Psicología
Hoy no, mañana: el desobediente hábito de procrastinar
Desde distintos marcos teóricos hay voces que afirman que no todo está mal o es perjudicial en la procrastinación e incluso que tendría beneficios. Miradas que sitúan esta conducta en un marco clave: la exigencia de ser cada vez más productivos. Si llegaste a esta nota postergando una tarea, quédateLa misma elaboración de este artículo podría entrar en la definición de procrastinación.
Pasaron semanas desde que comenzó a tomar forma en mi cabeza. Mis pasos eran lentos, prometiéndome avanzar con fuerza al día siguiente, postergando la tarea y sintiendo una efímera satisfacción, que desaparecía con la llegada de ansiedad, culpa, angustia y la catarata de pensamientos intrusivos con sus catastróficos escenarios, ordenados uno al lado del otro.
Nada de esto lograba que me sumergiera en la tarea postergada. Por el contrario, cada una de esas emociones iba creciendo, casi proporcionalmente a los tiempos dilatados. La acción llegó, como siempre, con la presión de una fecha límite de entrega.
¿Por qué persisto en postergar una tarea sabiendo que el proceso será angustioso? ¿Qué hay detrás de esa conducta que me acompaña desde que tengo recuerdos? Haberla experimentado tantas veces y conocerla a la perfección no es suficiente para erradicar este hábito.
La costumbre de despertar agobiado, cansado y triste con una sola cosa en mente: la tarea sin hacer. La sensación de culpa y angustia que llega al pecho y se convierte en un nudo. El autocastigo permanente de decirme que no sé hacer las cosas bien o como deben hacerse. Sentirme inútil mientras a mi alrededor todos parecen vivir con claridad. Se parece a estar frenado, inmóvil, física y mentalmente, en un estado de insatisfacción absoluta.
Empezar por comprenderlo y desarmarlo, ponerlo en contexto, alejarlo de los estigmas, puede ayudar a transitarlo sin sentir que estamos haciendo todo mal.
¿Qué es la procrastinación?
Para la psicología se trata de una suerte de error en la manera en la que controlamos nuestro estado de ánimo. Eduardo Keegan, director de la especialización en psicología clínica y terapia cognitiva de la facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires, la define como:
"Una falla en la regulación del propio comportamiento. Cuando no se logra ponerlo en línea con lo que se pretende hacer y está más gobernado por evitar experiencias y emociones desagradables que por la consecución de ciertos logros importantes"
Cuando la angustia, la culpa y el sentimiento de que no podremos avanzar gobiernan nuestras vidas, la situación se torna más compleja.
Keegan advierte que “la procrastinación es una conducta, no un diagnóstico ni una patología. Todos los seres humanos procrastinamos en algunos momentos, el problema es cuando se convierte en un patrón frecuente y la llamamos procrastinación crónica”.
Los “beneficios” de procrastinar
No habitamos solos el universo de la postergación. Varios estudios señalan altos porcentajes de procrastinación, como el del doctor Piers Steel, psicólogo de la Universidad de Calgary, que en 2007 afirmó que el 95% de los estudiantes universitarios procrastinan.
Y si bien se trata de un comportamiento que requiere ser revisado, no necesariamente estamos haciendo las cosas mal. Esto es lo dicen varios autores que ayudan a ver otras caras de la procrastinación y funcionan como disparadores para encontrar enfoques más amigables con uno mismo.
John Perry, autor del libro 'El arte de procrastinar', propone cambiar la mirada negativa sobre la procrastinación. Asegura que el aplazo puede ser un motor del progreso y que, tomarnos un tiempo, ayuda a buscar mejores soluciones.
En una entrevista para la cadena de televisión 'CBS,' Perry se refiere a la mala fama que tienen los procrastinadores, considerados personas no productivas. En tono humorístico comenta que son incluso los responsables de recesiones, guerras y enfermedades. Perry planta ante ese dedo acusador:
"Si miramos la historia y quitamos las cosas que muchas personas han hecho cuando debían estar haciendo otras cosas, cada invento, obra de arte, poema o novela, no quedaría mucho"
Perry propone ser un buen procrastinador con su método de la “procrastinación estructurada”. Se trata de dar forma a la estructura de las tareas que uno tiene que realizar, en orden de importancia. Así, las más importantes o urgentes estarán en la cima, aunque las que se encuentren debajo también deben ser útiles.
Frank Partnoy escribió 'Wait: the art and science of delay' (Espera: el arte y la ciencia de la dilación), un trabajo que se centra en la toma de decisiones. Su propuesta es aguardar y esperar hasta último momento. Nos invita a seguir dos pasos al momento de tomar una decisión: reconocer y analizar cuál es el tiempo máximo que puedo tener para tomarla y esperar la mayor cantidad de tiempo posible.
“La procrastinación no es el mal”, asegura y viaja al pasado para demostrarlo: “Los griegos y romanos amaban procrastinar. Era fuente de sabiduría. Desde el siglo XVIII nos hace sentir mal y en los últimos años existe una industria anti procrastinación, que nos hace sentir culpables por postergar”.
Partnoy ofrece un ejemplo familiar y cotidiano: las disculpas. Según el autor, las más efectivas son las que llegan con más retraso. Esto por supuesto no aplica a todo, si derramamos una bebida sobre otra persona accidentalmente, claro que la disculpa llega inmediatamente.
Su propuesta apunta a disculpas más complejas y propone retrasarlas. Esto permite al agraviado acumular información sobre lo que hicimos, procesar lo ocurrido y tener más tiempo para manifestar sus emociones, su enojo, y entonces la disculpa será más significativa, porque tuvimos en cuenta esas emociones.
Procrastinación y productividad
Algunos de los primeros títulos que resultan al buscar “procrastinación” en Google son: ‘De la procrastinación a la productividad. Cómo hacer más en menos tiempo’, ‘Superar la procrastinación y aumentar la productividad en el trabajo’, ‘Duplica tu productividad y deja de procrastinar’ y ‘Aumenta tu productividad combatiendo la procrastinación’.
La procrastinación aparece como la causa lógica de la problemática de baja productividad, ocasionada entonces por la actitud de los trabajadores. ¿Qué ocurre si desarmamos la ecuación y alteramos los factores?
Si ponemos el foco en la exigencia de ser productivos como un factor determinante de esa conducta “desviada” que une a millones de personas, postergar sin padecerlo puede tener un componente de rebeldía.
El psiquiatra Guillermo Mendoza advierte que procrastinar “es considerado un mal hábito de la persona improductiva” y desde una mirada psicoanalítica llega a un punto de contacto con esos planteamientos que, a priori, parecerían incompatibles. Ensayos y trabajos que involucran en su análisis un factor decisivo, la exigencia de hiperproductividad, de hacer más en el menor tiempo posible.
En esta línea, Eduardo Keegan asegura que el ambiente en que nos movemos tiene una importancia enorme:
Si tienes un contexto ultra competitivo vas a exacerbar el perfeccionismo clínico y eso genera mayor procrastinación. Algunos teóricos dicen que con el auge del neoliberalismo, aumentó la competencia y el perfeccionismo creció.
La desobediencia de procrastinar
Danila Saiegh es periodista y socióloga. En el programa 'Furia bebé', que se emite por la radio 'Futurock', en Buenos Aires (Argentina), repasó algunos autores que expusieron los supuestos beneficios de procrastinar. Lo hizo en una sección que si bien está atravesada y vertebrada por el humor, lanza reflexiones. Y compartió con France 24 qué le dejó haber investigado el tema.
Un factor crucial para entender este comportamiento dice es que “tenemos naturalizado que lo que está bien es ser productivo, hacer más en menos tiempo. Y como toda construcción social se trata de algo arbitrario. Las cosas son así, pero podrían no serlo”.
“No necesariamente hacer más en menos tiempo te hace mejor persona, mejor trabajador, mejor algo. Porque en definitiva el sentido de todo, al final de cuentas, es ser feliz. Y ser un gran empleado quizás te da satisfacción en el momento del reconocimiento de un jefe, del reconocimiento del trabajo, pero en términos macro no hay tal cosa porque le sirves a tu empleador porque puede extraer plusvalía de tu trabajo”, afirma.
Tironeada entre mandatos de hiperproductividad y la necesidad de escaparse y no hacer nada. Así define su existencia Cecilia, docente y procrastinadora.
Para ella la palabra que mejor define su procrastinación es “culpa” ante las exigencias que vienen desde afuera, y reflexiona:
Este es un mundo en que hay que ir en contra de todos tus deseos y necesidades. Uno quiere despertarse cuando quiere, pero lo hace con una alarma, queremos comer chocolate y lo que te hace bien es la lechuga, quieres tirarte en el sofá pero lo que te hace bien es hacer deporte. Estamos en un plano en el que vamos constantemente contra nuestros deseos y vivimos a contramano de nuestras necesidades
Sus palabras tocan las de Danila: “La procrastinación da cuenta de una contradicción interna. Evidentemente no quieres hacer eso. Entonces el tema es cómo administrar esas no ganas”. Y aquí aparece el carácter casi revolucionario, si se me permite la exageración, de procrastinar.
“Hoy a la mañana estuve una hora tomando mates al sol y tengo que hacer sesenta mil cosas, pero en vez de pensar que estoy procrastinando, estoy viviendo”, cuenta Danila.
Sus palabras son como una invitación a habitar ese otro costado del postergar, el del disfrute sin culpa. El que nos amiga con la idea de que no estamos haciendo las cosas mal y que frenar puede ser un problema a veces, pero también un motor hacia otra productividad. Y un indicador del sometimiento a ritmos de vida dañinos.
Lo desobediente que puede resultar procrastinar en tiempos de imperativos de hiperproductividad no radica tanto en postergar sino en hacerlo sin pensar que estamos fallando.