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La violación de mujeres en clave histórica: ¿Qué condiciones culturales la han legitimado?
En entrevista con Proceso, la historiadora Torres Cendales subrayó la importancia de “indagar desde cuando podemos hablar de violación, cómo se entendió en el pasado, qué diferencias tiene con esa percepción que nosotros tenemos en la actualidadCIUDAD DE MÉXICO (apro) .- “La violación de mujeres es una práctica que ha existido hace tanto tiempo y se presenta en tantos lugares que pareciera ser universal y no tener historia”, inicia la tesis de la Dra. Leidy Jazmín Torres Cendales, en la que indaga, precisamente las condiciones culturales que han facilitado e, incluso, han legitimado la violación.
En una revisión de las investigaciones efectuado por la Organización Mundial de la Salud en 2004, se calculó que la prevalencia mundial de victimización sexual en la niñez era de alrededor de 27% entre niñas, mientras que la prevalencia media en Sudamérica, Centroamérica y el Caribe fue de entre el 7 al 8 por ciento.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en esta región las tasas de violencia sexual infligida por la pareja fluctúan entre el 5 y 15 por ciento, en mujeres entre los 15 y 49 años, mientras que las tasas de mujeres violentadas sexualmente por personas que no eran su pareja (probablemente sus conocidos), oscilan entre el 0.3 y el 12 por ciento.
Según la organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en los 27 países miembro, el 27% de las mujeres reportaron haber sufrido violencia física o sexual. “Un número alarmante de mujeres y niñas se convierten en víctimas o sobrevivientes de violencia de género al menos una vez durante su vida”, advirtió el organismo.
En entrevista con Proceso, la historiadora subrayó la importancia de “indagar desde cuando podemos hablar de violación, cómo se entendió en el pasado, qué diferencias tiene con esa percepción que nosotros tenemos en la actualidad y cómo la percibían en ese momento los actores involucrados”, ya que la violación es una construcción cultural, con un devenir histórico y que no ha sido eliminada de la sociedad.
El activismo, el acceso a la información y las cifras han visibilizado el problema, tan persistente de la violación, pero ésta se suele abordar desde los datos, las acciones punitivas y algunas medidas de prevención, pero no sobre las causas estructurales que posibilitan la prevalencia de la violencia sexual, según advirtió la académica.
“Muchos somos hijos e hijas o nietos y nietas de violaciones, pero de eso no se quiere hablar porque eso implica que hay una responsabilidad histórica masculina sobre la apropiación de los cuerpos femeninos, entonces se vuelve una cosa de la que es mejor no hablar o la hablamos de manera romántica”, históricamente, esto ha servido para normalizar estas agresiones y configurar una cultura de la violación que prevalece hasta hoy en día.
En su tesis de doctorado, “Entre silencio y sospecha: violación de mujeres en el virreinato de la Nueva Granada (1779-1808)”, la historiadora exploró la violación en una sociedad estrictamente jerarquizada pero diversa, en la que “se pensaba todo en términos religiosos” y se legitimaba el abuso sexual en espacios sociales, como los hogares, las escuelas, las iglesias, las instituciones judiciales y los gobiernos.
Por medio de 20 casos penales sobre abusos sexuales, atravesados por la religión, la etnicidad, la edad y la jerarquía social, Torres da cuenta sobre la relación de una sociedad con respecto a la violación y rechaza que este abuso sea producto de un instinto natural, en este caso masculino, o que solamente se derive de enfermedades mentales e impulsos naturales o de las dinámicas de la guerra, lo que ha sido la versión prevalente de la violación en la historiografía tradicional.
La académica partió desde una perspectiva interseccional, con la que trató de abarcar todos los factores que entraban en juego.
“No todas las mujeres son iguales”, explicó la doctora. “Una cosa son las indígenas, las negras, las mujeres mestizas, es decir las mujeres racializadas, y otra cosa son las españolas, una cosa son las menores de edad, las niñas, y otra cosa son las adultas; una cosa son las casadas y otra son las solteras, y todos esos factores se juegan cuando se da un caso de violación”, explicó sobre los diferentes casos que encontró.
“Sobre la violación de las niñas hubo una indignación especial, porque claramente las niñas y los niños estaban cobijados por este ideal cristiano de la inocencia en materia moral y sexual”, explica la académica, quien recordó el caso de una menor de unos 8 o 9 años.
“Ella sale de su casa porque la mandan a traer unas cosas y hay un hombre que está ebrio. Él, primero trata de violentar a una mujer que atiende el lugar donde él está tomando y no puede, entonces él se va ebrio y violenta a esta niña hasta el punto que la mata”, recuerda Torres.
En el caso de los estratos más bajos, en los que había más mujeres racializadas, las violaciones se cometían porque eran mujeres que se asumían disponibles y que, además, funcionaban como herramienta de control.
“Cuando se viola a una mujer racializada se violenta a toda una comunidad y se legitima un lugar de poder”, explicó la académica sobre el abuso sexual de los españoles hacia estas mujeres.
“Los estratos más bajos tampoco se concebían como mujeres violadas, ni siquiera ellas mismas, porque estaban tan sometidas a una cantidad de violencias que la sexual era una de todo ese abanico de violencias que sufrían”, profundizó.
Para los violadores, el abuso sexual fue una herramienta para obtener placer, consolidar relaciones y ejercer control, tanto en momentos de conciencia, como en momentos de desinhibición, en los que mantuvieron suficiente razón para escoger a las mujeres y niñas que determinaron como las más frágiles y buscaron reducir su incriminación, apelando a parámetros que permitían, facilitaba e, incluso, legitimaron sus abusos, apuntó Torres.
Tras su investigación, y en presente, la historiadora concluyó: “Ningún delito es más difícil de probar, nadie es más cuestionada y sometida al escrutinio que una mujer quien ha sido violentada y ningún delincuente tiene más defensores que un violador”.