Cine

Cine: La poesía de lo macabro

Ahora que la boga del cine en tercera dimensión vuelve a quedar atrás, los trabajos de Tim Burton y Henry Selick se aprecian mejor.
domingo, 25 de agosto de 2024 · 12:48

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Dentro del circuito comercial salen reestrenos que proponen una forma de diálogo entre sí, por ejemplo un par de animaciones americanas, Coraline (2009) y El cadáver de la novia (2005), películas que apenas comienzan a reconocerse como obras maestras del stop motion, quizá la técnica de animación más difícil de lograr.

La reticencia que aún generan estas dos cintas se debe, en parte, al argumento declaradamente siniestro de su contenido y de su estética, nada del todo aptos para niños. No es que los menores no puedan verlas e incluso disfrutarlas, pero los padres de familia pueden sentirse confundidos con temas como la historia de una novia asesinada o la imagen de una madre que prácticamente intenta sacarle los ojos a su hija.

Quien se haya detrás del proyecto de estas dos animaciones es Tim Burton, realizador reconocido por su tendencia gótica, por sus obsesiones infantiles de niño freak (raro) que cristalizaron en el cine gracias al encuentro con Henry Selick, director de Coraline, y antes con El extraño mundo de Jack (The Nightmare Before Chrsitmas’); la colaboración de Burton y Selick, y la capacidad de éstos para apoyarse en los mejores talentos del cine de animación en el mundo, produjo una verdadera revolución en el arte del stop motion, técnica que consiste en animar, a mano, paso a paso, las figuras de los personajes junto con todo su entorno.

Directa e indirectamente el stop motion proviene de la tradición del teatro de títeres. El público disfruta las andanzas de esos muñecos que cobran vida, a la vez fetiches del espectador; por sofisticadas y avanzadas que sean las técnicas en las que ahora se apoya, no deja de resaltar el trabajo artesanal de los modernos titiriteros, de la relación inevitable de cada uno de ellos (nueve en el caso de El cadáver de la novia), con sus muñecos manejados a mano.

Ahora que la boga del cine en tercera dimensión vuelve a quedar atrás, los trabajos de Burton y Selick se aprecian mejor, aunque existan en versión 3D; en el fondo poco convence la 3D en el cine, pudiendo lograrse en la imagen de la pantalla todo tipo de dimensiones. Siempre he pensado que no se trata de salirse de la pantalla, sino de meterse en ella. Coraline y El cadáver de la novia logran abrir dimensiones fascinantes, aterradoras e incluso abismales.

Coraline es la adaptación de la novela corta del británico Neil Gaiman, escritor que va más allá de la etiqueta de autor para adultos jóvenes, una mezcla de Lewis Carroll y Edgar Allan Poe; esta niña que llega a vivir con sus padres a una casa antigua descubre la existencia de un mundo paralelo, en principio más atractivo y acogedor que en el que vive: Padres demasiado ocupados para brindarle la atención que necesita. Experimenta así el horror cuando las apariencias caen como cortezas viejas y quedan al descubierto los impulsos devoradores de una madre que exige coserse botones negros en los ojos. En vez de conejo, es un gato el guía y consejero de Coraline en este viaje de aprendizaje a través de sus miedos más oscuros.

Si en la cinta de Selick el mundo paralelo se haya del otro lado del muro, a manera del espejo de Alicia, en El cadáver de la novia el mundo paralelo, más abiertamente asociado por Burton al inconsciente, es subterráneo; inspirada a partir de un cuento del folklore ruso-judío, la historia de Víctor (con la voz y los rasgos de Johnny Depp) consiste en viajar al mundo de los muertos para liberar a una novia asesinada y así poder casarse con Victoria, su alma gemela.

El trabajo de Burton, aún más difícil de animar por la extrema estilización de muñecos con figuras alargadas y rostros de múltiples expresiones, evoca temas míticos como el de Orfeo y Eurídice, o el rapto de Proserpina, todo con mucho humor negro y la estupenda música de Danny Elfmann.

En ambas cintas el mundo paralelo se presenta más lleno de vida y de color que el aparente mundo real, por eso ninguna de las dos puede considerarse una película de horror, pues se trata de un viaje de iniciación donde los personajes liberan e integran fuerzas vitales atrapadas bajo el miedo y la represión familiar.

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