Coronavirus
Pareja cumple un año varada en Nueva Zelanda por el covid-19... y no quiere volver
Los argentinos Nahuel Olea y Luz Campos se fueron de luna de miel a Bali en marzo de 2020. La declaración de la pandemia los sorprendió en el país de Oceanía, de donde no pudieron regresar. Ahora prefieren decir que viven allá.CIUDAD DE MÉXICO (apro). – El 11 de marzo de 2020, mientras el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunciaba la pandemia de covid-19, los argentinos Nahuel Olea (35 años) y Luz Campos (29) se fueron de luna de miel desde Argentina a Bali, pasando por Nueva Zelanda, donde se quedaron varados y ahora ya no quieren regresar.
La pareja es de Tigre, una provincia de Buenos Aires. Los dos se conocieron desde la adolescencia y se hicieron novios cuando ella tenía 19 y él 25 años. Diez años después se casaron, aunque desde seis años atrás ya vivían juntos. Ella era estudiante de indumentaria en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y él era sonidista y trabajaba con eventos y producciones.
El 6 de diciembre se casaron por el civil y el 13 realizaron una ceremonia con sus amigos celebrando a la Pachamama y rindiendo tributo a la Madre Tierra. Su luna de miel duraría tres meses y la vivirían en Bali, Indonesia. La manera más económica de viajar era volar de Argentina a Nueva Zelanda y de ahí comprar los boletos a Indonesia y después a la isla Bali. Juntaron 5 mil dólares.
“El día que salimos de viaje sabíamos que algo pasaba allá lejos, en China, por lo que venía diciendo en los medios, pero no mucho más. El primer llamado de atención fue cuando escuchamos, en el mostrador del check in, que a unos pasajeros que iban a Miami les decían que no les garantizaban la vuelta. A nosotros no nos dijeron nada. Íbamos para la otra punta del mundo. Salimos y en la escala en Santiago de Chile experimentamos otra cosa extraña. Al bajar del avión nos tomaron la fiebre. Nos pareció rarísimo, pero tampoco nos alarmó. Era nuestro primer vuelo largo, ¡solo conocíamos Brasil!”, contaron al portal Infobae.
Al llegar a Nueva Zelanda su vida cambió. “No teníamos movilidad así que llegar con nuestras mochilas al hostal que elegimos en las afueras de Auckland, un pueblo llamado Hunua, fue un lío: colectivo, tren y Uber. Era un lugar donde no había nada, pero era lo más barato que encontramos.”
Veían las noticias de otros viajeros en las redes y eran desalentadoras. “Leíamos que en Indonesia había muchos problemas. Por los viajeros en las redes veíamos que en Bali la cosa se había puesto heavy. Cerraban los templos, no se podía recorrer. ¡No íbamos a poder disfrutar de nada! ‘Busquemos otra alternativa’, nos dijimos”, explicó Luz.
El 16 de marzo iniciaron las cuarentenas, el 18 de marzo los confinamientos más estrictos. Se olvidaron del viaje y se preocuparon por encontrar un lugar donde quedarse antes de que el dinero se terminara. Pensaron que el aislamiento solo duraría un mes.
No contaban con que el hospedaje en Nueva Zelanda era cuatro veces más caro que en Indonesia, pero los dueños de un hostal se apiadaron de ellos y los dejaron quedarse.
Al no saber qué hacer, preguntaron en internet: “¿Cómo hago para sobrevivir? Y así encontraron a otros viajeros varados en otros lugares del mundo. Alguien les dijo que en Nueva Zelanda si trabajas en una casa haciendo cualquier oficio te pagan con hospedaje y comida, pero le llaman “voluntariado” y así sobrevivieron.
“Ahí empezó un viaje que nosotros jamás habíamos calculado”, explicaron. Porque su luna de miel se convirtió en una estancia permanente donde debían buscar cómo sobrevivir.
Llegaron a Karangahake, una reserva natural a trabajar en el Bed & Breakfast, un hostal familiar donde tenían que hacer las camas y ayudar con la limpieza, pero el problema es que no había clientes.
“Creo que nos quisieron ayudar porque la verdad no había turismo. Trabajábamos unas cuatro horas diarias haciendo mantenimiento general y jardinería porque los dueños estaban renovando el lugar. Querían hacer mejoras porque pensaban venderlo. Éramos doce voluntarios. Nahuel habla inglés, pero yo cero. Nos tuvieron mucha paciencia”, confesó Luz.
Ahí estuvieron mes y medio por la cuarentena obligatoria. Después, la dueña del hostal les sugirió hacer otro voluntariado con su madre Jenny en Tauranga. Debían ayudarle con el jardín y la limpieza.
“Era una señora de unos 60 años, maestra de inglés. Trabajábamos dos horas por día, cada uno y nos daban lugar para dormir. La comida, en esta ocasión, nos la proporcionaba el Ejército de Salvación. Estuvimos con Jenny dos meses.”
Su vuelo de regreso a Argentina, el 11 de junio, había sido cancelado. Temían quedarse sin techo y comida. Los pasajes de repatriación costaban mil dólares y no quisieron asustar ni pedir ayuda a sus familiares porque enfrentaban sus propios problemas en su país, dijeron.
Después, se enteraron de que la Cruz Roja y el gobierno de Nueva Zelanda estaban dando comida y alojamiento gratis por tres meses a quienes tenían visa de visitante y se habían quedado varados. Se anotaron. Los enviaron a un hostal, les dieron tarjetas precargadas para ser usadas en los supermercados más importantes. En ese tiempo pensaron en el futuro.
Percibieron que en Argentina la situación era complicada. Debían pagar pasajes caros si querían volver y hacer otra cuarentena. Tampoco tenían donde vivir, así que decidieron quedarse en Nueva Zelanda.
En agosto se fueron a la isla Waiheke. Sacaron la visa de trabajo que les costó en total mil dólares americanos, 500 cada visa, hacerse unos estudios médicos y conseguir una tarjeta de crédito que les prestaron unos viajeros a cambio de efectivo. En septiembre de 2020 se las aprobaron.
Su nueva vida
El vuelo de regreso a Argentina fue reactivado para el 12 de diciembre, pero ellos debían pagar el pasaje de Auckland a Sídney y el de Santiago de Chile a Buenos Aires, lo cual no les hizo sentido con la visa ya aprobada. Se fueron a Tauranga y comenzaron a trabajar en una plantación de kiwis donde, ahora sí, les pagarían con dólares.
Trabajaban entre 8 y 10 horas diarias ganando alrededor de 20 mil pesos argentinos por día. Pudieron pagarse una habitación en una casa compartida y alimentarse. Después laboraron en las plantaciones de cerezas recolectando fruta, por el mínimo. Ganaban dependiendo de lo que recolectaran, les daban descansos de 15 minutos cada 2 horas y 30 minutos al medio día para comer y les pagaban semanalmente. Así llegaron al 2021.
“Trabajamos de lunes a lunes todo el mes, pero cuando llueve no se trabaja ni se cobra. Y en esa zona llueve mucho”, relató Luz.
Juntaron dinero y se compraron un automóvil modelo 1997 por mil 300 dólares americanos. Se fueron a Queenstown para conocer la ciudad y después hicieron un voluntariado cerca del mar, en un camping frente al océano. Se dedicaban a ordenar cocinas y hacer el mantenimiento durante un par de horas diarias. Esas fueron sus “vacaciones”. Regresaron a la recolección de kiwis.
“Yo sentía que estábamos resolviendo bien las cosas. No pedíamos ayuda a nuestras familias y les decíamos que se quedaran tranquilos, pero extrañábamos un montón. Tuvimos bajones. Quizá la parte más difícil del viaje fue cuando estuvimos en la casa de Jenny, porque teníamos una incertidumbre total, no sabíamos nada sobre cómo podíamos subsistir. Cuando hacíamos videollamadas, veía a mi abuela y tenía que cortar porque lloraba”, narró Luz.
Para ellos, el trabajo en Nueva Zelanda les permite vivir bien, tener un nivel de vida cómodo y hay trabajo.
Esta pareja forma parte de la red Argentinos en el Exterior, creado por el periodista Nicolás Gómez, residente en España desde hace cinco años, para ayudar a quienes desean emigrar o quienes han emigrado.
Una nueva cultura
A Nahuel le sorprendió que todo el mundo anda descalzo, sin importar la edad o el clima.
“En la calle, en un shopping, en cualquier sitio. Me gusta, pero es raro. Es parte de la cultura. Todos los chicos salen de la escuela descalzos también en invierno”, aseguró y lo comparó con que en Argentina andar descalzo es sinónimo de ser pobre, cuando en Nueva Zelanda se vincula al contacto con la tierra.
“Acá la gente es muy obediente. Lleva una vida estructurada y respetan las normas. Cenan a las 6 o 7 de la tarde y a las 9 se van a dormir. ¡Tuvimos que acostumbrarnos a la fuerza! También tienen mucho cuidado con el medio ambiente y con el agua. Todos tienen sus compost para reciclar. Eso es algo que está totalmente incorporado”, señaló Luz.
Solo una vez Nahuel se peleó en la calle con una persona que estaba borracha en la fila de un supermercado.
“Las situaciones no pasan a mayores porque el sistema policial funciona y vas en cana. El mayor peligro podrían ser las pandillas barriales pero no se meten con los extranjeros. Acá no te podés agarrar a piñas en la calle porque podés terminar preso por años. Creo que hay robos, pero en las ciudades chicas donde estuvimos no vimos nada.
“Es algo nuevo sentir que voy por la calle y no tengo miedo. Me siento muy segura. Podés salir a caminar tranquila y eso es un flash. Además. El lugar de la mujer acá es muy importante. Manejan colectivos, taxis, aviones. ¡Ves mujeres haciendo rutas! Hay una igualdad que está muy buena y hay mucho respeto”, afirmó Luz, a quien también le sorprendió la higiene de los baños gratuitos de la calle. “Son limpísimos, como si fuesen dentro de un shooping.”
El regreso
Su pasaje de regreso está vigente hasta diciembre de 2021, pero ahora quieren trabajar seis meses más. Nahuel quisiera regresar a pasar las fiestas en Argentina.
“Creo que cambiamos mucho, pero también tenemos la certeza de que nuestro lugar es allá. Nuestro corazón está en la Argentina. También es cierto que nos vemos viajando por año. No sé, si nace un chico será viajero”, dijo Luz.
Su visa de trabajo es de tres años, pero no saben cuál será su futuro porque en esta aventura les quedó claro que los planes pueden volar por los aires en cualquier momento.
“Queremos una vida más conectada con la naturaleza. Si volviésemos a la Argentina, la idea sería tener un camping en Córdoba, en Traslasierra, en Quebracho Ladeado. El viaje tuvo una parte de extrañar y de incertidumbre y otra de aventura inolvidable. Ahora estamos mucho más tranquilos. Ya no decimos que estamos varados acá, ahora decimos que estamos viviendo en Nueva Zelanda”, señalaron.