Guerra en Ucrania

La guerra contra el arte de Rusia

Tras la invasión a Ucrania el 24 de febrero, se desató otro conflicto: el de las represalias contra quienes difunden el arte y la cultura rusos. Dichas sanciones son vistas por algunos como un castigo justo de Occidente ante la “criminal” ambición expansionista de Vladimir Putin.

Tras la invasión a Ucrania el 24 de febrero, se desató otro conflicto: el de las represalias contra quienes difunden el arte y la cultura rusos. Dichas sanciones son vistas por algunos como un castigo justo de Occidente ante la “criminal” ambición expansionista de Vladimir Putin. Para otros pareciera un embate a cargo de países miembros de la OTAN, sobre todo de Estados Unidos. En la lista negra está el Ballet Bolshoi, la soprano Anna Netrebtko, el cineasta Andréi Tarkovsky, incluso apareció el escritor Dimitri Dostoievsky. Al boicot se unió el Festival de Cannes...

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– A partir del jueves 24 de febrero, cuando efectivos de Rusia cruzaron sus fronteras hacia la vecina Ucrania, las sanciones de países europeos se unieron a las de Estados Unidos (y naciones latinoamericanas como Chile), para “doblegar” al presidente Vladimir Putin, atacándolo por todos los flancos, al punto de vetar compañías de artistas y todo aquello que huela a simpatía con el oso ruso.

La primera medida punitiva fue aplicada por la Royal Opera House de Londres, Inglaterra. El 25 de febrero informó que la temporada prevista para el verano del Ballet Bolshoi no se llevará a cabo. La razón para sacar de la jugada a una de las compañías dancísticas más antiguas del mundo –fundada en Moscú en 1776– se justificó con un parco “debido a las circunstancias actuales, la temporada no podrá seguir adelante”.

El domingo 6 de marzo, Tugán Taimurázovich Sójiev, director musical ruso del Teatro Bolshoi de Moscú, así como de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse, Francia, renunció a sendos cargos; mas no por apoyar a uno u otro de los bandos en la refriega:

“No puedo soportar –declaró– ser testigo de cómo mis colegas, artistas, actores, cantantes, bailarines y directores son amenazados, tratados irrespetuosamente y son víctimas de la llamada ‘cultura de la cancelación’. A nosotros, como músicos, se nos ha dado la extraordinaria oportunidad y la misión de mantener a la raza humana amable y respetuosa con los demás, tocando e interpretando a aquellos grandes compositores [rusos].

“Los músicos estamos ahí para recordar, a través de la música de Dmitri Shostakovich, los horrores de la guerra. Somos los embajadores de la paz. En lugar de utilizarnos a nosotros y a nuestra música para unir a las naciones y a los pueblos, se nos está dividiendo y condenando al ostracismo. Pronto se me pedirá que elija entre Tchaikovski, Stravinski, Shostakovich y Beethoven, Brahms o Debussy. Ya está ocurriendo en Polonia, país europeo, donde la música rusa está prohibida.”

Tanto en Toulouse como en el Teatro Bolshoi de la capital rusa, el músico Sójiev invitaba regularmente a cantantes y directores ucranianos pues “disfrutábamos haciendo música juntos y sigue siendo así, por eso inicié el festival franco-ruso en Toulouse”.

Para no variar, conforme a Europa Press, el Festival Castell de Peralada en Girona, España, canceló el 2 de marzo la participación del Ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, Rusia, que debía inaugurarse el 8 y el 9 de julio, como “muestra de movilización y petición de cese inmediato de la guerra, sumándose al clamor mayoritario de los teatros y festivales europeos contra la confrontación bélica”.

Asimismo, el día 7, el Teatro Real de Madrid de plano vetó al Bolshoi de bailar a mediados de mayo La Bayadera, estrenada en 1877 con la coreografía de Marius Petipa. La iniciativa la tomó el foro girondino “ante el conflicto bélico desatado por Rusia en Ucrania, organizando una grave crisis en el mundo y una dolorosa emergencia humanitaria”. Poco importó que, radicado en la Rusia imperial, el marsellés Petipa fuera quien renovó el estilo del ballet romántico, inaugurando la era de “los grandes ballets rusos”.

Y en Chile el diario La Tercera –que cabeceó su nota “Valery Gergiev (sic): el célebre maestro ruso amigo de Putin que el mundo declaró persona non grata”–, dio a conocer que un teatro de Providencia, incluyente en su cartelera anual de la transmisión del Ballet Bolshoi a distancia, canceló las funciones que comenzaban el miércoles 9.

El escándalo Netrebtko

Uno de los primeros vetos catalogados en Moscú como una más de la “oleada rusofóbica” fue contra el prestigiado conductor de orquesta moscovita Valeri Abisálovich Guérguiev, batuta de la Filarmónica de Múnich y compadre de Vladimir Putin. Según el alcalde de la capital germana, Dieter Reiter, su despido se debió a que el artista no quiso manifestar su oposición a la incursión rusa en Ucrania:

“Múnich prescinde del director titular Valeri Guérguiev. Así, y con efecto inmediato, ya no habrá más conciertos de la Filarmónica de Múnich bajo su dirección… Esperaba que repensara y revisara su evaluación muy positiva del líder ruso. Después de que esto no ocurrió, la única opción es la ruptura inmediata de los lazos.”

La Filarmónica de Róterdam, Países Bajos, igualmente corrió a Guérguiev por existir, según la orquesta, “una división infranqueable entre ella y el director en torno al tema de la invasión rusa, que se hizo evidente después de hablar con él”. Antes, el 28 de febrero de 2022, el Festival de Verbier, Suiza, solicitó y aceptó la dimisión de Guérguiev como director musical. Y todavía: la Scala de Milán, Italia, envió una carta a Guérguiev pidiéndole que declarara su apoyo a una resolución pacífica en Ucrania o no se le permitiría completar su compromiso dirigiendo La dama de Picas, de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893).

Puntual, Matt Duss, bloguero y asesor del senador Bernie Sanders por Vermont, Estados Unidos, escribió que la actitud de esa orquesta holandesa ha sido “sin duda absurda, ya que Tchaikovsky pasaba mucho tiempo en Ucrania e incorporó bastante música del folclor ucraniano a sus partituras”.

Total, que otra de las súper estrellas operísticas, la soprano ruso-austriaca Anna Netrebtko (Krasnodar, Unión Soviética, 1971), amiga de Putin, fue estigmatizada como non grata, y la neoyorquina Metropolitan Opera House (Met) de Nueva York le avisó el jueves 10 que sería sustituida por una ucraniana, Liudmyla Monastyrska, en Turandot, que estrena en abril:

“Al no cumplir con la condición del Met de que se retracte de su apoyo público a Vladimir Putin, mientras él libra la guerra contra Ucrania, la soprano Anna Netreb­ko se retiró de sus próximas actuaciones en el Met”, se lee en la hoja. Ella replicó:

“¡Obligar a los artistas y a cualquier figura pública a expresar públicamente sus opiniones políticas y condenar a su patria es inaceptable! Debería ser la libre elección de todos. Como muchos de mis colegas, no soy política. Soy música y mi objetivo es unir gente, superar divisiones políticas.”

Igual, la Filarmónica de Viena despachó al músico Guérguiev de una gira de cinco conciertos en EU, que comenzarían el 25 febrero, mientras el Carnegie Hall de Nueva York optó por cancelar dos funciones para mayo de la Orquesta del Teatro Mariinsky, ya concertadas.

Por su parte, el domingo 6 el director judío-argentino Daniel Barenboim, nieto de bielorrusos y ucranianos emigrados a Argentina, ofreció en la Ópera Estatal de Berlín un concierto en solidaridad con Ucrania, cuya recaudación se destinó al Fondo Humanitario para Ucrania de las Naciones Unidas. Barenboim, internacionalista formador de orquestas con ejecutantes del mundo entero, sean palestinos o israelitas, chinos o japoneses, subrayó:

“La cultura rusa no es lo mismo que la política rusa. Hay que condenar la política en voz alta y clara. Pero no debe permitirse una caza de brujas contra el pueblo y la cultura rusa. No creo que sea bueno que los artistas rusos sean automáticamente cancelados en Occidente.”

“Histerismo imbécil”, con Cannes

El martes 8 de marzo, en su columna intitulada “El histerismo imbécil de la Filmoteca”, publicada en el Diario de Sevilla por Carlos Colón, éste tronó contra la Filmoteca de Andalucía por suspender la proyección de la cinta futurista Solaris, del cineasta ruso Andréi Tarkovski, en un ciclo fílmico en honor al literato polaco Stanislaw Lem.

“¿Se va a censurar la cultura rusa en bloque? ¿Se prohibirán las obras de los artistas rusos muertos, desde Tchaikovski a Shostakovich, desde Pushkin a Grossman? ¿Se prohibirán las obras de la bielorrusa Svetlana Alexiévich porque Bielorrusia apoya a Putin, pese a que se viera forzada a exiliarse por su oposición a Lukashenko? Seriedad y sentido común, por favor. A ver si no volvemos a la prohibición hitleriana del ‘arte degenerado’ y a la estalinista del ‘arte formalista’.”

La fonoteca andaluza excusó su decisión “en el marco de las recomendaciones de la European Film Academy” y “acudiendo al llamado de la Academia de Cine de Ucrania para boicotear el cine ruso”. En el fondo, tomó línea del comunicado que el 27 de febrero envió la Academia de Cine de Ucrania al mundo para boicotear las producciones de Rusia y para que el Festival de Cine de Moscú perdiera su acreditación. En solidaridad, el histórico Festival de Cine de Cannes externó el 1 de marzo que no aceptará a las delegaciones rusas en su edición 75, que se efectuará del 17 al 28 de mayo, “a menos que se ponga fin a la guerra de agresión en condiciones que satisfagan a Ucrania” (https://www.festival-cannes.com/es).

El miércoles 2, la Bienal de Venecia avisó que no aceptará la participación de instituciones, delegados oficiales ni personajes vinculados al gobierno ruso, por la invasión de Ucrania; empero, “sí serán bienvenidos los artistas que se opongan al régimen de Vladimir Putin”.

El enigma Dostoievsky

Una curiosa noticia apareció ese 2 de marzo en Infobae: La Universidad Bicocca­ de MiIán, Italia, desapareció de sus planes de enseñanza las novelas del escritor ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881), “en supuesta represalia contra Rusia por invadir Ucrania”. Aunque muy pronto la institución reculó.

“Prohibir estudiar a Dostoievski como acto contra Putin significa estar locos”, dijo a través de Instagram el expremier y actual senador oficialista Matteo Renzi, tras la denuncia del profesor Paolo Nori de que la casa de estudios milanesa cancelaba sus cursos sobre el autor de Los hermanos Karamazov, entre otras joyas de la literatura.

“En este tiempo hace falta estudiar más, no menos: en la Universidad hacen falta maestros, no burócratas incapaces”, agregó Renzi horas antes de que la casa de estudios rectificara finalmente ante las críticas de intelectuales, como el jesuita Antonio Spadaro, director de la revista cultural más antigua de Italia, La Civiltà Cattolica, quien planteó que “hoy, justo hoy, hace falta absolutamente volver a Dostoievski”.

Entre los últimos atentados más allá del tipo Entertartete Kunst (arte degenerado) que caracterizó a las juventudes hitlerianas, la agencia RT (Russian Times), uno de los medios rusos vetados por el “mundo libre occidental”, reportó el jueves 10 un botellazo con líquido inflamable a la Casa de Rusia de la Ciencia y la Cultura en París, Francia.

Pero no sólo los músicos célebres citados aquí protagonizaron casos muy sonados en los albores de la guerra: otros han sido excluidos de programas y recitales europeos por su nacionalidad rusa, como la soprano Hibla Gerzmava y el violonchelista Sergei Roldugin, director de la Casa de la Música en San Petersburgo, “aliado cercano” de Putin (quien por cierto es un pianista regular, al cual se le puede oír cantar “Blue Berry Hill”, o sea, “Colina azul”, del difunto rocanrolero de Nueva Orleans, Fats Domino, en YouTube).

El mundo de la música pop también se unió a esta agenda, de tal modo que los organizadores de Eurovisión 2022, que tendrá lugar en la ciudad italiana de Turín, prohibieron la actuación de Rusia en el festejo que reunirá en mayo a artistas de 40 naciones.

El rockero y activista inglés Roger Waters, de Pink Floyd, recibió hace unos días una carta que decía:

Mi nombre es Alina Mitrofanova, Tengo 19 años y vivo en Ucrania. Hoy mi país está resistiendo la invasión rusa y la guerra real la empezó el presidente ruso y es liderada por el ejército de Rusia (…) me duele mucho ver cómo MI país se convirtió en blanco militar de Rusia y su loco dirigente, convencido de que hay “Neo-Nazis” a los que hay que matar. ¡Esto es absolutamente falso, yo vivo acá y puedo decirte al 200% que ese tipo de personas no existen por acá! (https://www.facebook.com/rogerwaters/)

La respuesta de Waters consolaba a Alina, pero le reviraba:

Querida Alina, leí tu carta, lamento tu dolor, estoy enfadado por la invasión de Putin en Ucrania, opino que es un error criminal, el acto de un gángster (…) tu creencia al “200%” de que no hay Neo-Nazis en tu país ciertamente está equivocada. Tanto los Batallones Azov en tu ejército, como la Milicia Nacional y C14 son grupos autoproclamados Neo-Nazis. Ellos también son gángsters. Haré todo lo que pueda para poner fin a esta guerra…

Al coro de personajes de la cultura que han repudiado la invasión rusa a Ucrania, al cierre de esta edición se unió Paul McCartney, autor de “De nuevo en la URSS” (Álbum blanco, 1968). Cerrando filas al respecto se sumaron a la condena las Ferias Internacionales del Libro en Bogotá, Bolonia, Bruselas, Budapest, Francfort, Gotem­burgo, Jerusalén, Leipzig, Praga, Sao Paulo, Seúl Tapei, Varsovia y Guadalajara.

Pero para evitar una confusión, esta última retiró de su página web y redes oficiales el comunicado —dijo a Proceso su vocero Mariño González—, “porque no es política suya cerrar las puertas a ninguna nación”.

Reportaje publicado el 13 de marzo en la edición 2367 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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