Efraín Juárez

Efraín Juárez: mexicano hasta las cachas, hombre de mundo y un entrenador con visión política

En entrevista para Proceso, Efraín Juárez reflexiona sobre las claves de su triunfal debut que lo llevaron a ser campeón de Liga y de Copa del futbol colombiano dirigiendo al Atlético Nacional.
lunes, 23 de diciembre de 2024 · 11:34

MEDELLÍN, COLOMBIA (apro).- El debutante director técnico mexicano, Efraín Juárez, quien desde hace cuatro meses se hizo cargo del Atlético Nacional de Medellín y convirtió a ese equipo en campeón de Liga y de Copa del futbol colombiano, atribuye su éxito a una convicción que le ha funcionado desde que era un niño que soñaba con ser futbolista: que todo lo que se intenta en la vida con ímpetu y perseverancia tiene éxito.

Y dice que no importa si uno, dos, tres o más intentos terminan en fracaso. Él está convencido de que lo importante es volverse a levantar hasta cumplir la meta. Ayer, domingo, su equipo ganó en casa al Deportes Tolima y se coronó campeón de Liga. Una semana antes había ganado el torneo de Copa.

Él está habituado a emprender proyectos ambiciosos y a poner todo lo que está a su alcance para que salgan adelante.

“El fracaso es lo que más me motiva, y ojalá fracase 500 mil veces porque quiere decir que sí lo intenté y que, si me caí, lo volví a intentar”, dice a Proceso este mexicano que, a sus 36 años, se puso en la mira de los buscadores de talento de la pujante industria global del futbol.

Si de por sí ya es inusual que México exporte futbolistas, más inusitado es que exporte directores técnicos. Y aún más excepcional resulta que éstos triunfen fuera de su país. Al nombre de Javier “El Vasco” Aguirre, que hizo una exitosa carrera como entrenador en la liga española, hay que sumar ahora el de Efraín Juárez, que convirtió en doble campeón al Atlético Nacional.

En entrevista con esta revista en la sede del popular club colombiano, ubicada cerca de Medellín, Juárez reflexiona sobre las claves de su triunfal debut como director técnico titular de un equipo --antes del Nacional había sido durante cuatro años asistente del entrenador noruego Ronny Deila— y de su elocuente osadía como forma de afrontar la vida.

“Me fascina, me encanta, es algo que disfruto –asegura--. Yo no entiendo la vida de otra manera, en el límite (on the edge), como dicen los gringos”.

Juárez señala que esa característica, que entraña una temeridad siempre emprendida con cálculo y con las artes de la prudencia, pero cuyos resultados siempre están determinados por las circunstancias del azar, es la que lo ha llevado a donde está.

Él está habituado a asumir riesgos que unas veces resultan bien y, otras, mal. Lo que nunca le ha gustado es quedarse en sus zonas de confort.

Cuando tenía 17 años fue campeón con la selección mexicana Sub-17 en el Mundial de esa categoría en Perú 2005. Su destacada actuación como volante, llamó la atención del Barcelona, que le ofreció llevarlo a La Masía, su academia, en la que estuvo Lionel Messi. Pudo haber aceptado las ofertas que le hicieron grandes equipos mexicanos, pero él optó por irse al poderoso club catalán.

En La Masía no salieron las cosas bien porque allá descubrieron que Juárez estaba en año natural de mayoría de edad en España y, por su condición de extranjero, no podía jugar en los equipos de fuerzas básicas, sólo entrenar. El mexicano se fue entonces al modesto Barbate de la segunda división andaluza y en 2007 participó como seleccionado nacional en la Copa Mundial de Futbol Sub-20.

En Europa, el joven Efraín descubrió que había un mundo fuera de México y que era importante conocerlo.

En contravía de lo que hace la mayoría de futbolistas mexicanos, que es quedarse en su país, donde ganan mucho dinero, Juárez apostó por jugar en Europa luego de un paso por Pumas de la UNAM.

“Yo entendía —asegura— que, para alcanzar mis sueños, mis objetivos, tenía que salir del mercado mexicano”.

—¿De dónde surge ese espíritu tan poco común en el futbol mexicano? —se le pregunta.

—Toda la vida he tratado de romper moldes y ser diferente —dice—, y a veces por ser diferente te tachan de loco. Esto no quiere decir que mis compatriotas, que mi gente, no tengan esa esa ambición, pero hay que tener en cuenta que México tiene una de las mejores ligas del continente, y todo mundo quiere trabajar ahí. Entonces muchos piensan ¿por qué tengo que salir?

Más allá del futbol

Juárez tuvo una carrera de 11 años como futbolista, cuatro de los cuales jugó en clubes de Escocia (el Celtic), España (Real Zaragoza), Canadá (Vancouver Whitecaps) y Noruega (Vålerenga). En México estuvo, además de los Pumas, con el América y los Rayados de Monterrey.

Su carrera como entrenador, que inició hace cuatro años, la ha hecho totalmente en el extranjero, como asistente del director técnico noruego Ronny Deila en el New York City de la Major League Soccer (MLS) de Estados Unidos y Canadá y en Bélgica, con el Standard de Lieja y el Club Brujas.

Desde hace cuatro meses es el entrenador titular del Atlético Nacional de Medellín, donde los jugadores lo llaman “el profe” y donde él dice haber formado “una familia”.

Efraín Juárez, oriundo de la Ciudad de México, pero con fuertes vínculos en Veracruz, ha vivido a lo largo de varios años en Barcelona, Glasgow, Zaragoza, Vancouver, Lieja, Brujas, Oslo, Nueva York y Medellín. Es un hombre de mundo, que se informa del contexto político, económico y social de los países donde ha residido.

Conoce las características del sistema de bienestar social europeo, entiende los matices de las izquierdas y las derechas de la Unión Europea y se preocupó por averiguar cómo se invierten los altos impuestos que se pagan en esa región del mundo, donde sus sueldos tenían gravámenes fiscales de entre 50% y 60%.

“Tengo que informarme muchísimo —señala—, me gusta leer mucho los diarios, los periódicos, me gusta saber qué pasa en el lugar o en el país donde vivo. He tenido la fortuna de vivir en muchos países y sí trato de informarme, empezando por el tema cultural. Porque yo me tengo que adaptar a la cultura y no la cultura a mí. Obviamente, sí me gusta estar informado de aspectos políticos y sociales”.

—Usted sabe —se le plantea a Juárez— que el futbol tiene una dimensión social y política porque es un deporte que mueve masas y en el que hay en juego muchos intereses. ¿Usted, como entrenador, tiene y entiende esa dimensión política?

—Claro, claro, cuando estás en un equipo estás representando cosas que van más allá del futbol. Es una responsabilidad, pero más allá de responsabilidades, es un compromiso conmigo mismo. Hoy represento a un club gigante, a una institución con valores y principios, y la gente quiere ver a su equipo siempre ganar. Pero si hacemos bien las cosas y los resultados se dan, lo demás fluye: lo económico, lo político, lo empresarial, lo estructural.

Para Juárez, un técnico también debe tener una visión política, para entender su entorno y también actuar con sentido político para conciliar los intereses que rodean a la multimillonaria industria del futbol. Esto, aclara, entendiendo la política no es un sentido partidista o electoral, sino como una herramienta para gestionar cualquier organización humana.

—¿Y eso lo presiona? —se le pregunta.

—N’ombre —exclama—. Presión es estar en la guerra o no tener trabajo y tener cinco hijos a los que hay que llevar comida.  Eso es presión.

El arraigo

La entrevista con Juárez transcurre en una mesa de madera con una sombrilla al pie de una cancha de futbol del complejo deportivo del Nacional en Guarne, cerca de Medellín. Las colinas que rodean ese valle resplandecen su verdor, incluso entre el creciente rubor de la tarde.

El niño Efraín tiene en su retina afectiva un gran campo verde con sembradíos de caña, vacas y caballos donde la vida es feliz. Ese campo está en Cuitláhuac, Veracruz, cerca de Córdoba, donde los señores visten guayaberas de colores y sombreros de palma real. El padre de Efraín es de Cuitláhuac y parte de su familia sigue allí, en ese bucólico municipio veracruzano. Hasta allá viajaba el niño futbolista para visitar a su abuela paterna y a sus tíos.

“Cada vez que tenía vacaciones mis papás me ponía en un ADO en la Tapo (central de autobuses en la Ciudad de México) y me iba solo. En Córdoba me recogían mis tíos”, recuerda.

El escritor Gabriel García Márquez decía que lo verdaderamente universal era, esencialmente, local. Lo decía por Macondo, claro, una aldea imaginaria en el caribe colombiano que cobró sentido en todo el mundo.

Y en el caso de Juárez, por mucho mundo que haya recorrido, en su corazón están sus vacaciones en Cuitláhuac y México, su país.

—¿Qué sello le ha imprimido su condición de mexicano a su labor como futbolista y como técnico? —se le pregunta.

—Todo —responde enfático—. Es mi esencia. Me encanta el boxeo mexicano porque en eso somos campeones mundiales. ¿Y qué hace el boxeador mexicano? Ir al frente. Pueden estar casi noqueando a un boxeador mexicano, pero si tú te descuidas un poco, te mata. Esa es mi esencia y es en lo que creo. Soy un enamorado de mi país, estoy orgulloso de mi país y me siento privilegiado de haber nacido en esa parte del mundo.

Dice que a pesar de que sus hijos han radicado fuera de México la mayor parte de su vida, los dos hablan con acento mexicano, comen chile y suelen usar expresiones como “pinche”, “buey”, “chingada” y demás palabras floridas del léxico nacional que le han escuchado cotidianamente a su padre.

—¿Usted es un técnico con sello mexicano? —se le pregunta.

—Sí, sí, cómo no. Un técnico mexicano que siempre va al frente, que no se guarda nada, que expresa sus emociones. Un técnico que es pasional.

La gestación de un técnico

Hace justamente nueve meses, en marzo pasado, el mexicano Efraín Juárez le dijo al entrenado noruego Ronny Deila, de quien era asistente técnico: “Te quiero, te adoro, estoy agradecido contigo porque me enseñaste todo lo que yo sé, pero tengo que tomar mi propio camino”.

Esa decisión, como suelen ser la que ha tomado Efraín en su vida personal y profesional, parecía descabellada. Su sueldo en el Club Brujas era incluso más alto del que ahora tiene en el Atlético Nacional. Pero no le importó dejar es trabajo en un gran equipo europeo y dar lo que lucía como un salto al vacío. En enero de este año, el mexicano era un asistente técnico desempleado.

Pero Efraín tenía la convicción de que estaba dando un paso en la dirección correcta. Él había sido asistente técnico de Deila durante cuatro años, pero su preparación para manejar equipos y leer el futbol en sus dimensiones tácticas y estratégicas y para entender el contexto que rodea al deporte más popular del mundo la había iniciado 20 años antes, desde que era jugador.

“Yo cuestionaba mucho a mis técnicos, en el buen sentido —recuerda—, les preguntaba “por qué hacemos esto, explícame, por qué quieres que vayamos a presionar así”.  Es que yo tenía ideas en la cabeza y pensaba “bueno, yo haría esto”. Pero yo no era técnico, yo era un jugador con curiosidad por aprender, y siempre tenía en la cabeza que el día que me retirara cumpliría mi sueño de ser técnico.

A finales de 2019, Efraín decidió colgar los tacos como jugador (era volante en el Vålerenga de Noruega) con la idea de involucrarse de lleno en su preparación para convertirse en director técnico. Tenía apenas 31 años de edad.

Ronny Deila, su entrenador en el Vålerenga, ya había visto en él talento para entender el futbol de manera integral, como un juego en el que la táctica, la estrategia y el factor humano resultan determinantes para obtener resultados.

“Yo, siendo un jugador, hablaba mucho con Ronny sobre los movimientos que hacía en la cancha, y le preguntaba por los movimientos que hacía en los partidos, por el tipo de preparación física que planeaba, y lo refutaba. Hasta que un día me invitó a cenar. Me dijo ‘vamos a hablar de futbol’”.

La cena se prolongó hasta las tres de la mañana. Efraín volcó en esa charla —en inglés— sus ideas del juego, sus dudas, sus críticas y, sobre todo, su pasión por el futbol.  Y su interlocutor, que tenía una experiencia de 12 años como entrenador, planteaba argumentos que en un principio el mexicano no entendía bien, pero que, a la postre, lo llevaron a descubrir algo que le dio un rumbo a su vocación de director técnico.

“Me di cuenta de que mi visión del futbol era micro y que Ronny veía lo macro y hasta lo tetra”, dice Juárez, quien ahí se dio cuenta de la importancia del pensamiento estratégico y se percató de que le faltaba mucho por aprender para convertirse en entrenador.

Luego de la cena, Ronny Deila le dijo a Efraín: “Quiero que mañana te presentes más temprano para que veas cómo planeamos el entrenamiento y por qué hacemos las cosas”.

— Eso quiere decir que le vio madera de entrenador…

— Yo creo que sí –responde Juárez—, yo creo que sí porque después hicimos una gran amistad, hablábamos mucho de futbol en los entrenamientos y yo aprendía de él.

De Nueva York a Europa

El 24 de diciembre de 2019, Efraín estaba disfrutando sus vacaciones en México, con su familia, en modo Navidad, y con la perspectiva de regresar al club Vålerenga en marzo siguiente, cuando inicia la temporada en Noruega, y recibió una llamada de Deila, quien le dijo: “Soy entrenador del New York City y quiero que te vengas conmigo como asistente técnico”.

Efraín le dijo “¿Pero por qué? Yo no sé nada. No tengo el curso (UEFA de entrenador), ¿por qué yo?”.

Deila le respondió que no se preocupara. “Yo te voy a enseñar todo, y con la ayuda del club y del grupo (el New York City pertenece al poderoso City Football Group Limited) te vamos a ayudar a crecer. Necesito que vengas, por muchas circunstancias, yo no hablo español, tenemos 10-12 jugadores latinos, te necesito aquí”.

Efraín se retiró como jugador y se fue a Nueva York.

“Yo empecé así — recuerda—, desde abajo, poniendo conitos, viendo los entrenamientos, preguntando. Fue un proceso (de dos años), de menos a más, y en Nueva York nos fue muy bien, salimos campeones (de la Major League Soccer), y al él lo invitan (en 2022) a ser entrenador del Standard de Lieja, en Bélgica, y me invita a que me vaya con él”.

En Nueva York, Juárez era parte del cuerpo técnico del equipo. En Lieja dio un paso más: ya era el asistente técnico de Deila, su segundo de a bordo, y participaba en la planeación de partidos, llevaba el peso de los entrenamientos, del análisis de los rivales. Después, ambos se fueron al Club Brujas, el equipo más importante de la liga belga.

“En el Brujas, ya tomé las riendas de todo, porque él (Deila) era más manager, se ocupa mucho de los fichajes, y me dejaba hacer todo en la cancha. Entonces, de empezar poniendo conos a llevar todo en la cancha con un equipo con jugadores de mucha jerarquía, estrellas de la Champions League, eso me obligaba a tener que estar a la altura”, asevera.

Juárez obtuvo su acreditación de entrenador UEFA, pero su principal maestro, su mentor, ha sido Ronny Deila.

“Él me enseñó — dice—, de menos a más, de poquito en poquito, entre acierto y error, entre experimento y acierto, y al final ya a mí lo único que me faltaba era tomar la decisión (de emprender su propio camino), porque yo era el que los preparaba (a los jugadores) pero yo no decía quién jugaba y quién no porque no era el entrenador. Y poder hacer eso me daba mucha curiosidad, siempre con mucho respeto para Ronny, para su jerarquía. Él era el jefe”.

La eterna primavera

El 17 de marzo pasado, Deila y Juárez dejaron el Club Brujas y el noruego fue contratado como entrenador del Al-Wahda en Abu Dabi, la capital de Emiratos Árabes Unidos. El director técnico esperaba que Efraín siguiera con él, pero este tomó la decisión dar por cerrada esa etapa.

Juárez le agradeció a su mentor todas sus enseñanzas.  “Él me enseño todo lo que yo sé de conocimiento teórico, técnico, táctico, físico y mental, pero le dije ‘tengo que dar un nuevo paso en mi vida y en mi carrera’”, relata. Y explica que fue como dar un salto desde un avión sin paracaídas porque no tenía trabajo.

Eso sí, Efraín confiaba en su persistencia y en su convicción para perseguir sus sueños.

“Fueron tres, cuatro meses de incertidumbre plena, sin trabajo, pero pensando en que llegaría una oportunidad, y eso se llama convicción, creer en lo que tú haces y creer en el de arriba, porque lo más fácil hubiera sido quedarme en la zona de confort”, señala.

Quedarse con Deila y ganar muchos petrodólares en Emiratos Árabes Unidos era apostar por lo seguro. Pero Efraín no es así.

—¿Y qué conexiones se dieron para que usted llegar al Nacional? — se le pregunta.

—Esto es destino, destino puro y duro — asegura—. Se dieron muchas circunstancias hasta que hizo clic.

El técnico mexicano tuvo acercamientos con la MLS y con clubes europeos, pero el Atlético Nacional, el equipo más popular y laureado de Colombia, había cambiado de directiva y el nuevo director deportivo, el argentino Gustavo Fermani, tenía buenas referencias de él.

“Teníamos un proyecto y Efraín encajaba muy bien en ese proyecto — dice Fermani—, por su empuje, su liderazgo, su idea del juego, su personalidad. Eso nos importó más que el hecho de que no había tenido una experiencia previa como director técnico titular de un equipo”.

Efraín encontró el proyecto que estaba buscando. Y el proyecto encontró a Efraín. De otra manera no se explica que, en solo cuatro meses, haya llevado al Nacional de Medellín (llamada por los colombianos la ciudad de la eterna primavera) a ganar dos torneos, el de Liga y el de Copa, y a clasificar a su equipo a la Copa Libertadores 2025.

La noche de este domingo 22 de diciembre, luego de que el Nacional derrotó al Deportes Tolima en el estadio Atanasio Girardot de Medellín, que albergó a 44 mil 400 fervientes aficionados, el técnico mexicano cargó la copa de campeón del torneo de Liga y en la cancha ondeó una gran bandera mexicana que le entregó la aguerrida barra “Los del sur”.

Él estaba feliz, pero algo distante del frenesí popular que desató la victoria. Un hombre como él, habituado a dar pasos que a primera vista parecen temerarios, encuentra la plenitud en el proceso, en el arduo trabajo del día a día, más que en llegar a la meta.

Hoy ya está pensando en lo que sigue, en cómo hacer del Nacional campeón de la Copa Libertadores 2025.

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