Salud mental
Incels y violencia juvenil: cómo la manosfera radicaliza a la Generación Z
La ideología incel pasó del discurso de odio al homicidio en un plantel de la UNAM. Expertos advierten que la manosfera alimenta la misoginia y el resentimiento masculino frente a los avances feministas, en un contexto de hiperconectividad y crisis social.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Un estudiante de 19 años influido por la ideología incel asesinó de 17 puñaladas a un compañero de 16 años dentro del Colegio de Ciencias y Humanidades Sur de la UNAM el 22 de septiembre de 2025, en lo que se convirtió en el primer ataque de esta naturaleza registrado en México.
El ataque desató una crisis sin precedentes en la UNAM: decenas de planteles de bachillerato y facultades entraron en paro, se recibieron más de 200 amenazas creíbles en redes sociales y las clases presenciales fueron suspendidas en varios campus durante semanas. Cristóbal Vargas, filósofo y especialista en subculturas digitales extremas, explica el perfil del agresor:
“El incel se siente como un residuo social, y obviamente como residuo social va a querer atacar la realidad”.
De acuerdo con datos de la Defensoría de los Derechos Universitarios de la UNAM, entre octubre de 2020 y octubre de 2023 se presentaron un mil 760 denuncias por violencia de género en la universidad, de las cuales el 22% ocurrieron en el nivel medio superior. Sin embargo, éste es el primer caso documentado en el país en que la ideología incel pasa del discurso de odio en foros oscuros a un homicidio consumado en un plantel educativo.
En los últimos años el término incel se ha popularizado tras varios episodios de violencia ligados a comunidades en línea que promueven discursos de odio hacia las mujeres.
La palabra proviene del inglés involuntary celibate (célibe involuntario), término utilizado por primera vez en la década de 1990 por una mujer canadiense llamada Alana, quien creó un foro de apoyo emocional en internet para personas que se sentían frustradas por su falta de relaciones románticas o sexuales.
Con el tiempo el término se lo apropiaron hombres heterosexuales para describirse como víctimas de un sistema social que, según ellos, los excluye y les impide vincularse con las mujeres.
Uno de los ataques más mediáticos ocurrió en 2014, cuando Elliot Rodger, de 22 años, asesinó a seis personas en California, quien antes había escrito un mensaje en Facebook expresando su odio hacia el género femenino. Desde entonces fue considerado un mártir por algunos miembros de la comunidad incel.
Este fenómeno refleja algo más que la frustración masculina marcada por el resentimiento, es una muestra de la fractura ideológica entre los géneros. Mientras mujeres jóvenes se identifican con causas progresistas y feministas, un sector de hombres se siente desplazado y busca refugio en discursos reaccionarios. Esa distancia política entre hombres y mujeres está reconfigurando el terreno de las relaciones y del poder dentro de la Generación Z.
“(Los incels) son una respuesta a los logros que han tenido las mujeres a través de diversas rutas del feminismo; es la respuesta de lo que llamamos el patriarcado. Las mujeres han ido conquistando lugares que antes les eran negados, pero si para ellas ha sido difícil conquistarlos, para los hombres es difícil aceptarlo”, explica Noemí Cruz Cortés, doctora en Estudios Mesoamericanos por la UNAM, con especialidad en Estudios de Género.
Por su parte, Antonio Borges, profesor de filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido, señala que “muchos hombres todavía no se recuperan de la irrupción de mujeres en espacios públicos, de la necesidad de reevaluar la manera en que se relacionan con ellas; se sienten desplazados y amenazados”.
Estos grupos con una ideología que mezcla victimismo y radicalización suelen desarrollarse en sectores sociales específicos, como la clase media.
“Tiene que ver por sectores sociales y también donde (los hombres) presentan más competencia en conseguir una mujer guapa, poderosa y rica. Es una idealización de una mujer que no se da en todos los sectores. Tiene que ver con niveles socioculturales más altos, donde la educación también es distinta”, explica Cruz Cortés.
A ello se suma la misoginia normalizada en la sociedad mexicana donde prevalecen los roles de género tradicionales: “La misoginia no es una enfermedad, es una conducta social aprendida en casa. Tiene que ver con una cuestión cultural”, agrega la experta.
Esto se relaciona incluso con la cosificación de los cuerpos masculinos dentro de la manosfera (red de espacios virtuales en la que se promueven movimientos extremistas en contra de las mujeres), donde entre hombres se dan recomendaciones para establecer vínculos sexoafectivos con el género opuesto.
“En la manosfera te dan consejos sobre cómo tener un mejor cuerpo, porque te va a dar más virilidad. Un joven que no tiene un buen cuerpo, que además no tiene dinero para vestirse bien, ni para ir al gym, se va quedando relegado frente al grupo de hombres fuertes, guapos, musculosos, que tienen tiempo y dinero para cuidar su físico”, expresa la especialista.
“Antes no existía la cosificación del cuerpo masculino. Si te sientes excluido de este grupo que puede conseguir mujeres, entonces lo que te queda en una lógica muy simple sería odiarlas, odiar al prototipo de mujer cosificado que solamente van a conseguir estos hombres que ahora también están cosificados”, añade.
De acuerdo con Cruz Cortés, la cosificación del cuerpo masculino ha penetrado sobre todo en los adolescentes, quienes “buscan a través de páginas misóginas, reafirmar su virilidad, reforzar su machismo, siempre frente a la idea de la mujer. Son contenidos que van a enseñarles a ser misóginos”.
Si bien la violencia en redes sociales puede no pasar directamente a la sociedad, sí influye en el comportamiento de sus miembros con el aumento de rencores y frustraciones que terminan por salir a la luz: “El caso del CCH ya es una expresión extrema de estas nuevas construcciones frente a una mal entendida idea del feminismo”, explica la doctora.
Las plataformas digitales juegan un papel importante en la difusión de discursos de odio. Las comunidades incel encuentran en estas redes un espacio fértil para reproducir y amplificar sus posturas. El algoritmo, la sobreestimulación y el exceso de contenidos fomentan la creación de cámaras de eco que refuerzan opiniones extremistas.
TikTok, Instagram y YouTube son tres de las redes sociales más utilizadas por la Generación Z, es decir, jóvenes de entre 13 y 28 años. Estas plataformas de entretenimiento se han transformado en espacios donde millones de adolescentes buscan respuestas a temas que les preocupan, como encontrar una pareja, definir su identidad y entender su rol social en un mundo que está cambiando.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales 2023, del ahora extinto Instituto Federal de Telecomunicaciones, el 68% de las niñas y niños utiliza alguna red social. Asimismo, el estudio Estado Mundial de la Infancia reveló desde 2017 que el 71% de los jóvenes entre 15 y 24 años está conectado a nivel mundial.
Influencers como El Temach, con más de 2.1 millones de seguidores, dicen promover el amor propio y el autocuidado de los hombres, cuando en realidad lucran con las inseguridades de sus espectadores y culpan a las mujeres de la precariedad y la cosificación de la que ahora ellos son víctimas.
El auge de la manosfera
Durante la pandemia de covid-19 millones de adolescentes alrededor del mundo enfrentaron un aislamiento y desconexión social que transformó su manera de socializar, volviéndolos más vulnerables ante las comunidades virtuales de la manosfera, donde les ofrecían un sentido de pertenencia.
“Estos grupos masculinistas brindan soluciones rápidas, espontáneas, a personas jóvenes que buscan respuestas y quienes están en crisis”, explica Noemí Cruz.
Carolina Armenta, doctora en Psicología e investigadora de la Universidad Iberoamericana, señala que en la manosfera los jóvenes se sienten comprendidos al encontrar gente que piensa como ellos, por lo que es muy difícil que se salgan, a pesar de que sepan que se está generando violencia.
La especialista indica que el sentido de pertenencia de los adolescentes dentro de grupos incel se debe a que la información refuerza creencias que ya tenían.
Detrás del fenómeno incel también se esconden problemas de depresión, ansiedad social y estrés por la hiperconectividad, derivada del tiempo excesivo en pantallas y la adicción tecnológica, factores que se intensificaron durante el confinamiento por la pandemia:
“Sabemos que en México tenemos un problema de salud mental importante, particularmente en las adolescencias. A partir de la contingencia por covid-19, el número de suicidios aumentó y el nivel de salud mental decrementó”, mencionó Armenta.
A nivel mundial, uno de cada siete jóvenes entre los 10 y 19 años enfrenta un trastorno de salud mental, mientras el suicidio es la tercera causa de defunción en personas de 15 a 29 años, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Polarización, violencia y brecha ideológica
En los últimos años, la ultraderecha global se ha fortalecido con el triunfo de líderes como Donald Trump y Javier Milei, quienes han llegado al poder con apoyo de hombres jóvenes que, con discursos extremistas, han capitalizado las redes sociales a su favor.
“Es muy evidente en países como Estados Unidos y Reino Unido, la forma en que se reproducen estas burbujas radicalizadas, que poco a poco han logrado encontrar espacios en el mainstream político. Este fenómeno viene ocurriendo desde hace 20 años”, dice Borges.
El éxito de estos discursos se debe a causas coyunturales como la desigualdad y desesperación que el neoliberalismo dejó en las últimas generaciones, un mundo donde las oportunidades de trabajo son sumamente limitadas, la expectativa de desarrollo profesional es cada vez más complicada y los jóvenes no pueden aspirar al mismo nivel de vida que sus padres, explica el experto.
La frustración ante este panorama se presenta entre hombres y mujeres, aunque de manera distinta. Indica Borges:
Los actores políticos utilizan estas burbujas reclutando gente a través de influencers con discursos que parecen no tener nada que ver con ideologías políticas, personas que venden cursos de superación personal o se muestran con automóviles de lujo o mujeres, como una vida de casanovas.
Además, “los formatos cortos facilitan la exposición de estas ideas; es más susceptible de ser comercializado porque no hay que explicar mucho, solamente hay que vender odio, incendiar e indignar”, añade.
No sólo hay intereses políticos, también existen factores comerciales que favorecen la expansión de estos discursos:
“La radicalización de los jóvenes se va tejiendo de forma gradual, un muchacho puede empezar viendo un video de cómo ser más musculoso hasta terminar expuesto a contenidos políticos que los van ligando a partidos e ideologías”, agrega.
Asimismo, apunta que “los influencers que apelan a estos grupos no son ajenos a la oportunidad que les ofrece el financiamiento de intereses económicos y políticos para posicionarse”.
Cristóbal Vargas, especialista en subculturas digitales extremas, habla de un cambio de paradigma frente al avance tecnológico, donde “el capitalismo funciona con esa forma violenta, voraz, de que hay que imponerse sobre el otro”.
El sistema utiliza las redes sociales como una maquinaria de ilusiones y le vende a los incels promesas imposibles de cumplir. Aislados, perdidos y defraudados, estos hombres se refugian en lo único que les queda: la violencia.
“En la construcción subjetiva del incel no hay empatía, hay una sociopatía, toda una codificación capitalista donde ellos mismos se plantean como un residuo del mercado al no ser capaces de tener una vida sexual”, indicó Vargas.
Eso explicaría por qué Lex Ashton, antes de asesinar a su compañero en el CCH, escribió en su perfil de Facebook: “Scum like me has the mission to reap the garbage (Escoria como yo tiene la misión de cosechar basura)”.
Sin embargo, Vargas señala que este pensamiento reaccionario, “en vez de buscar una liberación, busca mayor represión, incluso matar a alguien o perseguirlo, pero esto no libera a los incels de nada ni tampoco genera un cambio”.
Sólo mediante la educación emocional, la promoción de modelos sanos de relaciones interpersonales y una regulación más consciente de los espacios digitales sería posible reducir el poder de estas comunidades y prevenir sus manifestaciones violentas.