Cine/Aún no
“Llamarse Olimpia”
Indira Cato sigue el trayecto de Olimpia Coral desde el umbral que cruza al prepararse a salir de su ciudad natal luego de haber vivido la etapa más difícil de culpa, vergüenza y depresión con pensamientos suicidas, hasta los momentos del triunfo gozoso.Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El merecido premio a Mejor película mexicana en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara, Llamarse Olimpia (2025), confirma el talento de Indira Cato no sólo para dirigir un documental con pulso firme de principio a fin, sino también la capacidad para descubrir la urdimbre que existe entre un movimiento social y el sello personal, imprescindible, de quienes participan.
Así lo demostró ya como productora del multipremiado Llévate mis amores (2014), documental sobre las Patronas, las mujeres que cocinan para los migrantes en el tren apodado la Bestia en su tramo veracruzano.
Olimpia Coral Melo, habitante de Huauchinango, Puebla, afectada profundamente por la difusión de un video de carácter íntimo sin su consentimiento, en las redes, decide salir de su refugio y enfrentar una lucha sin cuartel hasta lograr la aprobación de una ley que castiga la violencia sexual digital, la Ley Olimpia en México, aprobada en 2018, y que se ha extendido a otros países de Latinoamérica como Argentina y Uruguay, que incluso comienza a repercutir en Estados Unidos.
Indira Cato (Ensenada, Baja California, 1991) sigue el trayecto de Olimpia Coral desde el umbral que cruza al prepararse a salir de su ciudad natal (Huauchinango, Puebla), luego de haber vivido la etapa más difícil de culpa, vergüenza y depresión con pensamientos suicidas, hasta los momentos del triunfo gozoso y el reconocimiento internacional, el largo periplo siempre acompañado de dudas y reflexiones. Olimpia es un rostro y un cuerpo, una voz y un alma, expuestos ante la cámara, que habitarán por siempre la propia alma del espectador.
La ley Olimpia es, por supuesto, un proceso social y político, signo de una revolución, no digital sino cultural; pero ante todo es un nombre, de ahí el acierto del título del documental, Llamarse Olimpia, el nombre de una mujer que gradualmente se vuelve habitable, nombre que la representa y significa el derecho a ser ella misma, y al que toda mujer debe acceder.
Lo que no deja de sorprender en el trabajo de Indira Cato es la forma en la que escapa de la trampa etnológica, y del panfleto político, y le permite al espectador habitar la piel de la protagonista, y desde ese lugar entender a todas esas que participan en el documental. Esas que la apoyan en su lugar de origen, las que se manifiestan en la Ciudad de México y en todo el país. Llamarse Olimpia orquesta una forma de coreografía de voces, del celular de Olimpia a la reproducción de otros celulares, danza de mensajes desesperados, y de voces que piden ayuda porque el ejemplo, y el activismo, de Olimpia les permite ver una lucecita a lo lejos. Tantas voces de desconocidas que se vuelven conocidas en la figura de la propia Olimpia.
La directora entiende que la fuerza del drama no es sólo la de la anécdota del abuso, reproducido hasta el asco contra miles de mujeres, sino el hecho, enorme, de que Olimpia es la mujer que se negó a ser víctima. La cinta de Cato es la celebración de este suceso y la señal del camino que se abre para toda aquella que enfrente situaciones similares. Indira Cato es una ganadora que sabe reconocer a quien gana; más allá de la obviedad del premio está la conquista de la cima, ése es el trayecto que le interesa, el reconocimiento del esfuerzo y la valentía de la lucha. No hay que perder de vista que para ella este documental es también el mapa de su propio esfuerzo y su propio combate.
El público masculino puede, supongo, oscilar entre el sentimiento de culpa y la sensación de presenciar un mundo profundamente feminista, con sus voces, cantos y gusto de sentir la solidaridad del movimiento y la hermandad; de repente, se cae en cuenta que el interlocutor al que apela el documental no son nada más las mujeres, sino también los hombres, jóvenes o viejos que tienen que descubrir y aprender acerca de los efectos nefastos en la psique y el cuerpo femenino de la brutalidad de cualquier forma de abuso, como atestigua no sólo el proceso de Olimpia, sino el de esas argentinas, tan bien articuladas en su discurso, que exponen el impacto en su salud física y mental. Cato no pierde tiempo exponiendo a los agresores, únicamente les deja muchísimo material que tienen que aprender a digerir.
Cantos y gusto de sentir la solidaridad del movimiento y la hermandad; de repente, se cae en cuenta que el interlocutor al que apela el documental no son nada más las mujeres, sino también los hombres, jóvenes o viejos que tienen que descubrir y aprender acerca de los efectos nefastos en la psique y el cuerpo femenino de la brutalidad de cualquier forma de abuso, como atestigua no sólo el proceso de Olimpia, sino el de esas argentinas, tan bien articuladas en su discurso, que exponen el impacto en su salud física y mental. Cato no pierde tiempo exponiendo a los agresores, únicamente les deja muchísimo material que tienen que aprender a digerir.
PD. Dedico esta nota al entrañable amigo y maestro Carlos Bonfil. No sé si llegó a ver este documental, pero estoy seguro que le habría encantado, él, quien siempre fuera solidario de cualquier movimiento en contra de la opresión y el abuso.