Francia
Le Pen, candidata: el avance ultraderechista ya no inquieta a los franceses
A diferencia de 2002, cuando millón y medio de franceses salieron a las calles a repudiar la participación de Jean-Marie le Pen en la segunda vuelta electoral, este año no se vieron protestas masivas.A diferencia de 2002, cuando millón y medio de franceses salieron a las calles a repudiar la participación de Jean-Marie le Pen en la segunda vuelta electoral, este año la hija del ultraderechista fundador del Frente Nacional, Marine le Pen, contiende por la Presidencia… aunque ahora no se vieron protestas masivas en las calles de Francia, sólo unos cuantos estudiantes de izquierda están alzando la voz.
PARÍS (Proceso).– ¡Qué lejos están la estupefacción y el pánico que afectaron a los franceses el 21 de abril de 2002! En aquella fecha, a las 20:00 horas Francia descubrió que el adversario de Jacques Chirac en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales era Jean-Marie le Pen, fundador y líder del ultraderechista Frente Nacional (FN).
Todos los partidos políticos se unieron en un Frente Republicano. Se multiplicaron las manifestaciones de repudio al FN en todo el país –las del 1 de mayo juntaron a medio millón de personas en París y 1 millón y medio en toda Francia– y el 5 de mayo Chirac ganó las elecciones con 82.21% de los votos.
El pasado 10 de abril, por segunda vez en cinco años, Marine le Pen se calificó para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Al igual que en 2017, el 24 de abril enfrentará a Emmanuel Macron. Nadie salió a la calle para manifestarse.
Al cierre de esta edición, sin embargo, parecía emerger un embrión de protesta juvenil. Desde el miércoles 13 unos 500 estudiantes ocupan la Sorbona y sueñan con hacerlo hasta el día 24. Otros, menos numerosos, hacen lo mismo en la Escuela Normal Superior de París y en la de Ciencias Políticas de Nancy (este de Francia).
Son, en su mayoría, electores o simpatizantes de Francia Insumisa (izquierda radical), partido liderado por Jean-Luc Mélenchon, que se dicen “asqueados” de tener que elegir entre “la radicalidad neoliberal y la radicalidad fascista”. Francia Insumisa recogió 21.95% de los votos en la primera vuelta, siguiendo muy de cerca a Marine le Pen.
De la indignación a la banalización
“El 21 de abril de 2002 prevaleció la indignación. El 23 de abril de 2017 se vislumbró la banalización. El 10 abril de 2022 el acontecimiento se volvió ordinario”, constata con amargura Florent Gougou, catedrático en ciencias políticas e investigador en ciencias sociales de la Universidad de Grenoble, en el vespertino Le Monde.
Si bien la suma de los votos obtenidos por la Agrupación Nacional, de Marine le Pen (23.15%), Reconquista, partido de Eric Zemmour, su competidor de extrema derecha (7.07%), y De pie Francia (2.06% ), de Nicolas Dupont Aignan, su efímero aliado de 2017, ya no provoca multitudinarias marchas callejeras, no deja de sembrar en el país un malestar sordo que contrasta con la actividad febril de los estados mayores de los dos candidatos finales a la Presidencia de la República.
No es para menos. Según Gougou, con ese récord de 32.28% de votos jamás alcanzado en su historia electoral, todo el espectro de la derecha radical experimenta una nueva dinámica que la rivalidad entre Le Pen y Zemmour para asumir su liderazgo no afectó en lo más mínimo.
La candidata de la Agrupación Nacional consolidó el arraigo del ultranacionalismo en regiones azotadas por la desindustrialización, en particular en el norte y en el este de Francia, y confirmó su avance en sectores rurales; el líder de Reconquista sedujo a una franja acomodada de la derecha conservadora urbana que miraba a la Agrupación Nacional con desconfianza.
“Contrario a lo que muchos creen, la dinámica favorable a Eric Zemmour no fue una burbuja mediática”, asegura Gougou.
“En realidad Zemmour sedujo a un sector importante del electorado burgués conservador apegado a la defensa de la identidad nacional, y a parte de los responsables de la derecha radical gala convencidos de que Marine le Pen nunca llegaría a ganar la elección presidencial.”
Desde el inicio de su campaña electoral, la candidata de Agrupación Nacional recorrió toda Francia sin descanso con un doble lema: “Devolver a los franceses su país y su dinero”, focalizando sus discursos a la vez sobre los “peligros de la invasión migratoria y del islamismo para la identidad nacional y la seguridad pública” y sobre la disminución del poder adquisitivo de sus conciudadanos.
El candidato de Los Republicanos (derecha), pero también la del Partido Socialista, se dejaron encerrar por Zemmour en debates poco lucidores sobre la primera temática y prestaron insuficiente atención a la segunda.
Demasiado absorbido por sus responsabilidades como presidente del Consejo de la Unión Europea –que asumió por seis meses desde el pasado 1 de enero–, como presidente del país y, desde el 24 de febrero, por la guerra de Ucrania, Emmanuel Macron, por su lado, se declaró candidato tardíamente, el pasado 3 de marzo, e hizo una campaña bastante restringida.
Fue en gran parte gracias a su omnipresencia “en el terreno”, al lado de “los franceses de abajo”, que la candidata de Agrupación Nacional se calificó otra vez para la segunda vuelta y que obligó a Zemmour a llamar a votar por ella en la segunda vuelta.
“Brindarle” un electorado que le era ina-sequible no fue el único favor que muy a pesar suyo Zemmour hizo a Marine Le Pen.
La radicalidad extrema del líder de Reconquista, su racismo, su obsesión por el “gran remplazo” y el “ocaso de la civilización occidental”, sus provocaciones sistemáticas ayudaron a pulir su imagen de candidata “respetable”.
Comparada con Zemmour, la hija de Jean-Marie le Pen acabó siendo percibida como “decente” por una amplia franja de la opinión pública, aun si su programa político ultranacionalista y socialpopulista sigue siendo una grave amenaza para la democracia.
Jugó también a favor de la líder de Agrupación Nacional la pésima campaña de Valérie Pécresse, candidata de los republicanos, que sólo convenció a 4.78% de los electores, el peor resultado de la derecha en toda su historia. Un resultado patético comparado con el 20% obtenido por François Fillon en 2017, a pesar del escándalo de corrupción en el que estaba envuelto.
Pécresse dista, sin embargo, de ser la única responsable de ese estrepitoso fracaso. Múltiples son sus causas, pero la principal es sin duda la lucha férrea que libran la corriente ultranacionalista del partido y la de centro derecha.
La primera coincide con numerosos planteamientos de la Agrupación Nacional, la segunda se acerca cada vez más a La República en Marcha (LRM). De hecho varios ministros del gobierno actual, como los secretarios de Finanzas y del Interior, son excuadros importantes de los republicanos.
Voto útil
Ante la ausencia de carisma de Pécresse- y su caída vertiginosa en los sondeos, los electores de ambos bandos la dejaron colgada en el aire y optaron por un “voto útil”, los unos a favor de Marine le Pen, y los otros, por Macron.
Agudizaron así la crisis ideológica del partido al tiempo que lo hundieron en una profunda crisis financiera, pues solamente los partidos que alcanzan 5% de los votos en la primera vuelta de la elección presidencial pueden beneficiarse de un apoyo del Tesoro Público para asumir parte de sus gastos de campaña. LRM esperaba 7 millones de euros de subsidios.
Dos días después del escrutinio, el expresidente Nicolas Sarkozy, que en ningún momento apoyó a Pécresse, instó, al igual que ella, a los electores de los republicanos a votar a favor de Macron y advirtió: “Se vislumbra una nueva época. Se necesitarán cambios profundos. Va a ser preciso salir de costumbres y reflejos partidarios”.
Es la primera vez que el expresidente se manifiesta abierta y públicamente a favor de una coalición entre LRM y lo que queda del Partido Republicano. El planteamiento difundido en su página de Facebook sembró aún más confusión y desasosiego entre sus correligionarios.
El mismo fenómeno de voto útil explica tanto el resultado poco alentador de Yannick- Jadot, candidato de Ecología-Los Verdes (4.63% de los votos), cuya campaña sin relieve incitó a sus seguidores a votar a favor de Francia Insumisa, como el resultado inverosímil del Partido Socialista (PS), cuya candidata y actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo, abandonada por completo por su electorado sólo juntó 1.75% de los votos.
La corriente de centro izquierda del PS votó a favor de Macron mientras que su ala izquierdista, más radical, lo hizo a favor de Mélenchon.
Desgarrado también por enfrentamientos personales, crisis ideológica y estructural profundas, que agudizó el quinquenio de François Hollande (2012-2017), el PS es la sombra de sí mismo. Tan debilitado se ve que Jean-Christophe Cambadélis, su exprimer secretario (2014-2017), aboga a favor de su autodisolución y de la creación de un nuevo “partido socialdemócrata y popular”.
Marion Fontaine, especialista de los movimientos obreros y de la historia de los socialismos, publicó en Le Monde un análisis implacable de la situación actual del PS:
“Quedó desnudo ante la exigencia imperiosa de redefinir su relación con el poder y con el Estado. Desnudo ante la necesidad de repensar los modos de producción que ya no son sostenibles desde el punto de vista global y de defensa del medio ambiente. Desnudo ante el desafío urgente de repensar la nación y lo internacional, la guerra y la paz. Desnudo ante la obligación de reflexionar a fondo sobre sociedades cada vez más complejas y clases populares que deben dejar de ser percibidas como víctimas o amenazas, para ser por fin vistas como clases que encarnan las contradicciones más apremiantes de la modernidad y a partir de las cuales es posible volver a construir un modelo de emancipación universal. Desnudo ante el deber a la vez social y moral de recrear un mundo, normas y lenguaje comunes entre los ciudadanos y sus representantes políticos.”
El desplome espectacular de los dos partidos que estructuraron la vida política de Francia en las últimas décadas acaba con sus ambiciones nacionales –no se sabe si definitivamente– sin borrarlos del mapa, pues siguen ejerciendo el poder a nivel regional, municipal y en grandes ciudades, como París y Lyon.
Sin embargo hoy dejan de ser protagonistas en el nuevo escenario político galo, que aparece dividido en tres bloques.
El primero es ultranacionalista, hostil al federalismo de la Unión Europea, partidario de una “Europa de las Naciones” y de la salida de Francia de la OTAN. Se dice convencido de que el enfrentamiento actual entre “el pueblo y las élites” vuelve caduca la oposición entre izquierda y derecha y asegura sentirse más que nunca en posición de conquistar el poder con Marine le Pen a la cabeza.
El segundo es un bloque centrista liderado por Macron y LRM, con firmes convicciones liberales y europeas, determinado a conservar el poder y dispuesto para lograrlo a hacer concesiones en el campo social y ecologista. Es por lo menos lo que se desprende de los cuatro primeros días de intensa campaña electoral del presidente candidato.
La primera vuelta de las elecciones presidenciales acaba de confirmar a Mélenchon como líder del tercer bloque de izquierda popular y radical que aglutina alrededor de Francia Insumisa un amplio abanico de pequeños partidos y de integrantes de numerosos movimientos sociales.
Bautizado Unión Popular por Mélenchon, ese bloque heteróclito, que no logró aliarse con el Partido Comunista (2.28% de los votos) ni con los ecologistas, causa dolores de cabeza a Macron, perfectamente consciente del odio visceral que inspira a su franja más radical dispuesta a votar por Le Pen con tal de “sacar al presidente de los ricos del Palacio del Elíseo”.
El 10 de abril, al enterarse de los resultados del escrutinio, Mélenchon repitió cuatro veces: “No hay que darle un solo voto a Marine le Pen”, pero estaba consciente de que sus partidarios más extremistas no le iban a hacer caso. No llamó a votar por Macron, dejando a sus seguidores libres de elegir esa opción, votar en blanco o abstenerse. El debate al respecto es candente en la esfera de influencia de Francia Insumisa, en particular entre los estudiantes que empiezan a movilizarse.
Según los últimos sondeos, alrededor de 39% de los melenchonistas votarían a favor de Macron, 20% por Le Pen y 41% optarían por abstenerse o votar en blanco.
Existe en realidad un cuarto bloque: 13 millones de franceses que no fueron a votar el pasado domingo 10 y que equivalen a 26.31% de los electores inscritos.
El análisis sociológico de estos abstencionistas revela que 33% de los jóvenes entre 18 y 24 años y 32% de entre 25 y 34 años ningunearon las urnas así como 30% de los integrantes de las categorías socioprofesionales inferiores y 36% de los franceses más desfavorecidos.
El Centro de Estudios de la Vida Política Francesa enriquece estos datos con consideraciones de índole psicológica, dividiendo al electorado en “tres grupos afectados por emociones distintas”: la inquietud incitó a los electores –en particular a los de más edad– a votar a favor de Macron, el coraje animó tanto a los electores de Le Pen como a los de Mélenchon y fue el hastío que afecta a los franceses de todas la clases sociales lo que los llevó a abstenerse masivamente.
Desde el lunes 11 Macron y Le Pen multiplican entrevistas y giras por el país, el primero para movilizar a todo el espectro de los inquietos, la segunda para intentar construir un frente antiMacron con los melenchonistas más enojados, y ambos para sacar de su letargia electoral a 13 millones de hastiados.
Para enfrentar la desconfianza en el sistema cuestionado tanto por los abstencionistas como por los bloques ultranacionalista y de izquierda radical, Macron acaba de declararse “dispuesto a inventar algo nuevo para reunir convicciones y sensibilidades diversas”.
Le quedan pocos días para hacerlo.