Vladimir Putin tiene las puertas abiertas para permanecer en la Presidencia de Rusia hasta 2036: el miércoles 1 concluyó el referéndum en el que la ciudadanía votó por reformar la constitución para permitirle dicha posibilidad. El exoficial del KGB ya acumula 20 años en el poder y si decide aprovechar las bondades que él se forjó, podría convertirse en la persona que más tiempo ha estado al frente de su país, superando incluso a Stalin, quien gobernó casi tres décadas.
MOSCÚ (Proceso).- La reforma constitucional aprobada en Rusia mediante la votación popular (referéndum) efectuada entre el 25 de junio último y el miércoles 1, le abre el camino al presidente ruso, Vladimir Putin –quien lleva dos décadas gobernado el país–, para permanecer en el poder hasta 2036.
Esa reforma constitucional limita a dos el número de mandatos presidenciales de seis años de los que una misma persona puede disfrutar, pero esto no se aplica a quien “ejerza o haya ejercido el cargo de presidente de Rusia en el momento de la entrada en vigor” de los cambios. Con ello Putin podría optar por una nueva candidatura para el sexenio 2024-2030 y otra para el periodo 2030-2036.
Putin consiguió su objetivo. Ni la abstención deslució los resultados ni el coronavirus le pasó la factura a su base de votantes. La Comisión Electoral Central certificó los resultados de los comicios que concluyeron con 77.9% de los votos en favor por 21% en contra.
La participación fue de 67%, según se anunció el miércoles 1 a última hora, día en el que finalizó la elección. A la mañana siguiente pocos rusos sintieron estar en un país distinto, aunque algunas normas han cambiado.
Las modificaciones a la Carta Magna rusa especifican los nuevos requisitos que deben cumplir el presidente –como no haber residido en el extranjero, cerrando así la puerta a opositores “exiliados”–, así como los miembros del gobierno y del Parlamento; los cargos relacionados con la soberanía y la seguridad nacional establecen las garantías sociales del Estado ante los ciudadanos, modifican las funciones del Ejecutivo y el Legislativo, prohíben la secesión de los territorios de la Federación de Rusia y fortalecen el estatus del idioma ruso, entre otros aspectos.
“Los resultados de la votación mostraron el alto nivel de consolidación de la sociedad sobre los temas clave de importancia nacional”, afirmó Putin en una reunión con el grupo de trabajo sobre la preparación de las enmiendas a la Constitución.
No obstante el balance no ha sido tan positivo en otros ámbitos. El líder opositor Alexei Navalny rechazó en su blog los resultados de la votación y habló de “falsificación”. También exhortó a sus partidarios a movilizarse para las elecciones regionales de septiembre.
Desde Estados Unidos la portavoz del Departamento de Estado, Morgan Ortagus, expresó su preocupación por las denuncias de manipulación del voto durante el sufragio constitucional, así como por “una disposición en las enmiendas que potencialmente dejaría al presidente Putin permanecer en el poder hasta 2036”.
Esas palabras constituyen una injerencia directa en los asuntos internos de Rusia, contestó el jefe del comité de Asuntos Internacionales de la Duma de Estado (Cámara Baja del Parlamento ruso), Leonid Slutski.
Personalismo
Hace 20 años Putin era el desconocido sucesor de Boris Yeltsin. Venía del antiguo KGB (el Comité para la Seguridad del Estado, la agencia de inteligencia) y tenía reputación de ser, en esencia, alguien que protegía a sus jefes. Esa fue la principal cualidad que Yeltsin vio en él.
En un régimen tan personalista, donde los partidos y la justicia no suponen un contrapeso al gobierno, plantear su salida del poder es complicado sin inquietar a la élite y más, todavía, sin agitar el Cáucaso, el territorio ruso que consiguió pacificar con mano de hierro en la primera década de este siglo, y cuyos cabecillas le profesan una lealtad personal.
Precisamente en el Cáucaso empezó el “giro conservador” de Putin. La intervención militar rusa para rescatar a los rehenes en Beslán, Osetia del Norte, secuestrados por extremistas musulmanes en septiembre de 2004, le costó la vida a 344 personas. A partir de ese momento el jefe de Estado suprimió las elecciones regionales.
“Ahí dejamos de ser una democracia”, explica a Proceso Leonid Volkov, mano derecha de Navalny. “En realidad, fue un proceso entre 2003 y 2007 que empezó con el encarcelamiento de Mijail Jodorkovski, un suceso que lanzó el mensaje de que cualquier hombre de negocios podía ser procesado”. Aunque los cargos formales fueron distintos, “todo el mundo sabía que era castigado por subvencionar partidos de la oposición”.
No es la primera vez que Putin afronta la caducidad de su mandato, pero en 2008 lo solucionó cediendo el puesto durante un tiempo a Dimitri Medvédev. Tampoco es la primera reforma constitucional que vive Rusia. Las anteriores, igual que la actual, iban orientadas a ampliar los plazos del poder. En 2008 Medvédev propuso tres enmiendas constitucionales, entre ellas la que aumentaría el mandato presidencial de cuatro a seis años, y la que ampliaba la legislatura de la cámara de diputados de cuatro a cinco años. El votante sería molestado menos veces y el gobierno seguiría asumiendo el control del país.
El “putinismo” llegó hace años a un pacto tácito: el gobierno se encargaría de la política y habría libertad para todo lo demás. Su popularidad se disparó gracias a su mano dura contra los rebeldes chechenos y a su manejo de la economía, que en buena medida había sido secuestrada por los oligarcas. En la primera década de este siglo los rusos fueron logrando estabilidad y subvenciones estatales, aunque en un sistema económico con muchas desigualdades.
Transcurrida más de una semana desde la votación, resulta difícil saber hasta qué punto se trató de un proceso limpio. El estadístico Sergey Shpilkin descubrió que en algunas zonas el número de personas que se registraron para votar online fue el doble que en otras, pese a estar muy cerca.
“Desde un comienzo fue imposible establecer la libre voluntad del pueblo, debido a las normas creadas conscientemente por los promotores de las enmiendas y los organizadores de la votación”, aseguró por su parte la entidad independiente Golos, que vela por los derechos de los electores.
“Hemos sido testigos de uno de los timos electorales más grandiosos de la historia”, explica a Proceso Kiril Rogov, politólogo y crítico con el gobierno ruso.
Con el pretexto de la pandemia, la votación se realizó durante una semana, haciendo más difícil la supervisión de las jornadas electorales. Sólo los observadores remunerados pudieron seguir el desarrollo del proceso, ya que no muchos pueden permitirse dedicar de manera gratuita a esa labor cerca de 12 horas diarias durante toda una semana. Como recuerda Rogov, sólo el Estado tiene recursos para financiarlos.
Liberalismo limitado
No ha dejado claro su futuro, pero si se presenta a las próximas dos convocatorias electorales y las gana, Putin podría llegar a cumplir 36 años en el poder y convertirse en la persona que más tiempo ha estado al frente de Rusia, superando a Stalin, quien gobernó durante casi tres décadas.
La duda es si volverá a presentarse a los comicios. “Putin realmente quiere dejar todo el margen necesario”, opina Michel Eltchaninoff, autor del libro En la cabeza de Vladimir Putin. “El presidente ruso se está reinventando. Empezó a mandar vestido con ropajes de liberal. A comienzos de los noventa era la mano derecha del alcalde de San Petersburgo y en su despacho tenía un retrato de Pedro el Grande, el emperador que hizo virar al imperio ruso hacia Occidente. Trabajaba a las órdenes de Anatoly Sobchak, un regidor considerado uno de los más destacados liberales rusos”.
En esa misma ciudad, que antes se llamó Leningrado, había sido un dedicado estudiante de leyes. Como político citaba a Kant en sus discursos y al llegar al poder prometió que haría de Rusia “una dictadura de la ley”. Ahora Putin “va a tener dificultades para dejar el poder”: Eltchaninoff cree que el líder ruso “está abriendo una nueva secuencia de su reinado sobre Rusia” y que, una vez más, “su liberalismo está limitado por su deseo de orden”.
En declaraciones a la agencia Sputnik, Medvédev, que ahora ha recalado en el Consejo de Seguridad, dijo que los cambios son una oportunidad para el parlamentarismo: “El Poder Legislativo, en particular la Duma de Estado, podrá jugar un papel mucho más notable en la formación del gobierno; a mi juicio, se trata del desarrollo adicional del principio de división de poderes, que es el principio básico del funcionamiento de los países democráticos”.
Quienes temen por las consecuencias de la concentración de poder han encontrado indicios que les dan la razón. Días después de la votación, una periodista llamada Svetlana Prokopyeva fue condenada “por defender el terrorismo”, cuando escribió sobre las razones por las cuales un joven atacó la sede de los servicios secretos. Y poco después un tribunal moscovita dictó el arresto hasta el 6 de septiembre contra el periodista Iván Safronov, sospechoso de “alta traición” por presuntamente pasar información a la República Checa.
Las bazas de Putin
El crecimiento económico durante la primera década de este siglo fue el principal impulsor de la popularidad de Putin. Hoy quiere obrar de nuevo el milagro. “Tenemos los recursos, las capacidades para restaurar rápidamente la economía nacional, para volver a la trayectoria de crecimiento”, dijo en su discurso a la nación tras la victoria.
Subrayó que la estabilidad del rublo en los últimos meses no se logró artificialmente, sino “debido a la fortaleza de las bases fundamentales de la economía rusa”.
El problema es, además del bajo precio del petróleo, que su popularidad no es tan fuerte. Está en 59%, su punto más bajo desde que fue primer ministro en 1999. En 2013 también tuvo malas cifras, pero las resucitó con la anexión de la península ucraniana de Crimea. Ahora la fricción con Ucrania se traslada a Bielorrusia, que ha denunciado interferencias rusas en su campaña electoral.
Sutilmente Putin ha recordado en estos días que algunas repúblicas lograron salir de la Unión Soviética con “regalos” del pueblo ruso durante la desintegración del país en 1991. Se refería a los territorios que ganaron durante el régimen socialista.
Reportaje publicado el 12 de julio en la edición 2280 de la revista Proceso.