Cultura
La historia de amor de un escritor y una pintora contada con obras de arte
En el Museo de Arte e Historia de Guanajuato se montó la exposición “Joy Laville & Jorge Ibargüengoitia. Una historia de amor”, que reúne pinturas, esculturas, libros y fotografías que son un reflejo de la vida personal de una pareja que forma parte de la cultura mexicana.GUANAJUATO, Gto. (Proceso).- Una mujer de espaldas tiene la cabeza levantada mientras mira un avión ennegrecido en un cielo sin nubes. En la acuarela aparece sólo un trazo en azul; no hay más colores, sólo blanco y negro.
Ésta es una de las varias acuarelas y dibujos que la artista de origen inglés Joy Laville (1923-2018) pintó después de la muerte de su pareja, el escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), ocurrida el 27 de noviembre de 1983, en un accidente aéreo cuando viajaba de París sobre España con destino a Colombia, convocado al que sería el primer Encuentro Hispanoamericano de Escritores.
La obra, que está bajo el resguardo del hijo de la pintora, Trevor Rowe Laville, forma parte de la amplia exposición Joy Laville & Jorge Ibargüengoitia. Una historia de amor, que fue inaugurada el 18 de septiembre y que permanecerá hasta abril del próximo año en las salas temporales del Museo de Arte e Historia de Guanajuato (MAHG), ubicado en León.
Muchas manos, varias colecciones, amistades e iniciativas debieron confluir para lograr que en este espacio fuera reunido un centenar de pinturas, diez esculturas, libros del autor cuyas portadas tienen obras de Joy; fotografías en diversas etapas de sus vidas, así como cartas y otros documentos que forman parte de la historia personal de ambos artistas, pero fundamentalmente de la década de vida que compartieron, primero en México, en sus innumerables viajes y finalmente en París.
La obra conjunta retrata una época de fecunda producción literaria y plástica que forma parte de la historia cultural de México y del mundo, por donde se movieron ambos a partir de que se conocieron en San Miguel de Allende (en 1965) y se convirtieron en esposos, en 1973. La vida en común se vio truncada en 1983 con la muerte de Jorge.
La exposición no va sola, puesto que en el proyecto está incluido un libro del escritor Jorge F. Hernández, quien durante una década conversó cada semana con Joy en su casa en Jiutepec, Morelos (donde residió después de la muerte de Ibargüengoitia), conversaciones recogidas por el autor para la publicación que verá la luz próximamente.
“El espectador mexicano o guanajuatense que vaya va a encontrar un reflejo de riqueza cultural mexicana; es un ejemplo nada más, pero refleja la actividad artística del país, en las obras de Jorge y la obra de mi mamá. También es un reflejo de la relación entre dos personas y que también refleja una riqueza a nivel personal”, dice en entrevista telefónica Trevor Lowe Laville, hijo de la pintora.
Joy llegó a México con Trevor siendo un niño pequeño en 1956, procedente de Canadá, donde había dejado al padre del niño buscando un sitio menos inhóspito dónde vivir y dónde pintar, y tras pasar una noche en la Ciudad de México se estableció en San Miguel de Allende.
En la entrevista, Trevor recuerda que hace algunos años hubo una pequeña exposición en Guanajuato, en ocasión de alguna conmemoración sobre Ibargüengoitia, así como una muestra en ocasión del centenario del natalicio de Joy Laville, pero no se había realizado alguna nuestra de esta magnitud, “es algo muy original y a escala grande sobre la vida de los dos”.
Por ejemplo, menciona, las portadas de los libros “dan la idea de cómo pudieron colaborar juntos y cada uno en su medio, y bueno, eso también refleja la relación que tenían ellos, que sí colaboraban, no solamente en lo práctico como las portadas, sino en su relación personal. Mi mamá leía y le daba críticas a Jorge sobre su trabajo, sobre sus escritos, y Jorge hacía la misma cosa con las pinturas de mi mamá y entonces así, no solamente una relación que se sostenía a base del amor, también a nivel intelectual, que se sostenían y se enriquecían y se ayudaban, y es algo bastante original y les ayudó a mantener un nivel de afecto y amor bastante elevado”, relata.
Cartas y pasaportes que Joy había dejado en su casa de Jiutepec al morir también se exhiben en algunos gabinetes en estas salas, repletas de los óleos de la pintora, incluidos algunos que guardó íntimamente porque los pintó en medio del dolor por la muerte de Jorge. “Son de un nivel personal muy intenso. Eso le dolió hasta que murió”, dice Trevor, quien conservó todo este archivo y obra.
De ese proceso surgió una serie de dibujos en blanco y negro. “Se ve el cuerpo de Jorge, que uno reconoce inmediatamente, excepto que la cara no está ahí, y es una ausencia. Hay un cuadro donde se ve una selva, un río y un hombre caminando solo al otro lado del río. Ese río a nivel mítico es el Estix (o Estigia), a donde los romanos llevaban a sus muertos. Y atravesaba el río y nunca regresaba, por eso vemos la figura de Jorge al otro lado”, describe el hijo de la pintora.
Las cartas de Jorge, por ejemplo, provienen de colecciones privadas, como la de Ángela Gurría. Sobre ella, cuenta Trevor:
“Jorge estuvo enamorado en una época de Gela, cuando era joven, y mantuvieron una amistad a través de los años y esa amistad la compartió mi mamá también, y eso se ve en los cuadros de Ángela. Era un personaje impresionante, una mujer muy bella, y eso está reflejado y también se vestía de una manera muy impresionante, tenía muy buen gusto y eso también está reflejado en los cuadros”.
Generosidad
Por cierto, Trevor entregó a la Universidad de Guanajuato una colección de fotografías tomadas por el escritor de Maten al león, Las muertas y Estas ruinas que ves. Fueron imágenes que tomó cuando se encontraba trabajando en la Universidad de Iowa, a donde lo invitaron a pasar un año y donde disfrutaron de una grata estancia.
La Universidad de Guanajuato instauró hace algunos años un premio que lleva el nombre del autor, y que han ganado, entre otros, Juan Villoro, Guillermo Sheridan y Carmen Boullosa.
Trevor también donó a la institución una de las máquinas de escribir de Jorge; “era algo que usaba cada día, fue parte de su vida creativa, el mecanismo que le permitía expresarse”.
Emocionado, el hijo de Joy afirma: “Mi mamá todavía está viva a través de estas exposiciones y sigue viviendo con estos reconocimientos”.
La coordinación general de la exposición estuvo a cargo de Cristina Faesler (Diamantina); Carla Faesler hizo la curaduría de textos que acompañan la muestra, la Galería de Arte Mexicano (que se encarga de la obra de Joy) también participó, así como casi una treintena de coleccionistas, entre particulares y de fundaciones como la colección FEMSA.
Los textos fueron aportados por el escritor Jorge F. Hernández, el académico Alejandro Lámbarry, investigador que ha estudiado los archivos del acervo inédito del escritor, mismo que permanece depositado en la Universidad de Princeton; la poeta Amaranta Caballero, así como Carlos Ulises Mata, escritor e investigador de la Universidad de Guanajuato, entre otros.
Dice una memoria de Jorge que se reproduce en la exposición, que entremezcla anécdotas, recuerdos y visiones de ambos y de los curadores entre fotografías de ambos en gran formato, portadas del periódico Excélsior en la época de Julio Scherer (tiempo en el que Ibargüengoitia fue articulista) y los cuadros de Joy:
“Lo primero que vi de Joy Laville fue un cuadro que compraron los Ezurdia cuando yo estaba en Guanajuato. Era un gato echado en una silla —el retrato de Stanley, supe después— Stanley era un gato que tenía tics nerviosos, que era de Joy, que desapareció un día y que, años después, vimos pasar caminando por una barda vecina, más nervioso que nunca, una tarde que estábamos sentados en la azotea tomando tequila. Bueno, pues en el momento en que vi el retrato de Stanley supe que algo no terrible, pero sí irremediable, me iba a ocurrir. “Este cuadro —me explicó Manuel Ezcurdia cuando notó que yo estaba absorto contemplándolo— lo hizo Joy Laville, una pintora inglesa que vive en San Miguel de Allende”.
La museografía despliega sobre los muros del MAHG las acuarelas con los colores pastel característicos de Joy, con la predominancia del azul en mar o ríos y palmeras en muchos de ellos, así como mesas y flores; con los cuerpos femeninos, siluetas voluptuosas que también en las esculturas de bronce se tienden sobre el piso.
Trevor agradece las contribuciones para esta exposición, que considera como “un acto de gran generosidad de los coleccionistas y también de la cultura mexicana que reconoció a los dos como artistas importantes. Y que el Museo de León haya hecho esta exposición tiene un sentido profundo para mí, porque es un acto de reconocimiento y de amor, porque yo estuve en la exposición, encontré a mucha gente que amaba la obra de los dos y que se habían enriquecido a su manera a través de la obra y para mí eso fue muy importante”.
Dice con seguridad que para Joy y para Jorge una muestra como ésta hubiera sido muy de su agrado.
“Los dos trabajaban, eran muy disciplinados, pero trabajaban a su vez en soledad, mi mamá en su estudio y Jorge en su máquina, y era un trabajo solitario. Para un artista nunca se sabe exactamente cuál va a ser el éxito y el reconocimiento de lo que están haciendo y esto les hubiera encantado”.