Instituto Francés de América Latina

Jacqueline André, Palmas Académicas de Francia

El embajador de Francia en México, Jean-Pierre Asvazadourian, invistió a la traductora y promotora cultural, responsable de la Mediathèque de la Casa de Francia durante 15 años, como miembro de la Orden de las Palmas Académicas. De ahí este artículo del escritor, traductor y colaborador de Proceso.
domingo, 18 de febrero de 2024 · 09:38

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).-Desde hace mucho tiempo, el Estado francés ha desarrollado una intensa labor de difusión cultural en México. Por lo menos hace casi 140 años, si tomamos como punto de partida el establecimiento de la Alianza Francesa en México, en 1884, cuyo eje rector ha sido la enseñanza del idioma francés. Pero la enseñanza de un idioma es, necesariamente, la enseñanza de una cultura, y por ello no es raro que, como parte de sus tareas sustantivas, la Alianza Francesa haya realizado una creciente diversidad de actividades que van de las artes plásticas a la cinematografía y de las conferencias a la apertura de bibliotecas con acervos, desde luego, en lengua francesa.

Con la fundación del Instituto Francés de América Latina (IFAL) el 11 de noviembre de 1944, la difusión de la cultura francesa se incrementó de manera más que notable, y apenas cinco años después ya se había convertido en un foco de irradiación gracias, entre otras actividades, al cineclub que en su seno creara el poeta y cineasta Jomi García Ascot, y a la bien concebida y entonces proliferante biblioteca de la que muchos escritores mexicanos --Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco, por recordar sólo a dos de ellos-- han sido adictos.

La biblioteca ha sido siempre un elemento esencial de la riqueza cultural que Francia ofrece a México, y es deseable que se conserve siempre como tal. Aunque muchas personas creen que “todo” libro, revista o periódico es accesible a través de la red electrónica, eso es absolutamente falso. Y hay mil razones que impiden que así sea: desde la imposible concertación de las muchas voluntades que sería indispensable involucrar para lograrlo, hasta la siempre insuficiente inversión financiera frente a una empresa de naturaleza exponencial (digitalizar la infinidad de obras que se han publicado a lo largo de los siglos, más las que se imprimen hoy y otras que se imprimirán mañana) y, por supuesto, la aun más escasa cantidad de horas disponibles para hacerlo.

Por otra parte, considérese que, tal como está estructurada hoy la red, buscar acceso a un libro sin contar con la información precisa que nos lleve a él, es como tratar de cruzar un espeso bosque en el que no existen senderos trazados ni señales de orientación. Es tan fácil perderse. Y quien se pierde, así sea sólo por el tiempo que le tomará ubicarse, pierde parte de su vida.

La Biblioteca es, frente a esa espesura, una suerte de terreno desbrozado, una parcela cultivada o una huerta en la que es sencillo buscar y encontrar lo que se desea. Y el bibliotecario es el hortelano que posibilita la existencia de ese jardín (eso es lo que la palabra huerta significa).

Todo esto viene a colación porque el jueves pasado Jacqueline André, responsable de la Mediathèque de la Casa de Francia --en la palabra “Mediathèque” se funden los términos “biblioteca y medios digitales”-- fue condecorada por el gobierno francés que así la convirtió en miembro de la Orden de las Palmas Académicas, una distinción creada en 1808 por Napoleón Bonaparte para honrar a los integrantes más eminentes de la Universidad de París. Esa tradición se mantiene y hoy se extiende a quienes destacan en los campos de la cultura y la educación.

          La ceremonia de condecoración tuvo un carácter singular pues se llevó a cabo en el marco de la despedida del embajador de Francia en México, Jean-Pierre Asvazadourian, quien vuelve a su país una vez cumplida su misión durante tres años y medio en el nuestro.

Como lo recordó el embajador al conferirle la prestigiosa presea, con ésta se reconoce un “compromiso excepcional de más de 30 años de trabajo en la Casa de Francia, con el propósito de difundir la cultura francesa en México y de fortalecer la relación entre Francia y México”; los últimos 15 al frente de la Mediathèque, desde que esta quedó instalada en la que antiguamente fuera la residencia oficial de los embajadores franceses, en el número 15 de la calle de Havre, a media cuadra del Paseo de la Reforma, colonia Juárez.

La Mediathèque es un sitio espléndido y su existencia es una fortuna, en especial en una época en la que prácticamente han desaparecido las librerías que, con mayor o menor patrocinio del gobierno o de empresas francesas, vendían los ejemplares y las publicaciones periódicas que se imprimían en el orbe de la francofonía. Es una desdicha que la única manera de acceder a la producción editorial de Francia sea a través de las llamadas “librerías virtuales”, como la Fnac, pues están lejos de ser un escaparate tan grato e informativo como una librería real, donde el lector puede encontrar, sin proponérselo, libros que tal vez le resultarían muy útiles si los conociera. Por lo demás, un espacio físico es un centro de urdimbre social que los medios electrónicos no pueden proporcionar ni sustituir.

Justamente esa ha sido una de las tareas que han ocupado a Jacqueline André en el largo tiempo que ha trabajado en la Casa de Francia: crear espacios en que la divulgación de la cultura propicie la comunicación, la vida en común, la creación de comunidades. En una época en que los medios electrónicos tienden a aislar a sus usuarios, actividades como la Noche de la Poesía, la Noche de las Ideas, las Ferias de la Historieta, o las magníficas exposiciones sobre autores como Victor Hugo, Arthur Rimbaud o Julio Verne, que presentó en recintos como la Biblioteca de México, convocan y hacen participar a centenares de personas.

“Tu entusiasmo y tu profesionalismo han contribuido en gran medida a consolidar la reputación del IFAL --le dijo el embajador Asvazadourian a Jacqueline--. Quisiera subrayar tu generosidad y la cordialidad de tu trato, que han hecho de ti una personalidad apreciada de manera unánime por la comunidad cultural franco-mexicana”.

Así es. Quizá la única nota disonante en medio del justo elogio a Jacqueline ha sido la noticia de que concluye su trabajo al frente de la Mediathèque el ya cercano 30 de abril. Dedicará gran parte de su tiempo ahora a la traducción literaria y, esperemos, a crear su propia obra. Confiemos en que habrá un digno sucesor o sucesora en su cargo. Y en que las autoridades francesas, tanto en la embajada como en el Ministerio de Relaciones Exteriores, aprecien la Mediathèque como lo que es: un nervio vital en las relaciones entre nuestros dos países, merecedor de todo apoyo.

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