El proyecto musical Orpheus XXI, que involucra a artistas árabes exiliados en Europa, es idea de Jordi Savall –el mago catalán de la viola de gamba–, quien en 2016, al improvisar un concierto en un campo de refugiados en Calais, descubrió el talento de algunos de los artistas del lugar. Durante meses trabajó con ellos y comenzó a seleccionar a un grupo que le ayudó a rescatar la música antigua, tradicional y religiosa de Medio Oriente. Hoy, Orpheus XXI se compone de 30 virtuosos, entre ellos el sirio Moslem Rahal, quien cuenta su itinerario musical.
PARÍS.– No cabe un alfiler en el mítico Théâtre de l’Atelier escondido en la discreta plaza Charles Dullin de Montmartre.
Se apagan las luces de la sala y se ilumina el escenario. Silencioso, el público contempla las sillas vacías y los atriles.
Sólo faltan los músicos.
Llegan despacio. Uno tras otro. Se sientan y se acomodan con sus instrumentos.
Bashar al Dghlawi coloca su darbuka (instrumento de percusión de origen árabe) en una pierna, Khalil Guerrow afina su violín, Maemon Rahal agita discretamente su riq (pequeño pandero) y Safi Al Hafez roza las cuerdas de su laúd mientras Moslem Rahal acaricia su ney (flauta de bambú cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos) y Georgi Dimitrov pone su kanun (cítara árabe) en sus rodillas. Entretanto las cantantes Leila Er Rabiai y Meriem Moubin y los cantantes Abo Rabi y Rebal Alkhodari intercambian miradas cómplices y hojean sus partiduras.
La emoción es palpable en la sala como en el escenario.
No es para menos. Estos 10 artistas huyeron de la guerra, de la intolerancia étnica y religiosa. Son exiliados, refugiados o emigrados. Renunciaron a sus carreras y su fama en sus países de origen para salvar a los suyos o escapar de la muerte. Seis son oriundos de Siria y pertenecen a la orquesta Orpheus XXI, creada hace tres años por Jordi Savall, el mago catalán de la viola de gamba y eminente figura internacional del movimiento de renovación de la música antigua.
Esta noche se aprestan a saborear el placer de estar juntos y de tocar música sagrada de Medio Oriente.
El programa incluye un canto cristiano siríaco, otro maronita, un tercero de origen arabo-judeo-andaluz y numerosos cantos islámicos; unos antiguos de inspiración sufí u otomana; otros más son contemporáneos.
“Desde su creación, Orpheus XXI interpreta un amplio repertorio que incluye música antigua, tradicional y religiosa. Es la primera vez que aceptamos dar un concierto ‘monotemático’ y que tocamos exclusivamente música sagrada. Lo hicimos a solicitud del ICI (Institut des Cultures d’Islam), que nos invitó a París para celebrar la fiesta de Al Maulid en el Théâtre de l’Atelier”, confía a la corresponsal Moslem Rahal, quien además de ser uno de los más destacados tocadores del ney del mundo árabe, se desempeña como director artístico de Orpheus XXI.
Y continúa: “Cada 9 de noviembre esa fiesta musulmana conmemora el nacimiento del profeta Mahoma. En el conflictivo contexto actual decidimos abrir espacio a cantos cristianos y sefardíes para recordar una vez más que todos esos cantos tienen raíces comunes que nos unen profundamente. La fuerza de la música es crear lazos entre los seres humanos. Es nuestra convicción y es lo que vivimos con Orpheus XXI”.
Durante todo el concierto –como sucedía en los tiempos del mítico Orfeo, cuyo canto embrujaba a quienes lo escuchaban–, los artistas de Orpheus XXI cautivan a la asistencia con sus voces –ora graves y guturales, ora de falsete– y sus melodías envolventes, algunas heredadas desde tiempos inmemoriales.
El proyecto de Jordi Savall
La historia de Orpheus XXI empezó el 16 de abril de 2016 con un concierto de Jordi Savall en “la jungla” de Calais. Así se llamaba el inmenso campo de refugiados convertido en ciudad perdida en las afueras del puerto norteño francés que albergaba en condiciones indignas a 6 mil inmigrantes clandestinos dispuestos a todo con tal de llegar a Gran Bretaña. Las autoridades galas acabaron por desmantelar “la jungla” seis meses después de la visita del maestro Savall.
Tras recorrer los “callejones” polvorosos del campo y platicar con sus habitantes, Jordi Savall se sentó fuera de un precario changarro y empezó a tocar su viola de gamba. Poco a poco se acercaron refugiados, se asomaron unos músicos con sus instrumentos y se improvisó un concierto.
Tanto le impresionó a Jordi Savall esa estancia en “la jungla”, que decidió mover cielo y tierra para ofrecer a músicos desarraigados la oportunidad de “recobrar lo que da sentido a su vida”.
“Pensé que yo no podía tener el privilegio de tocar en las salas más bellas del mundo y permanecer al margen de la grave crisis que sacude nuestras sociedades”, comentó el gambista a sus colaboradores al regresar a Barcelona, donde hizo escala entre dos giras artísticas por el mundo.
En menos de siete meses el maestro armó el ambicioso proyecto de Orpheus XXI, música para la paz y la dignidad. Lo propuso de inmediato a la Unión Europea, que aceptó financiarlo durante dos años en el marco de su programa Europe Creative.
“Se trata de un proyecto muy completo que busca favorecer la integración de músicos profesionales refugiados en Europa, dándoles la posibilidad de ejercer su arte, enfatiza Moslem Rahal. Volver a subir al escenario y tocar para el público después de meses –a veces años– de marginación, indiferencia o falta de consideración permite que los artistas recobren identidad y dignidad.
“Nuestro segundo objetivo –agrega– es preservar todo un patrimonio musical de transmisión oral amenazado por las guerras y el oscurantismo religioso. Jordi Savall suele decir que los músicos de los países del Medio y Lejano Oriente, entre otras regiones del mundo, son ‘bibliotecas vivientes’. Si desaparecen, si dejan de tocar su música tradicional, esa riqueza que nos pertenece a todos desaparece con ellos.”
Cuatro organizaciones europeas independientes conjugaron esfuerzos y entusiasmo para echar andar el proyecto. Entre noviembre de 2016 y marzo de 2017 la International Cities of Refuge Network (Icorn), una red de asistencia a refugiados con sede en la ciudad de Stavanger (Noruega) y ramificaciones en toda Europa, preseleccionó a 56 músicos esparcidos en toda la UE, entre los cuales Jordi Savall y el equipo artístico del Centro Internacional de Música Antigua (CIMA), fundado por el maestro en Barcelona, escogieron a 20 finalistas.
Sonidos multiculturales
Los músicos son oriundos de Afganistán, Armenia, Bangladesh, Bielorrusia, Bulgaria, Marruecos, Palestina, Siria, Sudán y Turquía y radican en Noruega, Alemania, Francia y Cataluña. Los sirios son los más numerosos.
A lo largo de tres meses –de marzo a junio de 2017–, los integrantes de Orpheus XXI se juntaron en La Saline royale d’Arc-et-Senans, importante centro cultural del este de Francia que lleva años colaborando con Jordi Savall, para crear un repertorio que abarcó músicas y cantos tradicionales de sus respectivos países.
Coordinaron ese trabajo dos directores artísticos: Moslem Rahal y Waed Bouhassoum, reconocida cantante y compositora siria refugiada en Francia, también celebrada a nivel internacional por su virtuosismo con el laúd.
“Fue apasionante trabajar con ese grupo de artistas, todos excelentes, quienes en su amplia mayoría no saben leer música: aprenden de oído, memorizan y tocan. Así se procede desde hace siglos”, confía Rahal.
Lo que más lo deslumbró, dice, fue el ambiente creado por estas personas de horizontes distintos, todas ellas golpeadas por sus recorridos migratorios caóticos que, aun cuando hablaban un idioma diferente, encontraron en la música un lenguaje común.
“A todos nos tocó abrirnos a culturas musicales ajenas e integrarlas para elegir juntos un repertorio realmente armonioso, coherente y representativo de nuestra diversidad. Cuidamos también respetar una rigurosa igualdad entre los músicos. Más que de un grupo o de una orquesta, nos sentimos parte de una familia musical en la que nadie busca sobresalir”, comenta Rahal.
Entre los periodos de trabajo en La Saline royale d’Arc-et-Senans los integrantes de Orpheus XXI animaron talleres de música para niños y adolescentes refugiados en ciudades europeas.
“No basta preservar un patrimonio musical, también es imprescindible transmitirlo”, recalca Moslem Rahal, aún asombrado por la facilidad con la que los jóvenes se familiarizaron con la música antigua y tradicional recopilada por Orpheus XXI.
“Detectamos auténticos talentos y nacieron vocaciones”, asegura.
Llegaron el verano de 2017, los primeros conciertos. Siguieron numerosas participaciones en festivales musicales europeos. Cada vez que tenían la oportunidad de hacerlo, los músicos invitaban a sus jóvenes discípulos más talentosos a tocar y cantar con ellos.
En los dos últimos años la orquesta, que cuenta ahora con 30 músicos, ofreció una cincuentena de conciertos en toda Europa. Entre todos destaca Con Siria, el concierto que Orpheus XXI presentó el pasado 10 de marzo en la Cité de la Musique de la Ciudad Luz con la Philarmonie de París frente a 2 mil 400 espectadores.
Si bien se tocaron cantos y músicas de Israel, Marruecos, Bangladesh, Grecia y Turquía, la mayor parte del programa fue un gran homenaje al patrimonio musical de Siria, uno de los más ricos del Cercano Oriente.
“Y el más antiguo del mundo”, enfatiza Rahal, en clara alusión a las 36 tablas de arcilla cubiertas con caracteres cuneiformes encontradas a principios del siglo pasado en las ruinas de la antigua ciudad portuaria mediterránea de Ugarit, hoy conocida como Ras Shamra.
Evocaciones sonoras
Un grupo de arqueomusicólogos logró descifrar una de ellas, la número seis, que presenta el mejor estado de conservación. Escrito en el año 1400 A.C.; es decir, hace más de 3 mil 400 años, en una mezcla de idiomas sumerio, hurrita y babilónico. Ese canto, el primero de la historia de la humanidad, es un himno a Nikkal, la diosa cananea de los huertos, casada con el dios de la luna…
El sitio arqueológico de Ugarit-Ras Shamra está ubicado al norte del puerto de Lakatia, donde nació Moslem Rahal.
Después de relatar la historia de Orpheus XXI, Rahal acepta evocar su propia historia. Al igual que la vida de cada uno de los músicos de la orquesta, la suya es dramáticamente novelesca.
“Siempre me mantuve apartado de la política –aclara–. Nunca me llamó la atención la política. No la entiendo. Mi único interés es la música.”
Moslem Rahal nació en una familia numerosa, culta, pero con pocos recursos económicos.
“No teníamos mucho dinero, pero mi padre, que era poeta, siempre procuró poner instrumentos de música a nuestra disposición. En casa se tocaba laúd, darbuka y violín; también se cantaba.
“Un día mi hermano mayor llegó con un ney. Esa flauta de caña aparentemente sencilla es muy compleja de fabricar y más aún de tocar.
“Pese a sus esfuerzos mi hermano no lograba sacarle sonido armonioso a su flauta. En cambio yo sí. Aprendí solito y muy pronto empecé a tocar bien. El ney me fascinó y acabó apartándome de mis estudios. Tenía 14 años y estaba tan obsesionado que mi hermano acabó rompiendo la flauta. Era la unica manera de ‘salvarme’ de ese embrujo. Fue un drama”, recuerda.
Moslem regresó al colegio. Aprobó sus exámenes y buscó la forma de adquirir un nuevo ney.
“Fue imposible. Un buen ney cuesta muy caro. Decidí arreglarme solo y me lancé a fabricar uno”, comenta, aún asombrado de su audacia.
Después de un año y contrario a lo que pensaba toda su familia Moslem logró fabricar un ney de altísima calidad.
“Su sonido encantaba a todo el mundo. Corrió la voz entre los músicos de Latikia y empezaron a lloverme pedidos de ney”, cuenta, riéndose.
Prosigue: “Creé mi taller y empecé a ganar suficiente dinero para costear mis estudios en el Instituto Superior de Música de Damasco, donde me gradué especializándome en la técnica del ney. Luego enseñé esa técnica en el mismo Instituto y en la Universidad Music College de la ciudad de Homs”.
La proyección de Rahel
Andando el tiempo Moslem Rahal fue contratado como solista por la Orquesta Sinfónica Nacional de Siria, integró el Grupo Nacional de Música Árabe e inició una brillante carrera internacional. Tocó en los países árabes y en Europa.
Llegó el fatídico año 2011. Empezó la guerra en Siria.
“Fue difícil, comenta parcamente. Yo vivía en Damasco con mi esposa y mis tres hijas. Pasaba todo el día trabajando fuera de casa y preocupado por mi familia, llamando por teléfono a cada rato para saber si mis hijas estaban bien. Había bombardeos… un día sí, un día no. Era demasiado estresante. Pero el día en que una bomba cayó al lado de la escuela de mis hijas, matando a varios niños. Decidí dejar Damasco y nos regresamos a vivir en Latakia.”
En 2013 la ciudad natal de Moslem Rahal no estaba tan afectada por la guerra, pero no contaba con una densa vida cultural.
“No tenía muchas oportunidades de tocar ni de enseñar música, confía. Mi situación económica se volvió difícil. Junto con mi hermano abrí una escuela de música y de nuevo monté un taller de construcción de instrumentos musicales”, cuenta.
Rahal interrumpe brevemente su relato. Calla unos segundos y luego retoma la palabra:
“Lo que me frustraba en ese entonces era recibir semana tras semana propuestas de conciertos. Me llegaban de toda Europa, pero no podía aceptarlas porque mi visa de Schengen estaba vencida y no había manera de tramitar una nueva.”
Rahal vuelve a callar. Esboza una sonrisa triste y explica:
“Me invitaban prestigiosas instituciones europeas, pero ninguna lograba conseguirme una visa. Según me explicaban mis interlocutores se topaban con burocracias implacables. La UE estaba como tetanizada –paralizada– por el gran número de sirios que huían desesperados de la guerra.
Otro breve silencio y misma sonrisa triste:
“Quienes me negaban la visa pensaban que yo iba a aprovecharla para pedir asilo y luego traer a mi familia… Se cerraron las puertas de Europa.”
La única persona que logró forzar el candado europeo fue Jordi Savall.
“Un día me llamó su asistente para invitarme a participar en un concierto con el conjunto Hesperion II. Como siempre lo hacía, decliné la propuesta por falta de visa. No sé qué hizo Jordi Savall, pero en menos de dos días me citaron en la embajada de España en Beirut, donde me esperaba una visa. Era una visa restringida que sólo me permitía hacer un viaje de ida y vuelta entre Líbano y España. Pero se entreabría la puerta de Europa y eso para mí no tenía precio.”
Según explica Moslem Rahal, no hay aeropuerto en Latakia. Sólo se puede llegar a Beirut por carretera y en taxi, porque tampoco existe servicio de tren o de bus entre las dos ciudades. En tiempo de paz el viaje dura tres horas y media. Desde el principio de la guerra es una hazaña que puede resultar sumamente peligrosa y tomar 12 horas o más.
“El día que viajé para recoger mi visa nos pararon milicias que intentaron saber cuál era mi religión y la del chofer... Fue muy tenso el viaje, pero llegué a Beirut y luego salí hacia Barcelona. El concierto fue fantástico y tuvo tanto éxito que Jordi Savall me volvió a invitar en múltiples oportunidades”, cuenta.
Entre 2013 y 2017, Moslem Rahal viajó varias veces al año de Latikia al aeropuerto de Beirut sin saber nunca si llegaría a su destino. Jamás mencionó los peligros que corría a su familia ni a los músicos con quienes tocaba. Salía con dos días de anticipación para no perder el avión. Y por supuesto a menudo se demoraba dos días también en regresarse a Latakia.
“¡Casi una semana por concierto! –recuerda con humor–. Pero valió la pena. Volver a tocar me resucitó. Por eso tomo tan en serio el proyecto Orpheus XXI, música para la paz y la dignidad. Sé de sobra lo que representa para los músicos refugiados.”
En 2017 Jordi Savall contrató en forma permanente a Moslem Rahal, que se mudó con su familia a Barcelona. Hoy, además de tocar como solista en los conjuntos creados por el maestro catalán y de asumir la dirección artística de Orpheus XXI, Rahal se desempeña como investigador del Centro Internacional de Música Antigua.
Cada año viaja a Latakia para visitar a su familia. Lo desgarra la situación de su país.
Este texto se publicó el 15 de diciembre de 2019 en la edición 2250 de la revista Proceso