Cine

“Una jauría llamada Ernesto”, un documental sobre niños sicarios

Tras su estreno mundial en la 30 edición del festival canadiense de cine documental Hot Docs, donde obtuvo la Mención Honorífica, "Una jauría llamada Ernesto", de Everardo González, se proyectó en Guadalajara y estará disponible en salas y la plataforma ViX a finales de año.
sábado, 17 de junio de 2023 · 09:45

En México “la muerte ya comenzó a tener un rostro adolescente”, asegura a Proceso el cineasta Everardo González: “350 mil personas han sido asesinadas en los últimos 15 años por perpetradores armados, de los cuales 30 mil eran menores de 18 años”. Su documental, Mención Honorífica del encuentro fílmico canadiense Hot Docs, se proyectó en la 38 edición del FICG tapatío. Trata sobre chavales cuya mirada conforma un personaje colectivo llamado “Ernesto”, en referencia tanto a víctimas como a sicarios, cuya sangre joven engrosa nacionalmente las filas del crimen organizado.

GUADALAJARA, JAL.- Tras su estreno mundial en la 30 edición del festival canadiense de cine documental Hot Docs, donde obtuvo la Mención Honorífica a Mejor Documental Internacional, Una jauría llamada Ernesto del multipremiado Everardo González, se proyectó en esta ciudad y estará disponible en salas y la plataforma de streaming ViX a finales de año.

La cinta de 78 minutos concursó por el Premio Mezcal en la 38 edición del Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG), efectuado del 3 al 9 de este mes. Trata sobre los jóvenes llamados colectivamente “Ernesto”, en referencia tanto a víctimas como a sicarios, que en un momento determinado de sus vidas tuvieron acceso a armas, las usaron para matar y se convirtieron en parte de las muchas piezas del crimen organizado.

Everardo González vino al mundo en Estados Unidos el año 1971, si bien es de nacionalidad mexicana. Convencido, enfatiza en entrevista que “la muerte ya comenzó a tener un rostro adolescente en México”, país donde “350 mil personas han sido asesinadas en los últimos 15 años por perpetradores armados, de los cuales 30 mil eran menores de 18 años”, anexa a este semanario.

Una Jauría llamada Ernesto es una producción de Animal de Luz Films y Artegios en coproducción con N+ Docs y Films Boutique. Los testimonios y anécdotas de “Ernesto” fueron recopiladas en tiempo real con el apoyo de una cámara-escorpión, artefacto portátil que permite al espectador ver a los protagonistas en su desenvolvimiento normal del día a día: jugar, montar bicicleta, correr por las calles, sonreír o estar con amigos. Guion e investigación de Óscar Balderas, Daniela Rea y el mismo González.

Infantes del crimen

Realizador de La canción del pulque, Los ladrones viejos, Cuates de Australia y La libertad del diablo, el director habla de su décimo largometraje:

“Surgió el 2002 y el 2003. Había leído La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo, que me dejó una imagen de un niño sosteniendo una pistola 9 milímetros. Eso me impactó mucho, me quedé con esa idea. En aquellos años en México no necesariamente nos referíamos al sicariato, era algo que ocurría en Colombia y años antes, en Italia. Después, me convertí en padre de un varón…”

Retomará esta idea de su paternidad más adelante en la entrevista; mientras, cuenta que “simultáneamente” fue a El Salvador a rodar El cielo abierto (2011), en torno al crimen de monseñor Óscar Arnulfo Romero (1917-1980). Se hizo amigo de Christian Poveda, cineasta franco-español asesinado por la Mara 18 en 2009, el hacedor de La vida loca sobre pandillas salvadoreñas.

“Hablé con él y me platicó algo que me marcó. El Salvador, dijo, era un país que le tenía miedo a sus niños porque son ellos quienes cobran la renta de extorsión. Eso me impactó mucho, pero en México tardó en aparecer el niño sicario. Me preocupa la generación que retrato en mi documental, que nace con la sociedad de hiperconsumo y la idea de hiperglobalización; también es una generación a la que se le ofrece poco, aun cuando se haya esforzado mucho y no viene de las burbujas del privilegio del país”.

Explica que quiso hacer una película “donde cabe todo eso que te estoy platicando con el pretexto de la preocupación que tengo y no tanto por mi hijo, sino por su generación”, porque a diferencia de otros países, afirma, “México no piensa en que los hijos de otros son nuestros hijos también, perdimos de vista que también ellos son nuestra responsabilidad como sociedad”.

Platica que convocó a los periodistas Óscar Balderas y Daniela Rea, especialistas en el crimen organizado y juntos escribieron un argumento guía:

“Yo no quería trabajar con muchachos que hubieran sido muy sanguinarios. Deseaba contar la historia de chicos que se parecen a todos los que uno conoce; pero por la situación psicogeográfica, la violencia los orilla a casos de venganza y una vez que jalan el gatillo, no hay vuelta atrás, se vuelven una máquina que opera en el crimen organizado por lo desechables que son. Y bueno, todo ese conjunto es lo que hace la película”.

“El ache” de Tepito

–¿Cómo se aproximó a estos niños asesinos a sueldo del documental?

–No es fácil. Supongo es como en el oficio (periodístico) que ustedes igual poseen, creo que les va generando redes que van abriendo puertas más rápidas y afortunadamente yo no he roto los vínculos de confianza, procuro cuidar esa parte que me arrima a estas historias…

Menciona uno de aquellos contactos: Carlos Cruz, quien “tuvo muchos años una organización que se llamó Causa Ciudadana”, la cual “básicamente y sin demagogia sacaba a los niños del sicariato”, aparte de contar “con otras fuentes que más o menos había yo construido desde La libertad del diablo. Trabajamos tres etapas distintas. La primera tenía que ser testimonial, pero debía garantizar el anonimato de los menores de edad. Empezamos por grabar sus narraciones, mas llegó la pandemia y nos detuvo. Pero necesitaba construir ese dispositivo con cámara, esta suerte de cola de escorpión. Entonces aprovechamos ese tiempo para desarrollarlo. Y también empezamos a articular el discurso con Paloma López Carrillo, trabajar sobre lo narrativo, sin siquiera poder salir a filmar”.

González rememora haber trabajado “en una escuela pequeña”, donde formaba a jóvenes para documentar:

“Siempre pedí que hubiera un becado que viviera en situación vulnerable y ahí llegó un muchacho que le apodan El ache, quien se sumó con nosotros. Cuando empezamos a utilizar el dinero, llamé a El ache y le pedí que convocara a alguien en la zona de Tepito donde vivía, alguien en que confiara mucho, entonces los capacitamos con el artefacto y los mandamos a filmar durante dos meses en el barrio. Ellos muy delicadamente se ponían su cámara y cada lunes subían todo a la nube. Así durante dos meses en el 2021.

“Luego ya hicimos la otra ruta con el equipo fotográfico más grande por la ruta del tráfico del Golfo, que es la entrada por San Luis Potosí y que llega hacia Nuevo León y Tamaulipas. Después se articuló un discurso complejo porque el argumento pasó por muchas revisiones, para editar una película con el mismo valor de plano todo el tiempo, otra complejidad. Se cerró el corte. Este mismo muchacho El ache y su amigo, quienes mayoritariamente portan la cámara de la película, son a su vez músicos callejeros. Entonces, llamé a Andrés Sánchez, extraordinario músico de cine y le pedí que les produjera las rolas, que se las mejorara. Dentro de lo terrible que es la historia, se efectuó un ejercicio armónico, muy bonito. Fue un proceso muy interesante y agobiante”.

–¿Cómo escogió a los demás adolescentes?

–Había muchos que eran muy cínicos, otros que eran muy identificables, sobre todo ya pertenecían a esta idea muy indolente de la vida, y decidí construir el documental mayoritariamente en aquellos que tenían más capacidad de construcción moral.

“Entonces llegó este chico que era amigo de El ache, quien propiamente me contaba todo esto que se opone a la construcción que tenemos del sicariato… No venía precisamente de una familia hiperviolenta, al contrario, poseía referentes paternos y maternos; pero sí vivía en un entorno violento en la vida con los amigos; un día mataron al tío muy querido de un amigo y definitivamente ya, en la peda, uno contaba con una 9 milímetros y dijo: ‘¡Vamos a chingar a los que lo mataron!’ Fueron a buscarlos rogando no encontrarlos porque sabía que venía una espiral de violencia, pero los encuentran, jalan el gatillo y los matan…

“Yo preferí quedarme con ese tipo de historias hacia la primera mitad de la película, para luego darle voz a aquellos más entrenados, que ya habían pasado ese umbral de jalar el gatillo y pertenecer al crimen organizado”.

Everardo González específica que a los niños sicarios se les moldea:

“Se hallan es una etapa en la que todo va a ser construcción a futuro.

Además, muchachos de familias completamente reventadas encuentran en la pandilla el espacio de convivencia, cobijo y consuelo. Los reclutan y ven quiénes son los más truchillas y empiezan a probarlos para saber cuánta frialdad pueden tener, porque son desechables. Matar a un niño no mueve la estructura de la organización criminal y son más invisibles en todos los sentidos. Por eso es que son tan útiles”.

Así, espera que la dura temática de su largometraje genere discusión en los espacios donde se proyectará. 

Reportaje publicado el 11 de junio en la edición 2432 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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