Opinión
México, riesgos digitales
La vida pública se volvió digital sin que el Estado haya construido una defensa mínima. Afecta derechos, servicios, seguridad y confianza.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- México está entrando a una etapa decisiva: la vida pública se volvió digital sin que el Estado haya construido una defensa mínima. La brecha entre lo que la tecnología exige y lo que las instituciones pueden ofrecer es cada día más evidente. No es una brecha técnica. Es una brecha civilizatoria. Afecta derechos, servicios, seguridad y confianza. Afecta la noción misma de Estado moderno. Y exige algo más que parches o discursos: exige una visión de país.
Primero. El aparato público está esparcido. Está débil y no tiene brújula digital. La digitalización del gobierno de México ocurrió sin un plan. Cada dependencia construyó el sistema de la dependencia. Cada estado operó bajo las reglas del estado. Cada municipio improvisó con los recursos del municipio. El resultado es el mosaico. El mosaico usa la tecnología y los procesos sin revisión en años. Los sistemas nacieron como soluciones de emergencia. Ningún sistema fue diseñado para resistir ataques complejos. Las defensas de los sistemas son mínimas. Las actualizaciones de los sistemas son irregulares. El mantenimiento de los sistemas es insuficiente. No existen los estándares obligatorios. No existen los inventarios completos. No existen las auditorías permanentes. La seguridad depende de la voluntad de cada oficina y del presupuesto anual, que casi siempre es insuficiente. Esto genera un problema mayor: el Estado no sabe exactamente cuánta información tiene ni dónde está almacenada. Tampoco quién puede acceder a ella. Ni qué tan expuesta se encuentra. Y sin ese conocimiento básico, toda estrategia se vuelve reactiva. Siempre llega tarde. Siempre intenta reparar después del daño. Nunca antes. La vulnerabilidad aumenta por la falta de cultura de prevención. Las áreas de tecnología advierten los riesgos. Las áreas de dirección no entienden los riesgos. Las áreas de política no priorizan los riesgos. El resultado es un ciclo. Las empresas digitalizan más. Las empresas protegen menos. Ese desequilibrio se vuelve una regla.
Segundo. Una amenaza de varios tipos: el crimen organizado, los grupos externos y los actores sin rostro El crimen organizado vio que la información es un arma sin ruido. Con una base de datos vulnerada, el crimen organizado puede trazar operaciones. Con el registro filtrado, el crimen organizado puede encontrar los objetivos. Con el bloqueo digital, el crimen organizado puede paralizar las instituciones. Las organizaciones criminales han cambiado. Las organizaciones criminales ya no usan solo la fuerza física; ahora contratan a los especialistas en seguridad informática. Las organizaciones criminales pagan por las vulnerabilidades en el mercado clandestino. Las organizaciones criminales rentan las redes de bots. Las organizaciones criminales compran los accesos en la dark web. Las organizaciones criminales usan las herramientas para el espionaje industrial o militar. A esto se suma la presencia de los grupos de ransomware que operan desde países sin cooperación internacional. Los grupos de ransomware pueden atacar desde miles de kilómetros. Los grupos de ransomware pueden exigir rescates millonarios y pueden destruir sistemas públicos en cuestión de horas. Los grupos de ransomware hacen eso sin tocar suelo mexicano. También aparecen los actores con motivaciones de política. Las células de hacktivismo exponen fallas. Las filtraciones buscan impacto en los medios. Las campañas usan información robada para erosionar las instituciones o para crear narrativas que dividen. Cada actor tiene su agenda. Pero todos los actores aprovechan la misma grieta: la falta de defensas. México enfrenta este ecosistema con capacidades limitadas. No tiene un centro nacional de ciberdefensa plenamente operativo. No cuenta con un esquema legal que asuma la dimensión real del problema. No tiene protocolos de respuesta unificados. Y carece de una doctrina que establezca qué debe protegerse primero y cómo hacerlo. La asimetría es evidente. Los atacantes evolucionan. El Estado, no.
Tercero. Cada ataque digital tiene un impacto humano. Cuando un hospital pierde acceso a expedientes electrónicos, se atrasan tratamientos. Cuando una fiscalía es hackeada, se comprometen investigaciones. Cuando un padrón se filtra, se exponen millones de vidas privadas. Cuando una plataforma de seguridad se cae, cada minuto perdido puede costar una vida. La ciudadanía también sufre el daño en los sentimientos. El Estado que no protege la información no protege nada más. La desconfianza aumenta. La desconfianza se contagia. La desconfianza alimenta el escepticismo. La desconfianza aumenta la polarización. La desconfianza debilita la legitimidad de la institución. Las consecuencias económicas aparecen en silencio. Los retrasos detienen los trámites. Los retrasos atrasan los pagos. Los problemas interrumpen los servicios. Los problemas suspenden los contratos. Los problemas hacen que la productividad caiga por horas o por días. Y volver a poner todos los sistemas en marcha cuesta mucho, es lento y agota. El riesgo más grande es institucional. Un ciberataque planeado puede afectar las elecciones. El ciberataque puede colapsar las aduanas. El ciberataque puede paralizar los bancos públicos. El ciberataque puede inutilizar los registros de propiedad. El ciberataque puede bloquear los servicios de seguridad. La vulnerabilidad digital es una vulnerabilidad nacional. Y México todavía no actúa en esa lógica. La verdadera pregunta no es qué tan grave puede ser un ataque. La verdadera pregunta es qué tan preparado está el país para resistirlo. Y la respuesta, hoy, es incómoda. Conclusión México necesita una defensa digital. La defensa digital tiene que estar a la altura del tiempo de México. No es un lujo. No es una moda. Es una obligación del Estado frente a quienes dependen de él.
La seguridad digital es seguridad humana. Es protección de derechos. Es certeza jurídica. Es continuidad de servicios. Es estabilidad económica. Es democracia en prácticas y no en discursos. Ningún país del siglo XXI puede sostenerse sin blindar su infraestructura digital. México tampoco. La vulnerabilidad ya no es un aviso. Es un hecho. Y la única respuesta posible es construir un escudo que proteja al país, antes de que un ataque masivo revele —de golpe— todo lo que hoy se intenta ignorar.
@evillanuevamx
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