España
Memorias de un exnazi español: "Nos preparábamos para la inevitable batalla"
Absorbido desde la adolescencia por los discursos de odio, David Saavedra inició un camino que lo llevó a las profundidades del nazismo español, en el que militó durante dos décadas.Absorbido desde la adolescencia por los discursos de odio, David Saavedra inició un camino que lo llevó a las profundidades del nazismo español, en el que militó durante dos décadas: se tatuó a Rudolf Hess en la espalda, elaboró un censo de judíos, defendió la supremacía de la raza blanca, se preparó físicamente para una batalla que creía inminente… hasta que, según sus palabras, inició un proceso de “reconexión” con la realidad.
Madrid (Proceso).- David Saavedra resume así su pasado reciente: “Admiré la Alemania que creó Adolf Hitler. Me rapé el pelo al cero y adopté la estética skinhead. Me tatué la espalda con un enorme retrato de Rudolf Hess, lugarteniente del führer. Contribuí a crear diversos grupos NS (nacionalsocialistas). Elaboré un censo de judíos en la ciudad de Pontevedra. Defendí la supremacía de la raza blanca. Me enfrenté a militantes antifascistas. Creí que el papel de la mujer se limitaba a dar hijos sanos a la patria. Me preparé físicamente para la batalla, participando en entrenamientos físicos extremos en la sierra de Madrid. Odié a los camaradas que preferían hablar en lugar de actuar.
“Igual de rápido que ascendí hasta la cima de la organización, me despeñé por un precipicio que me situó a las puertas del terrorismo. Un día empecé a dudar. Inicié un proceso que me vació por dentro y por fuera. Me quedé sin amistades, sin bares a los que acudir, sin ideas en las que refugiarme. El cañón de una pistola metido en la boca fue la señal de que había tocado fondo.”
Es una pincelada de las más de dos décadas en que formó parte de organizaciones nazis en España, hasta su actual proceso de desconexión de esa burbuja, que él prefiere denominar “proceso de reconexión” o de reconducción de esa etapa de supremacista nuevamente a la realidad.
En entrevista, Saavedra (39 años) habla de esta experiencia que refleja en su libro Memorias de un exnazi. Veinte años en la extrema derecha española (Random House Mondadori. 2021), desde que, con 14 o 15 años, quedó impactado al ver en televisión un documental en el que Hitler daba un discurso frente a las masas. “Me cautivaron el tono de su voz y los gestos enérgicos con los que el orador acompañaba cada inflexión”, recuerda. Ese fue el punto de quiebre para él y fue el inicio de un camino que lo llevó a las profundidades del nazismo español.
En poco tiempo se apasionó por la Segunda Guerra Mundial, pasaba largas horas en debates en foros de internet de extrema derecha, que fue su pasaporte para entrar a la burbuja, ese microcosmos de extremistas que comparten la misma visión del mundo. “Mi proceso de radicalización fue progresivo, no fue de la noche a mañana, y fue imperceptible”, describe.
“Ahora veo cómo la realidad seguía por una senda y yo iba por otra y cada vez se bifurcaba más. No sólo es una cuestión de ideología, sino cómo te posicionas frente al mundo que te rodea para generar tu identidad. Hay un punto en el que todo se tuerce y te lleva por otro camino, y en mi caso fue superdestructivo”, describe.
En los foros de internet usó infinidad de nombres como #wehrmacht, #segunda_guerra_mundial o #barbaroja, donde reforzaban su negacionismo del holocausto, que ellos llamaban el “holocuento”. Había un sesgo de clandestinidad y sentimiento de persecución, y la principal razón que esgrimían era la defensa de la raza y la cultura europeas.
El sentimiento de “victimismo” era algo permanente, “por eso siempre encontrábamos culpables, como los intereses ocultos de los judíos, una agenda oculta, la oleada de inmigrantes que invade Europa para acabar con la raza blanca; el feminismo que busca discriminar a los hombres y los derechos LGTBI con los que se intenta perseguir a los heterosexuales”. “Es como si tuvieras unas gafas que sólo te dejan ver la realidad de esa forma”, sostiene.
Saavedra dice que “el proceso de radicalización funciona como una suerte de ‘tetris mental’”, el videojuego en el que sólo encajan ideas con una forma determinada y “todo aquello fuera de esas coordenadas y esos ideales no aparece, no existe o es el enemigo”.
Como otros nazis, acudía a los conciertos de grupos de rock con nombres y letras que alimentan ese ideario, como Honor, Gesta Bellica, Klan, Division 250, Tormenta Blanca, Estirpe Imperial, entre otros. Con otro amigo hacía grafitis bajo el nombre División88, el número empleado en clave dentro de la burbuja para el saludo fascista “Heil Hitler”.
Era incansable activista del ideario fascista tanto en el ciberespacio como en revistas, y participó en la formación de Resistencia Aria, agrupación de ocho miembros pero que un diario aseguró equivocadamente que tenía miles de integrantes, lo cual sólo los insufló más. Los estatutos de limpieza racial de esa formación los hacían rechazar a Franco, a la “monarquía judeoborbónica”, la corrupción y la actual bandera.
También rechazaban la fiesta de la Hispanidad por considerar que “Colón era judío y un agente de la Gran Sinagoga”. Lo único que los unía a otras organizaciones de ultraderecha era su rechazo a la inmigración, la defensa de España y el odio al feminismo y a los lobbies LGTBI.
En Madrid se relacionó con miembros del Círculo de Estudios Indoeuropeos (CEI), heredero del Círculo Español de Amigos de Europa (Cedade), una asociación nazi que operó hasta 1996. Lo habitual en su nivel de radicalización provocaba que David escribiera en las redes mensajes cargados de odio, como aquel de cuando se anunció que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero había comprado un chalet en León: “Excelente objetivo para un atentado con toda su familia dentro”.
Negacionismo
Miembro del ejército español desde hace años, el entrevistado advierte que ante la creciente ola de radicalización en Europa, ve que “se señala correctamente la enfermedad, pero rara vez se atina con el tratamiento; bien al contrario, algunos parecen empeñados en fortalecer esa situación”.
Uno de los problemas más frecuentes, dice, “es que cuando los padres se dan cuenta de que su hijo se ha radicalizado, ya es tarde”.
–En el libro refiere el negacionismo del holocausto, pero ahora somos testigos del negacionismo de la pandemia del covid-19. Guardando las distancias, ¿qué puntos en común ve en eso? –se le pregunta.
–Pues yo no guardaría las distancias. Lo que veo es el mismo patrón de comportamiento mental en ambos casos. Yo empecé a sospecharlo cuando empezó la covid-19. Aunque primero, aclaro, sería una falacia decir que el discurso que tiene un nazi y el que tiene un negacionista del covid es lo mismo, cualquier persona puede darse cuenta que no tiene nada que ver.
“Pero los patrones mentales de cómo razonan y cómo responden ante la pandemia son exactamente los mismos que tiene la burbuja ante el holocausto. Incluso son los mismos argumentos: que si hay una agenda oculta, un lobby para controlarnos, que hay intereses de las élites supremas o un gobierno en las sombras, en este caso no son los judíos, pero sí acusan al gobierno o a las farmacéuticas, es lo que llaman la ‘plandemia’.”
“Todo eso es parte de la pirámide invertida de la conspiración, en cuyo máximo nivel además de la negación del Holocausto y de la ciencia, aparecen las falsas conspiraciones de QAnon, el PizzaGate, los reptilianos, George Soros o los Illuminati. Por eso no creo que haya que salvar las distancias y hay que señalarlo abiertamente”, sostiene, quien es reacio a llamar extrema derecha al mundo en el que estuvo inmerso, “porque renegábamos de las derechas y de las izquierdas, creíamos que eran parte del sistema”.
Taller Espartano
La corriente fascista en la que se ubicaba era más el activismo y la política, no en la de los violentos hinchas de los clubes de futbol, como los Ultra Sur (hinchas del Real Madrid), si bien los conocía y llegó a convivir con ellos. Pese a ello, su lenguaje estaba cargado de violencia.
Con sus más allegados formó el Taller Espartano, “con el fin de endurecer nuestro cuerpo y liberarnos de las sustancias estrogenizantes que nos feminizaban y nos convertían en seres débiles”, con la finalidad de prepararse “físicamente para la inevitable batalla” que se avecinaba.
Esa preparación “empezó con largas caminatas por las montañas cercanas a Madrid, cada vez más kilómetros, menos ropa y peor calzado”. En invierno, en pantalones cortos y desnudos de cintura para arriba. Con el Taller Espartano “pretendíamos iniciar una corriente rupturista dentro de un nacionalsocialismo que veíamos estancado”, relata.
El lema, estampado en la camiseta de un miembro del grupo, como reproduce una fotografía del libro, describe su pensamiento: “Si el cuerpo sufre, el espíritu se endurece”.
También publicaban una revista llamada La Bandera en Alto, en alusión al título traducido al castellano de la canción que el partido nazi alemán adoptó como himno, Die Fahne Hoch. Y mantuvieron contactos en Londres con la agrupación Volksfront, que hacía labor social con un enfoque ultranacionalista y xenófobo.
En 2012 Saavedra se afilió al partido nazi español Alianza Nacional, motivado por el sorpasso electoral que en Grecia experimentaba Amanecer Dorado, que ese año entró al Parlamento, y por otros grupos fascistas que incrementaban su influencia en Hungría, Polonia, Holanda o Francia.
Él y sus amigos dieron un cierto brío al partido y con otras agrupaciones de la burbuja acordaron presentarse juntos a las elecciones bajo el nombre España en Marcha, donde también confluyeron Democracia Nacional, Falange, Nudo Patriota Español y el Movimiento Católico Español. Pero la experiencia tuvo nulo éxito.
Vox: ¿Alternativa?
El avance de Vox, partido de extrema derecha creado en 2013 que logró irrumpir en el Congreso español con 50 escaños en noviembre de 2019, propició que se les unieran fascistas de distintas corrientes y agrupaciones.
Saavedra lo explica así en el libro: “Un nacionalsocialista nunca iría a un acto de Vox, entre otras razones por su apoyo a Israel, por su herencia franquista y por su defensa del nacionalcatolicismo”. Sin embargo, “muchos fascistas olvidaron estos principios básicos para inscribirse en la formación que lidera Santiago Abascal”.
“No lo hacen por afinidad ideológica, sino porque Vox está atrayendo la atención de los medios”, añade. Recuerda que lo mismo pasó cuando la prensa dedicó mucha atención a la participación de miembros de Alianza Nacional en el asalto al Blanquerna (el centro cultural de la Generalitat de Cataluña en Madrid, atacado por fascistas de su partido y de Falange, en septiembre de 2013), “eso provocó un efecto llamada de militantes de Democracia Nacional, España 2000 o hooligans del futbol a nuestro partido y hubo un fuerte despegue en cuanto a militantes.”
Lo realmente preocupante con el avance de Vox, opina, es la “normalización del discurso de odio” que cala mucho en la sociedad. “El día que los diputados de Abascal llegaron al Parlamento introdujeron un discurso que hasta entonces nunca había traspasado las puertas de las sedes y los bares en los que nos reuníamos los ultras más radicales”.
Es decir, “la normalización del relato antiinmigración, antifeminista, antinacionalista –excluyendo el nacionalismo español– y conspiranoico. Yo creo que esto puede abonar el terreno a que otras formaciones ultras de ideología aún más extrema puedan irrumpir en el panorama político”.
Saavedra aclara que “Vox no es ideológicamente nazi” –aunque ha presentado candidatos provenientes de formaciones neonazis–. Su discurso “populista y radical”, explica, “es similar al de los nazis”, porque recurre “a todo tipo de conspiración, que ha sido uno de los pilares fundamentales del franquismo, del nacionalsocialismo y de todas estas corrientes”.
El Círculo y la lucha armada
–En su paso por Resistencia Aria, Alianza Nacional y el Taller Espartano se describe usted y a sus colegas como si fueran cruzados. ¿Así se percibían?
–No era una cosa consciente de prepararnos para combatir, pero el discurso de guerra contra el sistema está muy integrado. Yo desde los 14 o 15 años fui normalizando ese lenguaje que tiene que ver con la guerra, con la lucha, con la épica; ese lenguaje belicista es lo que atrae a los jóvenes.
Por eso, explica, “en la burbuja veíamos como auténticos héroes a aquellos que recurrían a la lucha armada”, como Anders Breivik y Brenton Tarrant, quienes asesinaron, respectivamente, a 77 personas en Noruega y a 51 en Nueva Zelanda.
Tras los nulos resultados en la política, el siguiente paso de Saavedra y un reducido y selecto grupo de neonazis fue formar El Círculo, en 2016. Habían decidido dar el paso hacia la lucha armada como única vía para darle sentido a sus motivaciones fascistas, siguiendo los ejemplos de los antes citados o de Timothy McVeigh, cuyo atentado en el edificio federal de Oklahoma (1995) provocó la muerte de 168 personas y 680 heridos. “McVeigh era visto por los periodistas como un loco, pero para nosotros era un camarada que se había sacrificado por la causa”, sostiene.
“El Círculo estaba integrado por miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, ingenieros químicos, guardias de seguridad y algún universitario. Era hora de dejar la palabrería y dar un paso al frente si queríamos evitar perder la guerra”, relata con un tono monótono.
La “estructura compartimentada” de su agrupación clandestina buscaba evitar los mismos errores de la cúpula de The Order, el grupo terrorista neonazi de Estados Unidos, donde el Departamento de Seguridad Interior declaró en 2019 al supremacismo blanco como una de las mayores amenazas terroristas del país.
El primer objetivo al que planearon atacar era a uno de los suyos, a Pedro Pablo Peña, el presidente del partido nazi Alianza Nacional, a quien consideraban “culpable del fracaso de la lucha política durante décadas”. Concluyeron que “eliminar a objetivos de la propia burbuja centraría la atención policial sobre grupos antifascistas, dándonos así margen de maniobra para pulir nuestras primeras acciones, estando libres de sospecha”, escribe.
Finalmente no atacaron a Peña, sin embargo, el entrevistado aclara que desconoce si hubo otros ataques, ya que él no tuvo más información.
Para entonces Saavedra era “una montaña rusa emocional, porque había días que estaba determinado a seguir adelante y otros me atenazaban la inseguridad y los remordimientos por mi familia”.
Y tocó fondo porque desde hacía tiempo ya se cuestionaba su forma de pensar y su vida dentro de la burbuja, a lo que se sumaron la amenaza de expulsión del Ejército, lecturas con conocimientos distintos al fascismo y sus propias reflexiones. Todo eso lo fue conduciendo a la puerta de salida del supremacismo español.
“Mi proceso de reconexión no fue automático y hay fases que fueron inconscientes, no sabes que estás cambiando. Han pasado cinco o seis años”, explica Saavedra, quien se apoya en terapia psicológica para este proceso.
–¿Ha tenido dudas? ¿Hay algo que le siga arraigando al nazismo?.
–No hay dudas, al principio sí quería frenar este proceso. Renegaba de los cuestionamientos que me hacía, quería volver a ver todo con las mismas gafas de mi ideología. Me sentía un traidor, que me había vendido al “sistema”. Cuando alguien se alejaba de la burbuja lo tachábamos de traidor, que es lo mismo que están haciendo mis examigos conmigo, me acosan, me insultan y me amenazan para sentirse fuertes en comparación conmigo.
En esta tarea de reconexión, reconoce que las emociones aún afloran cuando ve algún video con discursos nazis o al releer algún libro con esa temática. “A veces me vuelvo a emocionar, y me cuestiono, ‘a ver si sigo igual y mi cabeza sigue pensando en las mismas coordenadas de antes’”.
“Pero con mi terapeuta hemos visto que he roto con esa manera de pensar, pero se queda el recuerdo de las emociones porque mi mente no es capaz de diferenciar entre una y otra, es un eco del pasado.”