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Presa Endhó, agua pestilente desde la CDMX

El olor de la presa Endhó se ha vuelto insoportable para las comunidades que la rodean. La obra, que en principio fue concebida como un desahogo a fin de evitar inundaciones en la CDMX, se convirtió en vertedero de aguas negras con las que se abastece a la agricultura en el Valle del Mezquital.
jueves, 3 de febrero de 2022 · 07:07

El olor de la presa Endhó se ha vuelto insoportable para las comunidades que la rodean. La obra, que en principio fue concebida como un desahogo a fin de evitar las inundaciones en la Ciudad de México, se convirtió en vertedero de aguas negras de la capital, con las que se abastece a la agricultura en el Valle del Mezquital, donde la tierra ya presenta niveles de sulfatos, cloruro y boro por encima de los límites tolerables.

SAN PEDRO NEXTLALPAN, Hgo. (proceso).- En la entrada a las compuertas de la presa Endhó, el esqueleto de una vaca se pudre dentro de su cuero áspero y peludo. Junto a la res, un perro atropellado es manjar de un garabato de moscas. A pocos metros, un letrero del programa Mover a México –impulsado durante el sexenio de Enrique Peña Nieto– anuncia la rehabilitación de la presa. “El gobiern Replica rehilita”, se alcanza a leer con dificultad en letras deslucidas por la lluvia.

Junto a las vísceras expuestas circula un canal de agua grisácea, percudida, como recién trapeada. Huele a perro hinchado y ropa enrollada en un pañal sucio. Un par de trabajadores abre y cierra las válvulas con cuidado de no pisar a los animales, que de vez en cuando aparecen muertos por beber agua de alguno de los afluentes cercanos.

La presa Endhó, ubicada en la corriente del río Tula, recibe gran parte de las aguas negras que transporta el drenaje de la Ciudad de México. Esta presa forma parte de la región hidrológica-administrativa del Valle de México, que incluye 12 presas –Javier Rojo Gómez, Requena, Taxhimay, Vicente Aguirre, La Concepción, Danxhó, Sierra de Guadalupe, Huapango, Madín, El Molino, Ñadó y la propia Endhó–, que juntas tienen una capacidad de 590 hectómetros cúbicos (cada hectómetro equivale a 1 millón de metros cúbicos). En septiembre de 2021 cinco de ellas sobrepasaron su capacidad, provocando inundaciones en la región, como la del 7 de septiembre de 2021 en Tula.

Cándido Pérez, de 56 años, siembra cilantro a orillas de la presa Endhó. El campesino es consciente de la ruta que sigue el agua. “Viene de un canal de Tepeji, allá pasa por la planta”, dice refiriéndose a la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales Atotonilco.

Bajo la sombra de un sauce, Cándido, con más indiferencia que asco, le da una mordida a su taco de arroz con huevo. Mientras mastica el bocado, la espuma del agua negra se va integrando a la tierra, perdiéndose en pequeñas explosiones de burbujas jabonosas. “A nosotros ya no nos hace daño el agua, pero a los de fuera sí”, asegura sentado en un tronco, al pie de su cultivo. “Se da mejor el cilantro con esa agua que con agua de pozo”, explica acerca de los beneficios del uso de agua tratada en la agricultura.

Lo grisáceo de las aguas hace que el cielo se refleje como sumergido en plata. Una nata brillante de nubes. Por el centro de la presa avanza una fila de lirios impulsados por el viento que irán a estancarse en algún extremo para ser nido del mosquito culex. Casi en la orilla, junto a un páramo de árboles secos, una bolsa de basura asoma su reflejo para recordarnos que su destino es la putrefacción.

Esteban Cerón, de 68 años, amanece todos los días con la pestilencia en su habitación. “Nos falta saneamiento del agua –acepta, señalando la presa–. En 1972 todavía había trucha, bagre, carpa, lobina; ahora se produce un olor fétido, una pestilencia”.

Fragmento del reportaje publicado en la edición 2361 del semanario Proceso cuya versión digital puedes adquirir aquí.

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