Cine/Aún no

Cine/Aún no: "28 años más tarde"

La historia debe su eficacia a que 28 años más tarde está inspirada en Kes (1969), quizá el mayor éxito del director Ken Loach, magnífico drama del realismo inglés sobre el aprendizaje de un chico frente a un mundo en descomposición.
viernes, 4 de julio de 2025 · 15:11

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Al igual que el western, todavía con menos casta, el género de zombi es aportación del cine estadunidense; antitéticos en principio, el primero construye el mito de la conquista y fundación de la nación americana, mientras que el segundo expresa su deterioro, decadencia y riesgo de colapso. 

Ambos tienen en común esquemas ultra codificados que han permitido el apropiamiento de otras cinematografías, y que han aportado nuevos significados. ¿Qué país no cuenta con un western? Desde Italia (“spaghetti western”) hasta Taiwán y Tailandia. 

El de zombis se extiende tanto, que ha llegado a cruzarse con el western, y ya hasta Cuba, Corea del Sur o Hong Kong cuentan con alguno; en E. U. ha florecido la comedia zombi, como la estupenda Los muertos no se mueren (2019), de Jim Jarmusch. En su momento, recién el 11 de septiembre, 28 días más tarde (2002), dirigido por Danny Boyle y escrito por Alex Garland, significó la propuesta británica con trama y personajes interesantes para renovar la vida, dicho sin ironía, de un género aburrido, mecánico y predecible. 

Danny Boyle y Alex Garland vuelven a colaborar luego en lo que se supone corresponde a la tercera etapa del tema, la segunda, 28 semanas (2007), que pasó sin pena ni gloria. ?Ahora, 28 años más tarde (Gran Bretaña/Estados Unidos, 2025) llega con mucho brío, una historia compleja en la que el tiempo se conduce como serpiente que se enrosca, y el drama se sitúa en una etapa post apocalíptica; el mundo cambió, el continente europeo logró cerrar sus fronteras ante la epidemia, y las islas británicas viven en perpetuo estado de cuarentena. Sobre todo, los zombis han mutado, ahora existen zombis alfa que tienen que beber y alimentarse. 

De una pequeña isla donde los habitantes viven atrincherados, salen a explorar Jamie (Aaron Taylor-Johnson), recolector de basura que en ese mundo es una profesión necesaria, con un sentido heroico, acompañado de su hijo de 12 años, Spike (Alfie Williams), para conducirlo por una especie de ritual de iniciación. La salida provoca sobresaltos y descubrimientos atroces del poder de los nuevos zombis. 

La intriga se entreteje con el drama familiar de Spike y su madre con un cáncer terminal, el encuentro con Kelson (Ralph Fiennes), un médico consciente de la evolución y el comportamiento de los virus, y que a la vez ha fabricado un culto, especie de religión primitiva con enormes estelas de huesos desinfectados. Aparece, incluso, un soldado en misión de las tropas suecas. 

No hay que dar vueltas para constatar la presencia de fantasmas que consciente o inconscientemente manejan realizador y guionista, ecos del Brexit, presencia de la OTAN, aislamiento británico, angustia ante la inmigración; el género zombi es el género de la paranoia por antonomasia; y por encima de todo, la vivencia de la amenaza del famoso covid, la incertidumbre de la cuarentena, el caprichoso azar de los contagios. 28 años más tarde agita planos profundos en la psique del espectador. 

Pero el producto que resulta de la colaboración entre Boyle y Garland, además de articular -sin llegar a exorcizar- las obsesiones del espectador actual, propone una mirada hacia el futuro, nada fácil, pero que alienta a la lucha y a la supervivencia del género, esta vez, humano. 

La historia debe su eficacia a que 28 años más tarde está inspirada en Kes (1969), quizá el mayor éxito del director Ken Loach, magnífico drama del realismo inglés sobre el aprendizaje de un chico frente a un mundo en descomposición. No es fácil encontrar esta substancia y calidad en cualquier película del género zombi. 

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