Cultura

El artista Rodolfo Sousa y el regreso de Mictlantecuhtli al inframundo

A partir de una leyenda en torno el adoratorio de El Señor de la Muerte, Mictlantecuhtli, hallado en la zona de El Zapotal, Veracruz, el artista Rodolfo Sousa diseñó un proyecto para preservar el patrimonio arqueológico y su entorno ecológico respecto al uso del agua.
domingo, 25 de febrero de 2024 · 07:00

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La historia sobre la visita del pintor Rufino Tamayo a la zona arqueológica El Zapotal, Veracruz, en 1991, inspiró al artista plástico Rodolfo Sousa Ortega para elaborar su proyecto “Patrimonio de la Humedad”, donde plantea devolver a su entorno natural al mítico dios mexica Mictlantecuhtli, que impactó sobremanera al pintor oaxaqueño.

Su propuesta expone dudas en torno a las formas tradicionales de dar a conocer, exhibir y preservar el patrimonio arqueológico que, generalmente —y sobre todo en este caso— ponen en riesgo su sobrevivencia y hasta provocan su desgaste y erosión, cuando los avances tecnológicos permiten ya otras formas de difusión del conocimiento.

Egresado de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana y con estudios de posgrado en la Universidad Nacional de las Artes de Argentina, Sousa escuchó de su profesor de dibujo en 2002 —durante una visita al Museo de Antropología de Xalapa (MAX), donde solía llevar a sus estudiantes a hacer prácticas— una leyenda que lo cautivó: cuando Tamayo anticipó su muerte en ese lugar. Posteriormente, el mismo maestro llevó a su grupo a El Zapotal, ubicado cerca del municipio Ignacio de la Llave.

Tamayo asistió con su esposa Olga, el 24 de mayo de 1991, a la inauguración de la Galería del Estado en Xalapa. Al día siguiente pidió ir a la zona arqueológica totonaca El Zapotal a ver al Mictlantecuhtli, o Señor de la Muerte, realizado en barro crudo, cubierto por estuco y policromado, rodeado de murales hechos con la misma técnica.

El adoratorio de Mictlantecuhtli en 3D. Foto: Cristopher Grajales.

De frente a la imponente escultura, Tamayo (1899-1991), quien el 3 de junio del mismo año recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Veracruzana, expresó:

“Ya puedo morirme en paz, conozco al dios del inframundo”.

Y falleció un mes después, el 24 de junio de 1991.

La historia motivó también un homenaje escultórico de otro artista radicado en Xalapa, Alfonso de Pablos Vélez, con la figura del “Perro aullando a la luna” (https://www.proceso.com.mx/reportajes/2018/6/3/cuando-perro-aullando-la-luna-de-tamayo-cobro-vida-206105.html), devino leyenda urbana.

Entre las historias que conoce desde niño en torno al sitio y lo investigado por él, Sousa dice —en entrevista telefónica con Proceso— que el mito alcanzó también a Leonora Carrington y Francisco Toledo, quienes murieron el 25 de mayo de 2011 y el 5 de septiembre de 2019, respectivamente, y comenzó a decirse que también fallecieron luego de haber sido invitados a Xalapa. “Hasta se decía que mejor ya no se invitara a artistas consagrados”, señala.

Describe el pintor y artista gráfico que la antigua ciudad del Zapotal es una zona arqueológica pequeña y no tan turística como otros lugares de Veracruz, nada comparado, por ejemplo, con El Tajín:

“Hay una especie de recelo, con sus ventajas y desventajas, de parte de las instituciones, con este sitio, pues hay muchas restricciones para fotografiar o videograbar. Es una parte del proyecto que aún no he desarrollado, pero incluso la región se ha vuelto muy violenta por el narcotráfico y el despliegue de grupos armados. Leí en una noticia que hasta estuvieron en pleno Carnaval. Todo eso hace que no sea tan visitado”.

Políticas de otra época

Al artista nacido en Xalapa en 1986 le llama la atención que las políticas de protección del lugar, entre ellas la construcción de un museo de sitio para el resguardo del Mictlantecuhtli, constituyan uno de los elementos que lo están erosionando.

Relata que a principios de los años setenta, Manuel Torres Guzmán y Francisco Beverido Pereau, a quienes considera parte de una generación de arqueólogos y antropólogos de los que participaron en el proyecto nacional de construcción de museos de antropología, descubrieron en esa región varias cabezas olmecas, y trataban de explorar y extraer las piezas arqueológicas que más pudieran para “llenar las arcas de esos museos”.

Torres iba también tras la huella de un grupo de traficantes que extraía piezas de una loma en la zona de la Mixtequilla (ahora Ignacio de la Llave), considerada cuna de las culturas totonaca y olmeca y llamada así porque fue habitada por gente proveniente de la mixteca. También, agrega el artista, tenía vínculos con los mexicas, a quienes daban tributo y compartían deidades, entre ellas Mictlantecuhtli.

Sousa. Conocer y preservar. Foto: Archivo Rodolfo Sousa

El arqueólogo advirtió que los traficantes negociaban con piezas de carácter ceremonial saqueadas de unos cerros, si bien la región es más bien una planicie. Así, se dieron cuenta de que los montículos eran demasiado regulares en su tamaño y forma, un poco triangular. Y descubrieron que fueron hechos por la mano del hombre. Al excavarlos hallaron en uno de ellos el adoratorio del Señor del Inframundo, junto a figuras de Cihuteteo, que representa a las mujeres que mueren en el parto.

Esas figuras se encuentran en el MAX, sigue Sousa, pero al no poder trasladar el Mictlantecuhtli y los murales decidieron dejarlos en el lugar. Y por eso se construyó alrededor suyo el Museo de Sitio El Zapotal con cemento y otros materiales modernos que, en opinión suya, han contribuido a que el conjunto se esté deteriorando y los murales descascarando.

Considera el artista y profesor de arte que la construcción obedecía a políticas de la época, y ahora, por lo que sabe, hay arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia y de la Universidad Veracruzana conocedores de la zona arqueológica, preocupados por los daños.

“En algún momento el museo era más bien una palapa, pero ya era una construcción inadecuada que producía un microclima que no le procuraba al adoratorio el cuidado necesario”.

Alternativas contra el deterioro

Luego de declarar que no desea pecar de romántico o de melancólico, reflexiona que al haber estado cubierto por un montículo, el adoratorio mostraba que no estaba al acceso o mirada de los pobladores del sitio, sino que su entierro era justamente el inframundo. Y no descarta que en determinado momento debería o podría volver a ese entorno.

El adoratorio. Foto: Captura de pantalla de Rodolfo Sousa.

Su propuesta artística se expuso ya en la Human Resources Gallery (Galería Recursos Humanos) de Los Ángeles, California, con el título “Adoratorio”. Y se lee en la presentación escrita por Nahui García:

“Sousa asume el papel de un detective preocupado, extrayendo ideas sobre la profecía autocumplida de Tamayo a través de recortes de periódicos de archivo. Presenta ‘Adoratorio’ como una exhibición antropológica que comprende bocetos en grafito, fragmentos superpuestos de pintura acrílica seca y una instalación de video de dos canales que compensa el acceso limitado al sitio”.

Esta última frase se refiere a que las políticas del Museo de Sitio de El Zapotal no permiten el registro en video o fotográfico del conjunto prehispánico, se necesitan permisos especiales.

Pero en su opinión, ese registro sería una alternativa para que ese patrimonio se conozca y difunda, sin necesariamente ver el adoratorio real. Refiere que arqueólogos del INAH realizaron espectrografías en diferentes estaciones del año: en verano que es de calor y lluvia, y en frío, para medir el incremento o decremento del volumen de la pieza, pues “aunque está enclaustrada en cuatro paredes de cemento, sigue teniendo un vínculo con la tierra y la humedad en el ambiente”, porque su base está en el subsuelo:

“Existe la tecnología suficiente para contar con un registro adecuado y realizar un modelo tridimensional o bidimensional. Lo importante es salvaguardar el sitio, y yo creo que la forma es despedirnos de él físicamente, cerrándolo por completo con el mismo material de que estaba hecho el montículo. Ésa es mi propuesta artística”.

—¿Y tiene una relación con el tema del agua, el manejo que se hacía en épocas antiguas y la escasez?

—Sí, mi idea es que a partir de una serie de herramientas y objetos técnico se puede capturar la neblina (característica de la región de Xalapa). Y pienso que si el INAH tiene cierta permisibilidad para dejar que en El Tajín haya espectáculos musicales y culturales, este sitio arqueológico de El Zapotal podría convertirse (una vez rescatado el monumento) en un centro de cuidado del agua; que no sea una tumba”.

A decir suyo, podrían generarse políticas que contribuyan a captar agua, limpiarla, y hacer uso de ella; que sirvan a la reintegración del recurso, no sólo al ecosistema, sino al ser humano. Pero admite que desconoce las instancias del INAH, a las cuales podría acercarse a proponer, sería “un museo vivo, porque el Señor de la Muerte mesoamericano, Mictlantecuhtli, forma parte de una cosmogonía, de todo el mundo, no solamente del subsuelo o el inframundo”.

La exhibición artística de Sousa. Foto: Archivo Rodolfo Sousa.

Explica Sousa que el interés de muchos artistas de su generación y su entorno por el medio ambiente viene desde su formación, pues cuando en 1972 se fundaron los talleres de Artes, en la Universidad Veracruzana, iniciaron con el muralista y fotógrafo Carlos Jurado, quien invitó a Felipe Ehrenberg (ambos ya desaparecidos) y Carla Rippey, donde se impartían clases de fotografía, artes gráficas y cerámica.

Entonces los estudiantes aprendieron a considerar la humedad de la región por el frío y la lluvia, a la hora de intentar cuajar su barro, porque pasaban varios días y no lo conseguían:

“Esto hizo que la mayoría de nosotros tengamos una vinculación con los fenómenos atmosféricos y climáticos, y sobre los cambios producidos por el calentamiento global antropogénico, y por ello forma parte en mayor o menor medida de mis temas e intereses artísticos”.

Y de ahí que juegue con el término de Patrimonio de la Humanidad utilizado por la Unesco. Escribe en un ensayo:

“Propongo superar las políticas de identidad nacional para pasar del patrimonio de la humanidad al patrimonio de la humedad”.

Ello implicaría una redistribución de la riqueza cultural y la reintegración de ese conjunto patrimonial. El INAH tendría entonces que olvidarse de la idea de zona arqueológica. O crear, en lugar de una estructura rígida de cemento, una membrana de materiales biosintéticas, para preservar el clima y calor que rodean al santuario.

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