Suecia es uno de los países con los índices más altos de prosperidad y desarrollo humano del mundo y su sistema político y social es considerado modelo de democracia. Sin embargo, esa nación está sumergida en una espiral criminal que no tiene precedente en la Unión Europea y se ha vuelto nido y exportador de pistoleros a sueldo de grupos de narcotraficantes, incluyendo los colombianos, de acuerdo con un reporte de Europol.
BRUSELAS (Proceso).- La tarde del 25 de junio de 2019 dos suecos, de 21 y 23 años, circulaban en un vehículo por el barrio de Herlev, 12 kilómetros al noroeste del centro de Copenhague, la capital danesa. Ambos eran líderes de un grupo del tráfico de drogas conocido como Shottaz, que opera en la periferia de Estocolmo, Suecia.
Faltaban 10 minutos para las 18:00 horas cuando recibieron una ráfaga de armas automáticas disparadas desde un Audi gris con placas de la ciudad sueca de Malmo. Uno de los jóvenes murió de inmediato y el otro falleció esa noche en el hospital.
Los sicarios escaparon. Su auto fue encontrado en el campo tres horas después del ataque. Por ese crimen fue detenido, en la ciudad danesa de Aarhus, un sueco de 21 años vinculado a la llamada Patrulla de la Muerte, clan de matones que ha conseguido controlar el comercio de drogas en la capital sueca, imponiendo su ley con extrema violencia.
En ese momento las autoridades danesas consideraron que la actividad de la criminalidad sueca en su territorio no requería controles fronterizos. Sin embargo, el pasado noviembre cambiaron de opinión luego de que la sangrienta guerra que mantienen bandas enemigas en aquella nación vecina fuera, según las investigaciones policiacas, la causa de un bombazo que destruyó parte de una agencia tributaria en Copenhague.
En los últimos tres años han muerto en Suecia unas 130 personas debido a las guerras internas de la delincuencia, cifra incomprensible en un país con una de las tasas de homicidios intencionales más bajas del mundo, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (1.1 por cada 100 mil habitantes, mientras que en México es de casi 25).
Las autoridades suecas reportan que desde 2017 hay más de 300 balaceras por año entre maleantes, y el año pasado fueron registrados 257 ataques explosivos entre bandas rivales, un alza de 60% con respecto a 2018, cuando fueron 162. Del uso de simples petardos, los delincuentes suecos pasaron a las granadas de mano y ahora improvisan artefactos explosivos cada vez más potentes y sofisticados que han hecho estallar hasta en Sodermalm, un área con tiendas y bares de moda de Estocolmo.
El país escandinavo, el tercero más seguro del Índice Global de Paz de 2010, fue cayendo y el año pasado se clasificó en la posición 18 (México está en la 140 desde 2018).
Jóvenes despiadados
En ese contexto de narcoviolencia, Suecia se ha convertido en nido y exportador de pistoleros a sueldo de grupos de narcotraficantes, incluyendo los cárteles colombianos, constata un reporte de Europol presentado el pasado noviembre y cuya copia obtuvo Proceso.
Los sicarios suecos ganaron fama de despiadados cuando se instalaron hace poco en la Costa del Sol, zona turística del sur de España, también llamada “la Costa del Hampa” por su relevancia en el tráfico de cocaína, que entra por el puerto de Algeciras, y de hachís, que viene de Marruecos, y desde donde ambos tipos de narcóticos se distribuyen hacia el mercado europeo.
Originarios principalmente de Malmo, los sicarios suecos comenzaron a ejecutar narcotraficantes españoles y extranjeros y a incendiar y poner bombas en sus viviendas y comercios. Pese a la ruda competencia con los holandeses y rusos, que también actúan en esa zona, la policía local llegó a considerar a las bandas de sicarios suecos “las peores que había conocido la Costa del Sol”.
Un joven de 21 años, Amir Mekki, estaba al mando de uno de los comandos más activos, integrado por suecos de origen somalí. Generó mucha atención mediática por el asesinato el 12 de mayo de 2018 de David Ávila, Maradona, un conocido capo de Marbella, un balneario de lujo de la Costa del Sol.
Maradona debía a un cártel colombiano 9 millones de euros por un cargamento de 400 kilos de cocaína que había vendido de manera no adecuada a un mafioso holandés, que lo delató con los propietarios de la droga.
Maradona fue ultimado en las inmediaciones de la iglesia donde su hijo acababa de hacer su primera comunión. Le dieron cinco disparos a bocajarro. Meses después también fue asesinado el soplón holandés mientras comía sushi en un restaurante de la Costa del Sol.
El 20 de agosto siguiente otra víctima de “los suecos” (como eran conocidos) fue Sofian Mohamed, Zocato, un traficante español nacido en Ceuta que distribuía la mitad del hachís que llegaba de Marruecos.
Zocato igualmente debía dinero al crimen organizado. Fue tiroteado de madrugada en la puerta de su casa.
Por esos crímenes fueron aprendidos dos suecos, de 21 y 26 años, que nunca mostraron ningún remordimiento, comentan los policías que participaron en su arresto. La televisora española La Sexta asegura que Mekki –quien pudo fugarse aun herido en uno de los operativos–, cobraba entre 50 mil y 100 mil euros por cada hombre muerto.
“Apartheid” sueco
Según las investigaciones policiacas y periodísticas, estos sicarios son suecos de primera o segunda generación (hijos de inmigrantes) que provienen de barrios pobres y marginados de Estocolmo, Gotemburgo y, sobre todo, de Malmo, una antigua ciudad industrial, multicultural y fronteriza con Dinamarca.
La policía sueca estima que en esa ciudad se asientan 11 bandas de matones. En general los pistoleros suecos se mueven de una red criminal a otra, ya que en el país no operan grupos o cárteles organizados con estructuras internas definidas, sino bandas territoriales, explicó al diario Expressen el pasado 20 de enero el criminólogo Ardavand Koshnood, de la Universidad de Malmo.
La policía identifica 62 “barrios vulnerables” en Suecia, distinguidos por un bajo nivel socioeconómico y muy altas tasas de desempleo y fracaso escolar, donde están creciendo jóvenes que sin expectativas prefieren jugarse la vida como sicarios. Koshnood señala que sólo en Estocolmo habría más de mil 500 individuos activos en 50 redes criminales.
La característica que más llama la atención es su corta edad. La mayoría son veinteañeros fascinados con las películas de mafiosos y que muestran “una violencia pasmosa y un desprecio absoluto por la autoridad”, han narrado los agentes que tuvieron contacto con ellos.
En este ejército de asesinos incluso participan menores de edad, como el muchacho de 16 años que el 8 de enero de 2018 ejecutó de un disparo en la cabeza a otro, de 25, delante de una pizzería en el norte de Estocolmo.
Los suecos se preguntan cómo llegaron a ese punto de violencia, que incluso ya provocó que saliera a quejarse el presidente ejecutivo de la compañía sueca Volvo, Hakan Samuel, por la “pérdida de atractivo” del que fuera un paraíso de tranquilidad.
Un periodista y presentador de la televisión sueca, Janne Josefsson, ha planteado la situación de esta forma: la sociedad multicultural que existe en el país ha creado, dice, una “especie de apartheid” que queda de manifiesto en el hecho de que haya escuelas donde “sólo 1%” de los alumnos habla sueco.
Josefsson escribió en el principal diario nacional, el Dagens Nyheter, que Suecia “es un perfecto fracaso político” porque algunas escuelas se han transformado en “correas de transmisión” hacia el crimen organizado.
Consultado por Proceso, Wilhelm Agrell, investigador en estudios de paz y conflicto de la Universidad de
Lund, se refirió al muy leído artículo que escribió en el periódico Svenska Dagbladet, en el que afirma que el monopolio de la sociedad sobre la violencia, “que es el sello distintivo del poder soberano de un Estado que funciona”, había sido “vaciado poco a poco” por la criminalidad y “ya no existe” en Suecia.
Los ciudadanos, decía, habían dado por sentado que Suecia era un país seguro y protegido, y lo mismo había hecho el Estado. Esa forma de ceguera social permitió que “el desarrollo de la violencia pudiera continuar durante demasiado tiempo y fuera demasiado lejos antes de que las señales de alerta hubieran penetrado en la sociedad y se iniciaran medidas de respuesta”.
Los únicos que han sacado provecho político de la violencia han sido los ultraderechistas, que culpan de la inseguridad a la presunta falta de integración de los migrantes, principalmente musulmanes.
De acuerdo con un sondeo de la firma Demoskop, publicado en noviembre por el diario Aftonbladet, el partido de extrema derecha Demócratas Suecos, la tercera fuerza en las elecciones de 2018, se había colocado en primera posición dos puntos porcentuales arriba de los socialdemócratas (24.2% contra 22.2%) con miras a las elecciones generales de septiembre de 2022.
Aunque el partido socialdemócrata del primer ministro Stefan Lofven –que gobierna desde 2014 en coalición con Los Verdes– volvió a vencer en las elecciones generales de septiembre de 2018, lo logró con su peor resultado en un siglo como efecto del alza de la delincuencia.
Desafío policiaco
Las fuerzas de seguridad suecas han formado unidades especiales y recurrido a asesores extranjeros para intentar frenar al hampa, además de haber estrechado su colaboración con las policías europeas.
En entrevista publicada el lunes 3 por el portal sueco The Local, Stefan Hector, comisario en jefe del grupo de la policía creado para “neutralizar” las agresiones de la delincuencia, advirtió que había una “progresión” de la violencia –y con ello de las bandas de pistoleros– hacia ciudades más pequeñas, donde se disputan los mercados de la droga.
Los operativos policiacos tampoco han surtido el efecto disuasivo esperado: los ajustes de cuentas en la Costa del Sol se han recrudecido recientemente y la Patrulla de la Muerte y otras bandas siguen movilizando sicarios dentro y fuera de las fronteras.
Las policías de España y Suecia concluyeron en febrero de 2019 una ambiciosa operación conjunta, llamada Dajir, que comenzó con la detención de un matón sueco de 21 años listo para eliminar a un mafioso en Málaga, la localidad más poblada de la Costa del Sol.
El operativo permitió en tres meses el arresto en ambos países de 20 pistoleros de la Patrulla de la Muerte, todos menores de 30 años. Fueron acusados de traficar cocaína, hachís y drogas sintéticas, además de lavar dinero, falsificar papeles y torturar y asesinar en Suecia, España y Marruecos por lo menos a 15 personas, según Europol.
Con la detención de sus dos últimos integrantes mientras caminaban por una calle de Barcelona, las autoridades anunciaron que la banda había sido desintegrada definitivamente.
Pero las ejecuciones no han cesado. El pasado 30 de diciembre fue encontrado dentro de un automóvil en Estocolmo un joven de 20 años que había recibido un balazo en la cabeza. La policía sueca sospecha que el agredido, quien portaba un chaleco antibalas, era integrante de una banda rival de la Patrulla de la Muerte.
Días antes también fue ejecutado, pero en Londres, un sueco de origen albanés de 36 años, Flamur Beqiri, que se presentaba como ejecutivo de la industria del disco. Fue asesinado la noche de Navidad delante de su esposa y su pequeño hijo cuando regresaban a su casa. Le dispararon cuatro veces y luego lo remataron en el suelo.
Beqiri fue exonerado en 2007 del tráfico de 340 kilos de mariguana incautados en Malmo, su ciudad natal. La policía británica piensa que continuó con sus actividades ilícitas en conexión con la Costa del Sol.
Destaca la amistad de la víctima con Naief Adawi, un mafioso de Malmo que protagonizó un caso que conmocionó a Suecia en agosto del año pasado. Resulta que Adawi había salido corriendo cuando se percató de que dos sicarios se aproximaban a él, a su novia Karolin Hakim y a su bebé. Los verdugos, al verlo alejarse, decidieron dispararle a ella y darle el tiro de gracia. Un escenario parecido al del asesinato de Beqiri.
El pasado enero la policía de Londres informó que una línea de investigación en el asesinato de Beqiri apuntaba al prófugo Mekki y a la sanguinaria Patrulla de la Muerte.
Este reportaje se publicó el 23 de febrero de 2020 en la edición 2260 de la revista Proceso.