Amedy Coulibaly recorre la tienda con un rifle de asalto y una mochila cargada con explosivos. Ya mató a un empleado, hirió a otro y busca clientes escondidos. Ve a un hombre en el piso que trata de pasar desapercibido. Le pregunta cómo se llama. Al oír su apellido, lo ejecuta de dos tiros en la cabeza… Con imágenes de video y testimonios, el ataque terrorista que Coulibaly realizó el 9 de enero de 2015 en un supermercado Kosher fue reconstruido durante la audiencia del juicio que se llevó a cabo el pasado 21 de septiembre contra 14 de sus cómplices.
PARÍS, Fra. (Proceso). - Fotos pixeladas se suceden en la inmensa pantalla de la sala de audiencia de la Corte Penal Especial. Son capturas de pantalla. En la primera se vislumbra un hombre que camina por una calle bajo la lluvia. Viste chaqueta negra con capucha, pero tiene el rostro descubierto. Carga una amplia bolsa deportiva que parece pesada. Se nota apresurado.
“Es el sábado 9 de enero de 2015. Son las 13:05. Amedy Coulibaly llega al supermercado kosher de la Porte de Vincennes”, comenta en tono neutro Christian Deau, investigador en jefe de la sección antiterrorista de la Brigada Criminal.
Segunda imagen: el hombre se apresta a entrar a la tienda con un rifle de asalto en la mano. “Son las 13:06. Amedy Coulibaly entra en el supermercado. Le dispara a Yohan Cohen, empleado de la tienda, que cae herido entre los carritos”, dice Deau.
Tercera imagen: se divisa una silueta masculina que sale corriendo del almacén. “Son las 13:07. Patrice Oualid, director del supermercado, logra escapar. Coulibaly dispara. Lo hierre en el brazo, pero no interrumpe su huida”, recalca Deau con la misma voz profesional.
“Coulibaly recorre la tienda en busca de clientes escondidos. Tiene problemas con su ametralladora, cuyo cargador se encasquilla. Pierde un minuto 30 segundos para arreglarla. Ve a un hombre en el piso que trata de pasar desapercibido. Le pregunta cómo se llama. Al oír su apellido, Coulibaly ejecuta a Philippe Issac Braham de dos tiros en la cabeza. Son las 13:08”, acota Deau antes de precisar que el terrorista le ordena a Zarie Sibony, una de las dos cajeras, que cierre la puerta y baje la cortina metálica del almacén.
“La cortina está bajada a medias cuando surge de la calle Michel Saada –relata Deau, controlando su tono de voz–. Entra y entiende de inmediato lo que pasa. Se da la vuelta y busca escapar. Coulibaly le dispara tres balazos en la espalda. El cuerpo de Saada se derrumba en el andén. Coulibaly jala el cadáver dentro de la tienda. Zarie Sibony termina de bajar la cortina metálica. Son las 13:12.”
Amedy Coulibaly mata al cuarto rehén a las 13:20. Se trata de Yoav Hattab, que se apoderó de una de las dos ametralladoras que el terrorista había puesto encima de una caja de bolsas de harina.
“Yoav Hattab no logra desbloquearla. Coulibaly le dispara en la cabeza”, comenta escuetamente Deau.
Sólo han transcurrido 14 minutos desde que el terrorista irrumpió en la tienda. Faltan cuatro horas para que los rehenes sean liberados por las fuerzas especiales, que ahora empiezan a posicionarse alrededor del lugar.
Con tal rigor y concisión, el pasado 21 de septiembre el alto funcionario policiaco describió paso a paso ante la Corte Penal Especial de París el ataque perpetrado contra el supermercado kosher dos días después del atentado mortífero contra Charlie Hebdo.
Su relato, que duró seis horas, abrió la cuarta semana del juicio histórico a 14 acusados de complicidad con Amedy Coulibaly y con los hermanos Said y Chérif Kouachi, autores de la matanza en el semanario satírico.
Esa cuarta semana (del 21 al 25 de septiembre) dedicada a los crímenes cometidos por Coulibaly siguió el mismo orden que la segunda (del 7 al 11 del mismo mes), dedicada a los de los hermanos Kouachi (Proceso 2290).
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Coulibaly. Antisemitismo. Foto: https://www.rtve.es/alacarta/videos/los-desayunos-de-tve/coulibalytd1/2949013/[/caption]
Después de la presentación de Christian Deau se ofreció a los rescatados y a los familiares de las víctimas asesinadas todo el tiempo que necesitaran para expresarse sobre lo que habían vivido y rendir homenaje a sus difuntos.
Pero a diferencia de la segunda semana, en la cual Regis de Jorna, presidente de la Corte Penal Especial, autorizó la proyección de un video atroz en el que se veían los cadáveres de las víctimas en la sala de redacción de Charlie Hebdo, esta vez no se presentó el video filmado por Coulibaly con la cámara GoPro que llevaba sujeta al tórax.
De Jorna rehusó exhibir ese “montaje de propaganda” que fue realizado por cómplices del terrorista a quienes éste logró enviar por mensajería encriptada desde el supermercado las imágenes de los primeros siete minutos de su ataque.
El presidente de la Corte sólo permitió la difusión de capturas de pantalla de las 16 cámaras de vigilancia del almacén, que funcionaron hasta las 13:42, cuando Coulibaly ordenó que se desconectaran. También autorizó la presentación de la foto a color del cadáver del terrorista –cuerpo y rostro acribillados– tirado en el andén a la entrada del supermercado.
Aunque los dos atentados fueron cometidos en forma coordinada por los tres terroristas, los hermanos Kouachi perpetraron su masacre a nombre de Al Qaeda en Yemen para “vengar la ofensa infligida al profeta Mahoma” por caricaturistas daneses y franceses en 2005 y 2006. Amedy Coulibaly, que proclamó su lealdad al Estado Islámico, reivindicó en primera instancia su antisemitismo y luego su condena de la política “antimusulmana” de Francia.
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Sibony. Fuerza vital Foto: Stephane de Satin / AFP[/caption]
En carne propia
Unas 30 personas, entre clientes y empleados, se encontraban en el almacén cuando irrumpió Coulibaly. Después de los hechos, muchas de ellas dejaron Francia para irse a vivir en Israel. Entre ellas se encuentran las dos cajeras: Andrea Chamak y Zarie Sibony. Todos los exrehenes padecen graves trastornos de estrés postraumático. Muchos se dicen incapaces de tener una vida profesional y familiar normal.
Sólo una minoría aceptó atestiguar. Algunas víctimas lo hicieron por escrito, una por videoconferencia desde Estados Unidos, otras vacilaron hasta el último minuto antes de presentarse ante la Corte Penal Especial de París.
Sus voces, sus silencios, su coraje, sus lágrimas atragantadas, sus interrogantes sin respuestas, ciertos detalles triviales o cruentos que de repente les volvieron a la mente, le dieron dimensión humana al relato deliberadamente abstracto de Christian Deau.
Muy a pesar suyo Zarie Sibony, a quien Coulibaly se la pasó dando órdenes, se convirtió en protagonista de primer plano de la tragedia.
Vestida con una larga falda gris de seda estampada y una blusa blanca almidonada; alta, delgada, distinguida, Zarie dejó a la Corte y a la audiencia sin aliento, descorazonadas por su relato y contagiadas de su fuerza vital. Ella tenía 23 años en 2015.
“Hablo en nombre de mi colega Andrea, aún muy afectada, y de las víctimas fallecidas. Pido disculpas a sus familiares porque sé que lo que voy a contar los va a desgarrar”, dijo con voz tan triste como suave.
Y luego contó casi sin detenerse: “el 9 de enero a las 13:05 estaba trabajando en mi caja. Tenía un pollo congelado en las manos cuando vi a los clientes corriendo por todos lados. Luego divisé a un hombre armado que disparó contra mi colega y amigo Yohan Cohen. Dejé caer el pollo y me quedé paralizada. Totalmente paralizada.
“Yohan yacía entre los carritos. Tenía la mejilla destrozada, ensangrentada. Gemía. Repetía: ‘Patrice, me duele; Patrice, me duele’. Vi a Patrice (Oualid, el director del negocio) que salía corriendo de la tienda. El terrorista le disparó, pero Patrice siguió alejándose. Logré agacharme y me escondí bajo la caja. No tengo palabras para describir mi terror. Si Yohan no hubiera estado donde estaba, tan cerca de mí, las balas me hubieran alcanzado.
“De repente oí al terrorista, que preguntó: ‘¿Cómo te llamas?’. ‘Braham’, contestó una voz. Oí un disparo y después nada. Supe que había matado a otra persona. El terrorista volvió cerca de mi caja. Vi sus armas, sus municiones, sus botas. Me dijo: ‘¿No te has muerto todavía?’ Disparó en la caja. Andrea me gritó: ‘¿Zarie, estás bien?’. No le pude contestar.
“El hombre nos ordenó levantarnos y alcanzarlo. Me levanté. Vi los cuerpos y chorros de sangre. Pensé que se trataba de un atraco y le propuse darle todo el dinero que teníamos.
“El terrorista se echó a reír. ‘¿No oíste hablar de Charlie? Somos del mismo equipo. El problema de ustedes los judíos es que aman demasiado la vida. Para mí sólo importa la muerte. Ustedes representan lo que más odio, los judíos y los franceses’.”
Según la narración de Sibony, Coulibaly se preocupó al percatarse de que parte de los clientes logró refugiarse en el sótano de la tienda. Ordenó a Andrea Chamak que fuera a buscarlos. La cajera se quedó petrificada. Zarie tomó su lugar. Coulibaly le dijo, señalando a Andrea: “Si no vuelves con ellos, la mato”.
Una docena de personas se encontraba en el sótano. Lassana Bathily, almacenista del supermercado, los había ayudado a esconderse en el cuarto frío y en el cuarto de congelación, que desconectó previamente pero que seguían helados.
Zarie Sibony rogó, suplicó, insistió. Pero nadie aceptó subir. “Pensé: si subo sola me va a matar, si no subo va a matar a Andrea”.
Zarie calla unos segundos y luego continúa, con su voz tan dulce: “subí. Y mientras subía me decía a mí misma que quería seguir viviendo. Durante todas estas horas atroces pensé que iba a morir y quería seguir viviendo.” Nuevo silencio.
“Fui directo a verlo y le dije: ‘Vaya usted mismo. No puedo hacer nada’.”
Coulibaly mandó a una clienta, Sophie Goldenberg, al sótano, ordenó a Zarie que llamara a la policía y a Andrea que bajara la cortina metálica. Andrea seguía petrificada. Zarie se encargó de la cortina y, horrorizada, vio a Michel Saada que insistía en entrar.
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Cuatro horas y 14 minutos de terror Foto: Francois Mori[/caption]
“Estaba hablando por teléfono. Me dijo: ‘Sólo vengo por dos cositas, deme chance’. Le hice señas. No me hizo caso. Se metió. Vio el cuerpo de Yohan y al terrorista. Y un minuto después cayó a su vez acribillado mientras intentaba huir. Cerré la cortina y pensé que yo nos estaba enterrando vivos.”
Sophie Goldenberg subió con cuatro rehenes, entre ellos un hombre y su hijo de tres años, y Yoav Hattab, de 21 años, que se precipitó para agarrar una de las Kalachnikov de Coulibaly.
“No pudo hacer nada. El terrorista le disparó en la cabeza. Todo estaba manchado de sangre. Se acercó al cuerpo, le dio una patada y nos dijo a todos: ‘Quiso matarme. Ustedes ni lo intenten. Tengo muchas armas, miren’. Abrió su bolsa deportiva, que estaba llena de pistolas, cuchillos de combate, granadas, cargadores, explosivos.”
El día anterior Deau había proyectado fotos del arsenal de Coulibaly. Destacaba una caja de 20 cartuchos de nitrato de amonio que hubiera podido volar el edificio, en cuya planta baja se encuentra el supermercado.
“Todos nos sentíamos mareados. El olor de la sangre era insoportable. Pero más terribles aún eran los gemidos de dolor de Yohan, que agonizaba. El terrorista nos juntó al fondo del almacén y preguntó a cada uno el nombre, apellido, edad, profesión y sobre todo confesión. Sólo dos clientes no eran judíos. Se burló de ellos diciéndoles que no tenían suerte. Luego habló de su vida, de sus nueve hermanas, de los palestinos, de Israel, de lo que hacía el ejército francés en los países musulmanes, de Mali, de Irak, de Siria…
“Más tarde, mientras seguían los estertores de Yohan, el terrorista vio que algunos rehenes se tapaban los oídos con las manos porque dolía mucho oírlo sufrir. Entonces nos preguntó en forma muy natural: ‘¿Quieren que acabe con él?’ Aterrados, le dijimos que no. Pero finalmente lo ultimó.”
La agonía de Yohan Cohen duró más de una hora.
Según el relato de Sibony, cuando Coulibaly sintió hambre convirtió carritos en mesas e “invitó” a comer a sus rehenes. “Sírvanse, es gratis”, sugirió burlón. Los rehenes no pudieron tragar nada. El niño de tres años vomitó las galletas que le dio su padre.
El terrorista ordenó a la joven cajera establecer contacto telefónico con la policía y con cadenas televisivas. Dio entrevistas a una estación de radio y a un canal de televisión. Seguía las noticias en vivo en su computadora y exigió correcciones, pues los periodistas hablaban de heridos. Coulibaly insistió en que había cuatro muertos.
El terrorista fingió que deseaba negociar con la policía: reclamó la liberación de todos los presos acusados de terrorismo y que Francia retirara “sus tropas de los países en los que combate contra el Islam”.
Al igual que Zarie Sibony, todos los rehenes sabían que Coulibaly tenía una sola meta: enfrentar con armas en la mano a las fuerzas especiales y morir como un mártir ante las cámaras de televisión.
Al final de su testimonio, a solicitud del presidente de la Corte, Zarie Sibony habló de su vida en Israel. Aludió a los años de tratamiento psicológico, pero insistió en sus estudios de enfermería, consciente de la inmensa paradoja de su nueva vocación:
“Siento la necesidad imperiosa de aliviar a quienes sufren, pero todavía no soporto la vista ni el olor de la sangre. Lo lograré –aseguró con voz melodiosa–. El terrorista no me mató. Tampoco me derribó con la depresión. ¡Cargo tanta vida en mí!”
“No lo entiendo” …
Lassana Bathily tenía 20 años en 2015. Nacido en Mali, llegó en 2006. Aprendió francés rápidamente, se capacitó en un colegio técnico y acabó trabajando en el supermercado kosher en 2011. Ese mismo año obtuvo un permiso de residencia en Francia por 10 años.
Más que su colega, Yohan Cohen era su “hermano”. “Soy musulmán, mis colegas eran judíos y todos nos llevábamos de maravilla”, insistió ante la Corte Penal Especial, y recordó:
“El 9 de enero de 2015 estaba en el sótano guardando mercancías, cuando oí un ruido extraño. Pensé en la explosión de una llanta. De pronto vi un grupo de gente que bajaba precipitadamente por la escalera de caracol. Me hablaron de un ataque terrorista. Apagué el cuarto frío y el de congelación para esconderlos. Y sobre todo busqué tranquilizar a las personas que gritaban y lloraban, presas del pánico. Teníamos que quedarnos callados para evitar que el terrorista nos oyera.”
Lassana respiró hondo y siguió: “propuse a quienes quisieran hacerlo que subieran conmigo al montacargas para salir por la puerta de emergencia. No pude convencer a nadie.
Subí solo, muerto del susto, porque el montacargas era ruidoso. Logré salir. Eran las 13:18. Pero enseguida fuerzas policiacas me apuntaron con sus armas. Levanté los brazos. Se me echaron encima. Me esposaron y me jalaron hacia una furgoneta. Todo el supermercado estaba cercado. Me confundieron con un terrorista. Fue bastante duro, pero los entiendo.”
Lassana Bathily tuvo que esperar una hora y media antes de que lo pudieran identificar.
“De inmediato un alto mando policiaco me pidió dibujar un plano detallado del supermercado, de todas sus entradas y salidas. Le dije que deberían recuperar el juego de llaves del almacén en el hospital donde se atendía al director herido y luego los ayudé a identificar cada una de ellas. Me quedé con ellos hasta el final del asalto que permitió liberar a los rehenes.”
El 20 de enero de 2015 Lassana obtuvo la nacionalidad francesa a solicitud del entonces presidente François Hollande. Hoy trabaja en la Alcaldía de París.
“Lo que me hiere profundamente en esa historia –explicó al presidente de la Corte Penal Especial– es que la familia de Coulibaly sea oriunda de Mali, como yo. Su madre pertenece a la misma etnia que la mía y su pueblo se encuentra a escasos kilómetros del mío. Todavía cinco años después no me cabe en la mente lo que hizo. No lo entiendo.”
Lassana dedica gran parte de su tiempo a animar debates con alumnos de escuelas de suburbios franceses desfavorecidos sobre el antisemitismo, la radicalización islámica y la violencia. Asegura que su historia le da credibilidad y legitimidad ante los jóvenes.
Este texto forma parte del número 2292 de la edición impresa de Proceso, publicado el 4 de octubre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí