Prensa
Enrique Galván Ochoa y su fascinación por Luis Echeverría
Ahora cercano al presidente López Obrador, Enrique Galván Ochoa forma parte del comité encargado de seleccionar a quienes podrán acogerse al programa de Seguridad Social para periodistas por cuenta propia.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un año después de que Daniel Cosío Villegas publicara su célebre libro El estilo personal de gobernar, donde hacía una radiografía crítica de la gestión del entonces presidente Luis Echeverría, el periodista Enrique Galván Ochoa sacó a la luz El estilo de Echeverría, una réplica al intelectual en la que el periodista examinó al “hombre que se ha empeñado en instaurar un cambio en la realidad nacional, desde sus estructuras económicas y políticas hasta las mentales”.
Ahora cercano al presidente Andrés Manuel López Obrador, Galván Ochoa forma parte del comité encargado de seleccionar a los colegas que podrán acogerse al programa de Seguridad Social para periodistas por cuenta propia, anunciado el pasado martes 7 por el gobierno federal.
De acuerdo con la presentación del programa, Galván Ochoa ingresó al periodismo en 1955, cuando empezó a trabajar en un periódico de su familia. Fue cofundador de La Voz de la Frontera en Mexicali y el diario El Mexicano en Tijuana, cuyo director general fue por 15 años. Participó como comentarista en el programa radiofónico de Jacobo Zabludovsky que se transmitió en Grupo RadioCentro y escribe la columna Dinero en La Jornada desde hace 25 años.
Galván Ochoa fue un gran adulador de Luis Echeverría y lo dejó testimoniado en el libro El Estilo de Echeverría. El estilo es el sello del hombre, publicado en 1975, meses antes del golpe a Excélsior y de que el entonces presidente dejara el poder.
Echeverría, quien recientemente cumplió 100 años, fue el orquestador del golpe a Excélsior, el episodio emblemático contra la libertad de prensa en México y que derivó en la expulsión de Julio Scherer García de la dirección del diario y que más tarde culminaría con la fundación del semanario Proceso en 1976.
El texto de Galván Ochoa formó parte de la colección Libros de Ayer, de Hoy y de Siempre por Bartolomeu Costa-Amic, un editor español exiliado que huyó del régimen de Francisco Franco y encontró en México un lugar para hacer una carrera cultural en la industria.
Se imprimió con un tiraje de 8 mil ejemplares el 25 de abril de 1975, cuando faltaba poco más de un año para que el sucesor de Gustavo Díaz Ordaz concluyera su sexenio. En aquellos años, la editorial Costa-Amic gozaba de un importante papel en el ámbito literario, llegando a publicar hasta a 2 mil escritores, innovando en la difusión de las ferias de libros, donde logró firmas autógrafas de escritores como Luis Spota y Roberto Blanco Moheno, así como la publicación de El Señor Presidente del autor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, quien años después sería reconocido con el Premio Nobel de Literatura.
El estilo de Echeverría está narrado a partir de noticias publicadas en los periódicos El Día, El Heraldo de México, El Mexicano, Excélsior- y The New York Times, donde Galván Ochoa abordó la elección del entonces titular de la Secretaría de Gobernación en 1970, la formación del gabinete y los cambios de funcionarios que ocurrieron durante los primeros años del gobierno, mientras presentó anécdotas personales que daban cuenta de la personalidad del mandatario.
Toma prestada la voz de Juan Martínez de León y rescata el día del destape, pasaje que fue publicado por la revista Siempre! en la edición del 22 de octubre de 1969:
En el despacho de Bucareli, se ha hecho tarde. Ya no suenan los teléfonos y todos los papeles están despachados. Yo he sido el último en la audiencia matutina de este martes, y en el Reloj Chino pasan ya de las tres y media. Luis me invita para irme con él hasta San Jerónimo y continuar la charla por el camino, pero antes me regala un ejemplar de la revista Pensamiento Político, recomendándome leer el editorial. Mientras hablamos en el auto, un noticiario radiofónico anuncia que de todo el país están llegando al PRI adhesiones y telegramas apoyando al licenciado Luis Echeverría, secretario de Gobernación, para candidato a la Presidencia de la República. El muy ladino no me había dicho nada ni me había dejado tratar el tema de la sucesión a lo largo de toda la plática. Ahora sonríe. Al percatarse de mi nerviosismo me dice:
–Ni a María Esther se lo he dicho. Desde las dos de la tarde empezaron a llegar al partido los mensajes y las adhesiones. Si se me confía la responsabilidad de representar a la Revolución Mexicana en los próximos comicios, habré de asumirla, porque se trata de servir a México, pero estoy consciente de que la Presidencia no es un puesto fácil, sino al contrario, lleno de complejos problemas.
Yo sigo sin decir palabra, estupefacto, y no por la postulación, que se me hace lógica y natural, y que todo el mundo me había anunciado en la calle desde hace varios meses, sino por la actitud tranquila, increíblemente serena de Luis. Vuelve a sonreír y justamente cuando llegamos a San Jerónimo me dice:
–No pongas esa cara y ven, te invito a comer.
Yo le contesto:
–Ya se me fue el apetito. Además tú vas a tener mucho que hacer. Mejor me voy.
Me replica:
–Entonces vete a descansar, tú que puedes.
Tras presentar el momento de “serenidad”, Galván Ochoa asegura en su libro que “una personalidad así –en la que sobresalen como rasgos específicos su perseverante laboriosidad y una disciplinada lucidez mental, sostenidas por un vigor físico fuera de lo común– tiene que expresarse en un estilo de gobernar ad hoc para un país urgido de cambios, desde sus estructuras mentales hasta las económicas y políticas. ¿Puede Echeverría encerrarse en Palacio –inmerso en soledades– cuando recibe una nave con el velamen estropeado, enfilada a un rumbo confuso, y los tripulantes jóvenes amotinados tras la borrasca de 1968?”
A lo largo de más de 100 páginas el escritor se ayuda de detalles ocurridos durante la campaña electoral o de la toma decisiones personales que Echeverría realiza y que no delega a otros funcionarios, como lo hicieron sus antecesores. Por ejemplo, cuenta cómo, durante una gira por Tabasco, ve a través de la ventana un pueblo y ahí a un niño que lo saluda con un solo brazo:
“Ordena al chofer que detenga la marcha de su autobús, que eche reversa, que suba al niño, y le pregunta: ‘¿qué te pasó en el brazo?, ¿quiénes son tus padres?’. Manda traer a la mamá y le pide permiso para llevar al chico a la Ciudad de México para que sea atendido en un instituto de rehabilitación. ‘No es justo que en México haya niños inválidos’, comenta.”
En el capítulo final, titulado “En el año 2000”, Galván Ochoa escribió:
“Del modelo de país que seamos el año 2000, dependerá la luz que la historia arroje sobre este tormentoso sexenio de Echeverría. Hemos tratado que estas reflexiones las dicte un sentido realista y práctico de los acontecimientos que nos ha tocado presenciar de cerca. También hemos tratado de desligarnos de cualquier contaminación mental producida por las miasmas del rumor o el chisme, ambos bastardos de la desinformación y los complejos de inferioridad… Echeverría ha corregido desvíos del gobierno heredero del triunfo de la Revolución de 1910, reconciliando sus objetivos actuales con los que originalmente tuvo, con su sentido auténtico, pero dentro del cuadro de necesidades de una sociedad moderna… Pero si el próximo presidente, o el que suceda al próximo, o el siguiente, vuelve a la limusina negra con ventanillas encortinadas, será inevitable que recordemos –valoricemos–- al presidente que vimos recorrer a pie nuestras calles, rodeado de los pobres y los desvalidos.”
En la contraportada del ejemplar se resume la idea del libro: “Ya sea en el momento presente, o en el futuro, quien desee tener conocimiento veraz y descontaminado de pasiones, acerca del singular estilo de gobernar del presidente Echeverría deberá recurrir a esta obra, como fuente indispensable de información”.