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El Hidalgo de los documentos

Para el historiador del INAH Felipe Echenique no hay vuelta de hoja, aunque parezca una perogrullada: Iturbide consuma hace 200 años la Independencia, pero nada es junto a la grandeza de Hidalgo, su verdadero artífice, y eso es lo que hay que conmemorar.
sábado, 18 de septiembre de 2021 · 21:12

Para el historiador del INAH Felipe Echenique no hay vuelta de hoja, aunque parezca una perogrullada: Iturbide consuma hace 200 años la Independencia, pero nada es junto a la grandeza de Hidalgo, su verdadero artífice, y eso es lo que hay que conmemorar. “Es muy inteligente, muy de su tiempo, no era una persona anticuada”, sintetiza, para reforzar la idea de que “los documentos lo dejan ver”. Se refiere a su obra monumental en cuatro tomos, Miguel Hidalgo y Costilla. Documentos de su vida: 1750-1813, que el INAH edita como “una de las contribuciones bibliográficas más ricas y significativas que se han hecho” acerca del personaje.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Al conmemorarse el 200 aniversario de la consumación de la independencia, con la entrada triunfal a la Ciudad de México del Ejército Trigarante, encabezado por Agustín de Iturbide, el historiador Felipe Echenique llama a no perder de vista que el verdadero iniciador de la gesta revolucionaria fue Miguel Hidalgo y Costilla.

“Para bien o para mal –como decía mi viejo maestro Ernesto Lemoine– le tocó ponerle el cascabel al gato.”

Investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), considera que al final Iturbide fue un oportunista que se aprovechó del movimiento cuando vio sus intereses peligrar. Pero quedó rebasado, pues aunque “se proclamó emperador, terminó imponiéndose una República, no con un presidente sino de forma representativa que ya estaba perfilada desde Hidalgo y que retoma José María Morelos en la Constitución de Apatzingán”.

Echenique es autor de la monumental obra Miguel Hidalgo y Costilla.  Documentos de su vida: 1750-1813, presentada por su editor en el INAH como “una de las contribuciones bibliográficas más ricas y significativas que se han hecho” acerca del personaje.

Junto con el traductor y escritor Alberto Cue García y la colaboración de León Felipe Echenique Romero en la fotografía y captura de textos, el historiador reúne en cuatro tomos más de 600 documentos en torno al Padre de la Patria: desde los orígenes de sus progenitores, su juventud, cuando entra a estudiar al seminario, hasta unos años después de haber sido capturado, juzgado y ejecutado, cuando la Inquisición reabre alguno de sus juicios.

Su visión sobre el prócer contrasta con la de Iturbide, quien culminó la gesta independiente, a quien tiene por un oportunista que aprovechó la cercanía del fin al ver peligrar sus intereses:

“El mérito de la parte conservadora quedó en su líder, el oportunista mayor, quien realmente no trascendió el tiempo, no trascendió su propuesta, su despotismo y arrogancia, eso lo condenó. A Hidalgo, en cambio, lo condenaron los mismos soldados, los militares… esos poderes fácticos de criollos y mestizos acaban aniquilándolo.

“Por eso ahora en el bicentenario pocos honran a Iturbide. Si no hubiera pactado con Vicente Guerrero y la guerrilla de lo que hoy son los estados de Guerrero, Puebla y Veracruz, no lo hubiera logrado. Ese grupo, que es la parte fuerte y popular de lo que quedó del movimiento insurgente original, hace que los militares y criollos puedan establecer un acuerdo en ese momento. Pero duró muy poco ese primer imperio (1821-1823), justo por la torpeza de Iturbide, quien lo único que quería era ‘un cambio de patrón’.”

Enfatiza que el líder del Ejército Trigarante no anheló realmente un rompimiento con el orden colonial. Si bien tuvo ciertos reconocimientos a las comunidades y los pueblos sobre la propiedad de sus tierras, inició también la idea liberal de acabar con la propiedad comunal y establecer una “unidad política”.

Al respecto, dice que a lo largo de la historiografía se han podido ver las dificultades para construir diversidades. Actualmente todo mundo habla de esos temas, pero antes no. Ese es, sin embargo, un rasgo que distingue en el proclamador de El Grito, quien trató desde el inicio de incorporar a las comunidades. Por ello, Miguel Hidalgo y Costilla es, para Echenique, la “figura señera de la independencia”.

Y los archivos que ha logrado reunir con su equipo permiten ver a una persona muy dedicada al estudio e interesada en los negocios, por lo que cuando llega a Dolores pone talleres para trabajar con las comunidades a fin de que tengan mayor producción, aunque Ignacio Allende le escribe que “los indígenas eran indiferentes al verbo libertad”.

Resume su figura:

“Es muy inteligente, muy de su tiempo… no era una persona anticuada. Los documentos que publicamos lo dejan ver. Y notamos que cuando muere su hermano mayor, José Joaquín, siente una gran tristeza y transmite ese sentimiento.”

Era lo que podría decirse hoy “un capitalista”, pero padeció problemas económicos: la época era inestable, hubo sequías, una epidemia entre 1808 y 1809, crisis económica, y él tenía créditos. Cuando le quieren cobrar se esconde, y al final, ya con la caída de la monarquía española por la invasión napoleónica, se le nota un hartazgo al expresar “pues ya que se lleven todo”, y lo embargan. Por lo cual remarca Echenique:

“Esa es la ola que pone a Hidalgo en el movimiento.”

Mejor imagen

En entrevista telefónica con Proceso, el también autor de Una historia sepultada: México, la imposición de su nombre, cuenta que su proyecto documental inició en 2008, con miras al bicentenario del inicio de la independencia. Inicialmente era parte de un plan para publicar 100 biografías y documentación de otros personajes, entre ellos José María Morelos.

La idea le vino al ver las diversas biografías sobre el prócer que lo denostaban o enaltecían, pero también aportaban documentos. Una de las más famosas es Hidalgo, la vida del héroe, de Luis Castillo Ledón, “una historia romántica, cuenta con el seguimiento de algunos datos importante, aunque con mucha inventiva y creatividad”. No le quita el mérito pero juzga que ha sido rebasada por tener muchos mitos. Menciona por igual los trabajos de Edmundo O’Gorman, David A. Brading, que se sumaron a los de J. E. Hernández y Dávalos, Luis González Obregón, Antonio Pompa y Pompa, y Carlos Herrejón Peredo.

Se propuso reunir en una sola obra toda la documentación dispersa. Los cuatro volúmenes incluyen documentos ya transcritos y publicados por los investigadores antes citados. Localizó además documentos inéditos del Archivo General de la Nación, y con la ayuda de Cue tuvo acceso a la Colección Documental sobre la Independencia Mexicana de la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Universidad Iberoamericana. Se da cuenta de aspectos poco conocidos de su vida en la provincia de Michoacán:

“Tenemos mucho que reflexionar y volver a leer. Hay una imagen muy novelada de don Miguel o con demasiado énfasis en los hechos en abstracto. Resultaría importante que se pudieran conjuntar, hay mucho material, es una cantidad impresionante. Si los reúne la mente de alguien con mucha capacidad, podrá ofrecernos, sin tanta imaginación, una mejor imagen del personaje que, como decía mi maestro, le puso el cascabel al gato.”

Entre las preguntas pendientes está la de ¿Por qué, si antes hubo represiones y actos autoritarios que despertaron la indignación del pueblo –como la expulsión de los jesuitas en 1767–, no hubo estallamientos o sublevación? ¿Por qué el 16 de septiembre 1810 el cura, con los militares que lo acompañan, Allende, Aldama, Abasolo, toca a misa, se le junta la gente y logran llegar hasta Guanajuato?

Reflexiona Echenique:

“Es un acto que demuestra la violencia popular, el hartazgo, estas situaciones las repetimos en 1910, cuando el pueblo realmente se vuelve muy fuerte. ¿Por qué ese día y no otro? Evidentemente, la figura de don Miguel era casi profética, como un santo, sin embargo los documentos no permiten ver a un personaje que estuviera conspirando contra el orden.”

La obra documental se resume así:

El primer tomo va de 1750 a 1799, son los primeros años de quien en vida llevó el largo nombre de Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, nacido en Pénjamo el 8 de mayo de 1753. Se destaca en la introducción que en el Fondo Clavijero se encontraron documentos sobre sus padres, sus años de carrera eclesiástica y de docencia, y su desempeño como tesorero y rector del Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo de la Ciudad de Valladolid.

El tomo dos abarca de 1800 a 1809. Están las Causas iniciales que el Santo Oficio le abrió el 16 de julio de 1800, acusado de haber puesto en entredicho la pureza de la virgen María. Aunque estos documentos los había publicado Pompa y Pompa, se presentan aquí cronológicamente y se describe qué pasó después del proceso:

“Don Miguel con su hermano Manuel peregrinan desde Valladolid hasta Colima, persiguiendo el nombramiento de curatos, pues esa era la forma de vida de los curas, tener una parroquia. Cuando llegan a San Miguel Allende (El Grande), el cura Miguel se queda ahí y el hermano va a Dolores. Al morir Manuel, Miguel se traslada a ésta.”

Todo en conjunto va armando una biografía de muchos datos. En 1805 volverá al tribunal de la Inquisición, acusado ahora de tener relaciones con una mujer, aunque no se establece si era ella quien le servía, e incluso se le achaca ser el progenitor del hijo.

Pero no hay en los documentos información sobre otros supuestos hijos con varias mujeres, aclara el investigador, sólo éste de la mujer que le preparaba la comida. Tampoco hay acusaciones sobre la llamada “Francia chiquita” y las obras de teatro del dramaturgo francés Jean Baptiste Poquelin, Molière, que ahí se representaban.

“Nada de eso está en las acusaciones del Tribunal de la Fe”, puntualiza, y añade que se debe entender el contexto de la época, donde los Gallaga recibían beneficios por ser una vieja familia de clérigos que “debe de haber despertado muchísimas envidias”. En el caso de la mujer, invita a reflexionar:

“Piensa en un cura en un pueblo, con una mujer que le hace de comer. Te imaginarás lo que debe haberse dicho, sea o no cierto, pero era una forma de tenerlos en vigilia, controladísimos, siempre con la picota en la cabeza.”

El tercero y el cuarto tomos se centran ya en el movimiento Insurgente: las proclamas, los documentos, la correspondencia con algunos personajes.

Por desgracia, explica Echenique, los realistas quemaron muchos de los archivos de la lucha revolucionaria. No se tiene el intercambio epistolar con Morelos, por ejemplo. De Allende apenas una carta de un párrafo, donde se muestran las diferencias respecto a los pueblos indios, pues mientras el militar salvaguardaba los intereses de Fernando VII, Hidalgo defendía el golpe de Estado.

Los testimonios dejan ver claramente las diferencias conceptuales entre los curas Hidalgo, Morelos y Matamoros con los militares Allende e Ignacio López Rayón, entre otros. Ambos grupos juraban lealtad a Dios, al Papa y al rey de España, pero quienes realmente la asumían como propia fueron los militares. Los religiosos tuvieron mayor preocupación por los pueblos originarios.

Romper el orden

Para Echenique resulta imprescindible la lectura de la causa militar contra Hidalgo que se le siguió en el Real Hospital de Chihuahua, tras su detención. En la presentación de este tomo, el historiador recurre a unas palabras del liberal decimonónico Ignacio Ramírez El Nigromante, publicadas en un artículo el 16 de septiembre de 1871:

“Hidalgo no fue el libertador de México. Fue el conquistador de un principio: nos enseñó prácticamente el derecho de insurrección.”

El historiador coincide totalmente al señalar que el prócer conocía teorías teológicas que afectaban a los déspotas ilustrados del siglo XVIII y pedía levantarse contra ellos. Herrejón Peredo abordó el punto en su ensayo Hidalgo. Razones de la insurgencia, como enfatiza Echenique en la introducción:

“Así que para Miguel Hidalgo asumir como propio el derecho a la insurrección para revolucionar o cambiar totalmente el orden establecido no era algo que le resultara totalmente ajeno o inconcebible, conocía las teorías teológicas que lo permitían y aun lo hacían permisible en casos extremos. Tal y como podemos conjeturar que lo asumió aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando lanzó en su primera alocución el memorial de agravios históricos que ­exhibía la actuación tiránica y despótica de los españoles que habían sumido al pueblo en la miseria y la ignorancia durante casi tres siglos, situación que empeoró con la deposición del virrey Iturrigaray y del cabildo de la Ciudad de México por parte de los grandes comerciantes, terratenientes y el alto clero, sin oposición alguna de la metrópoli hacia aquel golpe de Estado que recordó hasta en sus últimos momentos.”

Los cuatro volúmenes, que suman más de 2 mil páginas, parecieran dirigidos a especialistas que requieran tener a mano los documentos de la vida y trayectoria del insurgente. Él mismo define que son “un esqueleto más o menos bien puesto” al cual le falta narrativa. Al mismo tiempo destaca que cualquier interesado en la historia puede encontrar una biografía documentada y perfectamente legible.

El pasado 9 de septiembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que se conmemorarán las dos fechas, el inicio y consumación de la independencia, pero anticipó que se pondrá más énfasis en el inicio porque “fue el grito de libertad y justicia”. Se le pregunta al investigador si así como a Felipe Calderón le fue incómodo conmemorar los 200 años de El Grito, a López Obrador le molesta recordar a Iturbide.

Señala entonces, tras subrayar que el proclamado emperador logró la consumación al aliarse con Vicente Guerrero y los hermanos Bravo:

“Es que son políticos, no historiadores, no entienden de historia, para ellos es un mensaje político sin reflexión… La historia sí tiene mucho que ver con el ejercicio del poder, más la historia oficial, el problema es que en este sexenio se ha abusado de los términos conservador, derecha, ultraderecha, y hasta a los activistas como Samir Flores, los zapatistas y cualquiera que se le opone se le califica así… se perdió todo referente.”

Ve muy mal que una parte de la academia, que se asume de izquierda, haya caído en la misma actitud, así como en la “vulgarización de la historia”: Calderón con aquel desfile del 16 de septiembre de 2010 y López Obrador con la maqueta del Templo Mayor.

¿Y qué hay de la leyenda negra, las intenciones de “humanizar” al héroe y terminar con la historia de bronce? Evoca el investigador que lo han intentado desde Lucas Alamán hasta Luis González y González y Edmundo O’Gorman. Pero la película Hidalgo, de Antonio Serrano, donde se le presenta como un hombre promiscuo y un asesino, le parece el colmo pues tratan de ridiculizar al personaje, llegan a mostrarlo como un vulgar borracho que un día se encontró con la independencia y no supo qué hacer con ella. Opina que al hacer esto enaltecen a Iturbide, y eso es una trampa.

–¿Y qué de los testimonios adversos de los propios militares insurgentes?

Su opinión es que se fue haciendo más evidente el pleito entre militares y religiosos. Los primeros querían desprestigiarlo, su fin era establecer un gobierno con ellos a la cabeza, pero era obvio que la Nueva España se sostenía también por la prédica cristiana. Acusan a Hidalgo de no controlar a la chusma, “pero ellos tampoco lo hubieran logrado”. Y también de no haber entrado a la Ciudad de México “por cobardía”:

“Yo creo que hubo mucha prudencia en Hidalgo al no tomar la ciudad, pienso que quiso establecer un gobierno alterno en Guadalajara, que era la otra gran ciudad importante… También están las excomuniones que lanza Abad y Queipo, lo acusa de lo peor, es el anticristo, pero esas declaraciones deben ser valoradas en su ámbito.”

Al final, puntualiza, el Santo Oficio lo condenó.  

Reportaje publicado el 12 de septiembre en la edición 2341 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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