"Hamlet García", en La Capilla
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuatro citadinos en un día cualquiera, cuatro personajes con sus pequeños infiernos viviendo su drama en solitario. Cuatro monólogos que apenas se vinculan en la narración individual de los acontecimientos, aunque los personajes compartan el escenario. Cada uno de ellos es Hamlet García, el que despierta como si las puertas del día estuvieran abiertas para él y que se le cierran estrepitosamente al paso de las horas.
Hamlet García, escrita por el dramaturgo español Miguel Morillo y dirigida por José Daniel Figueroa, es una comedia ácida donde los personajes nos hablan de sus intimidades y contradicciones en su quehacer del día; rompen la cuarta pared y al mismo tiempo nos mantienen a distancia. En su forma de monologar, utilizan la descripción de las acciones, la expresión emotiva de su situación y la fatalidad de los acontecimientos. A momentos se pierde el interés al sólo encontrar la acción dramática en el decir y no en el hacer/ser.
Lo que nos cuentan los personajes en Hamlet García, va desde la descripción detalladísima de una mujer madura sobre cómo le gusta que le coman el coño, hasta los enfrentamientos entre un hijo con su padre, el surgimiento de la violencia desaforada, la incomprensión de una obra de teatro, y la absurdidad del sueño –epílogo sacado de la manga que cae en el lugar común de lo ilógico–. Si bien una de las intenciones principales es provocar la risa, el resultado es intermitente, ya que el texto no siempre tiene esa habilidad, aunque los actores cumplan a cabalidad su interpretación.
El título de la obra de teatro, Hamlet García, nos remite inevitablemente a la novela del republicano español Paulino Macip, quien vivió y murió en el exilio. En su novela El diario de Hamlet García –que fue publicada en México en 1944 y en España hasta 1987–, el protagonista narra el día a día de un ciudadano común, de un ordinario García, con una vida monótona e indiferente a lo que sucede a su alrededor. A diferencia de la obra de teatro, en la novela el protagonista cambia su perspectiva con el estallamiento de la guerra civil y da un giro. En el caso de Hamlet García, el autor no está interesado en mostrar a los personajes dentro de una colectividad (aunque fuera de cuatro), sino en remarcar el absurdo de la individualidad cotidiana de cuatro seres que se tocan, sin saberlo, en algún punto de su anodino día, y a cuyo único interés es sobrellevar la inmediatez del paso de las horas.
José Daniel Figueroa resuelve con ingenio el juego de los personajes entre la descripción de la acción y su ejecución, la movilidad y el estatismo, la introspección y la exhibición. Evita caer en el pleonasmo de “actuar lo que estoy diciendo” y, sin mucha elucubración escénica, los personajes se arraigan a su silla y desde ahí se desplazan naturalmente en el escenario. Sólo cuatro sillas y dos pasillos lumínicos conforman esta atinada escenografía, aunque el diseño de iluminación de Alejandro Toussaint dificulte, por momentos, la visibilidad de los rostros. Son estupendas las actuaciones de Catalina López, Rodrigo Ruiz, Luz Edith Rojas y Jyasú Torruco, en las que hay matices, ritmo, sensualidad, violencia y caracterizaciones sutiles.
Con Hamlet García, que se presenta los jueves en el Teatro la Capilla hasta finalizar marzo, nos reímos cuando podemos y nos confrontamos con personajes que viven en una burbuja de infelicidad.
Esta reseña se publicó el 18 de febrero de 2018 en la edición 2155 de la revista Proceso.