Cine

“Anhell69”

Mucho hay de carta de amor en Anhell69, mensaje de amor y esquela de toda una generación de jóvenes de las comunidades gay en Medellín, Colombia, que mueren víctimas de drogas, violencia contra ellos o, aún peor, suicidio.
sábado, 1 de junio de 2024 · 10:46

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición a partir de este mes se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Si la hache se pronuncia como jota, el título suena a ángel, si no, salta la palabra infierno en inglés, ángeles en el infierno del deseo, como define este joven realizador colombiano el tema de su primer largometraje, Anhell69 (Colombia/Rumania/Francia/Alemania, 2022).

Theo Montoya (1992) se apropia del nombre que el actor, Camilo Najar, elegido para protagonizar una película, usaba en su Instagram; el proyecto no se realizó porque el joven Najar, de 21 años, y de quien Montoya se confiesa enamorado, murió a los pocos días de la entrevista de una sobredosis de heroína.

Mucho hay, entonces, de carta de amor en Anhell69, mensaje de amor y esquela de toda una generación de jóvenes de las comunidades gay en Medellín, Colombia, que mueren víctimas de drogas, violencia contra ellos o, aún peor, suicidio, signo terrible de desesperanza y falta de horizonte. A lo largo de esta docuficción, falso documental, Montoya recalca la claustrofobia que provoca la discriminación, la falta de respeto y de oportunidades en estos jóvenes; las tomas sobre la situación geográfica de Medellín rodeada de montañas, hacen del horizonte cerrado una metáfora del malestar existencial.

El narrador, en off, es el propio director que recorre, cadáver en su ataúd, la ciudad doliente; afirma que en ciertos momentos de la epidemia de muertes ha asistido a más funerales que a cumpleaños; desde ahí comparte su entusiasmo por el cine, ese único lugar en el que podía llorar cuando tenía 14 años; ahora celebra a los pioneros del cine colombiano que fueron capaces de dar voz a los marginados, como La vendedora de rosas (1998) de Héctor Gaviria, quien, ni más ni menos, es el conductor de la carrosa fúnebre a quien el espectador sólo ve a través del retrovisor.

Anhell69 es muchas películas, según el ángulo desde el que se mire, pese a su formato de docudrama; falso en tanto que el director-narrador habla desde el más allá, como en Sunset Boulevard (1950) de Wilder, también resulta un verdadero documental porque los personajes, muerto y vivos, son reales, como el material del casting de la cinta que no hizo, pero que documenta las condiciones sociales y culturales de toda una generación; además, Anhell69 es un montaje de cine experimental en el que se cruzan diferentes planos de realidad, formas, colores y sonidos, todo esto con técnicas a los que puede calificarse de meta-cinematográficas.

Entre lo más atractivo de Anhell69 es esa película que nunca se hizo debido a la patética muerte del protagonista; se habría tratado de una B picture, una ficción fabulosa en la que, debido al incremento de muertos, los cadáveres no caben ya en el cementerio, los muertos deambulan con los vivos, nace entonces otra forma de orientación sexual que se llamaría espectrofilia, sexo con fantasmas; naturalmente, la Iglesia y los conservadores se dedican a perseguirla. De esa ficción surgen fantasmas que se filtran al documental, seres de negro con ojos de luces rojas a la manera de la cinta del tailandés Weerasethakul, El tío Bunmee.

Este tipo de películas sobre películas que no se hicieron, un tanto a la manera de Esto no es una película del iraní Jafar Panahi, por mencionar alguna de las pocas capaces de activar las fantasías del espectador e involucrarlo por completo en su propósito político.

 

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