Coronavirus

El Metro de la CDMX: contagio inminente

Pese al creciente repunte de covid-19 en la CDMX, en el Metro el uso de cubrebocas, la aplicación de gel sanitizante o la sana distancia no están garantizados en ningún traslado.
domingo, 13 de diciembre de 2020 · 20:56

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- En el Metro de la CDMX los pasajeros viajan a merced del contagio. En las entradas se anuncian con lonas amarillas las medidas para prevenirlo; sin embargo, el uso de cubrebocas, la aplicación de gel sanitizante o la sana distancia no están garantizados en ningún traslado.

La entrada al Metro Mixcoac es un bocajarro maloliente que hiede a drenaje y a humano y a escalera eléctrica fundida. “¿Y cómo se le hace?”, se interroga a sí misma una señora frente a la máquina de tarjetas que desinfectó con una toallita húmeda. En los torniquetes, las personas empujan con la cadera el mecanismo de entrada.

Mientras más se desciende los pasajeros afrontan su destino: lámparas parpadeantes, goteras, escaleras tapiadas, tumultos, ofertas gastronómicas, pláticas de oficina por celular, tosidos y carraspeos incómodos del vecino pasajero.

Abismados en el andén, los pasajeros hacen fila sobre unos puntos anaranjados con la leyenda “Sana distancia”. En cuestión de minutos, las marcas resultan insuficientes para los pasajeros. Casi todos sobrepasan la línea amarilla, retando a su ingrato destino horizontal mientras el tren se asoma por el túnel. En las vías un par de ratas olisquean el miedo de la gente y huyen cuando se aproxima el bólido.

Desde el túnel se escucha un zumbido delgado y continuo que se acerca más y más. Las marcas de sana distancia en el andén son incontenibles para la prisa, la ansiedad y el mal humor. Los pasajeros se miran de frente y luego se van sin despedirse.

En los vagones el tránsito de pasajeros es permanente. La brusquedad con la que frena el Metro hace imposible mantenerse alejado del pasamanos. “Ni un cafecito, verdad”, le dice un hombre a otro que roza su mano sin querer. Aunque los traslados han disminuido durante la pandemia, los tumultos en cualquier vagón son inevitables. “Si ya no alcanzaste a entrar, no te aferres, nada más no avanzamos”, se escucha en las bocinas del vagón como si el destino colectivo dependiera de ese joven que se quedó atorado entre las dos puertas.

En uno de los andenes en Pantitlán, los policías ordenan la vida subterránea desde un pedestal de plástico azul. Prohíben sentarse a quién lo hace, administran los besos apasionados y están al acecho de cualquier potencial suicida. Principalmente, se dedican a regular el paso de mujeres a los vagones asignados para sortear el acoso en el transporte público. Algunos uniformados escondidos entre la multitud están a la caza de vendedores de mascarillas con motivos de luchador o superhéroe. Otros más están dispuestos estratégicamente allí donde se hacen los intercambios de las ventas en línea.

A pesar del operativo policiaco contra los vendedores no deja de faltar la venta del cacahuate dorado, la máquina de coser, el lacito para los lentes, las pastillas para la acidez estomacal y los remixes en USB. También han expandido su imperio comercial: alcohol en gel y cubrebocas KN-95 con tres filtros de protección por 10 pesos.

Entre abril y junio de 2020 se registró una afluencia de más de 128 millones de pasajeros. El año pasado se trasladaron poco más de 400 millones de pasajeros en el mismo periodo. (Insertar gráfica)

En Metro Candelaria un hombre carga sobre su espalda una docena de árboles de Navidad artificiales. En Metro Chabacano un albañil sostiene un par de cajas con losetas. En Metro Balderas un anciano esconde una obra de arte en un costal de harina. En Metro Zapata un jubilado acosa con su celular a las oficinistas que transitan por la estación. En Metro Portales una pareja de overoles batalla con un par de costales. En Metro La Raza una pareja se besa debajo de un manto de luciérnagas mientras todos caminan deprisa en la oscuridad de las constelaciones.

En Metro Oceanía un joven que perdió el brazo en un accidente y se interna en el subterráneo al menos un par de horas diarias para ver a su novia dice: “El Metro es igual que antes de la pandemia, solo que con cubrebocas”. En un estado hipnótico de indiferencia y mientras ve su reflejo en la oscuridad del túnel confiesa: “Como ya no tenemos clases, aprovecho y voy a verla”.

Todas las fotos de este fotorreportaje son de Alejandro Saldívar

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