Italia

La ultraderecha, favorita para gobernar Italia

Según los sondeos, la coalición derechista –Fratelli D’Italia, Forza Italia y la Liga– se perfila para obtener una victoria histórica en los comicios del domingo 25, en los que Italia se dotará de un nuevo gobierno.
domingo, 25 de septiembre de 2022 · 14:24

Según los sondeos, la coalición derechista –Fratelli D’Italia, Forza Italia y la Liga– se perfila para obtener una victoria histórica en los comicios del domingo 25, en los que Italia se dotará de un nuevo gobierno. El auge de la ultraderecha, dicen analistas, obedece al descontento de la población luego de una pandemia que golpeó con especial fuerza al país, por el crecimiento de la criminalidad y también por la carestía de los energéticos, resultado de la invasión rusa a Ucrania.

ROMA (Proceso).– El domingo 25 Italia elegirá a su nuevo gobierno; antes de que se sepa el resultado hay una cosa prácticamente segura: la extrema derecha de Fratelli D’Italia (Hermanos de Italia) obtendrá uno de los mejores resultados de su historia. Y más: la previsión es que la coalición derechista, integrada también por Forza Italia –del empresario Silvio Berlusconi– y por la ultraconservadora Liga, de Matteo Salvini, aglutinen –juntos– a una mayoría de votantes italianos.

Dos años después de una pandemia que Italia ha sufrido antes que otros países europeos, y en plena guerra de Rusia en Ucrania, la campaña electoral ha vuelto a poner bajo tensión la estabilidad del país. Los últimos sondeos publicados han sido unánimes: la cita electoral puede convertir a Fratelli, una formación heredera de la tradición posfascista, en el primer partido italiano. La aspiración mayor para este bando es alcanzar en el Parlamento esos dos tercios de los escaños que necesitan para gobernar holgadamente y modificar la Constitución. Su fuerza: el descontento en la población.

“Giorgia Meloni (líder de Fratelli) es la única que representa una esperanza. ¡La izquierda lo ha arruinado todo!”, afirma Bruno Moldavi –jubilado que trabajaba en una fábrica de vidrio–, mientras participa en un mitin de la formación en Milán, la ciudad financiera de Italia, fundamental para comprender la historia de Italia y Europa. Aquí, en la región de Lombardía, está uno de los grandes motores económicos e industriales del país, aunque la actual crisis económica, disparada por la inflación provocada por el aumento del precio de la energía, ha alimentado la brecha socioeconómica.

Moldavi votará por primera vez por Fratelli, según reconoce. Antes ya se había decantado por otro derechista, Matteo Salvini, el líder de la Liga. “Era un votante de Salvini. Pero él me decepcionó, se alió con (el actual primer ministro saliente, Mario) Draghi, y él es un banquero. ¿Cómo puede un banquero defender a la gente? Él no lo ha hecho”, afirma Moldavi, quien también critica a la Unión Europea (UE) y se dice favorable a políticas que restrinjan la llegada de nuevos inmigrantes.

A su lado, su mujer, Sonia, tiene una visión algo diferente. “Meloni es una mujer fuerte y de sanos principios, que sabe defenderse y es coherente. Me gusta lo que dice”, afirma. A ella, como a Loredana, empleada de 40 años, tampoco le preocupa que pueda ser puesto en discusión el derecho de las mujeres a acceder a la interrupción voluntaria del embarazo, tal como organizaciones feministas denuncian que está ocurriendo en regiones como las Marcas gobernadas por Fratelli. “La familia no se toca. Y eso no se debe cambiar. Es justo así”, dice Sonia. “No creo que deba prohibirse, pero las mujeres (que abortan) también tienen que ser conscientes de lo que están haciendo”, añade Loredana.

Crisis total

Italia es un país roto, que no crece desde hace dos décadas, que se resiste a la modernidad, una constelación de territorios con distintas fracturas socioeconómicas, en el que hay riqueza pero también ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, según los sociólogos, politólogos, demógrafos, geógrafos que llevan años explicando la realidad italiana. En esta campaña electoral, muchos de estos desgarros han surgido. Metrópolis progresistas y campo en declive. Jóvenes sin trabajo y un futuro incierto y ancianos anclados a la tradición. Mujeres desempleadas y gays en revuelta por sus derechos. Centros urbanos ultramodernos y periferias azotadas por la pobreza. Italianos que creen que las élites los desprecian, que se sienten encarcelados en un futuro sin esperanza, y malviven con el crimen y la desatención hacia sus problemas.

Un ejemplo es el distrito 6 de Roma, conocido por su problemático barrio de Tor Bella Monaca, el más pobre de la capital, donde la población hormiguea entre grupúsculos de traficantes de medio pelo que dictan ley en el que es uno de los grandes hipermercados de la droga de Italia.

Hoy por hoy, sin embargo, esta no es la única peculiaridad del distrito. La novedad es otra: que en los comicios locales del año pasado la centroizquierda ganó en toda la ciudad, salvo en esta zona de la capital, donde triunfó una coalición liderada por Fratelli. Un resultado electoral logrado al calor del desmoronamiento político del populista Movimiento 5 Estrellas y que adquiere ahora otra dimensión de cara a las generales del 25 de septiembre, en las que Fratelli es favorito.

Y esto es algo que alegra a Antonio Eusepe, un militar jubilado, habitante de la zona. “Son los únicos que nos pueden dar algo de orden y disciplina”, afirma. “Ahora en cada barrio del distrito hay presencia de delegaciones de Fratelli”, añade Emanuele­ Buffolano, portavoz local de la formación.

Porque la mutación derechista de esta zona no ha sido un proceso inmediato; pese al nacimiento romano en 1946 del posfascista Movimiento Social Italiano, progenitor político de Fratelli, el contagio llevó tiempo.

“Yo mismo he sido concejal en este distrito 28 años y me presenté en tres ocasiones como cabeza de lista de mi partido. Me he entregado mucho”, dice, Nicola Franco, el hoy “minialcalde” del distrito, al añadir que “durante la pandemia, incluso repartíamos paquetes de ayuda alimentaria a la población (…) Es indudable que también nos benefició el aburguesamiento de una izquierda que se ha alejado del pueblo, así como todas esas promesas incumplidas de los 5 Estrellas”, detalla, al repetir un retórica muy frecuente en el actual discurso de la extrema derecha italiana.

“Sólo cabe recordar que en 2016 los 5 Estrellas se impusieron aquí con 75% y nosotros el año pasado obtuvimos 61%. Esto a pesar de que me atacaron incluso con una foto en la que aparezco haciendo el saludo romano (fascista), un error de juventud”, reconoce.

A lo largo de la Vía de la Arqueología, y en sus calles adyacentes, es prácticamente imposible no percibir lo que también los datos ratifican. La realidad de una zona con una renta per cápita bajísima (y que decreció aún más con la pandemia), donde se cometen más delitos que en otras áreas de la ciudad, las cifras de los feminicidios asustan y una decena de bandas criminales operan infiltradas por el virus de la Camorra napolitana y la Ndrangheta calabresa. “Resultado de este caldo de cultivo ha sido también un abstencionismo electoral muy amplio en este distrito”, recuerda el investigador y funcionario público Federico Tomassi. “Es el reflejo de la resignación”, puntualiza.

Ante esto, Franco, el “minialcalde”, optó por la vía del pragmatismo, asegura. Defender las raíces cristianas, pero permitir algún acto del Orgullo Gay. También reparar semáforos y calles. Una avispada gestión del territorio en línea con la presumida moderación que ventilan sus líderes nacionales. “Estamos en el año 2022”.

Terrenos centroizquierdistas

Pero no toda Italia es así. Diametralmente opuesto es el caso de Emilia Romaña y Toscana, dos regiones en las que, según los sondeos, ganará la centroizquierda. Podrían ser las únicas. En los mapas que ilustran la previsión de la intención de voto para las próximas elecciones se ve clarísimo: mientras en casi todo el país el pronóstico es de una holgada victoria de la derecha, el voto de centroizquierda en gran parte de las dos regiones es considerado seguro.

“Aquí hay arraigada una cultura antifascista muy presente en la sociedad”, dice tajante Carlo Bracetti, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Florencia. “Aunque un elemento muy importante que también coincide con este prologado éxito de la centroizquierda es que aquí se ha continuado en un papel central la defensa de los derechos de la clase trabajadora y de los trabajadores en general”, advierte este experto.

Porque donde hay mejor repartición de la riqueza hay menos conflictos sociales. Y bienestar lo ha habido –y lo hay– en Emilia Romaña y Toscana. La primera es la tercera región con el PIB más alto (después de Lombardía y Véneto) de Italia, y su tasa de paro es de 5.5% (la nacional es de 8%). En la segunda, la riqueza de las familias en el periodo de la pandemia incluso ha crecido levemente, según el último informe del Banco de Italia. “También la presencia de los trabajadores inmigrantes es percibida de una manera más favorable que en otras partes del país”, afirma Bracetti.

La modenesa Giuditta Pini, diputada saliente del PD, tenía 29 años cuando por primera vez obtuvo un escaño en el Congreso italiano. Según ella, la bonanza de estos territorios y su vínculo con la centroizquierda también se explica con “el tejido de cooperativas y pequeñas y medianas empresas que aquí siempre han sido parte importante de la economía local, y que ahora han resistido también a la pandemia”, explica.

En algún caso, además, el viraje de alguna localidad a la derecha también coincidió con nuevas turbulencias. El más reciente ejemplo es el de la actual batalla política en Piombino, Toscana, donde la ciudadanía se opone ferozmente a la instalación de un buque regasificador propuesto por el saliente gobierno de Mario Draghi para hacer frente a la crisis energética. Una lucha que apoya también el actual alcalde derechista Francesco Ferrari, en una ciudad que tuvo 70 años de gobiernos progresistas.

Meloni, además, fue hábil en su cosmético viraje hacia posturas que no den excesivo miedo. A mediados de agosto la política italiana afirmó, en un mensaje grabado, que el fascismo es “historia desde hace décadas” y se presentó como víctima del “poderoso circuito mediático de la izquierda”; el diario progresista La Repubblica no tardó en responder. A los pocos días difundió una vieja entrevista en la que una joven Meloni elogia a Benito Mussolini. “Como él no ha habido otro en los últimos 50 años”, llegó a decir.

Para Mattia Diletti, profesor de política en la Universidad La Sapienza de Roma, no fue una gran sorpresa. “Meloni juega a la defensiva desde hace 30 años. Sabe lo que tiene que decir”, afirma. El problema es que, incluso ahora, “este esfuerzo por trasmitir el mensaje de que el fascismo es letra muerta se hace manteniendo cierta ambigüedad (que) evita renegar de esa herencia por completo”, añade al hablar de la líder de Fratelli. Un partido en el que, según subraya este analista, “aún hay nostálgicos” y es heredero del posfascista Movimiento Social Italiano, cuya histórica llama tricolor ha sido además confirmada por Meloni como el logotipo que “con orgullo” seguirá representando a su partido en los inminentes comicios.

Ante la UE

A la caída de Draghi (dimitió en julio tras una repentina crisis de gobierno, lo que levó a elecciones anticipadas), Meloni se apresuró a sellar una alianza con la soberanista y populista Liga y Forza Italia. Acto seguido, la jefa de Hermanos de Italia ha mantenido en estas semanas un perfil bajo, presentándose como una persona afable e incluso esforzándose por enviar mensajes de distensión a los aliados europeos e internacionales de Italia. Una figura, en síntesis, que no quiere trasmitir miedo. Incluso así varios analistas han visto estas maniobras como meras estrategias para ganar las elecciones.

La razón es que durante años Meloni ha torpedeado con duras críticas a la UE. En 2018 incluso firmó una propuesta de ley para eliminar de la Constitución italiana los vínculos derivados de las obligaciones procedentes del derecho comunitario. También ha evitado participar –la última vez, este año– en los actos del 25 de abril, el aniversario de la liberación de Italia del fascismo, mientras que militantes y directivos de su partido han causado revuelo al aparecer en fotografías haciendo el saludo fascista.

Pese a ello, en el programa político de su coalición para las próximas elecciones, el esfuerzo por homologarse ante la UE como fuerza proeuropea y capaz de gobernar Italia ha sido evidente. Incluso el tono ha sido otro. “Italia (es) parte plena de Europa, de la Alianza Atlántica y de Occidente”, escribió en el primer punto de su agenda el grupo que encabeza Meloni, quien, según los sondeos, podría cosechar en solitario entre 22% y 24%, superando a Salvini y también a los progresistas del Partido Democrático (PD).

El objetivo es presentarse como “una opción válida” para asumir el mando de Italia, coincide el politólogo Pasquale Pasquino, profesor emérito de la Universidad de Bolonia. Con todo, “si Meloni y Salvini ganan las elecciones, los enfrentamientos con la UE están prácticamente garantizados ni bien se toquen algunos temas sensibles como la alta deuda pública italiana o la inmigración”, afirma este experto.

De hecho, algunas de estas fricciones ya se entrevén. El bloque derechista pidió “una revisión” del Pacto de Estabilidad europeo y la gobernanza económica de la UE, a la vez que tanto Salvini como Meloni han anunciado un endurecimiento de la política migratoria del país. No es el único temor, dentro y fuera de Italia. “Asunto aparte es que Meloni es claramente atlantista y desde hace años cultiva una buena relación con los republicanos estadunidenses, mientras que Salvini ha mantenido una relación más ambigua con Rusia y la guerra en Ucrania. Son discrepancias que se notarán”, advierte Pasquino.

Por el contrario, el progresista PD tiene un problema. No tiene aliados fiables con quienes pactar. Enrico Letta, líder del PD, lo intentó. En agosto le propuso una alianza a algunos partidos centristas, sin embargo no tuvo resultados positivos. Vincenzo Emanuele, profesor de ciencias políticas en la Universidad Luiss de Roma, considera que el intento fallido de Letta es el resultado de un viejo pecado en la izquierda italiana: la difícil coexistencia de “figuras reacias al compromiso, que en algún caso se odian entre ellos y quieren ser líderes de sus partidos, aunque sean pequeños”.

Reportaje publicado el 18 de septiembre en la edición 2394 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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