Cine/Aún no

“Ahora la luz cae vertical”

Se trata de un documental acerca de la vida de un hombre violento que se asume a sí mismo como el protagonista de su propia ira, que le pide dirigir una película sobre su vida, Zymvragaki acepta porque la conecta a ella con su propia historia
miércoles, 17 de septiembre de 2025 · 10:37

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando en una entrevista le preguntan a la griega Efthymia Zymvragaki por qué hace cine, ofrece una de respuesta bella y generosa: “Hago cine porque el cine me hace a mí”. Respuesta que ilustra este su primer largometraje, Ahora la luz cae vertical (España/Alemania, 2022). 

Se trata de un documental acerca de la vida de un hombre violento que se asume a sí mismo como el protagonista de su propia ira, que le pide dirigir una película sobre su vida, Zymvragaki acepta porque la conecta a ella con su propia historia, con esa violencia paterna que le hizo huir desde su natal Creta para afincarse en Barcelona. 

El documental se desarrolla como una especie de diario en el que se explora el drama de Ernesto, el agresor, sus confesiones, el maltrato sistemático al que ha sometido a sus parejas, la tortura física y psicológica que había ejercido sobre su primera esposa y su hijo, a los que decidió abandonar para protegerlos de sí mismo. Zymvragaki descubre que al enfrentar la furia del protagonista a través del cine, se vincula con su propio padre, enfrenta el conflicto de su infancia y adolescencia, y accede a emociones que creía enterradas. 

Ernesto vive en las islas Canarias, en Tenerife; ahí Zymvragaki filma el paisaje como si fuese Creta, la voz narrativa de la directora en tono confesional, como corresponde al diario, asimila esas islas del Mediterráneo al Atlántico, a manera de un espacio único, el del miedo y de la nostalgia. El barco se desliza mientras las olas chocan contra las rocas, como el mismo relato. 

El riesgo era apropiarse de la historia de Ernesto para exhibirse ella misma, pero la directora respeta por completo al personaje, mucho por el inevitable narcisismo de éste y demanda de colocarse al centro del drama, desesperado por ser visto, y más porque a ella le interesa dar presencia a ese padre que no volvió a ver. 

La propuesta poética es ambiciosa, busca escenificar el tema de la violencia sin violencia, desde la perspectiva del amor; al espectador le corresponde decidir si se logra, pero el enfoque es inédito, sobre todo en esta época en la que lo normal sería exponer al maltratador, lincharlo, denunciar el patriarcado, y sostener a la víctima; sin que esto deje de ser patente, Efthymia Zymvragaki nunca justifica al abusador, pero sí lo escucha, le da la palabra y oye sus confesiones, cómo él mismo fue objeto de abuso por su propio padre, cómo éste golpeaba a su madre. Ernesto explica la manera en que se justificaba cuando salía de sus ataques de violencia culpando su historia con el padre y el exceso de alcohol. Inédito también es constatar la conciencia que adquiere al confesar que esa excusa no lo justifica. 

Ernesto había escrito una novela confesional, que la realizadora percibió pobre literaria y dramáticamente; el gran acierto fue documentar al personaje y asociarse con él desde la víctima agazapada en su interior, de ella y quizá del mismo Ernesto víctima de sí mismo. Zymbragaki se libera, Ernesto, quizá no, aunque sí abre una dimensión diferente en su propia búsqueda, más allá del efecto terapéutico. Se nota que fue un tanto difícil para la directora, formada como psicóloga, sustraerse al juego del psicodrama, pero una peripecia que ocurre hacia el final explica el título de la cinta, y trasciende el psicologismo. 

El tema es complejo, y la anécdota rica, siento que se desaprovecha el potencial mítico de la historia, Creta, su laberinto y el monstruo que encierra, pero Ahora la luz cae vertical prefiere la claridad, opta por los reflejos, y evita embrollos. 

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