Javier Sicilia

Carta abierta al Capitán

Otros dicen que la noche estaba mejor antes de que el viejito que se metió en Palacio llegara a descomponerla y que si hubiese ganado Xóchitl o Bertha, que es su primer nombre, la noche sería más cómoda.
lunes, 2 de septiembre de 2024 · 05:00

Hace mucho que no te escribo. Hace mucho también que no recibo misiva tuya. Pero cada vez que aparece un comunicado zapatista o un escrito con la rúbrica de El Capitán, no dejo de leerlos con la misma atención y la misma emoción con las que lo he hecho desde que el 1 de enero de 1994 los zapatistas irrumpieron como un relámpago en la noche. Aún la siguen iluminando, pero ya muy pocos lo ven. 

Es como si a fuerza de acostumbrarse a la oscuridad la gente hubiese perdido la capacidad de mirar lo que los relámpagos revelan. Las víctimas no sólo lo vemos, lo padecemos y, como ustedes, que también son víctimas, lo decimos: la noche no es algo que surgió de repente, la creó el poder y su putrefacción. Pero la gente se aferra a ella. Algunos creen que podría ser un poco menos densa si el viejito pendenciero que dice gobernarnos y la flaquita que lleva de la mano por todas partes como a una niña, reinaran absolutamente. 

Otros dicen que la noche estaba mejor antes de que el viejito que se metió en Palacio llegara a descomponerla y que si hubiese ganado Xóchitl o Bertha, que es su primer nombre, la noche sería más cómoda. Cuando leí que te referías a ella de esa manera, recordé que en 2012, cuando el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad cruzaba el puente de Selma en memoria de los masacrados durante el Domingo Sangriento de 1965, me volví hacia uno de los viejos sobrevivientes que esa tarde nos acompañaban y le dije: “Estarán contentos de tener a Obama como presidente”. “No me hables de Obama –me respondió molesto–; es una galletita Oreo, blanco por dentro, negro por fuera”. 

Más allá de los recuerdos, Capitán, y mientras encontramos el nombre de la galleta o de la gelatina que corresponde a Bertha Xóchitl, en uno y otro caso se trata de la noche y de quienes han administrado y administran su horror; se trata también de quienes, situados en uno u otro bando, se acomodan con alegría o enojo a la oscuridad. 

Hay en ello, Capitán, una espantosa semejanza con el partido de futbol que Micloz Nilsy, uno de los sobrevivientes del último Sonderkommando –prisioneros que, obligados a procesar los cadáveres salidos de la cámara de gas, las SS ejecutaban cada tres meses y sustituían por otros– narró a Primo Levi, un partido entre miembros del Sonderkommando y SS que se jugó en 1945, al lado de los hornos crematorios, montones de muertos y una nutrida porra de prisioneros y guardias. He usado varias veces esa analogía que habla de la normalización del infierno o de la noche –es lo mismo; en el averno siempre es de noche– con resultados semejantes a los que desde hace ya tiempo tus comunicados o los del comandante Moisés suscitan, el del silencio del bullicio. 

Fragmento del texto publicado en la edición 0015 de la revista Proceso, correspondiente a septiembre de 2024, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.

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