LIBROS

Robert Oppenheimer; Prometeo americano

Escrito por Kaid Bird y Martin J. Sherwin y publicado por Debate, la obra que sirvió de inspiración para la nueva película de Christopher Nolan, el resultado de la consulta e investigación de 30 años de entrevistas a familiares, amigos y colegas del físico nuclear.
jueves, 20 de julio de 2023 · 15:03

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La primera bomba atómica se detonó en secreto en el desierto de Nuevo México el 16 de julio de 1945. El hombre encargado de esa misión que alteraría el rumbo de la historia y cambiaría el poder destructivo de la humanidad, fue J. Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan; su nombre resuena ahora con el retrato de Christopher Nolan y su película sobre el padre del arma nuclear.

La historia que inspiró la cinta está basada en el libro Prometeo americano El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer escrito por Kaid Bird y Martin J. Sherwin y publicado por Debate. La obra fue el resultado de la consulta e investigación de 30 años de entrevistas a familiares, amigos y colegas del físico nuclear, así como en la búsqueda en los archivos del FBI; además de la revisión de discurso e interrogatorios a los que fue expuesto por el gobierno de Estados Unidos. 

Al igual que con otras figuras prominentes de la historia moderna, fue objeto de espionaje por parte del propio gobierno al que ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial. Para las autoridades norteamericanas fue un comunista, perseguido por el FBI y calumniado como espía de la Unión Soviética. Se le obligó a dimitir de cualquier función pública y fue condenado al ostracismo hasta que en 1963 el presidente John F. Kennedy lo rescató del olvido. 

“Al cabo del tiempo, Oppenheimer diría que, al contemplar la nube fantasmal en forma de hongo que se elevaba hacia el cielo sobre la zona cero, recordó unos versos del Guitá. En un documental de la NBC para televisión de 1965, rememoró: «Sabíamos que el mundo dejaría de ser el mismo. Había quien reía y había quien lloraba. La mayoría guardaban silencio. Recordé un verso de las escrituras hindúes, el Bhagavad Guitá. Vishnu trata de convencer al príncipe de que debería cumplir con su obligación y, para impresionarlo, toma la forma de un ser de muchos brazos y dice: “Ahora ha devenido muerte, el destructor de mundos”. Supongo que todos, cada uno a su manera, pensamos algo así»”.

La obra de casi mil páginas se publicó en 2005 y un año después obtuvo el Premio Pulitzer de Biografía. Bird es un columnista especializado en las bombas atómicas de Hroshima y Nagasaki y ha realizado libros briográficos, entre los que destaca su investigación sobre la presidencia de Jimmy Carter. Por su parte, Sherwin es un historiador especializado en el estudio de las armas nucleares. 

Proceso pone a disposición de sus lectores un fragmento de la novela:

La vida de Robert Oppenheimer —su carrera, su reputación, incluso la percepción de su propia valía— de repente se desbocó sin control cuatro días antes de la Navidad de 1953. «No puedo creerme lo que me está pasando», exclamó mientras miraba por la ventanilla del coche que lo llevaba a toda prisa a Georgetown, Washington D.C., a casa de su abogado. En pocas horas tenía que tomar una decisión crucial. ¿Dimitiría de su puesto de consejero del Gobierno? ¿O debía rebatir los cargos que se le imputaban en la carta que Lewis Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica (CEA), le había entregado de sopetón aquella misma tarde? En ella lo informaban de que, tras volver a revisar su historial y sus filiaciones políticas, se lo declaraba una amenaza para la seguridad nacional, y enumeraban treinta y cuatro cargos que iban desde lo absurdo («consta que en 1940 usted figuraba como contribuyente de los Amigos del Pueblo Chino») hasta lo político («desde el otoño de 1949 en adelante mostró una fuerte oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno»).

Curiosamente, desde que se arrojaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer albergaba la vaga sensación de que en su camino lo esperaba algo oscuro y ominoso. Unos años antes, a finales de la década de 1940, cuando se había convertido en una figura verdaderamente emblemática en la sociedad estadounidense como el científico y el consejero político más respetado y admirado de su generación —había incluso aparecido en la portada de las revistas Time y Life—, leyó el relato «La bestia en la jungla», de Henry James. Se quedó impresionado por esa narración obsesiva de egolatría atormentada en la que al protagonista lo persigue la premonición de que «algo raro y extraordinario, posiblemente prodigioso y terrible, le sucedería tarde o temprano». Fuera lo que fuera, estaba seguro de que lo «arrollaría».

En el camino que recorrió desde Nueva York hasta Los Álamos (Nuevo México) —desde la oscuridad hasta la fama—, Robert fue partícipe de las grandes batallas y triunfos de la ciencia, la justicia social, la guerra y la Guerra Fría del siglo xx. En el viaje lo guiaron su extraordinaria inteligencia, sus padres, sus profesores de la Escuela por la Cultura Ética y sus vivencias de juventud. Empezó a desarrollarse en el ámbito profesional en la década de 1920 en Alemania, donde estudió física cuántica, una ciencia nueva que adoraba y de la que hacía proselitismo. En los años treinta, mientras contribuía a consolidar la Universidad de California (Berkeley) como el centro más destacado de Estados Unidos dedicado a esa materia de estudio, las consecuencias de la Gran Depresión en el país y el auge del fascismo en el extranjero lo empujaron a trabajar activamente con amigos —muchos de ellos, simpatizantes de izquierdas o comunistas— para conseguir justicia económica y racial. Aquellos años fueron de los mejores de su vida. El hecho de que una década después se sirvieran de ellos con tanta facilidad para silenciarlo es una muestra de cuán delicado es el equilibrio de los principios democráticos que profesamos y cuánta atención se requiere para custodiarlos.

El suplicio y la humillación que sufrió Oppenheimer en 1954 no fueron una excepción en la época de McCarthy, pero como acusado era único. Era el Prometeo de Estados Unidos, «el padre de la bomba atómica», el hombre que había liderado la empresa de arrebatar a la naturaleza el impresionante fuego del sol para dárselo a su país en tiempos de guerra. Después había hablado con sensatez acerca de sus peligros y con esperanza acerca de sus beneficios potenciales.

La prueba Trinity

 

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