El Sida, una nueva amenaza para los pueblos amazónicos
Santa María de Nieva, Perú (apro).- Al iniciar 2015, Melanio Kunchiani, un indígena de la etnia awajún, se enteró que era seropositivo.
“Tenía una especie de alergia en mi piel, y como me sentía mal, mi padre me trajo al centro médico. Me hicieron un análisis y detectaron que tenía VIH”, explica en su lengua materna –con el apoyo de un traductor– el joven de 17 años de edad, quien vive en el poblado de Huampami, en la Amazonía peruana.
Por suerte, dice, a él le detectaron a tiempo la enfermedad y con el tratamiento ha mejorado considerablemente su condición, pero muchos otros awajún han muerto en la última década a causa de ese padecimiento que desconocían completamente y que además choca con sus valores sociales y culturales.
Hasta hace una década el VIH-Sida era prácticamente desconocido en Huampami, comunidad situada al borde del río Cenepa, un afluente del Marañón, en la provincia de Condorcanqui, fronteriza con Ecuador.
Pero ahora, de manera contraria a los que sucede en el resto del país y en América Latina en general, donde las tasas de infección se han reducido desde hace años, en Condorcanqui aumentan de forma alarmante.
Mientras el índice de prevalencia del virus de inmunodeficiencia humana en todo Perú se ubica en promedio en 0.23%, en línea con los países de la región, en esa provincia es de 2%.
El mismo patrón se repite en otras zonas amazónicas del país. El propio Melanio conoce más casos de primera mano: “De mi familia, tiene el VIH un primo hermano. Allí en Chiriaco un amigo también tiene sida”.
El aislamiento geográfico en que han permanecido durante mucho tiempo diversas etnias de la Amazonía las había mantenido libres de la amenaza del VIH, pero la progresiva mejora de las infraestructuras ha incrementado el contacto con el resto del país. Esto también ha tenido consecuencias negativas, como el ingreso en esas áreas de enfermedades infecciosas como el sida.
La única forma de llegar hasta Huampami desde la capital provincial, Santa María de Nieva, es después de viaje de al menos seis horas en lancha. De ahí, el viaje a Bagua –la ‘ciudad’ más cercana– toma otras seis horas por una sinuosa carretera.
Desde Huampami se puede arribar fácilmente a Chiriaco, una localidad a medio camino entre Nieva y Bagua, donde hay un centro de enseñanza secundaria. Ahí vivó durante tres años Melanio para seguir sus estudios, luego de terminar la primaria en su comunidad. Y ahí, asegura, fue donde contrajo el virus. Su caso es paradigmático para explicar la difusión del VIH en el Amazonas peruano.
“En los últimos años ha habido una mayor comunicación, transporte, intercambio de personas y de bienes entre esta zona y otras zonas indígenas con el resto del país. Y hay mucha gente de las comunidades indígenas que ha salido a estudiar, por ejemplo, y luego regresan”, explica Mario Tavera, asesor del Ministerio de Salud peruano para la estrategia de pueblos indígenas.
“También hay mucha gente que ha entrado a comerciar de manera lícita e ilícita. Hay cultivos ilícitos de amapola, hay tala de madera y hay extracción de oro en las márgenes del rio Marañón”, agrega.
Tavera fue uno de los primeros médicos en detectar el ingreso del VIH en Condorcanqui, hace aproximadamente diez años, cuando trabajaba allí en un pograma de salud materna del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
“Empezamos a implementar pruebas rapidas de detección de sida allí y nos dimos con la sorpresa de que había casos”, recuerda.
El virus, apunta, ha encontrado en estas regiones amazónicas condiciones muy favorables para su rápida expansión. Para empezar, en las culturas amazónicas “la relación sexual es un hecho natural y muy precoz tanto en el hombre como en la mujer. Allí prácticamente se pasa de ser niña a ser mujer-madre. Desde los 13 o 14 años ya hay una vida sexual muy activa”, sostiene.
Por otra parte, no existe la costumbre de usar preservativo y las mujeres están habituadas al parto vertical y rechazan la cesárea, que disminuye el riesgo de transmisión del virus de la madre al hijo, porque reduce el contacto directo del bebé con la sangre y los fluidos vaginales.
En el caso particular de Condorcanqui, Tavera subraya que no sólo se registró el retorno de jóvenes que había salido a estudiar o a trabajar, también algunos gay y travestis que habían estado vivendo en Bagua y en ciudades de la costa peruana, dice, volvieron a su región gracias a una mayor tolerancia hacia la homosexualidad.
En Condorcanqui, “producto de la propia escasez económica, muchos jóvenes, sin ser homosexuales, mantienen relaciones con hombres por dinero. Para ellos no es prostitución, no tienen ese concepto. Es simplemente intercambio sexual por dinero, comida o por una prenda”.
Añade: “Estos jóvenes adquieren la enfermedad y mantienen relaciones con sus parejas jóvenes, y así aparecieron casos en mujeres jóvenes”.
Y en los últimos años, conforme aumenta el número de pruebas rápidas de sida se disparan los casos detectados, por lo que las autoridades sanitarias han comenzado a implementar medidas extraordinarias, y han tomado a Condorcanqui como prototipo para su estrategia anti-VIH en la Amazonía.
Como una de las medidas más importantes, han empezado a llevar a los centros de salud de comunidades cercanas el tratamiento antirretroviral, ya que al principio eran los propios pacientes los que iban a Bagua a recibirlo, y eso disuadía a muchos por la inversión de tiempo (por lo menos dos días de cada mes para ir a buscar los medicamentos) y dinero que suponía el traslado.
Por otra parte, si la prueba rápida da un resultado positivo, el paciente inicia de inmediato el tratamiento, sin esperar a la confirmación definitiva mediante el western-blot, un análisis que puede demorar hasta cuatro meses.
“La otra gran política es la prevención, que es el cambio de hábitos sexuales y el uso del condón, el gran tema. Pero ahí todavía estamos en pañales”, reconoce Tavera.
Y es que las condiciones culturales de la Amazonía no sólo han favorecido la rápida expansión del virus, también ha dificultado enormemente su tratamiento por parte de las autoridades sanitarias peruanas.
Por un lado los awajún –que pertenecen al grupo etnolingüístico de los jíbaros, celebres por su antigua tradición de reducir las cabezas de sus enemigos– son una población guerrera que se considera muy valiente y les es muy difícil aceptar el VIH, estigmatizado en la historia de la humanidad por su relación con la homosexualidad, que para ellos no es sinónimo de valentía.
Pero el problema fundamental es el rechazo tradicional de los awajún y huampis (la otra etnia que habita en Condorcanqui) hacia todo lo que tiene que ver con la cultura occidental y el gobierno central.
“Son comunidades muy suspicaces. Han tenido muchas experiencias negativas con el Estado y hay una desconfianza muy grande en las instituciones en general”, afirma Wilmer Fernández, director de la organización no gubernamental Servicio Agropecuario para la Investigación y Promoción Económica (Saipe), que lleva más de dos décadas trabajando en la zona en proyectos de manejo sostenible de los recursos naturales.
“Condorcanqui es una zona que está viviendo un proceso de conflictividad social muy fuerte” por temas relacionados principalmente con la extracción minera y petrolera y con proyectos hidroeléctricos, indica.
“Esa desconfianza es un factor fuerte para que, por ejemplo, las personas no vayan a las postas de salud a atenderse. Todo discurso lo ven sospechoso siempre”, apunta.
Las sospechas son mayores todavía respecto al VIH, ya que no les resulta fácil entender que es un mal que no se puede curar y que además se puede tener sin presentar síntomas.
Por eso muchas veces, si le dicen a un paciente que debe abstenerse de tener relaciones sexuales sin condón para no transmitírselo a otras personas, aunque no se sienta enfermo, no hace caso.
Y además prevalece la fe en sus plantas medicinales antes que en las medicinas occidentales, por lo que si encuentran una que conlleva o coincide con una mejoría temporal en su estado de salud, creen estar curados.
Sin embargo, el mayor obstáculo que han encontrado los médicos para concienciar a la población indígena sobre la existencia y la peligrosidad del sida ha sido, sin duda, la brujería.
En la cosmovisión awajún la brujería es incuestionable: cuando alguien enferma o sufre una desgracia, lo habitual es atribuirlo a algún vecino o conocido que, por envidia o animadversión, le ha causado algún ‘daño’.
Así, por lo general el primer autodiagnóstico que hace alguien que empieza a mostrar los primeros síntomas del VIH-Sida es que es víctima de brujería, por lo que recurren a curanderos y acaban muriendo sin ser tratados apropiadamente, o se presentan en los centros de salud cuando el síndrome de inmunodeficiencia adquirida ya está muy avanzado.
En el caso de Melanio, la doctora Amparo Juárez, obstetra del centro de salud de Huampami, recuerda que cuando su padre lo llevó allí “había bajado totalmente de peso, tenía la hemoglobina bajísima y llagas por todo el cuerpo en carne viva”. El joven comenzó inmediatamente a tomar retrovirales y tuvo una rápida recuperación: subió de peso, dobló la tasa de hemoglobina en la sangre y cicatrizaron las heridas.
“Soy consciente de que si sigo el tratamiento de retrovirales voy a tener más tiempo de vida”, admite el joven. Pero no todos en Condorcanqui son igual de conscientes.
Un problema añadido a la cuestión de la brujería es que los acusados de practicarla son expulsados de sus comunidades. Por eso los ‘apus’ –líderes de cada comunidad, elegidos cada año mediante el sistema de usos y costumbres– exigen a los médicos que les digan quién tiene sida para tener argumentos cuando discuten con sus vecinos el exilio del presunto brujo.
Pero la ley establece la confidencialidad de la información respecto de los infectados por VIH para evitar su discriminación, una cautela que se hace aún más necesaria en zonas en las que el sida es un fenómeno nuevo y poco conocido, como lo era en los 80 en la mayoría del mundo.
Melanio puede dar testimonio de ello: “Saben que tengo sida mi abuela, mis hermanos y un grupo de amigos, pero siento entre estos un poco de discriminación. Ya no hay el mismo compañerismo de antes”. Por eso, pese al calor reinante en la zona, acrecentado por la humedad, él lleva siempre una camiseta de manga larga para tapar las cicatrices que ha dejado la enfermedad en sus brazos. Tímidamente acepta a mostrarlas brevemente.
El Ministerio de Salud peruano es consciente de la necesidad de aplicar principios de interculturalidad en la atención sanitaria, es decir, coordinarse con las poblaciones nativas sobre el tipo de atención que se les va a dar e incluirlas, pero no imponerles un sistema sanitario de una cultura que les es ajena. Sabe que es la forma más eficaz de ganarse la confianza de la población amazónica.
Sobre el terreno, los médicos van poco a poco adaptando su trabajo a las costumbres locales. El trabajo es arduo, pero han conseguido avances en materia de aceptación de que el VIH-Sida es una realidad y los riesgos que implica.
“Han ocurrido grandes cambios porque ha empezado a fallecer gente cercana a líderes. Han empezado a fallecer mujeres, niños… Gente con diagnósticos de VIH”, apunta Tavera. Pero aun así, a los awajún todavía les cuesta hacer un deslinde claro entre brujería y sida.
“A veces los ancianos no creen en el sida”, reconoce Ernesto Ankuash, awajún e intendente (representante del gobierno peruano) en Huampami. Él mismo cree que algunos ‘dañinos’, que es como califican en Condorcanqui a quienes supuestamente practican brujería, “se aprovechan de ese síntoma”.
“Sí hay VIH aquí, pero no queremos que utilicen eso para decir que no existe brujería”, apunta.
Ankuash repasa varios casos que ejemplifican la confusión que existe respecto al virus: “Hay una señora que murió con síntomas de sida, y su marido vive. ¿Por qué si la mujer tenía sida y ellos han estado conviviendo, su marido no tiene?”, pregunta.
Clelia Jima, consejera de Salud de la región de Amazonas, a la que pertenece administrativamente Condorcanqui, lamenta que varios líderes locales, maestros de escuela e incluso pastores evangélicos nieguen la existencia del VIH y atribuyen los síntomas de los afectados a la brujería.
“Mientras estamos en eso, no aceptando lo que hay en nuestras comunidades, la enfermedad va avanzando. Y esta enfermedad no mide ni se fija en la edad, la raza, la religión, ni en si somos pueblos indígenas”, afirma Jima, una awajún que trabajó durante varios años en la red de salud de Condorcanqui.
“Mientras decimos que es brujería y no VIH sigue propagándose la enfermedad y a la larga va a haber bastantes muertos”, sostiene.
La consejera aboga por trabajar conjuntamente “con las autoridades y las organizaciones de base para que ellos influyan en la ciudadanía para que entiendan que sí hay VIH”.
Wilmer Fernández coincide en el diagnóstico: “¿Cómo hacer que los trabajadores de salud incorporen elementos culturales, como el parto vertical, toda la medicina tradicional de las comunidades o el conocimiento de las hierbas medicinales, para manejar sus enfermedades?”.
Durante dos años, el Ministerio de Salud y Cultura ha llevado a cabo un proceso de consulta previa con las distintas etnias de Perú para elaborar una política de salud intercultural.
“Se ha trabajado con las cinco organizaciones indígenas del país, con reuniones descentralizadas en diferentes regiones entre los años 2013 y 2014”, explica el coordinador nacional de la Estrategia Sanitaria Nacional de Salud de Pueblos Indígenas, Omar Trujillo.
Añade: “Las organizaciones indígenas dieron su aprobación para el documento final que contiene las líneas estratégicas de trabajo”.
Sin embargo, para evitar reconocer el derecho a la consulta previa de algunas comunidades en conflicto con el estado por concesiones mineras, el presidente peruano, Ollanta Humala, tiene bloqueado el decreto supremo que sancionaría la política intercultural en materia de salud.
“No nos ayuda entrar a imponer desde el sistema del Ministerio de Salud. Hay que incorporar la parte de interculturalidad, de manera que en Condorcanqui trabajemos de acuerdo a la realidad y que no impongamos las cosas”, insiste Jima.
“Como eso no se incorpora todavía, hay mucha gente que primero recurre a las hierbas medicinales, después, cuando ya no puede curar la enfermedad o dice que el brujo la está matando, va a la posta de salud, pero a morir”, concluye Fernández.