Sindicatos

Arde Francia: “La syndicaliste” destapa un escándalo de Estado

Basada en hechos reales, la cautivadora película de suspenso --prevista para exhibirse en México con el título de Blanco fácil--, cuenta el descenso a los infiernos de Maureen Kearney, respetada responsable de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT).
domingo, 30 de abril de 2023 · 16:02

Coincidiendo con el actual movimiento social de gran envergadura, en el cual la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) juega un papel decisivo y al que el presidente Macron desprecia, el estreno del filme La syndicaliste es un retrato del poder patriarcal galo. Trata sobre la represión laboral y violación sufrida en 2012 por la líder Maureen Kearney (la actriz Isabelle Huppert), delegada para la multinacional francesa Areva de energía nuclear. Su lucha es redimida en este largometraje de Jean-Paul Salomé.

PARÍS.(Proceso).–Se prenden las luces, pero la elegante sala Henri Langlois de la Cinémathèque sigue hundida en un extraño silencio.

Invitados al pre-estreno de La syndicaliste, los espectadores –profesionales del séptimo arte y cinéfilos– se ven como noqueados.

No es para menos.

Basada en hechos reales, la cautivadora película de suspenso --prevista para exhibirse en México con el título de Blanco fácil--, cuenta el descenso a los infiernos de Maureen Kearney, respetada responsable de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), cuyas actividades sindicales amenazaron opacos intereses políticos e industriales, y la expusieron a una sórdida agresión física.

Suenan los primeros aplausos que se convierten en aclamaciones, cuando se sube al escenario el equipo de la película encabezado por el realizador Jean-Paul Salomé. Pero es con una auténtica ovación que la asistencia acoge a Isabelle Huppert, intérprete magistral del papel protagónico, y sobre todo a Maureen Kearney.

La “estrella” de la noche parece saborear con emoción y serenidad aún frágil estos minutos de reconocimiento. Un bálsamo después de años de vivencias traumáticas.

La vida de Maureen Kearney dio un vuelco trágico hace doce años.

El 17 de diciembre de 2012, a la una de la tarde, su empleada de  limpieza la descubre en la cocina de su casa derrumbada en una silla, amordazada. Tiene los pies atados, los brazos amarrados al espaldar del asiento, una A “grabada” en la piel del vientre y el mango de un cuchillo metido en la vagina. Asaltada a las 7 de la mañana lleva seis horas así…

Esa escena abre La syndicaliste y el libro de investigación epónima que la periodista Caroline Michel-Aguirre publicó en 2019, del cual se inspira ampliamente Salomé.

De origen irlandés, Maureen Kearney lleva hoy cuarenta años viviendo en Francia donde se casó en 1985. A partir de 1987 enseña inglés a ejecutivos de una empresa absorbida en 2001 por Areva, multinacional francesa controlada por el Estado y en ese entonces líder mundial del sector de la energía nuclear. La docente se involucró en actividades sindicales y se afilió a la CFDT.

Determinada y franca, no teme enfrentarse con los más altos directivos de la multinacional para defender los derechos de los trabajadores. Lo hace primero en Francia, y a partir de 2001 a nivel internacional como secretaria general del Comité del grupo europeo del la CFDT, que vela por los intereses de los 75,000 trabajadores de las filiales de Areva esparcidas en Europa.

Una escena de la película en la que Maureen reta al director de la filial húngara de Areva que se apresta a echar a la calle a centenares de trabajadoras sin indemnizarlas, en violación de las normas sociales de la multinacional, ilustra su combatividad.

Sus intervenciones son exitosas. Crece su fama. La importancia estratégica de Areva le permite establecer contactos personales con ministros, senadores, diputados y periodistas. Lleva inclusive buenas relaciones de trabajo con Anne Lauvergeon, presidenta de la empresa, lo cual facilita su labor sindical pero jugará un papel nefasto en su vida.

Para recordar el telón de fondo de la película --y de la historia de Maureen Kearney--, en la primera década del siglo XXI la industría nuclear gala se encontraba en una situación compleja y absurda, dividida en dos polos antagónicos: por uno está Areva y por otro Electricidad de Francia (EDF), multinacional también controlada por el Estado y liderada por Henri Proglio.

Lauvergeon, excolaboradora estrecha de François Mitterrand, y Proglio, amigo personal de Nicolas Sarkozy, se odian por motivos personales pero sobre todo porque los oponen sus respectivas estrategías de desarollo nuclear. Se pierde la cuenta de los libros y ensayos que expertos dedicaron a ese duelo consternante --tan inextricable como violento--, que aceleró la pérdida de influencia mundial de Francia en el campo nuclear.

Jean-Paul Salomé sintetiza la situación en la película mostrando cómo Lauvergeon aboga a favor de la soberanía nuclear nacional, y Proglio por una colaboración con China para conquistar nuevos mercados internacionales. La obsesión del Proglio es sacar a Lauvergeon del juego y aniquilar a Areva.

En La syndicaliste --como en la vida real-- lo que temen la CFDT y Maureen Kearney es la desaparición de decenas de miles de empleos que generaría un eventual desmentelamiento de Areva. Sus temores se confirman en 2011 cuando Nicolas Sarkozy rehusa renovar el contrato de Anne Lauvergeon a la cabeza de la multinacional y la remplaza por Luc Oursel, aliado de Proglio.

A finales de ese mismo año 2011 informantes avisan a los sindialistas de contactos estrechos y sumamente “discretos” entre EDF y la China General Nuclear Power Corporation (CGNPC). Meses más tarde entregan a Maureen Kearney copia de un protocolo de acuerdo firmado secretamente el 19 de octubre de 2012 entre las dos empresas, en presencia de Luc Oursel.

Según ese documento la colaboración franco-china prevé una amplia transferencia de tecnología de Areva a la CGNPC.

Maureen Kearney entrega fotocopias de ese documento explosivo a diputados y senadores así como a miembros del flamante gobierno socialista (François Hollande gana las elecciones presidenciales en mayo de 2012) y por supuesto a la prensa. Recibe respuestas vagas en los ministerios. En el mejor de los casos sus interlocutores le afirman que “todo está bajo control”.

La prensa en cambio empieza a interesarse de cerca en el asunto y Maureen Kearney a ser objeto de llamadas telefónicas inquietantes. Sus hijos se sienten “espiados”.

El Comité Europeo de la CFDT de Areva exige de Oursel toda la verdad sobre estos acuerdos con la CGNPC. En vano. El 13 de diciembre el abogado del sindicato le reitera esa solicitud y le advierte que emprenderá una acción judicial en su contra en caso de nueva negativa.

Cuatro días después, el 17 de diciembre, un desconocido se introduce en la casa de Maureen Kearney, la agrede y le advierte: “¡Es la última advertencia!”. En la película esa misma mañana la sindicalista se apresta a entrevistarse con François Hollande. En la vida real tiene cita en el hospital donde debe ser atentida por una lesión en el brazo.

Su violación crea conmoción en las más altas esferas políticas y en la prensa. Empiezan las investigaciones policiales bajo supervisión del Tribunal de Versalles.

Estas pesquisas se llevan a cabo sin rigor alguno, según se comprobará años más tarde. Un solo ejemplo: los inspectores hacen caso omiso de los informes médicos que señalan el impacto del trauma que vivió Maureen sobre su memoria. Al cabo de poco tiempo, los gendarmes cuestionan la veracidad de su afirmaciones y no vacilan en filtrar sus dudas a la prensa.

Luc Oursel por su lado repite a los reporteros que la secretaria general del grupo europeo de la CFDT de Areva es “una pequeña sindicalista sin importancia”, mientras Henri Proglio amenaza con demandar por difamación a periodistas que asocien su nombre con el caso.

La maquinaria implacable está en marcha.

Convocados por las autoridades, la responsable sindical y su esposo llegan a la gendarmería de Versalles el 23 de enero de 2013, o sea, menos de cinco semanas después del atentado. Maureen Kearney entiende rápidamente que cambió de estatus: ya no es víctima de un crimen sino sospechosa de haberlo inventado y escenificado. En pocas palabras, se “autotorturó”.

Los gendarmes son categóricos: no hallaron la mínima prueba concreta fehaciente de la agresión, ni siquiera huellas digitales del agresor. Peor aún, el relato que hace la “sospechosa” de los hechos es “absolutamnte inconsistente”.

Después de horas de interrogatorio despiadado (“me advirtieron que la aplanadora judicial y mediática nos iba a aniquilar a mi familia y a mí”, denunciará más tarde), Maureen “confiesa” que mintió. Lo hace, sin embargo, en forma tan incomprensible que el fiscal de Versalles en persona llega a la gendarmería a las nueve de la noche para interrogarla de nuevo. Renuncia a hacerlo al constatar su estado de confusión mental.

El 21 de febrero de 2013 Maureen Kearney escribe a los jueces para retractarse y reiterar que fue víctima de violación.

La rueda de prensa que convoca su abogado atrae a pocos reporteros. El mal ya está hecho. Prevalece el rumor de la “mitomanía” de la responsable sindical.

Siguen cuatro años terribles para Maureen Kearney. Oficialmente la justicia de Versalles instruye su caso. Pero ninguno de los cuatro jueces encargados de esa misión la vuelve a interrogar. Quienes fueron sus interlocutores políticos y parlamentarios en meses anteriores ya nunca se refieren a ella por su nombre. Evasivos o desdeñosos dicen “la sindicalista”. Muchos insinuan o afirman que “la pobre está mal de la cabeza”.

Sus únicos apoyos son su familia, sus amigos más intímos y la CFDT. El sindicato asumirá todos los gastos de su asistencia judicial y de su defensa así como su salario hasta su jubilación.

El 15 de mayo de 2017 Maureen Kearney comparece ante el Tribunal Superior de Versalles. Está acusada de “falsa denuncia”. La presidenta de la Corte le manifiesta de inmediato una animosidad venesosa.

Jean-Paul Salomé filmó la escena del juicio de la sindicalista en el mismo Tribunal de Versalles y el guion de su interrogatorio por la presidenta era la transcripción literal del interrogatorio original.

“En el montaje tuve que cortar varias intervenciones de la presidenta porque eran tan violentas que le restaban toda credibilidad a la escena. Por surrealista que eso parezca sonaban absolutamente inverosismiles…”, explica el realizador.

Maureen Kearney se derrumba. De nada sirve la brillante defensa de su nuevo abogado. Cae el veredicto: cinco meses de cárcel en suspenso y 5,000 euros de multa. Apela.

La condena “confirma” los rumores malévolos. La prensa se olvida por completo de la “sindicalista mitómana”, salvo Caroline Michel-Aguirre, reportera del semanario L’Obs (ex Nouvel Observateur), que retoma el caso desde el principio. Y no da crédito.

Se percata de deficiencias policiales y judiciales de suma gravedad. Y sobre todo se entera de una historia bastante parecida a la de Maureen Kearney. En la película Jean-Paul Salomé atribuye ese descubrimiento a la protagonista:

El 22 de junio de 2006 dos hombres encapuchados irrumpen en la casa de Marie-Lorraine Boquet-Petit en plena tarde. La golpean. La violan. Le “graban”  una cruz sobre la piel del vientre y un ataúd en el pecho. Y la advierten que su esposo debe callarse.

Emmanuel Petit es un ejecutivo de alto nivel de Veolia, poderosa multinacional francesa especializada en el tratamiento del agua y de los residuos. En ese entonces la dirige… Henri Proglio.

Desde 2004 Petit intenta oponerse a oscuras maniobras de corrupción ligadas a la implantación de Veolia en Medio Oriente y en las que están involucradas redes de financiamiento ocultas de políticos de derecha. El directivo es despedido por “falta grave” el 8 de noviembre. Dos días más tarde denuncia a Veolia ante la fiscalía anticorrupción que se demora un año y medio antes de instruir el caso. Durante todo ese tiempo, Emmanuel Petit y su familia sufren amenazas que culminan con la agresión de Marie-Lorraine.

Como en el caso de Maureen Kearney, los investigadores policiales de Versalles no encuentran huella alguna de los agresores y empiezan a insinuar que la victima “inventó” su agresión.

Crecen las presiones sobre Petit, quien retira su demanda contra Veolia. Se acaban las amenazas. Las autoridades judiciales de Versalles archivan el expediente de Marie--Lorraine que acaba por volatilizarse, según investiga Caroline Michel-Aguirre.

El 19 de septiembre de 2018 el Tribunal de Versalles examina la apelación de la sindicalista. Sus dos nuevos abogados hacen trizas las investigaciones policiales y judiciales que llevaron a su acusación. Dos meses después, el 7 de noviembre, la Corte la absuelve de los cargos que le fueron imputados y denuncia “obvias carencias de todo el proceso policial y judicial.”

La prensa dista de dar al veredicto el eco que merece. El libro de Caroline Michel-Aguirre, publicado en 2019, empieza a resucitar el caso pero sin el impacto que debería tener.

En cambio la película que se estrenó el pasado 29 de febrero en 450 salas de cine de Francia sacude a centenares de miles de espectadores.

Ese éxito, que por fin rinde justicia a Maureen Kearney, se debe a la factura rigurosa del filme, a su ritmo siempre intenso y su creciente suspenso, pero también a la impecable interpretación de Isabelle Huppert.

Con gran sobriedad y extrema sutileza, la actriz insufla fuerza y vulnerabilidad a su personaje, deja entrever sus dudas, defectos, ilusiones, errores. Isabelle Huppert copia el maquillaje de Maureen –labios pintados de rojo vivo–, su peinado impecable, su vestuario vistoso y sus arretes glamorosos, atuendos poco comunes entre las responsables sindicales galas e insiste sobre  esos detalles que no lo son: “Maureen Kearney no es coqueta, ese look es su armadura de guerrera”, dice.

Extraña vuelta de la vida: la exhibición de La syndicaliste coincide con el movimiento social de gran envergadura que sacude a Francia hoy, en el que la CFDT juega un papel decisivo y que el presidente Emmanuel Macron desprecia y busca sofocar.

Tan profundas son las denuncias de La syndicaliste y sus repercsiones, que la diputada Clémentine Autin pidió en nombre de La France insoumise, su partido, la creación de una Comisión de Investigación parlamentaria sobre L’affaire Maureen Kearney.

“Ese caso cuestiona los mecanismos institucionales de nuestro país, el papel de la gendarmería y de la justicia, asi como la independencia de estas instancias con relación a dirigentes económicos y políticos. También cuestiona el trato que las instituciones reservan a las mujeres que denuncian las violencias de las que son objeto”, escribe en la introducción del documento que entregó a la Asemblea Nacional para sostener su solicitud.

¿Logrará su cometido el

grupo parlamentario de La France insoumise?

En la última escena de La syndicaliste la protagonista da testimonio de lo que vivió ante una comisión parlamentaria reunida en un austero salón de la Asemblea Nacional.

Es el único momento de ficción de la obra.

Enfatiza Caroline Michel-Aguirre:

“Areva se hundió y con ella desparecieron decenas de miles de empleos; EDF dejó de ser ‘la joya industrial’ que fue; se redujo a un goteo ese ‘saber hacer’ de Francia en el sector de la energía nuclear que le permitía competir con Estados Unidos, Rusia y China. Los peores temores de los sindicalistas acabaron por realizarse en menos de una década…”.

Quienes encargaron los atentados contra Maureen Kearney y Marie-Lorraine Bouquet-Petit siguen sin ser identificados. Y lo mismo pasa con quienes los perpetraron.

Para Michel-Aguirre no cabe la menor duda:

“Lo que revela la historia de la responsable sindical de Areva es un auténtico escándalo de Estado”.

Maureen Kearney acaba de cumplir 67 años. Vive en provincia con su esposo y dedica gran parte de su tiempo libre a una asociación local de asistencia a mujeres víctimas de violencia conyugal.

“El ser humano tiene dos manos, una para ayudarse a sí mismo, otra para ayudar a los demás”, le decían su madre y su abuela irlandesas.

Más que nunca, es su lema.

Reportaje publicado el 23 de abril en la edición 2425 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

Comentarios