Nuevo orden mundial

El divisionismo en EU, bajo la lupa del padre de la dolarización de El Salvador

Conocido como el padre de la dolarización en El Salvador, Manuel Hinds expone en el libro “Nuevo orden mundial” sus reflexiones sobre el impacto de los recientes conflictos bélicos en el mundo. Con autorización de Debate reproducimos un capítulo de su obra.
sábado, 20 de julio de 2024 · 06:00

Hacia una sociedad unidimensional

Del debate a la batalla.

El síntoma más evidente de la cultura del YO es el divisionismo, que es una consecuencia de la falta de cohesión social necesaria para crear y mantener una organización horizontal. Aunque el divisionismo está presente en todo Occidente, es más evidente en Estados Unidos.

Este divisionismo se manifiesta en todos los medios de comunicación, desde las redes sociales a la televisión y la prensa impresa. Poco a poco los encuentros de distintos grupos en esas redes se han ido convirtiendo en batallas que no quieren establecer diálogos sino causar daño al adversario. 

Como el adversario también es parte de Estados Unidos, esta actitud puede eventualmente destruir al país entero. Ya hay síntomas claros de que esta destrucción ha comenzado a suceder.

Por supuesto, el debate político debe tener lugar en cualquier sociedad liberal todos los días y que suceda es una de las virtudes de la democracia. Pero cuando el objetivo no es encontrar la verdad, sino destruir al adversario sin oírlo, y cuando este objetivo es perseguido con una intensidad tremenda, como pasa ahora, lo que se trata de destruir es eventualmente destruido, la sociedad va cayendo en el caos, y las condiciones se van creando para el escalamiento de una tiranía, no solo en las circunstancias económicas y sociales, sino dentro de cada uno de los habitantes.

La rigidización de las estructuras políticas

Las redes sociales y la mímesis destructiva.

Las redes sociales son resultado directo de la explosión tecnológica de los últimos años. Su mal uso es el resultado del terrible divisionismo que está fragmentando las sociedades modernas.

Son a la vez causa y efecto del comportamiento social moderno. Son efecto porque todos los sentimientos y pensamientos que circulan a través de ellas ya existían cuando fueron creadas, y causa porque el ocultamiento de la identidad que permiten aumenta la predisposición de la gente a sacar lo peor de ellas en sus comunicaciones. 

Sin duda, mucha gente usa las redes para propósitos muy positivos. Sin embargo, para otros están asociadas con linchamientos verbales que tienen consecuencias muy graves para las víctimas. Se han convertido en instrumentos de poder a través del miedo.

La interpenetración de la conectividad moderna está facilitando el resurgimiento en las redes de fundamentalismos de todas clases, disparado por el deseo de reafirmar no solo la voluntad de hacer lo que uno quiere, sino de forzar a los demás a hacerlo también, en una manifestación individual de la voluntad de poder. 

En el pasado, antes de la aparición de las redes sociales, había incentivos muy grandes para que las personas guardaran para sí las manifestaciones destructivas de su personalidad –el miedo de retribución por parte del ofendido, al castigo de la justicia o al desprecio de los espectadores–. 

Este miedo se eliminó con el anonimato de las redes sociales, pero luego la destructividad verbal se volvió tan exitosa que muchos abandonaron el anonimato para sentirse orgullosos de participar en el mimetismo destructivo que se ha apoderado de gran parte de dichas redes. 

Ese mimetismo antisocial las ha convertido en armas espantosamente destructivas para muchos de sus usuarios, los que Adler hubiera clasificado como los que han vivido en la atmósfera de los mimados, los que desean destruir a cualquiera que no piensa como ellos.

En vez de un espacio multidimensional, en el cual pudieran conectarse diversas culturas, personal y colectivamente, lo que se ha formado preponderantemente es un ambiente unidimensional en el cual las vanidades, los orgullos y las soberbias se enfrentan en cada instante, con resultados muy destructivos, que van desde la creación de problemas de autoestima en los muy jóvenes hasta la destrucción de carreras y vidas en el resto. 

A esto es a lo que han llamado la cultura de la cancelación, mejor expresado en inglés como la cancel culture, por su asociación con la tecla “cancel” en las computadoras.

Lo vicioso de estos ataques, la facilidad con la que se vuelven masivos y su implacabilidad son demostraciones de cómo el espíritu de la destructividad está caminando entre nosotros sin que le prestemos atención a los avisos que nos está dando.

Esto pudiera parecer una exageración. Al fin y al cabo, aunque muy crueles, los ataques que se llevan a cabo en las redes sociales no causan ningún daño físico en sí mismos. Nadie muere directamente de ataques verbales. Pero decir esto ignora el efecto que las palabras pueden tener en las acciones. 

Hay muchos ejemplos del uso de las redes sociales para enardecer a la población en contra de una minoría, o contra una sola persona, para después atacarla. Por supuesto la tecnología de las redes no es necesaria para hacer esta faena. Hitler movilizó a la mayoría de los alemanes contra los judíos con la radio, los periódicos y mítines masivos, creando no solo fake news sino también una fake reality, una realidad totalmente falsa, similar por falsa con la que crearon los comunistas en al Unión Soviética, China y tantos otros países.

Por supuesto, las empresas que manejan las redes sociales buscan multiplicar sus audiencias a través de pasar noticias y opiniones radicales que con frecuencia llevan a despliegues de violencia verbal y física en sus usuarios. 

Así, todos los miembros del mismo grupo creen que las cosas que confirman sus prejuicios son la realidad y que están disponibles en las noticias para todos, cuando esos otros están recibiendo noticias y opiniones distintas que también confirman sus prejuicios. Esto, a su vez, envalentona a los miembros de esos grupos a atacar a los que están en contra de sus opiniones.

Pero las redes manipulan a sus usuarios porque entre ellos hay hambre por conflictos y negatividad. El problema está en el interior del individuo. En este ambiente de desintegración prosperan los populistas por sus habilidades para inyectar odio y dirigirlo hacia una minoría para pintarse ellos mismos como los defensores de la mayoría.

El resultado es un ambiente estalinista. Nadie se atreve a oponerse. Nadie quiere que lo acusen de ser defensor de monstruos. En las luchas políticas, las redes sociales se han convertido en instrumentos para llenar a la sociedad de intolerancia.

La toma de los partidos políticos

En medio de este ambiente caótico, las posturas extremas están ganando posiciones políticas. Particularmente en Europa, los extremos han ido ganando posiciones en las elecciones. En Estados Unidos estos han ido tomando más poder en partidos ya existentes. En ambos lugares la política está siendo progresivamente dominada por lo que el filósofo John Rawls llama doctrinas integrales, doctrinas compuestas de puntos de vista generales sobre lo que se debe hacer para mejorar la sociedad en todas sus dimensiones. 

El estilo de estas doctrinas es diferente en Europa y Estados Unidos. Las doctrinas que cubren todo tienen una larga tradición en Europa, donde filósofos como Marx y Nietzsche proporcionaron una base intelectualmente coherente para el comunismo y el nazismo, respectivamente. En los Estados Unidos de hoy, estas doctrinas se han formado como aglomeraciones de movimientos de un solo tema que no necesariamente tienen algo que ver entre sí racionalmente, aunque sí emocionalmente.

En términos generales, existen dos doctrinas integrales principales en los Estados Unidos, una asociada con los republicanos y la segunda con los demócratas. En un tiempo ambos partidos tenían plataformas basadas en una afiliación estrecha con la democracia liberal y en visiones coherentes del futuro que querían para el país. Una era conservadora y la otra orientada a crear un Estado benefactor, aunque más moderado que lo corriente en Europa. Estas visiones eran bien definidas en sus principios, pero los partidos eran flexibles en la implementación, lo cual permitía negociaciones en prácticamente todos los temas. No todas las personas generalmente conservadoras compartían la misma opinión sobre cualquier tema concebible. Lo mismo sucedía con los progresistas. Esto volvía multidimensional y flexible al sistema.

Pero con el tiempo, los dos partidos se han ido convirtiendo en acumulaciones de agrupaciones monotemáticas que han ido buscando apoyo de los partidos nacionales para lograr sus propósitos. En esta absorción cada uno de estos grupos exige el apoyo total a sus ideas a cambio de su apoyo a las ideas de todos los demás miembros del mismo partido. De esta manera, se han ido llenando de dogmas no necesariamente ligados entre sí. 

Así, el apoyo a la libertad de género no tiene nada que ver con una actitud indisciplinada hacia los gastos del gobierno, con la oposición a la venta de armas o con la postura positiva hacia la inmigración. Es muy fácil imaginar que estas dimensiones de política pueden formar muchos grupos en los que quienes creen en una cosa no creen en las otras. Pero todas ellas se han ido organizando alrededor del Partido Demócrata. El origen de estas cadenas de opinión ha hecho que estas doctrinas comprehensivas sean extremadamente rígidas. 

Las ideas que algunos de los grupos constituyentes del partido habrían estado dispuestos a negociar porque no son centrales para su bienestar deben defenderse inflexiblemente porque son centrales para los intereses de grupos aliados monotemáticos. Así, resulta que nada es negociable, y porque nada lo es, cada partido trata de imponer su orden integral al resto de la población. El resultado es una polarización en la cultura política estadounidense en un grado sin precedentes desde la década de 1930. 

Partidos en EU. Grupos monotemáticos. Foto: Jae C. Hong / AP

Y esto está pasando en casi todo Occidente, aunque no tan pronunciadamente como en Estados Unidos. Conservadores y progresistas se adhieren tanto a sus respectivas doctrinas comprehensivas que en casi todos los temas importantes el país se ha dividido por la mitad. Ambos partidos se han vuelto a favor de la verticalidad. No hay nadie defendiendo la horizontalidad.

En esta nueva versión de la política estadounidense, la gente espera que si otros no están de acuerdo con ellos en el tema de, por ejemplo, el control de las armas, tampoco estarán de acuerdo en la reforma de salud, el aborto, la inmigración y la confirmación de un candidato específico para un cargo judicial, aunque no haya razones por las cuales estas cosas vayan necesariamente juntas. 

Si las personas dicen que están en contra del aborto, a menudo se les acusa automáticamente de ser racistas, autoritarias, antifeministas y antitransgénero, y si están a favor del aborto, se les acusa de muchos pecados inconexos, incluido el de ser fiscalmente laxos. Como resultado de este etiquetamiento ha desaparecido la infinita diversidad que es indispensable para que una sociedad multidimensional funcione.

Así, la fragmentación de los individuos producida por la convicción de que ol único que importa es satisfacer los deseos personales propios ha resultado en la formación de bloques intolerantes, reacios a soportar disidencia y decididos a imponer sus ideas sobre todos los demás.

La paradoja del individualismo moderno

Como resultado de esta polarización las mayorías en ambos lados del espectro ideológico de Estados Unidos ya no quieren elegir políticos de centro. Apoyan a fanáticos intolerantes. Y les piden total coherencia ideológica. Se espera que la gente acepte los dogmas inconexos de los grupos monotemáticos, en su totalidad, sin excepción. Es realmente sorprendente cómo una nación y una generación que se consideran originales e individualistas se estén convirtiendo una sola masa en la que son, en el fondo, todos idénticos en términos de intolerancia. Esta es la paradoja del individualismo estadounidense. Este es un individualismo muy distinto al que había prevalecido en Estados Unidos, que estaba mezclado con el interés social de respetar los derechos de los otros. Se está convirtiendo en un individualismo orientado a quitarles la libertad a los otros.

Lo más preocupante es que las actitudes, el lenguaje y las acciones de los partidarios fanáticos denotan un crecimiento del odio, un odio que no existía antes. Los vaticinios de guerra civil, algo inaudito desde hace casi dos siglos en Estados Unidos, se han vuelto frecuentes. Aunque estas predicciones puedan parecer exageradas, su existencia muestra la temperatura del intercambio emocional.

Europa occidental parece estar muy lejos de esta situación. No hay ninguna señal de que los países inicien una guerra entre ellos, o que surja dentro de uno de ellos. Sin embargo, al política está cada vez más influenciada por partidos políticos fascistas o fascistoides de derecha e izquierda. El resultado final puede ser el mismo: el triunfo de un nuevo fascismo que eche para atrás el reloj en Occidente, tanto que luego sea difícil o imposible rectificarlo. Occidente está perdiendo una ventaja clara que le daba la democracia liberal: la capacidad de rectificar.

El auge simultáneo de la política monotemática y el declive de la política partidista son dos caras de un mismo fenómeno. Ambas son resultado de la creciente fragmentación de la sociedad. En vez de ser un signo de fortaleza democrática, son un signo de debilidad y un camino a la fragmentación social en donde las personas están participando en la conducción de la sociedad, pero lo están haciendo cada vez más para perseguir intereses estrechos a expensas tanto de todos los demás intereses particulares como de los intereses sociales más amplios.

Los populistas

El apelativo de populistas es generalmente abusado en la literatura actual, por lo que se requiere definir claramente su significado. El populista es un político que da más importancia a las apariencias que a las realidades de lo que ofrece y hace. Definido así, es completamente distinto al tirano tipo Hitler, Stalin o Mao. Sin embargo, todos los tiranos han comenzado su carrera como populistas. Mussolini, Hitler y Lenin fueron populistas antes de ser tiranos. El populista es una etapa en la construcción de un tirano.

El camino por el cual los populistas convencen a las poblaciones de que acepten una tiranía tiene tres vías: una, mostrándose como la única alternativa al caos; dos, demandando poderes absolutos para ordenar al país, y tres, convenciéndolos de lo que aconsejó Hitler, que todos los problemas provienen de un grupo al que hay que eliminar y que él, o ella, son las únicas personas que pueden hacerlo.

Contra minorías y mayorías

Las oportunidades para generar y aprovechar resentimientos contra grupos específicos son muchas en una sociedad moderna en proceso de cambio, dividiéndola por sexos, por razas, por orígenes nacionales, por religiones, por color de la piel, por opiniones políticas, por niveles de ingresos, y tantas cosas más.

Todas estas potenciales líneas de separación cuadriculan a nuestras sociedades. Los aspirantes a tiranos trabajan mucho en profundizar estas diferencias transformándolas en odios y están logrando avanzar en todo el globo. Aunque las tensiones en Europa son serias, especialmente entre inmigrantes y nacionales por generaciones, entre los países desarrollados Estados Unidos es el que, con mucho, está más dividido.

La división más profunda en Estados Unidos es racial, proviene de hace siglos, y se originó con la esclavitud que, aunque desapareció hace 160 años, ha dejado resentimientos profundos que se mezclan con otros adquiridos más recientemente.

Pero el tema racista entre blancos y afroamericanos es solo uno de los canales por los cuales fluye ese odio creciente y generalizado que es nuevo en Estados Unidos y que se expresa enprácticamente todas las dimensiones de la vida. No es posible enumerar todos los temas que dividen profundamente al país, pero con solo mencionar el aborto, los transgéneros, las mascarillas contra el covid-19 durante la pandemia, las vacunas, las migraciones, al legislación electoral y la posesión y portación de armas se puede tener una idea de lo profundos y diversos que son.

Portación de armas. División nacional. Foto: 

La situación en Estados Unidos es única en el sentido de que las divisiones no son solo sobre un tema, como eran en la Alemania en los años que llevaron al escalamiento de Hitler al poder. En la mayor parte de los temas en conflicto ahora en Estados Unidos, la población se divide por la mitad con ambas partes desplegando gran pasión en el ataque a la otra.

Los resultados en la política del país son desastrosos. Hace unos pocos años, los estadounidenses juzgaban positivamente el liderazgo de un político por su capacidad de formar consensos y de mantener la unidad social. Ahora lo que buscan son líderes que busquen destruir por completo a los del partido contrario, política y personalmente. Además de los grupos que han surgido sintiendo que les están quitando algo crucial en sus vidas y herencia, hay muchos otros grupos de gente descontenta. Hace un tiempo estaban orgullosos de su país. Ahora muchos están avergonzados de él, pero cada uno por razones distintas. Otros tienen una extraordinaria sensación de culpa por acciones de sus antepasados. Todos estos son síntomas de una desintegración social muy dañina para todos.

Ninguno de los movimientos monotemáticos que impulsan estas confrontaciones ha planteado la necesidad de cambiar la estructura total del orden social, solo los pedazos de este que los afectan directamente. El problema es que, arrancando y deformando el orden institucional por partes, estos grupos eventualmente van a romper una viga maestra, y entonces se van a sorprender del colapso del orden total.

El caos puede venir también del hecho que las dos particiones de la política estadounidense son casi iguales numéricamente, de modo que puede esperarse que siga habiendo alternancia en el poder. En este caso, el caos vendría de que los partidos anulen lo que el gobierno anterior haya hecho, estancando al país en una serie de acciones y contraacciones en cada cambio de gobierno.

Cuando se lleva al extremo, el individualismo desenfrenado da como resultado un caos social y político, que eventualmente termina con la economía también. Esto es lo que acabó con la democracia en la Italia de entreguerras y en la República de Weimar, y es lo que destruyó la posibilidad de crear democracia en Rusia, China y tantos otros lugares.

¿Será que Occidente ha entrado en decadencia? ¿Será que las amenazas incluyen no solo la desestabilización del cambio y las características de las nuevas tecnologías que llevan a una sociedad líquida, sino también una tendencia de mucho más largo plazo, una decadencia trabajando a lo largo de los siglos?

En resumen:

El terrible divisionismo de Estados Unidos está llevando al país a una deformación de sus estructuras políticas, que son la esencia de los pesos y contrapesos de su democracia. Si el pueblo se vuelve unidimensional ante sus divisiones y sus políticos divisivos, el país puede estar al borde de perder su democracia.

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