta disposición de Peña Nieto para recibir “ayuda” del gobierno estadunidense. Aquí la clave está en determinar a qué se refería Trump con “ayuda”.
No hay razón alguna para suponer que Trump no se refería realmente al envío de soldados estadunidenses para combatir al narco en territorio mexicano. En la era de continuas emergencias de seguridad nacional, desde el terrorismo hasta los ataques cibernéticos, Trump ha demostrado no tener empachos en emitir acciones inmediatas por muy controvertidas e incluso ilegales que puedan resultar. Además de la repudiada suspensión migratoria en contra de ciudadanos procedentes de siete países con mayoría musulmana, Trump firmó el pasado jueves 9 de febrero tres nuevas órdenes ejecutivas para atajar la crisis de criminalidad que según él aqueja todo el tejido social estadunidense.
Una de esas órdenes está diseñada para “romper la espalda de los cárteles criminales que se han propagado por toda nuestra nación y que están destruyendo la sangre de nuestros jóvenes”. Luego afirmó: “Una nueva era de justicia comienza y comienza ahora mismo”.
Un grupo de analistas designado por esta orden ejecutiva emitirá en 120 días un reporte sobre la escala del crimen organizado trasnacional y su penetración en Estados Unidos. Pero a pesar de que en 2015 hubo un incremento de 10.8% en la tasa de asesinatos, la violencia ha ido en realidad a la baja en los últimos veinte años y de hecho el índice de asesinatos actual representa menos de la mitad del registrado en la década de 1990, según reportó el periódico inglés The Guardian el mismo 9 de febrero.
Seguramente habrá quienes prefieran matizar las declaraciones de Trump recordando que durante la presidencia de Felipe Calderón el gobierno estadunidense “ayudó” al mexicano en su combate al narco por medio de la Iniciativa Mérida, un paquete de mil 600 millones de dólares en equipo y entrenamiento para las fuerzas armadas mexicanas. Pero incluso el reforzamiento de la Iniciativa Mérida resultaría devastador para la sociedad mexicana.
Como explica la periodista canadiense Dawn Paley, la Iniciativa Mérida fue uno de los medios que el gobierno estadunidense utilizó para ejercer su perniciosa dominación militarista en México. En su libro Drug War Capitalism, Paley explica que conforme México y Estados Unidos consolidaron la cooperación y el gasto público en materia de seguridad, “la violencia aumentó y los incidentes violentos se propagaron por todo México y el conteo de cadáveres comenzó a aumentar”.
Las declaraciones de Trump en la entrevista antes del juego acentuaron la dimensión contenciosa del Super Bowl, que tradicionalmente se celebra entre fuertes debates políticos. Este año esos debates fueron aún más agudos. Por un lado, estuvieron los anuncios de empresas que intervinieron en discusiones específicas, como el de Airbnb, el sitio de renta de casas y apartamentos para turistas, que celebró imágenes de diversidad racial y étnica para refutar el clima anti-inmigrante generado por Trump desde su campaña presidencial. El comercial más polémico, que de hecho fue censurado parcialmente, lo presentó la compañía 84 Lumber, el cual mostraba a una mujer hispana migrante y su hija en un difícil trayecto a la frontera entre México y Estados Unidos. Al llegar, se encuentran con un enorme muro que recién ha sido construido mientras ellas hacían el viaje. Pero la angustia pronto se disipa cuando madre e hija descubren que los obreros del lado estadunidense construyeron también una enorme puerta de madera en medio del muro, la cual han dejado abierta para los inmigrantes indocumentados, ironizando así los planes de Trump quien propuso la construcción del muro con una “puerta grande” para los inmigrantes que se propongan entrar a Estados Unidos legalmente.
Los cantantes invitados hicieron por su parte una decidida manifestación política. Las performers de la multipremiada obra de teatro musical Hamilton reformularon la típica canción “America the beautiful” (“América la bella”) agregando la palabra “sisterhood” para enfatizar la presencia de las mujeres junto a la de los hombres que exudan testosterona en un deporte tan masculino y violento como el futbol americano y ante un presidente criticado por sus numerosas expresiones de misoginia. En el show de medio tiempo, la cantante Lady Gaga ejecutó el tema “Born this way” (“Nacida así”) considerada como un himno a la cultura gay. Incluso un jugador de los Patriotas, Martellus Bennett, aprovechó una entrevista al final del partido para hacer su propia crítica a Trump gritando a la cámara de televisión: “Derriben el muro. Te amo México”.
La tensión llegó a tal grado que numerosos comentaristas conservadores y liberales en los medios de comunicación estadunidenses notaron la extremada politización del Super Bowl. Tal fue el caso del analista conservador Benjamin Domenech, fundador de la influyente revista política The Federalist, quien pidió despolitizar la actitud del público para poder disfrutar “libremente” del partido.
“Derribar muros entre nosotros es más fácil cuando nuestra cultura no está tan politizada”, escribió Domenech en un artículo publicado el 3 de febrero en The New York Times, donde agrega que es “cuando somos libres para ver, reír y echar porras junto a nuestros compatriotas americanos sin descubrirnos a nosotros mismos preguntándonos cómo votaron los demás. Esa es una manera más sana de vivir, particularmente en la era de Donald Trump”.
Pero en medio de este conflictivo escenario político, la audiencia mexicana del Super Bowl parece haber sido la única que escuchó a Domenech. Los medios nacionales se dedicaron a cubrir el juego en sí haciendo una escasa mención del contenido político. En un artículo publicado el 8 de febrero en El Economista, Antonio Aja subrayó sobre todo la elevada audiencia promedio de 111.3 millones de personas que observaron el juego por televisión.
“Por cierto”, escribe Aja minimizando los comentarios del presidente estadunidense, “muy interesante la manera mucho más moderada y cautelosa como Trump se refiere a Peña Nieto”.
Para los mexicanos, lo importante parece haber sido el simple disfrute del partido. Según la consultora Feher & Feher, los bares y restaurantes de México incrementan sus ventas entre 20 y 50% durante el Super Bowl. Se estima que en México hay 7 millones de fans de ese deporte, el tercero más favorecido en el país después del futbol soccer y el baloncesto. Televisa dio a conocer que su público batió un record histórico con la transmisión del juego este año con un aumento de 9% comparado con el de 2016. Las principales avenidas de la Ciudad de México, desiertas toda la tarde del domingo 5, comprobaban en su silencio la profunda despolitización de nuestra sociedad del espectáculo.
Ni las beligerantes declaraciones de Trump, ni los polémicos anuncios de televisión, ni los artistas ni deportistas críticos de su presidente parecen haber sido el foco de atención de los mexicanos, sino la banal disputa por el trofeo entre los Patriotas y los Halcones.
En la era de Trump todo lo político se ha vuelto materia de espectáculo, incluso sus amenazas más directas en la geopolítica del hemisferio. Hasta ahora, nuestro consumo de ese espectáculo (deportivo, cultural, social) domina por encima de nuestro entendimiento de lo político. Dicho de otro modo: lo político se ha vuelto tan irrelevante como el espectáculo en el que se inscribe.
Pero entre nuestras opciones de resistencia podemos reclamar la dimensión política de aquello que se nos vende como simple disfrute cultural. El Super Bowl es ciertamente un evento deportivo, pero también es un acto político, o por lo menos lo es en Estados Unidos. Ante las amenazas sin reticencias de la era Trump, nos conviene llevar a cabo precisamente lo que los comentaristas conservadores de ese país quisieran detener: la politización de todas las expresiones de la hegemonía estadunidense.
Esto significa, por ejemplo, denunciar que el presidente estadunidense concibe enviar tropas a México para “ayudar” en el combate al narco y que nuestro presidente al parecer está dispuesto a recibirlas. También implica reconocer la profunda misoginia y violencia de género y la actitud anti-inmigrante y xenófoba de la clase gobernante de nuestro país vecino. Significa, finalmente, que celebrar a los Patriotas o a los Halcones no puede ser ya una reacción inocente sino la complacencia ciega de quienes ni siquiera se saben dominados por lo mismo que admiran.