El Mijis

"El Mijis" y las huellas del barrio

En 2019, Pedro César Carrizales, cuya muerte se confirmó este miércoles, ofreció una entrevista a Proceso en la que narró su vida a través de sus tatuajes. Publicamos a continuación el texto que apareció en la edición especial “Tatuajes: Magia sobre la piel”.
miércoles, 2 de marzo de 2022 · 20:47

Pedro César Carrizales, "El Mijis" ofreció una entrevista a Proceso para la edición especial “Tatuajes: Magia sobre la piel”. A continuación presentamos a nuestros lectores el texto completo que apareció en 2019.

Si el objetivo de la política es llegar a consensos, Pedro César Carrizales Becerra, apodado "El Mijis", asegura que tiene experiencia en ello; la adquirió desde sus tiempos como chavo banda en barrios de San Luis Potosí. En cada uno de los tatuajes que le han dado notoriedad al diputado morenista en el medio político reside la historia de un afecto, de una batalla…

SAN LUIS POTOSÍ (Proceso).–En el pecho de un diputado del Partido del Trabajo se despliegan las alas del Ave Fénix, una expresión del mito del renacimiento que se gesta a partir de un episodio de destrucción.

“Siempre resurjo de mis cenizas”, presume este hombre de 39 años que el 15 de septiembre de 2018 asumió su curul en el Congreso de San Luis Potosí como legislador por el octavo distrito de la capital de esta entidad.

Se trata de Pedro César Carrizales Becerra, "El Mijis", cuyos tatuajes cuentan su historia de chavo banda, primero en el tradicional barrio de Tequisquiapan de la ciudad capital, y de ahí, tras el divorcio de sus padres, en la hostil Villa Alborada.

Su baja estatura no le impidió ganarse el respeto de quienes lo recibieron a golpes en esa colonia –y después lo reconocieron como líder– o mediar entre cientos de pandillas de San Luis y de otros estados, como Coahuila y Nuevo León, con las que trabaja desde su agrupación, el Movimiento Juvenil Popular.

Sus tatuajes, lamenta, han sido motivo de la criminalización a la cual se le ha sometido; de ahí que se le hayan achacado muchos más líos de aquellos en los que en realidad estuvo metido.

 “El tatuaje hace ver malo al chavo de barrio. Hay quienes se tatúan porque les gusta... o por moda, pero nosotros nos ponemos algo que marca nuestras vidas. Nuestro cuerpo es nuestra manera de expresarnos”, dice Pedro César mientras se despoja de la camiseta que lleva puesta para contar las historias de sus imágenes, es decir, su historia.

Su apodo

Tenía 13 años cuando se hizo su primer tatuaje, y fue “en una pata”, para que no lo viera su mamá. Ahora apenas puede apreciarse esa marca: un corazón rojizo, desteñido, que en el centro tiene la palabra “Bebé”, su primer apodo, y a un costado el nombre de su banda: Chondos, hipocorístico de Los Cachondos. Cuenta que se denominaban así porque en uno de los barrios donde vivió había muchos traileros con esposas norteñas, muchas de ellas tamaulipecas, con quienes la banda solía intercambiar coqueteos y miradas.

Le decían bebé porque de chavo le gustaba andar fajado. Lo tachaban de “niño fresa” hasta que, dice, un buen día se aventó un tiro con La Rana, que le dejó la boca hinchada. A partir de este tirito “les caí bien y… ahí me inicié en las bandas”.

Mijis es la contracción de mi’jo, que César acostumbraba utilizar cuando hablaba con hombres.

De adolescente lavó coches en la Central de Abasto, donde también se armaban peleas campales porque las bandas enemigas, dice, llegaban a robar. La policía agarraba parejo.

Entre sus amigos conoció en crudo los efectos devastadores de las drogas. “Mi gente comenzó a morir”.

Sus batallas

Al Mijis lo recluyeron en el Consejo Tutelar para Menores del Distrito Federal antes de que naciera su hija Estefany, pero logró salir porque, sostiene, se propuso ser responsable y conseguir un trabajo, y lo encontró como ayudante de albañil. 

“Estefany” es una de sus improntas más apreciadas, aunque revela que el tatuador que le hizo ese trabajo en la espalda “andaba medio entonado y se lo dejó chueco”.

Otra de sus marcas proviene de un sueño: se estaba peleando con todo el mundo y en ese caos se vio a sí mismo saliendo a flote… De ahí le vino la idea de pedir que le tatuaran un pescado “saliendo de un sueño, como agua, como nube, así como las nubes que salían en El Principito”.

Dice que una de las guerras más difíciles la libró contra su conciencia, contra los demonios que se desataron cuando murió su mamá y él no estuvo con ella en sus últimos momentos. “Cuando mi madre se puso mal mi hermana fue a avisarme, pero no fui a verla porque estaba pisteando con la banda”. El remordimiento lo llevó a lanzarse contra los automóviles, pero salió ileso.

A raíz de este trance le pidió al Sapis, otro tatuador: “Ponme el apellido de mi jefa, pero pónmelo chingón, como en un marco, como en un recuadro, como en una pinche placa”.

En su hombro izquierdo se juntan unas manos que piden perdón con la leyenda: “Mi gran amor, mi madre Rosario”.

"El Mijis" dice creer que Dios lo ha estado preparando. Así lo explica: “Me pasaban cosas que parecían de película. Luego vino lo más gacho de mi vida y lo que me cambió por completo: a mi hijo me lo balacean…”

Entonces decidió dedicarse a trabajar por la conciliación entre pandilleros. Afirma que cada uno de sus tatuajes es una marca para toda la vida, como el hecho de “ser banda”. “Verme en un espejo me ayuda a no perder el piso, a tener en mente de dónde vengo”.

La edición especial “Tatuajes: Magia sobre la piel” de la revista Proceso, se puede adquirir en este enlace.

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