Andrés Roemer
Susan Crowley: No se ha entendido el daño de abusadores "políticamente correctos" como Roemer
"Empujé la mesa. Andresititito perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Los ejecutivos de TV Azteca lo miraron entre risas y apurados", platicó la especialista en Historia del Arte.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- “Después de un intercambio de teléfonos, la verborrea en los mensajes de admiración tendría que haber activado mis alertas. Pero una se pasa de ingenua”, escribió Susan Crowley, especialista en Historia del Arte, quien fue conductora del programa Gabinete en TV UNAM (2014-2016).
Al alzar la voz, y a través de un artículo titulado “Roemer, calcetín con rombos ataca de nuevo”, la ensayista y expositora de arte contó, en el portal Sin Embargo su experiencia con el denostado acosador y abusador sexual que prometía empleo a cambio de favores sexuales.
“Andrés usa calcetines de rombos. Eso lo sé porque, forrado con esas figuras, su pie penetró mi falda hasta la ingle. Mi reacción fue instintiva, lo aventé, salió volando y cayó en el piso del restaurante donde me había citado. Un ejecutivo de Tv Azteca que comía en la mesa de enfrente se levantó a ayudarlo. Y yo, para variar, me quedé sin la chamba prometida.”
Contó que la historia empezó un día antes en la terraza de moda donde la gente pasaba el rato, tomaba la copa, socializaba y ligaban, ¿por qué no?
“La noche que conocí a Roemer me encontraba con un grupo de amigos; conversábamos sobre algún tema del arte contemporáneo, de esos que siempre generan controversia. Yo defendía, alguien atacaba. Sin que nadie lo invitara, el famoso presentador se integró al grupo. Su corta estatura lo obligó a encaramarse en una periquera.
“Extremadamente simpático, recurrió a la gastada fórmula que utiliza en Ciudad de las Ideas. Entrevistó y preguntó generando un buen debate. La polémica fue expulsando a todos hasta quedar Andrés y yo solos.
“Reconoció que el mundo del ligue está lleno de clichés, pero el más socorrido era el de la liberación femenina, del tipo de: pocas veces he conocido a una mujer con tu belleza, pero más asombrosa tu inteligencia, dicho con la expresión de asombro de alguien famoso y que suele surtir un efecto inmediato.
“‘Necesito una mujer en mi vida’, seguido de un ‘me tienes maravillado, ¿dónde estabas que no te conocía? Te quiero como co-conductora en la Ciudad de las Ideas’. Aquí debo ser franca, no es que me cociera al primer hervor. Sucede que las mujeres de cierta edad, que hemos pasado de todo para ser valoradas, cuando recibimos este tipo de halagos nos vamos con la finta. Increíble pero cierto, por centésima vez, la fama llamó a mi puerta. Por fin alguien hacia justicia a mis años de romperme el lomo tratando de mostrar otros talentos que no fueran el físico.”
“Tras intercambiar teléfonos, la verborrea de los mensajes de admiración tendría que haber activado mis alertas, pero una se pasa de ingenua”, reconoció, y narró que quedaron de verse para comer y seguir platicando al día siguiente.
“El señor Roemer me llega al hombro, eso y que no lo encuentro atractivo significaba que no era precisamente mi príncipe azul. Me cayó bien su desenfado y la forma en la que iba y venía en diversos temas. Insisto, la posibilidad de una chamba en la tele, contratada por mi perfil y no mi físico, me parecía una gran oportunidad.”
El día de la comida había buen clima, contó. Eligió una falda arriba de la rodilla, una blusa vaporosa y zapatillas con medio tacón. “No muy sexy, tampoco recatada”.
“El hombrecillo, y digo hombrecillo porque lo es en todos los sentidos, vestía en el típico y pretensioso estilo usado por los intelectuales: suéter de rombos, camisa a juego, pantalón de casimir, zapatos bostonianos. Lo mejor de su cuidado look era lo que estaba por mostrar.”
Había reservado una mesa en la terraza, parecía medir dos metros cuando la tomó del brazo y saludó a un grupo de ejecutivos de Tv Azteca en la mesa de al lado. Llevaba tres libros de su autoría del grueso de un directorio telefónico. Se los dedicó. Le llamó la atención que la dedicatoria no era corta, la extendió a varias páginas. Hasta ahí, le hizo gracia.
“La conversación iba y venía sobre sus logros, triunfos, éxitos. En ningún momento me preguntó un poco más sobre mi trayectoria. Como no soy tímida, aprovechaba cualquier respiración suya o un trago de vino para meter mi cuchara. Eso mostraba que tenía madera para ser conductora, me dijo, eres buenísima para arrebatar la palabra, además de que tienes las mejores piernas que he visto. Aquí el lector me dirá ‘¿eres idiota, no te das cuenta de cuáles son las intenciones del sujeto?’ Pues lo siento, pero una se marea con los halagos y pierde la perspectiva.”
Las acciones sucedieron vertiginosamente. El micro famoso doctor y conductor, como lo llamó, se quitó un zapato, subió la pierna en su silla, lo cual le pareció extraño. Se balanceaba hasta que se inclinó hacia ella y le acarició la cara y el cuello. Molesta se movió hacia atrás.
“De pronto siento algo adentro de mi falda, mucho más arriba de la ingle. Me asomé para descubrir su calcetín con rombos a juego con el suéter. Mi reflejo fue instantáneo: empujé la mesa. Andresititito perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Los ejecutivos de TV Azteca lo miraron entre risas y apurados. Roemer en el piso, haciendo un ridículo atroz. Me levanté de la mesa y lo vi tan indefenso que me dio risa. ‘Ahí les dejo a este pedazo de imbécil’. Salí del restaurante indignada, sí, pero al mismo tiempo orgullosa de haber puesto en su lugar a Andrés Roemer.”
Han pasado siete años desde que “este asco de personaje trató de propasarse conmigo”, abundó. Desde luego nunca quiso denunciar. En su generación no se estilaba eso, aguantabas el mal rato y lo dejabas pasar.
“Celebro que hoy las cosas hayan cambiado. Todos los días salen nuevos testimonios; la cantidad de mujeres con las que se propasó y a las que sometió. La constante de Roemer es la del macho. Hablar de trabajo, halagar la belleza y la inteligencia de su presa y humillarla. Después negar todo y acusar a la víctima de ser una histérica y de acosarlo debido a su fama y prestigio. Victimizarse como lo acaba de hacer en una entrevista en El País, denunciar a sus denunciantes.”
Justificó que escriba sobre Roemer porque es necesario ventilar todos los casos del abusador. Lo hace, subrayó, sin afán de lucimiento personal y con el deseo de que cada mujer atacada hubiera tenido la suerte de evidenciar, ridiculizar y castigar a su agresor. Pero eso no ocurre.
“El bien vestido presentador en ningún momento se diferencia del siniestro Félix Salgado Macedonio. Son idénticos. Uno apela a la técnica del rombo, el otro a la argucia de Rambo. Al candidato a la gubernatura de Guerrero le dicen impresentable, toda la opinión pública se sube a la palestra a exigir su renuncia.”
Sin embargo, Roemer ha recibido los beneficios de TV Azteca, ¿del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (hoy Secretaria de Cultura) y del gobierno de Puebla para su proyecto ‘La Ciudad de las Ideas? Y alguien juzgó que podíamos presumirlo como representante de México en la ONU y cónsul en San Francisco.
“Se mueve en las grandes ligas de la vida social y cultural y pasa por encima de las mujeres a la que considera objeto. Hasta que una de ellas decidió levantar la voz y jalar los reflectores, surgieron otros de abuso y hostigamiento.”
Roemer anda suelto por México. Aún no se ha entendido el daño que causan muchos abusadores “políticamente correctos”, que pertenecen a la clase alta, se visten como lords ingleses, pero ¿qué pasaría si tuvieran las características de Salgado Macedonio?, inquirió
“Salvo contados casos, la sociedad mexicana, feministas, intelectuales, actores, actrices, se indignan con un personaje moreno, desagradable, populachero, prototipo del mal gusto y exigen su renuncia. Pero sientan en su mesa y se dicen orgullosos amigos de un doctorado güerito, calcetín con rombos que ataca a las mujeres”, remató.