Teatro
"Meditación", la deconstrucción del ser mujer y ser hombre
Dos actores en escena que no dudan en llegar hasta la raíz de su identidad para descubrir quiénes son, aunque no haya respuestas, sino preguntas que se prolongan hacia los testigos del ritual.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Dos cuerpos en juego, relacionándose con el otro y consigo misma; esa sensación de estar ahí, en el ritual del develamiento de la deconstrucción, del mostrarse sin cosificar al cuerpo, sino para abrirlo, estrujarlo y preguntarse.
Meditación es una propuesta escénica fuerte, que nos impacta, que nos cuestiona, rompe esquemas y nos maravilla. Dos actores en escena que no dudan en llegar hasta la raíz de su identidad para descubrir quiénes son, aunque no haya respuestas, sino preguntas que se prolongan hacia los testigos del ritual.
Itzhel Razo y Osvaldo Sánchez, los actores, y el director José Alberto Gallardo, crean esta obra impresionante que nos desconcierta, nos coloca en un lugar incómodo de observación, y al mismo tiempo en una intimidad tan desnuda que nos llena de admiración y complicidad hacia los ejecutantes.
Una pareja reunida en un cuadrado blanco, un poco sucio como evidencia de haber sido habitado y seguir estándolo. Límites que en ocasiones se rompen o que se siguen las líneas divisorias del estar adentro y el estar afuera.
En Meditación no se espera la elevación del espíritu, sino la manifestación de los cuerpos, la deconstrucción de lo que son después, o antes del rompimiento de la pareja. El director y el equipo utilizan diferentes recursos para expresar momentos y reflexiones importantes respecto de la relación y de sí mismos. En el primer encuentro, cuando abre la obra, cada uno conoce los decires del otro a través de mensajes de voz. Con audífonos puestos, él escucha la voz de ella y viceversa. Son dos tiempos encontrados, mensajes de lo que fue y ellos en un presente de lo que está siendo; dos estados de ánimo y dos situaciones diferentes. La sexualidad y el erotismo lo manejan no en dupla sino de manera individual. No se encuentran, se viven individualmente, y desde su yo se vinculan con el otro.
En otro momento, es ella la que lee, en la libreta de él, lo que él siente respecto a su sexo, a la imposición social, hacia las exigencias y necesidad que él tiene. Ella se cuestiona la carencia, lo que no tiene, y se pregunta cómo sería penetrar y no ser penetrada, tener un pene y no un orificio. Las experiencias, tan individuales y al mismo tiempo tan compartidas. Ésa es una de las paradojas del teatro.
La belleza de las imágenes se suceden unas a otras, aunque en momentos nos intimidemos. Los espectadores colocados en los cuatro frentes del lugar de la acción, nos miramos y constatamos las reacciones de unos y otros. Desde el evitar ver directo ciertas acciones, hasta conmovernos y dejar que las lágrimas se expresen en ciertos pasajes.
La masturbación femenina, tan poco visibilizada, es expuesta abiertamente –experimentando el squirting–, donde saltan a la vista los fluidos, sorprendiéndonos su capacidad de ejecución. El entrenamiento actoral y el trabajo creativo con el director se sugiere intenso y de gran complejidad. Un gran reto para generar esta poderosa propuesta.
Itzhel Razo y Osvaldo Sánchez trabajan desde su yo más interno y en su desnudez comparten su vulnerabilidad y al mismo tiempo su fortaleza. José Alberto Gallardo, que creó junto con los actores la propuesta autoral, los acompaña y guía, generando un ambiente de confianza y de cuidado. El trazo escénico es impecable y también resalta el trabajo del diseño de movimiento de Melva Olivas Durazo, el de la iluminación de Alejandra Escobedo y el diseño sonoro a cargo de Miguel Hernández.
En Meditación, el cuerpo no se cosifica, sino que se habita desde la intimidad del ser. En el Teatro el Milagro nos adentramos en este universo y salimos totalmente movidos de lugar.