CDMX
La "historia de terror" de Adán, el estudiante de la FES Acatlán detenido en "Santiaguito"
Adán Fernández Sánchez se encontraba en el histórico Kubo 906 de la FES Acatlán, acompañado por una estudiante, cuando ambos fueron sorprendidos el 5 de abril por encapuchados, quienes los golpearon.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En la sala de la modesta casa en la que vive la familia Fernández Sánchez, en el Estado de México, cuelga una foto de Adán Fernández Sánchez, estudiante de la FES Acatlán, ensangrentado, con la boca abierta porque le dislocaron la mandíbula y el ojo derecho completamente cerrado por los golpes que recibió de un grupo de encapuchados, que entró a la universidad para desalojar dos espacios que permanecían tomados por estudiantes.
“Libertad para Kubo. Adán Fdz, detenido 5 de noviembre tras ser torturado en la FES Acatlán. Haz Valer Mis derechos”, dice el cartel pegado en la pared, que acompaña la foto de la brutal golpiza.
La recámara de Adán, conocido como ‘Kubo’, fue clausurada por su familia con un letrero en aerosol negro en el que se exige su libertad, después de que fue encarcelado en el Centro de Prevención y Readaptación Social “Santiaguito”, en Almoloya de Juárez, Estado de México, acusado de los presuntos delitos de daño en propiedad privada con agravante de ser cometido en pandilla, luego del incendio ocurrido la madrugada del pasado 5 de abril en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, por el que también fue encarcelada y luego liberada la estudiante Tania Elis Hernández.
“Mire cómo lo dejaron”, exclama Leticia Sánchez, mamá de Adán, para quien su hijo es un preso político. El pasado 5 de abril comenzó una auténtica “historia de terror”, cuando a las 6 de la mañana sonó el teléfono y una joven a la que desconocía le dijo en llanto que su hijo estaba muy grave en la Cruz Roja de Naucalpan.
“Anoche fuimos atacados por un grupo, entraron y nos golpearon”, recuerda que le dijo la joven, y salió corriendo hacia el hospital junto con su esposo, Óscar Fernández.
Cuando Leticia entró a ver a su hijo no lo reconoció, estaba con el rostro hinchado por los golpes y la sangre le cubría casi toda la cara. “Su cabeza estaba cocida por todos lados, como mapa. Su boca, por lo mismo de que le rompieron la mandíbula, no la podía cerrar, tenía un pedazo colgando”, cuenta.
El ataque al edificio A9
La madrugada del 5 de abril, Adán Fernández, estudiante de ciencias políticas, se encontraba en el histórico Kubo 906 de la FES, un espacio ocupado por estudiantes desde 1987, en el movimiento que se gestó contra las reformas de corte neoliberal en la UNAM que pretendían aumentar las cuotas, eliminar de manera gradual el pase reglamentario e imponer un modelo de evaluación. Adán se encargaba de las fotocopias en el espacio autogestivo que, según estudiantes consultados, era incómodo para las autoridades académicas.
La noche que fue atacado se encontraba en compañía de otra estudiante de la que se reserva su nombre por motivos de seguridad, pues fue víctima de abuso sexual en las instalaciones de la FES, por parte de los encapuchados. Pese a ello, nunca fue llamada a rendir su declaración.
Rosalía, nombre con el que se protege su identidad, cuenta que el 5 de abril cuatro integrantes de la colectiva feminista “Argüenderas y Revoltosas”, que hacían acompañamiento a las víctimas de acoso sexual en la escuela, y dos compañeros más, resguardaban el cubículo que habían tomado en la planta baja del edificio A6, mientras ella y Adán descansaban en el cubículo conocido como “Kubo 906”, en el A9.
Aproximadamente a las 3:30 de la mañana, Adán salió al baño, pero regresó corriendo, asustado, gritándole a Rosalía que llamara a sus compañeros e intentó cerrar la puerta del pequeño cubículo. Días antes habían cortado la luz de los edificios A6 y A9, donde estaban los espacios tomados, y ella no podía ver qué estaba ocurriendo.
“Él no logra cerrar la puerta. Eran aproximadamente siete o diez personas, abren la puerta y en ese momento se dirigen hacia a mí, Adán grita: ‘no se pasen de verga con la morra’, y le dicen: ‘tu cállate’, y lo jalan. Yo sólo veía siluetas. Él trata de resistirse, trata de llegar a mí, pero empiezan a golpearlo”, narra la joven.
Rosalía cuenta que intentó escapar, pero los hombres que iban encapuchados lograron jalarla y comenzaron a golpearla. Ella sentía palos, bats, macanas, objetos muy duros que impactaban su cuerpo.
“Nos decían que era un mensaje de los puesteros (vendedores ambulantes en la FES), que no nos pasáramos de verga. Nos hacen la observación: ¡con ustedes sí nos vamos a pasar de verga!”, dice la estudiante.
A ella la desvistieron a jalones y la pusieron contra la mesa. La tomaron de la cadera y le dieron una nalgada. Adán estaba en el suelo, casi inconsciente, sangrando, pero tratando de levantarse para ayudar a su compañera.
“Yo sabía qué iba a pasar. Sin embargo, uno de ellos que estaba en la puerta dice: ¡ya güey!, ¡ya, ya déjala! El otro güey me suelta y me amarra las muñecas y los tobillos. No sé con qué. Me paran, y como Adán se quería parar, me hacen caminar enfrente de él y decirle que ya se esté quieto. Yo estaba amarrada y desnuda. A él lo encañonan y me dicen: ‘dile que se esté quieto o se mueren aquí los dos’”, cuenta la joven.
Los hombres, a quienes no logró reconocer porque iban encapuchados y estaba oscuro, le preguntaban sus nombres, cuántos eran en el otro espacio y qué armas tenían. “Obviamente nosotros no teníamos armas”, dice. Los dejaron en el suelo y les ordenaron no voltear.
“Adán se logra parar como puede y yo le grito ¡desamárrame! Yo no me podía mover. Él logra cerrar con llave el ‘kubo’, y en eso lo veo caer sobre la mesa, desmayado. Él estaba inconsciente y yo estaba amarrada, y no sabía quiénes eran, ni por qué había pasado, ni si iban a volver”, dice la estudiante, todavía consternada.
El ataque al edificio A6
La estudiante de sociología Tania Elis Hernández se encontraba en el otro cubículo, que había tomado con sus compañeras de la colectiva el 10 de marzo, en protesta por los casos de acoso sexual de profesores y alumnos contra las estudiantes, y la omisión de las autoridades universitarias. El cubículo del edificio A6 que tomaron las feministas era un espacio estudiantil, nombrado “26 de septiembre”, que en 2018 fue desalojado por las autoridades, y ellas decidieron recuperarlo. También colocaron un tendedero con decenas de denuncias de violencia sexual.
La joven de 24 años cuenta que la misma madrugada del 5 de abril comenzaron a escuchar gritos de hombres y se levantaron rápidamente. Pusieron el seguro a la puerta y un “grupo táctico, todos de negro, con pasamontañas, con un pico, bates, garrafa de gasolina y un arma de fuego”, intentó ingresar, pero al encontrar el espacio cerrado empezó a aventar gasolina por debajo de la puerta.
Elis dice que, como les habían cortado la luz y el agua días antes, tenían unas garrafas y cubetas llenas de agua, con la que lavaban la fruta y los víveres que les donaban. Uno de sus compañeros las tomó para apagar el fuego, pero mientras lanzaba el agua sufrió quemaduras en el rostro y las manos.
Los hombres lograron ingresar y con un bate golpearon a otro de los estudiantes en la ceja. Ella lanzó unos cuetes que iluminaron todo el lugar, y alcanzó a ver a su compañero, quien seguía intentando apagar el fuego, siendo abrasado por las llamas. Finalmente él corrió hacia un área verde y se tiró al piso lleno de tierra.
“Yo lo intentaba apagar, pero en ese momento llegan unos hombres, me agarran de la sudadera, me tiran y me empiezan a golpear, y empiezan a forcejear y me quieren desnudar. El compañero estaba completamente rosa, ya no tenía ni playera, y estas personas le estaban pateando la cara”, cuenta la estudiante.
“Yo les dije: ‘ya, si quieren ya nos vamos, pero ya déjenlo’”, recuerda Tania Elis, quien revive el ataque cada tanto, de noche, en sus pesadillas. “Veo hacia la entrada y un güey levanta la mano y da dos balazos a la entrada, y yo dije: ‘ya, nos van a matar’. Pero como que fue el pitazo para irse, porque todos comenzaron a huir”, cuenta.
Otros testimonios, recabados bajo condición de anonimato, coinciden en que el ataque duró unos 20 minutos y que en varias ocasiones los agresores anunciaron que la embestida “es por Erasmo y los dulceros”. Erasmo González Castro es jefe de vigilancia en Acatlán, conocido por llevar a cabo medidas represivas contra los estudiantes. En octubre de 2019, la facultad, dirigida por Manuel Martínez Justo, anunció que había sido separado de su cargo, luego de que ahorcó a un estudiante, como quedó registrado en un video que se difundió en redes sociales. Sin embargo, los alumnos dicen que Erasmo nunca dejó de laborar en la facultad.
Cuando los hombres se retiraban, una de las chicas encontró su celular y comenzó a llamar a las ambulancias. También envió un mensaje de voz al chat en WhatsApp del grupo de Argüenderas y Revoltosas, que la reportera pudo escuchar. “¡Valió verga, banda!, ¡por favor, ayuda!, llámenle a quien puedan. ¡Nos abrieron el espacio!, ¡nos quemaron!”, dice una mujer gritando en el audio.
De acuerdo con el testimonio de Tania Elis, un grupo de vigilantes se apareció de pronto, en estado de ebriedad. “Nosotros no fuimos, sí escuchamos lo que les hicieron, pero nos movieron las cámaras”, les habría dicho el personal de vigilancia sobre los motivos por los que no los auxiliaron, según relata la estudiante de excelencia académica.
El incendio
El testimonio de varias estudiantes coincide en que las ambulancias no llegaban al lugar y que los vigilantes insistían que no permitieran que se llevaran a sus compañeros --uno golpeado brutalmente y otro con quemaduras en todo el cuerpo-- en cualquier ambulancia. Les abrían indicado que sólo los subieran en la ambulancia número 108. Las estudiantes dicen que para ellas la situación era demasiado riesgosa y confusa, y los vigilantes sólo las estaban asustando más.
“Todo estaba bien cañón. No sabíamos que hacer. Entonces me acerqué al compañero quemado y le dije: Adán está muy mal, muy mal, necesitamos que lleguen ya las ambulancias, y no llegan”, cuenta Tania Elis.
“Este compañero se llenó de coraje, agarró el pico con el que entraron los encapuchados y yo agarré la garrafa, y nos volteamos a ver y dijimos: ‘tenemos que hacer algo, se nos va a morir Adán aquí’”, prosigue la joven.
Rápidamente ambos pensaron que el único edificio que tiene alarma de incendios y que podría agilizar la llegada de los servicios de emergencia era la dirección. Entonces decidieron prenderle fuego para detonar la alarma y que llegara el auxilio.
“Abrió la puerta y entramos, sin encapucharnos, sin pensar en la seguridad de nosotros mismos. Ahí fue cuando el compañero se quemó por tercera vez. No íbamos coordinados. Adentro se prendió todo. Empezó a sonar la alarma contra incendios y llegaron los bomberos a los tres minutos”, dice la joven, absuelta por el delito, a quien la UNAM exige el pago de 4 millones de pesos por los daños.
En un video captado por las cámaras de seguridad y que fue difundido por las autoridades, se ve al muchacho sin playera, ya con quemaduras en el cuerpo, intentando prender fuego a los cubículos detrás de Tania Elis y otro joven. Ninguno iba encapuchado.
“Lo hicimos por dos razones: necesitábamos la atención directa, pero también porque no sabíamos si iban a regresar. Los de vigilancia podían avisarles, ‘ya los tenemos todos juntos, se los dejamos aquí’. No sabíamos. La realidad es que estábamos solos, a expensas de que regresaran, y necesitábamos que alguien supiera que estábamos ahí”, explica Elis.
Tras el incendio de la Oficina de la Unidad Jurídica, ubicada en el primer piso de la oficina de gobierno, llegaron las ambulancias y atendieron a Adán Fernández, quien para ese momento se encontraba casi inconsciente, según los testimonios. Rosalía narra que ella y Adán se dieron cuenta de que estaba ardiendo la dirección hasta que salieron en la ambulancia.
Según distintas versiones, a las 4 y media de la mañana llegó Erasmo González en una patrulla estatal. Pese a que él no estaba presente al momento de los hechos, fue uno de los testigos que declaró en contra de Tania Elis y Adán Fernández.
Chocan versiones
En un comunicado emitido el domingo 5 de abril, la Facultad denunció la entrada ilegal de un grupo de encapuchados, a quienes acusó de incendiar la Oficina de la Unidad Jurídica.
“En el lugar se encontraron bombas molotov, petardos y gasolina. El personal de vigilancia dio parte a los bomberos del municipio que acudieron a controlar el fuego”, indicó la FES, y acompañó la información con 12 fotografías que dan cuenta del daño por el incendio, los petardos y las garrafas con gasolina.
“Externamos nuestro rechazo a la violencia generada por este grupo que atentó, de nueva cuenta, contra el patrimonio de la Universidad”, añadió.
Sin embargo, omitió referirse al ataque que sufrieron los estudiantes. La reportera tuvo acceso a imágenes de los golpes que sufrieron los jóvenes. Además de imágenes de las ambulancias en el lugar atendiendo a los estudiantes, entre las que se encuentra una donde se ve a Adán completamente ensangrentado. En las imágenes también se aprecia sangre en el piso del cubículo del A9 y el espacio de economía quemado.
De acuerdo con versiones de los estudiantes, el ataque sería parte de una embestida de las autoridades de la facultad en contra de activistas como Adán Fernández, uno de los más visibles, y del movimiento feminista.
Desde que llegó el director Manuel Martínez Justo (2017-2021) comenzó una política de desalojo a los espacios tomados por los universitarios. El Cubo del CGH Rojo y el espacio estudiantil “26 de septiembre”, conocido también como “el cubo del A-6”, fueron desalojados y reconvertidos en oficinas. Las autoridades universitarias también quitaron un mural emblemático en memoria de la huelga de 1999 y pintaron la pared de blanco.
La reportera buscó en dos ocasiones a las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero no dieron respuesta.
Exigen liberación de Adán
Leticia Sánchez y su esposo, Óscar Fernández, dicen que están muy preocupados por la salud de su hijo, pues tuvo graves secuelas de los golpes que recibió el 5 de abril en la madrugada. Cuentan que después del ataque, todos los días le dolía la cabeza y estaba “como ido”.
“Ya se me perdió hace poco, y ya se le olvidan las cosas. Ya no se acuerda por los golpes. Era muy activo, iba a correr, a jugar, después de eso ya no fue el mismo. Ahora imagínese, después de los golpes, la persecución, las secuelas que dejaron en su cabeza, ¿todavía me lo encierran?”, lamenta la señora Sánchez.
Sus hermanos dicen que cuando Adán supo que tenía una orden de aprehensión le preguntaron si no quería que lo ayudaran a irse a otro lado, escapar, mientras se aclaraba la situación, pero él no quiso, les dijo que él no había cometido ningún delito y que se quedaría a dar la cara. Durante la pandemia se puso a dar clases a los niños de la colonia y les prestaba el internet de su casa para que pudieran hacer sus tareas y seguir sus clases en línea.
“Yo platiqué con él y me dijo que hubiera podido correr, pero vio a la muchacha que estaba ahí, y dijo: ¿qué va a ser de ella?, y por eso se quedó. Su preocupación siempre fue ella. Él dice que cuando le pegaron se perdió y cuando despertó ya estaba la Cruz Roja. Él no sabía del incendio, no sabía nada de eso. Si se fijan en los videos, él no está ahí”, precisa Óscar, su padre.
La familia de Adán también teme por su seguridad, pues el 5 de mayo un grupo de hombres vestidos con trajes de DHL llegó a su casa preguntando por él e intentó llevárselo sin una orden de aprehensión. El forcejeo y el alboroto alertó a los vecinos y lograron evitar que se lo llevaran. Pero el 5 de noviembre finalmente fue detenido.
“¿Por qué se ensañan así con él?”, pregunta su mamá. “Si supiéramos que él tuvo que ver, pues ya ni modo, que pague lo que hizo, pero sabemos que es inocente”.