Museo Nacional de Antropología

Derecha o izquierda, no les importa la cultura: De Anda

Tras varios recorridos del especialista por buena parte del país en momentos permitidos por la pandemia, apreció un deterioro notable en la infraestructura museística y en zonas arqueológicas.
domingo, 17 de julio de 2022 · 19:52

Tras varios recorridos del especialista por buena parte del país en momentos permitidos por la pandemia, apreció un deterioro notable en la infraestructura museística y en zonas arqueológicas. Encuentra una explicación: “Me parece un asunto de falta de información, de no haber convocado a los asesores idóneos que explicaran la importancia del mantenimiento de la alta cultura en la construcción de la cultura de lo cotidiano”. De más de treinta años para acá se ha producido un vacío, dice, con proyectos de lucimiento alejados de un sentido nacional por parte de los diversos partidos políticos que nos han gobernado.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Estudioso de la historia de la arquitectura moderna y de la conservación del patrimonio cultural, el arquitecto y doctor en Historia del Arte Enrique X de Anda aprovechó los meses de respiro que dio la pandemia, antes de la quinta ola, para revisitar algunos museos y zonas arqueológicas de nuestro país. Su reporte podría decir “sin novedades al frente”.

Con pesadumbre, constató que el abandono, la falta de inversión, mantenimiento y actualización son sistemáticos, se repiten lo mismo en los grandes y más visitados sitios que en aquellos alejados de los centros turísticos. Y ve que no importa la ideología del régimen, pues hace años que la cultura no es prioridad.

Precisamente en uno de los emblemáticos espacios, el Museo Nacional de Antropología (MNA), el académico del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, investigador invitado en el Archivo Luis Barragán en Suiza, Premio Universidad Nacional 2015 y fundador de la asociación civil Arquitectura Moderna Estudio y Conservación, comparte con Proceso­ su percepción.

Se enfoca inicialmente en la infraestructura arquitectónica –no necesariamente los contenidos y el proyecto cultural–, donde encuentra dos bloques: los museos y las zonas arqueológicas, que le preocupan desde hace tiempo, “no precisamente a partir de la pandemia”. Dice:

Los museos, tanto los dependientes del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) como los de Bellas Artes (INBA), están en un proceso de envejecimiento. Los edificios se están volviendo viejos, tienen el mínimo mantenimiento, prácticamente nomás los trapean, eventualmente cambian algún cristal, pero empezamos a encontrar ausencia de buena iluminación, problemas en los sanitarios, no hay la atención debida.

“Y en las zonas arqueológicas, particularmente en algunas, el problema son las invasiones de vendedores ambulantes. Creo que desde el punto de vista del mantenimiento nadie podría quejarse, tienen el pasto bien cortado, están limpias, la gente encargada hace el aseo, hace su tarea, el problema es el ambulantaje.”

Subraya que el tema del envejecimiento de los inmuebles no es nuevo, y aunque varios, como el propio Museo Nacional de Antropología, siguen siendo “orgullo del Estado mexicano”, debe recordarse que ese museo, el Nacional del Virreinato y el de Arte Moderno, son de la época del gobierno de Adolfo López Mateos, y se inauguraron en 1964. El Museo Nacional de San Carlos se fundó el 12 de junio de 1968, y el Museo Nacional de Arte (Munal) abrió el 23 de julio de 1982, es decir, hace 40 años.

En opinión suya, hay aspectos, como la operación de las instalaciones o la seguridad, con los cuales sí cumplen los museos en general, pero la modernización de las estructuras de los edificios y de los discursos museográficos se está volviendo un problema serio por el rezago. De hecho, al ingresar al MNA, lo primero que muestra es una enorme grieta en el mármol de la fachada y escurrimientos de agua.

Al remontarse años atrás, identifica dos grandes momentos de creación de infraestructura en la época moderna: entre 1958 y 1964, con el poeta Jaime Torres Bodet al frente de la Secretaría de Educación Pública, y particularmente de 1963 a 1964, cuando junto con el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez se hace el plan de museos, con la anuencia y el respaldo del presidente López Mateos.

Luego hay un salto de casi 20 años, hasta el sexenio de Carlos Salinas de Gortari: Al frente de las decisiones como presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) estuvo Rafael Tovar y de Teresa, quien impulsó “la modernización de las escuelas de arte, se hizo el Centro Nacional de las Artes, se modernizaron y actualizaron los teatros de la Unidad Artística del Bosque, es decir, hubo una derrama de dinero muy fuerte, y se hicieron “proyectos de investigación en zonas arqueológicas importantes”.

Fueron los llamados 14 Proyectos Especiales de Arqueología, y recuerda, entre otras, las excavaciones en Palenque, Chiapas; Chichén Itzá, Yucatán; Xochicalco, Morelos; y Teotihuacán, Estado de México, “que quedó trunco, no se terminó lo que se había proyectado”.

De aquellos proyectos, salta a la etapa más reciente, donde se presenta un problema que no es de ideología. Dice que, más allá de si los gobiernos son de derecha o de izquierda, neoliberales o no o postneoliberales, la cultura es lo que menos les ocupa:

“Me parece un asunto de falta de información, de no haber convocado a los asesores idóneos que explicaran la importancia del mantenimiento de la alta cultura en la construcción de la cultura de lo cotidiano.”

Hace una pausa para distinguir que, desde su perspectiva, la cultura es lo que vamos construyendo en el día con día, y la alta cultura tiene que ver con manifestaciones artísticas, pero también históricas. Y añade:

“En gran medida, hemos venido construyendo una cultura de lo cotidiano con el contenido de los libros de texto gratuitos, y hasta ahí llegan muchas generaciones de niños y de jóvenes, porque después ya no tienen a la mano tantas posibilidades para desarrollar conceptos sobre la idea de nación, de país, de identidad y demás.

“Nos encontramos, desde la terminación del sexenio del presidente Salinas, con un vacío. Desde ahí viene el asunto de los recortes, de las escasas asignaciones presupuestales. Y con los tres partidos que han gobernado el país durante esta época ha sido exactamente lo mismo. Lo que han hecho, como un pretexto, es tomar la construcción de grandes edificios, edificios monumentales para actividades artísticas, para su lucimiento.”

Menciona como ejemplos la Biblioteca Vasconcelos de Fox; la Ciudad de los Libros en la Biblioteca de México (él considera la Estela de Luz como un tema coyuntural) durante el gobierno de Calderón, y ahora con Andrés Manuel López Obrador el Proyecto Chapultepec:

“Son proyectos de lucimiento, a lo cuales se ponen todos los recursos con la idea de pasar a la historia. Pero están divorciados de los proyectos nacionales de alta cultura de mediano y largo plazo, que tienen que ver con la educación, la preservación, la circulación de información, la investigación. Eso no se da, desafortunadamente lo desvincularon, lo hicieron a un lado, ha sido poco importante”.

Anclaje en el pasado

Esos antecedentes han dejado a nuestro país en una posición muy vulnerable y desdibujada a nivel internacional, porque mientras en otros países, al margen de ideologías, se ha avanzado en la protección del patrimonio museístico, aquí la planta arquitectónica avanza en su envejecimiento, y avizora una situación calamitosa, porque no se está revirtiendo, sino depositándose los recursos en un único proyecto, que es Chapultepec.

Baste ver las designaciones de los actuales funcionarios responsables de cultura. “Es muy doloroso”, dice al recordar la figura de Torres Bodet, o del mismo Tovar y de Teresa, quien “pudo ser muy cuestionado en su momento, pero convenció a los presidentes de invertir en la creación de infraestructura, no sólo montar exposiciones, sino invertir en la educación elemental”.

En contraparte con lo que sucede aquí, menciona sitios como la Isla de los Museos en Berlín, Alemania, o el Mall de Washington, Estados Unidos, donde se concentran varios museos y desde hace más de 10 años tienen un proyecto de actualización. Cierran un recinto o zona, lo van trabajando, lo liberan y avanzan con otro. Aquí no hay proyectos de largo plazo.

El MNA es para él “una joya” y muchos elementos lo siguen distinguiendo de varios museos en el mundo, no sólo desde el punto de vista arquitectónico, sino en toda su concepción museográfica. Todo lo planteado por su creador Pedro Ramírez Vázquez y un equipo en el cual participaron Alfonso Caso, Ignacio Bernal e Íker Larrauri, entre otros, “se adelantó muchísimo a su tiempo, inclusive al Museo del Louvre”, particularmente en la manera de circularlo, porque los visitantes pueden iniciar y terminar donde así lo deseen.

Eso se inventó aquí y ahí nos quedamos, ¿qué otra cosa podemos hacer o innovar?, si hay un divorcio con los arquitectos, en este sexenio están defenestrados, considerados por quienes dirigen este país como un grupo de asaltantes.”

Otra característica es destacar la estructura plástica de la colección arqueológica, “la belleza del arte prehispánico”. El problema es que ahora se olvidaron de esa idea original, y si se entra a la Sala Mexica, aunque “está muy bien arreglada, es un amontonadero de piezas, ya no la idea del espacio para colocarlas y seleccionarlas estratégicamente”.

De las zonas arqueológicas habla con el mismo pesar. Recuerda Teotihuacán desde que tenía siete años, y la última vez que fue se encontró con que el circuito de automóviles adyacente a la parte monumental (no la protegida, porque están fuera La Ventilla, Plaza Jaguares y Tetitla) es prácticamente una cantina.

Y no se trata de ser puritano, dice, pero la oferta es el pulque y otras bebidas. Vio también “con una mezcla de coraje y tristeza” que alrededor del mismo circuito se rentan cuatrimotos, seguramente autorizadas por el municipio, y cuestiona si tal vez por el propio INAH. La visita se ha “acorrientado”, ya no es recorrer la zona prehispánica, sino ir a tomar cheladas, andar en cuatrimoto, comer barbacoa y regresarse.

Menciona otros sitios arqueológicos, como Paquimé, Chihuahua, cuyo museo sufrió filtraciones de agua hace dos años, que dañaron no sólo las instalaciones eléctricas, sino incluso algunas colecciones. Asimismo, en Palenque “la gran ciudad del clásico maya, la gran ciudad de Pakal, tiene invasión de vendedores, están en la Plaza de las Cruces, en el Palacio, ¿quién les permitió entrar?, ¿quién les permite seguir adentro?”.

Se le comenta, de otra parte, que trabajadores de Teotihuacán han denunciado el recorte de 85% de su presupuesto:

“Imagínese: si con Chichén Itzá es de las que más turismo reciben, cómo estarán otras zonas arqueológicas menos accesibles. ¡Es una tragedia nacional! Claro, en las estadísticas no impacta, no impacta en el PIB (Producto Interno Bruto) que una zona arqueológica esté abandonada, no impacta en los índices nacionales de crecimiento que Teotihuacán tenga cuatrimotos. Me dirán: ¿cuál es el problema? El problema es que ahí vivió una cultura hace 2 mil años, y esa cultura armó un escalón para construir la civilización, ¡de ahí venimos!”

Mal vendida

El tema central aquí es el turismo, “la industria sin chimeneas”, pero advierte que no se puede entregar la riqueza cultural histórica a manos de grupos de operadores de turistas “que quieren facilidades para meter cada vez más y más gente, ofreciendo visiones muy poco interesantes. En la construcción del Tren Maya el argumento es: ‘vamos a incrementar el turismo’, pero ¿para qué queremos un turismo depredador?”.

No se debe admitir la venta de una riqueza histórica, y lo peor es que ni siquiera está bien “vendida”, pues el costo de la entrada a un museo en México no se compara con el de los museos en el extranjero. Es increíble, insiste, en que mientras museos como El Prado en Madrid o el Louvre hayan tenido ya grandes intervenciones, el de Antropología mantenga un tianguis enfrente –“es un museo ¡nacional!–”, y luego aparezca por ahí uno de los voladores de Papantla anunciando su espectáculo, ante lo cual el arquitecto exclama:

“Llena de pena que una actividad ritual y sagrada, como la Danza de los Voladores, tenga que comercializarse por las dádivas que les dan los turistas.”

¿Qué propone el arquitecto?

“Hacer un plan nacional que abarque la investigación, la difusión, la conservación, no nada más de las colecciones, sino también de los inmuebles. Además hay que actualizar los discursos museográficos, ponerlos al día.”

Considera, por ejemplo, que el MNA –“la cereza del pastel”– cuenta con piezas maravillosas, como el calendario azteca o la réplica de la tumba de Pakal, pero en la Sala Mexica ya es tal la cantidad de piezas que no se pueden apreciar. Sugiere que se dinamicen las exposiciones temporales para mostrar nuevos hallazgos, pero se hagan otros pequeños museos en diferentes sitios.

Piensa en una intervención parecida a la del Louvre: hacer en el subterráneo –sin tocar el edificio de Ramírez Vázquez– una zona comercial con la tienda que nunca ha tenido, las taquillas que tampoco ha tenido, salas de exposiciones temporales. Se podría convocar a un concurso internacional, a jóvenes arquitectos con nuevas ideas que revolucionen la forma de recorrer, vivir, ver y ponerse en contacto con las colecciones.

Hace años, recuerda, un grupo de interesados en el patrimonio presentó a la dirección del MNA –“que sigue siendo la misma”–, e incluso a la dirección general del INAH, un proyecto para revisar el estado del edificio y elaborar un programa de mantenimiento. Contaban con los recursos donados por el extranjero para hacerlo, y no se intervendría nada, sólo se haría el diagnóstico, sobre los murales, las instalaciones.

“A la fecha seguimos esperando la respuesta, nunca respondieron a nuestra carta, jamás, fue el desdén absoluto. Teníamos el recurso económico para pagar ese estudio, no lo quisieron… Lo que se ha hecho es trapear el edificio, pero les mostré la cuarteadura brutal en la fachada de mármol. Así tiene más de 50 años. Necesita una intervención fuerte que le permita sobrevivir otros 50 años.”

Para cerrar se le pregunta su opinión sobre la presencia de la Guardia Nacional en las zonas arqueológicas. Rechaza tajante que el ejército maneje ya el Aeropuerto Felipe Ángeles, pronto el Tren Maya, cuando hace un siglo estaba regresando a los cuarteles. Lo menos que le provoca, dice, es seguridad, y agrega que eso más bien “está hablando de los niveles de peligrosidad”.  l

Reportaje publicado el 10 de julio en la edición 2384 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace. 

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