CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En el umbral de un edificio derrumbado hace tres años en el sismo de septiembre de 2017 un hombre duerme a pierna suelta sobre un colchón escombrero. Un diablo pintado en las puertas de un elevador le sirve de cabecera; no lo perturba ni el denso olor a drenaje.
En uno de los rincones del sótano del inmueble que se encuentra en la callejuela de Emiliano Zapata 56, colonia Portales, un automóvil Toyota permanece debajo de vigas, tabiques y alambres. Junto a los escombros hay un tinaco, la casa de un perro y algunos colchones que absorben la humedad del sitio.
En los tablones que cubrían el acceso al predio se lee en letras rosas: “Justicia asesinos” y “Corrupción”. Una corona fúnebre está clavada en una de las puertas de acceso. Las investigaciones y el paradero de los empresarios inmobiliarios responsables permanecen bajo los escombros, como las ratas que comienzan a construir su madriguera entre dos pedazos de unicel.
La estampa de los terrenos tapiados con maderas húmedas se repite en otros puntos de la ciudad, como en la colonia Condesa, donde los mensajes positivos fueron cubiertos por anuncios, y los terrenos de los edificios demolidos fueron bordeados por vallas publicitarias.
En ese lugar parece que las personas pasan de largo, aunque quizá miran hacia arriba, donde ahora se aprecian rectángulos de nubes en vez de balcones.
Otros edificios permanecen cubiertos con una tela negra, velo que intenta eclipsar la memoria de aquella tragedia de la Ciudad de México que devino en cascajo.