Cultura

Jean Meyer, a 50 años de "La Cristiada": Ni el Estado en la Iglesia, ni la religión en política

En un ambiente “de calma en el campo religioso”, sin conflictos entre el Estado y las organizaciones de culto, el historiador celebra el 50 aniversario de la primera aparición de su larga y detallada investigación La Cristiada, que recoge uno de los episodios más cruentos en la historia de México.
viernes, 16 de junio de 2023 · 18:48

Cuando el papa Juan Pablo II, en su primera visita a México, ofició misa en Catedral, resurgió el grito de “¡Viva Cristo Rey!”. Hoy esos tiempos parecen haber quedado atrás, a decir del historiador francés naturalizado mexicano Jean Meyer. Es un buen momento para que analice su libro ya clásico, La Cristiada, a medio siglo de aparecido. Eso hace, a petición de Proceso, al tiempo que evoca cómo lo fue documentando y enamorándose del país. Y rememora la gran lección laica del presidente Cárdenas que puso fin al cruento episodio. ¿Los mexicanos ya nos reconciliamos con ese pasado? “Muchos sí”, responde. 

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En un ambiente “de calma en el campo religioso”, sin conflictos entre el Estado y las organizaciones de culto, el historiador Jean Meyer celebra el 50 aniversario de la primera aparición, en 1973, de su larga y detallada investigación La Cristiada, que recoge uno de los episodios más cruentos en la historia de México:

La guerra fratricida (1926-1929) entre campesinos y clases populares contra el gobierno recién emanado de la Revolución Mexicana, con la religión católica como motor principal al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.

El profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C. (CIDE), nacido en Niza, Francia, en 1942, y arraigado en nuestro país desde 1965, obtuvo su doctorado en la Universidad de París X Nanterre con esta obra. Y aborda con Proceso los entretejes de su estudio y sus anécdotas en el trabajo de campo, donde conoció el “México profundo” que lo llevó a querer ser mexicano.

Los conflictos, de alcance internacional, comienzan en el gobierno de Calles, y así lo relata Meyer en las primeras páginas del libro, publicado por Siglo XXI Editores:

“En 1925 el presidente Plutarco Elías Calles, gran estadista, fundador de las instituciones económicas y del sistema político del México moderno, se deja llevar al pantano (la expresión es de Álvaro Obregón, cuando lo pone en guardia por escrito) de la guerra religiosa por sus sindicalistas, que pretenden crear una Iglesia católica, apostólica, mexicana, una Iglesia cismática, quizá sobre el modelo soviético de la contemporánea ‘Iglesia viva’. El intento fracasa, pero moviliza a los católicos cuyos elementos más radicales se agrupan en una Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. El gobierno, a su vez, sube las apuestas y reglamenta los artículos constitucionales, denunciados por la Iglesia: la famosa ‘ley Calles’ (en vigor desde agosto de 1926), que entre otras cosas obliga a los sacerdotes a registrarse ante Gobernación y sus equivalentes estatales.

“Roma, teniendo a la vista el ejemplo soviético, teme que el gobierno otorgue el registro de preferencia a los cismáticos y que las autoridades fijen el número de sacerdotes en cada estado de la república. En respuesta, la curia prohíbe a los obispos mexicanos acatar aquella reglamentación. Agotados todos los recursos, todos los buenos oficios, todas las mediaciones, los obispos (divididos, por cierto) suspenden el culto público el 31 de julio de 1926. El gobierno responde prohibiendo el culto y la administración de los sacramentos en casas particulares y cierra por un tiempo las iglesias para levantar los inventarios correspondientes”.

A cien años de los sucesos, Meyer considera en la entrevista que la reedición conmemorativa llega en un momento de calma, sin conflicto entre las religiones y el Estado; además, ya no prevalece entre ellas la católica sino que hay muchas familias de protestantes, comunidades evangélicas, testigos de Jehová, mormones, La Luz del Mundo, la comunidad judía, la pequeña comunidad musulmana, en Torreón inclusive hay una mezquita, dice, y en los Altos de Chiapas han surgido comunidades indígenas convertidas al Islam:

“El ambiente es de calma, de tal manera que mi libro no puede tener la dimensión polémica de cuando apareció, cuando incluso el Consejo Editorial de Siglo XXI le dijo al doctor Arnaldo Orfila (su fundador) que no debía publicar el libro porque era hacerle la barba al PAN (Partido Acción Nacional), a la Iglesia católica, a la reacción. Y Orfila, en su doble dimensión de hombre muy inteligente y de buen empresario (porque un libro hay que venderlo también), aceptó primero mi demostración de que no era un movimiento fanático manipulado por los hacendados y las compañías petroleras o de pobres peones manipulados por los hacendados contra la Reforma Agraria –que todavía no se había hecho–. Y segundo, pensó que como iba a ser casi el primer libro sobre el tema y en un país católico como México, se iba a vender”.

–¿Pudo haber sufrido censura entonces?

–Es lo que pasó, sencillamente lo hubieran rechazado.

En cambio, sigue, Orfila sólo impugnó el título La Cristiada, pues la palabra no aparece en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y, desde luego, no se conocía en Argentina, pero se dejó convencer del porqué. Llamaron al lingüista Antonio Alatorre y al historiador Luis González, quienes le explicaron la palabra, “forjada e inventada por el pueblo mexicano”. Alatorre añadió que la Cristiada es la historia de una epopeya.

“Como La Ilíada (de Homero), es la historia de una tragedia, como la caída de Troya, la tragedia de los cristeros abandonados después, olvidados y perseguidos, es una palabra a la vez popular y culterana: ‘Muy bien –dijo Orfila–, La Cristiada’”.

–¿Los mexicanos ya nos reconciliamos con ese pasado?

–Muchos sí, más no le sabría decir, seguramente hay algunos que todavía no, pero creo que sí.

Vestido con una camisa azul celeste, de voz afable que deja escapar ocasionalmente un ligero acento galo, recuerda que un general del ejército mexicano a quien conoció en una conmemoración de la Batalla de Camarón, Veracruz –donde fue aniquilado en 1863 durante la invasión francesa, un pequeño destacamento de la Legión Extranjera–, le confesó su pasión por la historia militar y que le había encantado su libro Yo, el francés.

El militar, “un hombre muy, muy de izquierda desde antes de la 4T, que trabajó muchos años en funciones de seguridad, de una honestidad increíble (meto la mano al fuego por él), y que renunció porque estaba en contra de la tortura de los sospechosos para que confiesen”, le contó que fue a una de las giras del presidente Andrés Manuel López Obrador, a los Altos de Jalisco.

Ya estaban en Tepatitlán o Jalostotitlán y el presidente se veía incómodo, molesto. Cuando el general le preguntó por qué, le respondió: “Porque me comentaron desde antes de tomar el avión, que iba a caer en un nido de reaccionarios”. Entonces le respondió: “Señor presidente, yo no soy católico, pero le puedo decir que éste es un pueblo de valientes que defendieron la libertad religiosa y merecen todo nuestro respeto”. “Ah bueno, ah bueno”, dijo finalmente el ejecutivo.

Un gran tema

Cuando Meyer llegó a México a estudiar el movimiento cristero, tenía era apenas 25 años. Hoy, a sus 81, evoca que había estado un año antes como turista mochilero sin dinero, y le gustó tanto que pensó: “no sé cómo pero volveré”. Al término de sus estudios en La Sorbona, su director de tesis le ofreció un tema de historia de Estados Unidos, pero él insistió en México. Se estaba abriendo la Cátedra de América Latina y su director le sugiere que se vaya entonces con un profesor de apellido Mauro, que conocía bien México pues había escrito la historia de la Fundidora Monterrey.

Poco después en París, en un seminario de doctorado, coincidió con un joven sacerdote jesuita, José López Moctezuma –hermano de Juan el actor y locutor de radio– que siempre dio clases de Historia en la Universidad Iberoamericana. Le platicó a él que deseaba estudiar el zapatismo. El sacerdote le dijo que era buen tema, pero ya había muy buenos estudios, entre ellos Raíz y razón de Zapata, de Jesús Sotelo Inclán y Meyer necesitaba un tema “virgen”, entonces le sugirió la Cristiada.

Meyer no conocía ni la palabra, pero López Moctezuma le dijo que podía compararse un poco con la Revolución Francesa y la guerrilla de los católicos de la Vendée. Su profesor coincidió: ‘Señor Meyer, usted tiene un tema muy bueno, pero le advierto, va a tener problemas: los archivos, ¡olvídese!, están cerrados. Fíjese, nos dicen que termina en 1938, estamos en 65. Eso fue ayer, usted va a tener que hacer como Oscar Lewis, agarrar su grabadora y entrevistar a la gente”.

Los archivos se fueron abriendo, y señala que hoy en día todos están abiertos, tanto los de la Secretaría de la Defensa, “donde hay muchísimo material militar sobre la Cristiada, como los de la Iglesia, el más importante es el del Arzobispado en la calle de Córdoba. Ahí está el archivo de Pascual Díaz, uno de los dos obispos que negocian los arreglos con el gobierno (el otro es Leopoldo Ruiz y Flores). O, mejor dicho, firman los arreglos aceptados por Roma, ellos no. Después fue arzobispo de México y tiene correspondencia con todos los obispos, de tal manera que, aunque sea el Archivo del Arzobispado de México, es de hecho de la Iglesia nacional y del Vaticano”.

Añade que los archivos de la Santa Sede fueron abiertos por Benedicto XVI hasta 1945, cuando cae el nazismo, para aclarar el asunto de los judíos y el Holocausto. Revela el historiador que publicó muchos aspectos en su libro sin tener un documento a la mano. Un dato que desconocía está relacionado con dos intervenciones decisivas del entonces papa Pío XI:

Inicialmente, él aprobó la suspensión del culto, pero a decir de Meyer fue convencido por un grupo minoritario radical de tres obispos y unos sacerdotes jesuitas. El historiador pudo ver el texto donde un jesuita relata cómo convenció a los obispos y consignó: “Por unanimidad, el Episcopado mexicano tomó la decisión…”. Y no, precisa ahora, la gran mayoría estaba en contra, pero el papa decidió la firma de los acuerdos y muchos radicales se opusieron porque no cancelaban la “famosa ley Calles, motivo del pleito”.

El gobierno les asegura que hay un malentendido, que no es una ley persecutoria sino de estadística, y la Iglesia dice: “ah bueno, entonces no hay problema, regresamos y se suspende la huelga de cultos”.

“El papa fue quien tomó esas decisiones. Fíjese, es una lección no sé si de humildad para el historiador: Muchas veces, con archivos dizque secretos, que tardan cincuenta años, un siglo para abrirse, cuando se abren, uno se queda decepcionado porque se da cuenta que sabía todo. Me pasó un poco lo mismo, con la diferencia de que encontré ese dato de la decisión de Pío XI”.

Familia cristera. Foto: Siglo XXI Editores

Popular y anarquista

Se le pregunta sobre las dificultades del trabajo de campo, en tanto que él era un francés, proveniente de un Estado laico, y otras circunstancias como llevar una grande y pesada grabadora de carrete Uher con un micrófono de tripié (no había otra cosa antes), a veces sin luz en los pueblos para conectarla o la gente se intimidaba ante el equipo, inclusive si lo veía tomar notas debía escuchar y correr a su carrito Renault R4L a anotar todo lo que pudiera.

“No sé si he dicho difícil, igual lo fue, pero agradable, fue una experiencia inolvidable. Conocí –como dicen– el México profundo, viajé por todo el país porque don Aurelio Acevedo, veterano cristero de Zacatecas, a quien dedico el libro porque le debo muchísimo, me dio la lista de nombres y direcciones de varios cientos de sobrevivientes que en aquel entonces tenían 60, 70 años, muchos otros ya habían muerto. Así viajé, bueno no a todas partes, pero hasta Coahuila en el norte y Oaxaca en el sur. A todos lados llegaba con la carta de presentación de Aurelio Acevedo, entonces la gente me tenía confianza. En aquel entonces todavía había mucho miedo, la gente no platicaba así. Creo que eso hizo que México se volviera mi país”.

–¿Entonces nunca sintió un choque cultural entre usted, que venía de un país laico, con este México profundo?

–No, incluso creo que el hecho de que fuese joven, yo tenía 25 años cuando empiezo, y extranjero, les inspiró confianza: “No sabe nada, no es parte de nuestra bronca entre católicos y anticatólicos, entre agraristas y rancheros, entre oficialistas y no, él solamente nos va a escuchar, pero hasta podemos adoctrinarlo, venderle nuestro relato”.

Acevedo fue su primer contacto, los cristeros se reunían los sábados, víspera del domingo de Cristo Rey en el cerro del Cubilete, Guanajuato, hacían misa y sacaban sus banderas. Luego en la plaza de Silao se realizaba una asamblea para elegir presidente y secretario de su organización, llamada “por cierto”, Guardia Nacional. Ahí lo presentó: “es un joven francés que vino a escribir la verdadera historia y va a poner fin a la conspiración del silencio que tanto nos duele”. En ese momento, agrega, “no existía la videograbación, pero le aseguro que nomás de evocarlo me emociona”.

–Usted es el pionero en el estudio de esta etapa tan estigmatizada…

–Hay que ser justos, la pionera es Alicia Oliveira (quien estuvo casada con Guillermo Bonfil), junto con Alicia Meyer, son las primeras en hacer historia oral en México. Fundan el Archivo de la Palabra y entrevistan a zapatistas. Ella hizo su tesis sobre la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa, que surge en el marco del conflicto. El Instituto Nacional de Antropología e Historia publicó su tesis antes que mi libro.

Meyer pone de relieve que el movimiento cristero no fue ideológico, sino popular, y entre sus militantes hubo lo mismo zapatistas que villistas. Lo consideraría más “un movimiento anarquista-cristiano”. Y recuerda haber entrevistado “a un cristero muy especial, en el Cerro de los Agustinos, delante de Querétaro”: Se llamaba Justo Ávila. Cuando fue a buscarlo estaba amansando un buey, por lo cual le dijo: “estoy trabajando, regrese en la noche a mi casa, lo invito a merendar”. En una casa con un solo cuarto de adobe, piso de tierra y un fogón de tres piedras, el hombre de huaraches, que no sabía ni leer ni escribir, le contó de su guerra solitaria: No se unió a ningún grupo cristero, se ponía “en emboscada, disparaba, él decía venadear, y caía un soldado.

“Le pregunté: ‘¿cuál es el problema?’. Me dijo: ‘Mire ¿usted ve esa puerta? Para afuera está el gobierno, de aquí hasta la puerta ¡yo soy el gobierno! Y el gobierno pretendió meterse en mi casa’. ‘¿Cuál es su casa?, pregunté. ‘¿Cuál es mi casa? ¡El templo, imbécil!’.

“Ésa es la ideología, era un señor fabuloso, gente del campo, pobre pero que lo sabe todo. Nos ofreció, porque me acompañaba mi amigo (también historiador) Andrés Lira… un pulque y dijo: ‘antes de tomar, hay que hacer una oración porque el señor pulque tiene su animita’. Qué bonito, ¿no? Eso, como le decía, me hizo mexicano, y jamás lo hubiera encontrado en los archivos”.

Aurelio Acevedo (izq.), gobernador cristero de Zacatecas. Familia cristera. Foto: Siglo XXI Editores

A decir del historiador, las buenas relaciones entre Estado-Iglesia que se han dado años después, por ejemplo, en los sexenios de Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox, e incluso del propio López Obrador, no significan un atentado a la laicidad del Estado mexicano:

“La lección de Lázaro Cárdenas, su lectura y por eso llega a la paz, deja una herencia: Que el Estado no se meta en asuntos religiosos y que la Iglesia no se meta en asuntos políticos, y santa paz”.

En su opinión, si la Compañía de Jesús reclama justicia por sus sacerdotes asesinados, no es meterse en política, como tampoco lo es que la Conferencia Episcopal publique una carta pidiendo caridad y buen trato para los migrantes, por mucho que pueda molestarse el gobierno.

Hace unos meses, se habló de la posibilidad de desaparecer el Instituto Nacional de Migración y crear un organismo que encabezaría el padre Alejandro Solalinde, lo cual abrió un debate sobre si los miembros de una Iglesia pueden o no ocupar cargos públicos. Se le pide al historiador su parecer:

“Sería muy malo para todo el mundo, empezando por él. Hace años yo lo apreciaba, pero obviamente la fama le ha hecho mucho daño. Perdió la brújula, perdió los estribos”.

Aunque el CIDE ha tenido problemas con la directora del Conacyt, María Elena Álvarez Buylla, Meyer narra que en un conflicto académico por la ocupación de una plaza, en el cual la funcionaria apoyó “acertadamente” a quienes protestaban por “una contratación amañada”, a Solalinde “se le ocurrió” ir a hablar con ella y “lo puso como camote, le dijo: ‘es la primera y última vez que lo recibo. Usted no tiene que meterse en asuntos del Colegio y tal, tal, tal’. Y yo estuve de acuerdo. Entonces yo le perdí el respeto al padre en esa ocasión. Así que, efectivamente, creo que puede ser un problema”.

Los tres volúmenes de La Cristiada abordan el episodio histórico desde diversos temas, tan vastos que sólo se mencionan aquí unos cuantos: el papel del general Enrique Gorostieta, la cuestión teológica, los sacerdotes combatientes, la muerte de Obregón, los acuerdos con el gobierno, las divisiones episcopales, la Revolución Mexicana, aspectos de la represión, educación y cultura, sociología religiosa.

Y Jean Meyer expresa su gusto porque se reedite a 50 años, en el marco “del renacimiento de la editorial siglo XXI, porque quienes participamos de la aventura que inició Arnaldo Orfila estábamos desesperados, convencidos de que iba a desaparecer”, cuando Hugo Sigman, un empresario argentino expresó su intención de comprarla y se pensó que la desaparecería, “pero felizmente tiene preocupaciones culturales, no sólo le apuesta a publicar La Cristiada, sino mi último trabajo, La historia religiosa de Rusia y sus imperios, que va a ser más difícil de vender, porque La Cristiada ha tenido más de veinte reimpresiones, no puedo quejarme”.

Reportaje publicado en el número 2432 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 11 de junio de 2023. 

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